
- 592 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Estrategia es un libro mítico, un clásico inencontrable en España, que inspiró a insignes militares y fue lectura de cabecera de Kennedy durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Uno de los más importantes tratados militares de todos los tiempos, a la altura de El arte de la guerra de Sun-Tzu o De la guerra de Von Clausewitz. En esta obra Liddell Hart —bautizado por los militares israelíes como "el capitán que enseñó a generales"— expone sus ideas sobre la estrategia de la aproximación indirecta, cuya aplicación exitosa no solo demuestra con ejemplos de siglos de combates, sino que considera válidas para el mundo de los negocios, la política o las relaciones personales.
Algunos de los más eminentes jefes militares del siglo xx rindieron homenaje a Liddell Hart con sus propias palabras:
"Yo fui uno de los discípulos del capitán Liddell Hart en materia de guerra acorazada". General Heinz Guderian.
"Me he alimentado durante años de sus lecturas y enriquecido con sus ideas". General George S. Patton.
"Los británicos podrían haber evitado gran parte de sus derrotas si hubieran prestado atención a las novedosas teorías expuestas por Liddell Hart antes de la guerra". Mariscal de campo Erwin Rommel
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Historia militar y marítimaPRIMERA PARTE
La estrategia desde el
siglo v a. C. al siglo xx d. C.
La estrategia desde el
siglo v a. C. al siglo xx d. C.
1
La historia como experiencia práctica
La historia como experiencia práctica
«Los necios afirman que aprenden de su propia experiencia. Yo prefiero aprovecharme de la experiencia ajena». Esta sentencia, que cito de Bismarck, pero que ni mucho menos es original suya, tiene un especial significado en el ámbito militar. A diferencia de lo que ocurre en otras profesiones, no es habitual que el soldado «de carrera» pueda poner en práctica su oficio. Es más, podría argüirse incluso que, en sentido literal, el oficio de las armas no es ni siquiera una profesión, sino un mero «empleo ocasional», y que, paradójicamente, dejó de ser una profesión cuando las tropas de mercenarios a las que se contrataba y pagaba para participar en una guerra fueron reemplazadas por ejércitos permanentes a los que se seguía pagando en tiempos de paz.
Si bien dicho argumento —el de que en sentido estricto no existe nada semejante al «oficio de las armas»— no se sustenta en términos de trabajo en la mayoría de los ejércitos modernos, no hay duda de que, desde el punto de vista práctico, se ve inevitablemente reforzado, puesto que las guerras han ido a menos, si bien se han tornado más devastadoras, en comparación con lo que sucedía en la Antigüedad. Y es que incluso la mejor de las instrucciones militares en tiempos de paz tiene más de «teórica» que de «práctica».
Pero el aforismo de Bismarck arroja una luz diferente, y más esclarecedora, sobre el problema. Nos ayuda a que nos demos cuenta de que existen dos formas de experiencia práctica, la directa y la indirecta, y que, de entre las dos, la segunda puede ser la más valiosa por ser infinitamente más amplia. Incluso en la más activa de las profesiones, especialmente en el oficio de soldado, el espectro y las posibilidades de obtener una experiencia directa son muy limitados. En contraste con la militar, la profesión médica proporciona una práctica incesante. Así y todo, los grandes avances en medicina y cirugía han llegado más a menudo de la mano del pensador científico y del investigador que del médico practicante.
La experiencia directa es intrínsecamente demasiado limitada como para conformar una base adecuada, ya sea para su desarrollo teórico como para su aplicación. En el mejor de los casos, proporciona un entorno adecuado para la sedimentación y el fortalecimiento de las estructuras ideadas por el pensamiento. El valor añadido de la experiencia indirecta radica en que es más variada y amplia. «La historia es experiencia universal», no la experiencia de otro, sino la de muchos otros bajo múltiples circunstancias.
Esta es la justificación lógica para que la historia militar sea la base de la educación militar: su valor preponderantemente práctico en la instrucción y el desarrollo intelectual de un soldado. Pero sus beneficios dependen, como ocurre con cualquier tipo de experiencia, de su amplitud: en lo mucho que se acerque a la definición ya citada y en el método que se siga para estudiarla.
