Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas. Vol. 2
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Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas. Vol. 2

Varios, Valeriano Bozal, Valeriano Bozal

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Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas. Vol. 2

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El desarrollo de la estética y las teorías del arte en el siglo xx adquiere una fisonomía directamente condicionada por la evolución de los movimientos artísticos y literarios. Siendo habitual que las ideas estéticas respondan a los problemas planteados por las obras, su recepción e interpretación, es rasgo propio de nuestro siglo el creciente interés de los creadores, artistas, poetas, etc., por la reflexión sobre su propia actividad. El panorama que ofrece la estética del siglo xx se ha enriquecido con experiencias inesperadas y ha puesto en juego contribuciones desde muy diferentes perspectivas teóricas y metodológicas. El papel jugado por las vanguardias debe articularse con el auge de los estudios disciplinares y la evolución de la crítica. Todo ello, sin olvidar la respuesta social, su incidencia en el mundo cotidiano y en las interpretaciones, individuales o colectivas, de esa cotidianidad.Cuatro son los ejes que organizan el presente volumen. En el primero ocupan un lugar central los problemas relativos al lenguaje, a la consideración del lenguaje del arte y del arte como una forma de lenguaje. El segundo atiende a la conexión entre arte y sociedad y a las explicaciones que esta cuestión ha suscitado: desde la que Gerard Vilar denomina "estética de la producción" hasta la "estética de la recepción", analizada por Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina. Los estudios disciplinares -sociología del arte, iconología, formalismo, pura visualidad, etc.- son el tema abordado en tercer lugar. Estos estudios, que, como se comprende bien, no son ajenos a las cuestiones anteriores, han alcanzado en nuestro siglo un amplio desarrollo. Por último, se concede especial atención al conjunto de problemas que suelen englobarse en el marco de la postmodernidad, empezando por el mismo concepto de postmodernidad. La evolución de la crítica literaria, las teorías de la arquitectura y las que Estrella de Diego denomina "figuras de la diferencia" concluyen esta historia.