Todo soldado considera una verdad universal ese dicho tan citado de Napoleón en el que afirma que, en la guerra, «la moral es a lo físico como tres a uno». Una proporción aritmética que en la realidad puede carecer de valor, puesto que la moral tiende a decaer si las armas no son las adecuadas, y de poco sirve la más firme voluntad en un cuerpo inerte. Pero, aunque los factores morales y físicos son inseparables e indivisibles, el dicho es imperecedero porque expresa la idea de la preeminencia de los factores morales en todas las decisiones militares. En torno a ellos gira siempre la problemática de la guerra y la batalla. En la historia de la guerra, los factores morales son los más constantes, solo cambian en intensidad, mientras que los físicos son diferentes en casi todas las guerras y en casi todos los enfrentamientos militares.
Darse cuenta de esto afecta a toda la cuestión del estudio de la historia militar con fines prácticos. El método utilizado con las últimas generaciones ha consistido en escoger una o dos campañas y estudiarlas exhaustivamente con el fin de proporcionar instrucción profesional y, también, los fundamentos de la doctrina militar. Pero esta es una base muy limitada y, con los continuos cambios que experimentan los medios militares de una guerra a otra, hace que corramos el riesgo de que nuestra visión sea muy estrecha y las lecciones falaces. En el plano físico, el único factor constante es que los medios y las condiciones son invariablemente inconstantes.
En contraste, la naturaleza humana varía poquísimo en sus formas de reaccionar ante el peligro. Hay hombres que, por su genética, sus circunstancias personales o su instrucción son menos sensibles que otros, pero la diferencia entre unos y otros son cuestión de grado, no es algo fundamental. Esa diferencia de grado resulta más desconcertante y más difícil de medir cuanto más concreta es la situación y más concreto es nuestro estudio. Así, es posible que nos impida prever con exactitud la resistencia que ofrecerán los hombres en una situación dada, pero no invalidará los criterios por los que sabemos que su resistencia será menor si son cogidos por sorpresa que si están alerta; si están fatigados y hambrientos que si están descansados y bien alimentados. Cuanto más amplio es el estudio psicológico mejor es la base que ofrece para extraer deducciones.
La primacía de lo psicológico sobre lo físico y su mayor constancia nos llevan a concluir que los fundamentos de cualquier teoría de la guerra deberían ser lo más amplios posible. El estudio integral de una campaña que no esté basado en un conocimiento profundo de la historia de la guerra en su conjunto tiene muchas probabilidades de inducirnos a error. Pero cuando se detecta que un efecto específico es producto de una causa específica en un número considerable o cuantioso de casos, en diferentes épocas y en diversas situaciones, entonces sí existe una base para considerar esa causa como parte integral de cualquier teoría de la guerra.
Las tesis que se plantean en este libro son el producto de esa clase de análisis «extensivo». Es más, se podría decir que son el efecto conjunto de una serie de causas concretas, y que están íntimamente relacionadas con mi labor como editor militar de la Enciclopedia Británica. Y es que, aunque con anterioridad yo ya había ahondado en diversos periodos de la historia militar llevado por mis intereses personales, esta tarea requirió que realizara una investigación general de todos los periodos. El investigador profesional —o incluso uno ocasional, para entendernos— tiene al menos una perspectiva amplia y puede abarcar la totalidad del terreno, mientras que el minero solo conoce la veta en la que trabaja.
Al realizar tal investigación fue quedando cada vez más patente una impresión, que no era otra que la sensación de que en el transcurso de los siglos rara vez se han obtenido resultados efectivos en la guerra si la aproximación no ha sido lo bastante indirecta como para asegurarse de que se cogía desprevenido al oponente. Esta cualidad indirecta se ha practicado a menudo en el plano físico, y siempre en el psicológico. En la estrategia, el camino más largo es con frecuencia la manera más rápida de llegar a casa.
Hay una lección que emerge cada vez con mayor nitidez, y es que la aproximación directa a un propósito mental, o a un objetivo físico, siguiendo la «línea natural de expectativa» del oponente, tiende a producir resultados negativos. La razón de que esto ocurra se explica a la perfección en la frase de Napoleón citada con anterioridad: «La moral es a lo físico como tres a uno». Desde el punto de vista científico, podríamos explicarlo diciendo que, mientras que la fortaleza de un ejército o un país enemigos reside, aparentemente, en su número de integrantes y su cantidad de recursos, estos dependen en última instancia de la estabilidad del control, la moral y los suministros.
Seguir la línea natural de expectativa consolida el equilibrio del oponente e incrementa, por tanto, su capacidad de resistencia. En la guerra, al igual que en la lucha libre, cualquier intento de derribar al oponente sin antes debilitar su punto de apoyo y hacerle perder el equilibrio solo redunda en el agotamiento del atacante, que ve aumentado de forma exponencial y desproporcionada el efecto de la presión real que soporta. Alcanzar la victoria a través de este método solo es posible cuando la superioridad sobre el oponente es inmensa, y aun así la victoria tiende a resultar menos decisiva. En la mayoría de las campañas, la dislocación del equilibrio psicológico y físico del enemigo ha sido el preludio necesario de cualquier intento de derrotarlo decisivamente.
Esta dislocación se hace efectiva por medio de una aproximación indirecta estratégica, ya sea intencionada o fortuita. Y puede adoptar formas muy variadas, como revelan los análisis. Porque la estrategia de la aproximación indirecta incluye, pero también trasciende, la manoeuvre sur les derrières —maniobra sobre la retaguardia— que los estudios del general Camon demostraron que fue el objetivo y el método clave empleado constantemente por Napoleón en sus operaciones. Camon se centraría sobre todo en los desplazamientos logísticos —en los factores tiempo, espacio y comunicaciones—. Pero, tras un análisis de los factores psicológicos, ha quedado claro que existe una relación subyacente entre muchas operaciones estratégicas que sobre el terreno no se parecen en nada a una maniobra contra la retaguardia del enemigo, pero que, no obstante, son, sin duda, ejemplos clarísimos de «estrategia de aproximación indirecta».
Para rastrear esta relación y determinar el carácter de las operaciones, es innecesario detenerse en el balance numérico de los ejércitos y en los detalles de suministros y transporte. Lo que nos atañe son, simplemente, los efectos históricos en una amplia serie de casos y los movimientos logísticos o psicológicos que condujeron a ellos.
Si efectos similares son consecuencia de movimientos fundamentalmente similares, en situaciones que pueden variar en gran medida de naturaleza, escala y fecha, no cabe duda de que existe una conexión subyacente de la que podemos deducir lógicamente una causa común. Y cuanto más amplia sea la variedad de situaciones, más validez tendrá dicha deducción.
El valor objetivo de un análisis amplio de la guerra no se limita a la búsqueda de una doctrina nueva y verdadera. Si un análisis amplio es la base esencial para cualquier teoría de la guerra, también resulta igual de necesario para cualquiera que curse la carrera militar y quiera formarse una opinión y un punto de vista propios. De no ser así, sus conocimientos de la guerra serán como una pirámide invertida precariamente apoyada sobre un fino vértice.
2
Guerras de la Antigua Grecia:
Epaminondas, Filipo II de Macedonia y Alejandro Magno
Guerras de la Antigua Grecia:
Epaminondas, Filipo II de Macedonia y Alejandro Magno
El punto de partida lógico para cualquier análisis es la primera «Gran Guerra» de la historia europea: la Primera Guerra Médica. Pocas conclusiones podemos esperar extraer de un periodo en el que la estrategia estaba todavía en pañales, pero el nombre de Maratón está grabado a fuego en la mente y la imaginación de todo amante de la historia, de modo que no se puede obviar. Mayor fue la huella que dejó en la imaginación de los griegos y de ahí que estos exageraran su trascendencia y, a través de ellos, lo hicieran los europeos en cualquier época posterior. No obstante, solo hace falta moderar su importancia a proporciones más justas, para que su significación estratégica gane relevancia.