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Información

Año
2015
ISBN
9788491140641
Edición
1
Categoría
Arte
III

Los estudios disciplinares

El Formalismo y el desarrollo de la historia del arte

Francisca Pérez Carreño

El Formalismo y la autonomía del arte

Como reacción a la filosofía del arte romántico-idealista, surge a mediados del siglo XIX en Alemania una serie de historiadores del arte en cuya obra se encuentra una intención clara de definición de lo artístico al margen de las categorías filosóficas que lo estaban determinando. El Idealismo pensaba en la importancia de la obra de arte en términos filosóficos, como el lugar de manifestación sensible de la Idea. Por su parte, para el Romanticismo el arte era el lugar en el que se puede sentir la unidad primaria de lo humano con la naturaleza o la nostalgia de esa unidad, de la cual el concepto nos ha separado. En los autores formalistas, hallamos un claro rechazo de la teoría hegeliana del arte y de las estéticas románticas y una aproximación al neokantismo, en auge entonces en la filosofía académica.
Para Hegel, la historia del arte es la historia de la manifestación sensible del espíritu. Esta idea dio lugar a una interpretación del arte, todavía hoy muy vigente en los círculos filosóficos, según la cual lo importante en una obra es su contenido. Lo espiritual en ella, ligado al concepto, se considera en contraposición a su aspecto sensible, la forma. Como veremos, las diferentes escuelas formalistas no rechazan la idea de que el arte sea una actividad espiritual, sino la suposición de que lo espiritual se defina como opuesto a lo sensible. Al contrario, tratarán de mostrar cómo el contenido específico del arte surge en relación a una forma y por ella.
El rechazo se concreta hacia una concepción heterónoma del arte, según la cual éste se subordina a otro tipo de actividades intelectuales, principalmente la filosófica, pero también a la consecución de experiencias que, aunque calificadas de estéticas, no son específicamente artísticas. En este sentido, la finalidad del objeto artístico sería provocar una experiencia sentimental de la naturaleza o de la interioridad que era la base de la teoría romántica del arte. Es precisamente en este punto donde la recuperación de la estética formalista de Kant cobra sentido, si bien no como crítica del gusto, sino como base de una explicación de lo artístico como actividad autónoma y de la experencia estética como experiencia de lo formal en los objetos artísticos.
El Formalismo busca para la historia del arte como disciplina científica criterios de identidad que le sean propios. Pretende definir una historia del arte que no sea la mera crónica de unos acontecimientos culturales, ligados a la historia política o social de las naciones, sino como la historia de un objeto propio, cuya evolución depende, por tanto, de su propio concepto. Concebir la obra de arte de forma autónoma implica hacer posible una historia interna y autónoma del arte. Un concepto autónomo de obra de arte, esto es, de lo artístico en el arte, sería el que se refiriera a aquello que poseen en común un templo griego y una iglesia barroca o un palacio neoclásico, un fresco de Giotto y un óleo de Vermeer. Tener una concepción de lo artístico permitiría reconocer la obra de arte con independencia de la función social que cumpla, sea religiosa o de otro tipo, y también de la experiencia que provoque, sea emotiva, ética o cognitiva, placentera o no.
El Formalismo no se concreta en una única escuela historiográfica. De las ideas formalistas surgen una serie de métodos, de concepciones del arte y su historia, que tienen en común el tratar de delimitar criterios puramente artísticos. Las escuelas formalistas, por diversas que puedan ser sus interpretaciones, comparten este principio de autonomía. Para todos ellos, la historia del arte deja de ser considerada un epifenómeno de la historia política, de la ciencia o de la técnica, tanto como de la historia de las ideas. Es la historia interna del arte, de cada una de las artes en particular. Su objeto de estudio es el desarrollo de la forma, considerada como lo específicamente artístico, en sus diferentes manifestaciones. Este desarrollo tiene los principios de evolución en sí mismo y no en causas ajenas, como puedan ser las motivaciones religiosas, políticas, técnicas o ideológicas en general. Aunque todas ellas tengan su lugar en la obra de arte, no es eso lo que las hace dignas de evaluación ni de ser integradas en su historia, sino un concepto de lo artístico cuyo propósito no es reductible a ninguna de ellas.
Konrad Fiedler es el autor cuya obra inaugura la tradición formalista en teoría e historia del arte. Ya antes, los filósofos, J. F. Herbart1 y R. Zimmermann2, que influyeron en él, habían hecho intentos de elaborar una estética científica a partir de una concepción psicologista del pensamiento kantiano. Las ideas de Fiedler fueron divulgadas, a la vez que modificadas, por los artistas y teóricos Adolf Hildebrand y Hans von Marées. Prácticamente contemporánea es la obra de Heinrich Wölfflin y Aloïs Riegl que sirve de nexo entre estos autores y otros contemporáneos como Ernst Gombrich, cuyo anti-historicismo es tan beligerante como el de los primeros autores. Por su parte, el visualismo como desarrollo del formalismo en las artes plásticas tiene una vigencia en la obra de los teóricos y artistas postimpresionistas Roger Fry y Clive Bell en Inglaterra o el historiador Leonello Venturi y el filósofo Benedetto Croce en Italia. Pero el hecho que mejor habla de la influencia contemporánea del Formalismo es que ha contribuido muy fundamentalmente al desarrollo de la historia del arte tal como hoy la conocemos y que sus principios son asumidos por la práctica totalidad de la crítica, con mayores o menores matizaciones.
Ahora bien, la razón por la cual las ideas formalistas hayan gozado de una influencia considerable en la estética y la teoría del arte contemporáneas hay que buscarla también en el hecho de que sus ideas coincidían en buena medida con los que guiaron la práctica artística de la Vanguardia. Ya desde sus comienzos, el propio Fiedler elabora una crítica del naturalismo artístico3 que coincide con la práctica impresionista en la valoración del papel activo del espectador y en la consideración de la verdad artística desde presupuestos distintos a los de un verismo que había perdido sus valores originarios. Desde entonces, principios formalistas han guiado la práctica y la crítica vanguardista, hasta el punto de que desde Clement Greenberg4, «modernidad» o «formalismo» son nociones que difícilmente pueden desligarse. Dicho en términos muy simples, la evolución de la modernidad hasta la Vanguardia consistiría en el predominio cada vez mayor de la forma frente al contenido. La razón fundamental es que la autonomía artística se concibe en términos de autonomía formal. En ello coinciden el formalismo teórico y la práctica vanguardista.
El Formalismo es uno de los presupuestos teóricos más importantes del arte del siglo XX. En particular, la influencia de Fiedler sobre la Vanguardia no es sólo indirecta. La relación se dio de hecho a través del teórico francés del Impresionismo Jules Laforgue, quien veía en este movimiento el desarrollo de una visión propia de la naturaleza, que necesariamente era transformada en la actividad artística5. Se ha considerado también el papel que la teoría de Fiedler jugó como legitimadora de la primera abstracción. No se trata únicamente de que sus ideas fueran utilizadas por una época en la batalla de la abstracción frente al naturalismo, sino que sus escritos serían conocidos por artistas como Klee o Cézanne, en cuyos escritos teóricos encontramos ideas que son eco de las del teórico alemán.
La evolución de la estética del siglo XIX muestra cómo la autonomía estética, que el Empirismo y Kant referían a la experiencia, es decir, al gusto, es asumida por el mundo del arte, la crítica y la producción, en los últimos años del siglo, en lo que es el comienzo de la contemporaneidad artística. Pues bien, los rasgos de aconceptualidad y desinterés, propios de los juicios de gusto, pasan a ser considerados también propios de lo artístico. También ya desde comienzos de siglo numerosos autores bajo la reacción a la estética hegeliana inauguran una forma distinta de considerar la historia del arte. Como M. Podro ha mostrado, estos historiadores consideran su tarea como una en la cual la concepción de lo que sea el arte es determinante. Esta es la huella hegeliana. Sólo una clara autoconciencia del trabajo teórico y evaluativo que subyace en la labor historiográfica permite el surgimiento de una moderna historia del arte. Formular su autonomía exige encontrar en la cadena del arte los principios que ligan al arte del pasado con el arte del p...

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