La invasión persa en 490 a. C. fue una campaña punitiva comparativamente pequeña con la que se pretendía dar una lección a Eretria y Atenas —estados insignificantes ambos, a ojos de Darío— y enseñarles a que se ocuparan de sus propios asuntos y se abstuvieran de espolear las revueltas entre los súbditos griegos de Persia en Asia Menor. Eretria fue destruida y sus habitantes deportados y reasentados en el golfo Pérsico. Llegó entonces el turno de Atenas, donde era bien sabido que el partido ultrademocrático tenía intención de apoyar la intervención persa contra su propio partido conservador. Los persas, en lugar de avanzar directamente sobre Atenas, desembarcaron en Maratón, ciudad situada treinta y ocho kilómetros al noreste. De esta forma podían contar con atraer al ejército ateniense hacia ellos y facilitar a sus partidarios la toma del poder en Atenas, mientras que un ataque directo a la ciudad habría obstaculizado el levantamiento, e incluso podría haber suscitado una concentración de fuerzas contra ellos; y, en cualquier caso, les habría supuesto tener que afrontar la dificultad añadida de un asedio.
Si estos fueron los cálculos de los persas, el cebo funcionó. El ejército ateniense marchó hacia Maratón a su encuentro, mientras ellos procedían a ejecutar el siguiente paso de su plan estratégico. Bajo la protección de una fuerza de cobertura, volvieron a embarcar al resto del ejército con el fin de trasladarlo hasta Fáliro, desembarcar allí y asaltar la desprevenida Atenas por sorpresa. La sutileza de este plan es notable, aun cuando fracasó debido a una serie de factores.
Gracias al arrojo de Milcíades, los atenienses aprovecharon su única oportunidad y atacaron sin demora a la fuerza de cobertura. En la batalla de Maratón, la superioridad de la panoplia de los griegos y la mayor longitud de sus lanzas, que siempre fueron sus mejores bazas contra los persas, contribuyeron a otorgarles la victoria, aunque el combate fue más duro de lo que sugeriría después la patriótica leyenda, y gran parte de la fuerza de cobertura persa consiguió ponerse a salvo en los barcos. Los atenienses, reforzados por la victoria, emprendieron rápidamente la marcha de regreso a su ciudad y esa velocidad, combinada con la dilación del partido desleal, los salvó. Porque cuando el ejército ateniense regresó a Atenas, los persas se dieron cuenta de que un asedio era inevitable y pusieron rumbo a Asia en sus naves, conscientes de que alcanzar su objetivo, que era meramente punitivo, a tan alto precio no merecía la pena.
Transcurrieron diez años antes de que los persas se embarcaran en otra esforzada campaña. Los griegos no reaccionaron a aquella primera advertencia sino muy lentamente, y hasta 487 a. C. no empezó Atenas a expandir su flota, la cual habría de convertirse en el factor decisivo a la hora de contrarrestar la superioridad de los ejércitos terrestres persas. Por ello puede afirmarse sin lugar a duda que a Grecia y a Europa las salvaron una revuelta en Egipto —que monopolizó la atención de Persia y la mantuvo ocupada desde 486 hasta 484— y la muerte de Darío, el más capaz de los gobernantes persas de la época.
Cuando la amenaza se concretó, en 481, esta vez a gran escala, su magnitud no solo contribuyó a consolidar a las facciones y estados griegos contra ella, sino que obligó a Jerjes a emprender una aproximación directa a su objetivo. El ejército era demasiado numeroso para ser transportado por mar, así que no tuvo otro remedio que tomar una ruta terrestre. Además, era demasiado grande para abastecerlo, de modo que había que servirse de la flota para cubrir ese propósito. El ejército estaba atado a la costa, y la flota al ejército: apenas tenían libertad de movimiento. De este modo, los griegos sabían con certeza por qué línea esperar el avance del enemigo, y los persas no podían desviarse de ella.
La orografía brindaba a los griegos una serie de puntos donde podían bloquear con firmeza la línea natural de expectativa y, como observa Grundy, de no haber sido por las diferencias de opinión y de intereses en el seno del bando griego «es probable que el invasor no hubiese llegado jamás al sur de las Termópilas». Sea como fuere, la historia ganó una crónica inmortal y fue e...
Índice
- Prólogo a la edición española:En busca de la estrategia
- Prólogo a la segunda edición revisada
- Prólogo
- PRIMERA PARTE. La estrategia desde el siglo v a. C. al siglo xx d. C.
- SEGUNDA PARTE. La estrategia en la Primera Guerra Mundial
- TERCERA PARTE. La estrategia en la Segunda Guerra Mundial
- CUARTA PARTE. Fundamentos de la estrategia y de la gran estrategia
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