Historia del Movimiento Evita
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Historia del Movimiento Evita

La organización social que entró al Estado sin abandonar la calle

Francisco Longa

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Historia del Movimiento Evita

La organización social que entró al Estado sin abandonar la calle

Francisco Longa

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Sus banderas están en las movilizaciones callejeras, sus militantes trabajan en los barrios, sus dirigentes obtienen cargos en intendencias, bancas en las legislaturas y en el Congreso. Adhirió al kirchnerismo e integró sus gobiernos, pero en los mismos años demostró en la calle el rechazo a algunas de sus políticas. Denunció activamente el ajuste neoliberal del macrismo, pero negoció con sus funcionarios y logró más poder en el manejo de planes sociales. Algunos de sus seguidores marchan en reclamo por la situación laboral tras una imagen de San Cayetano; otros lo hacen en apoyo a la legalización del aborto.El Movimiento Evita es una de las organizaciones sociales más grandes, discutidas y singulares de la Argentina, y un participante activo de su escena política. De alto perfil público, enorme capacidad de movilización y agenda política propia, el Evita logró arraigo en cientos de barrios populares de casi todas las provincias, consolidó su capacidad de generar fuertes lazos entre los militantes –incluso de crear y "educar" cuadros políticos–, evitó siempre las discusiones ideológicas, hizo y deshizo alianzas sin haber sufrido una ruptura en más de una década de existencia.Este libro, el primero en explorar en profundidad y específicamente al Movimiento Evita, recorre sus orígenes, identidad y estrategias políticas y se pregunta qué implica el acceso a cargos de gestión en el Estado para una organización que hizo una bandera de la autonomía y que, como dice su líder Emilio Pérsico, quiere representar a "los últimos de la fila". ¿Se burocratiza? ¿"Traiciona" sus ideales? ¿Puede estar a la vez en la calle, en los barrios y en el Estado?Francisco Longa construye un retrato equilibrado y persuasivo de un espacio político díscolo, plebeyo, verticalista y pragmático, que con sus particularidades ilumina el siempre dinámico mundo de las organizaciones sociales en la Argentina.

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Información

1. Las organizaciones nacional-populares
Del mundo piquetero al gobierno kirchnerista
Primeros pasos: la resistencia a la “traición” menemista
Para evocar los orígenes del Movimiento Evita es indispensable remontarse a la reconfiguración neoliberal del Estado y de la sociedad que tuvo lugar en la Argentina durante la década de 1990 (Thwaites Rey, 1999). La Argentina de finales del siglo XX, marcada por la crisis, se había convertido en un verdadero laboratorio político: organizaciones de desocupados, movimientos sociales y fábricas recuperadas, entre otros, poblaban la escena pública. Durante esos años, la mayoría de las organizaciones barriales nacional-populares hizo una crítica al peronismo desde el propio campo peronista, tratando de recuperar la simbología combatiente de su vertiente revolucionaria en contraposición a la “entrega del país” que para ellos habían significado las dos presidencias de Carlos Menem.
Es sabido que Menem aplicó un programa de ajuste neoliberal que terminó por dilapidar las empresas estatales, por flexibilizar las condiciones de empleo y por aumentar la deuda externa, entre otros efectos. El conjunto de medidas económicas, políticas y sociales implementadas durante el menemismo llevó al debilitamiento de las capacidades estatales (Sidicaro, 2001) y al deterioro de las condiciones generales de vida de la sociedad argentina (Mallimaci, 2002), en especial en los sectores más vulnerables. En ese contexto, grupos y dirigentes que históricamente habían defendido las banderas del peronismo denunciaron la política neoliberal de Menem y se constituyeron como opositores al gobierno.
Durante la década de 1990 un número importante de militantes que se reconocían peronistas, pero que denunciaban las políticas de Menem, experimentó una serie de oportunidades políticas propicia para reactivar una retórica combativa que podía enlazarse con la tradición del peronismo revolucionario de las décadas de 1960 y 1970.[5] En ese contexto, algunas agrupaciones y dirigentes desestimaron la participación electoral y otros hicieron intentos proselitistas con magros resultados. Lo cierto es que la mayoría coincidió en apuntar al trabajo social o barrial que, en función de la crisis económica que el menemismo provocaba, aumentaba exponencialmente su demanda de militancia. Estas organizaciones nacional-populares se dedicaron sobre todo al trabajo de base en los territorios marginales, apuntalando comedores barriales y espacios educativos para la niñez –también brindando talleres de alfabetización para adultos–, y otros trabajos comunitarios similares. Esta construcción de base y el asiento en las barriadas los llevó a formar una serie de agrupamientos que acompañaron el nacimiento del movimiento piquetero en el país. De hecho, la tradición nacional-popular fue una de las tres vertientes que nutrieron a este ascendente campo de organizaciones (Svampa y Pereyra, 2004).[6]
A raíz de las políticas de flexibilización laboral y la privatización de las empresas estatales durante los gobiernos menemistas, muchos trabajadores quedaron en la calle y se comenzaron a conformar Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) que aglutinaron a enormes cantidades de personas y se expandieron por numerosas provincias. Con el corte de ruta –o “piquete”– como método privilegiado de acción colectiva, fueron ganando protagonismo en la agenda pública, hasta que el movimiento piquetero se convirtió en un actor central de la política argentina. Algunos de los agrupamientos que reivindicaban la tradición nacional-popular fueron la Federación de Tierra y Vivienda, Barrios de Pie, el MTD Evita, el MTD Resistir y Vencer y el Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho, entre otros. La mayoría reivindicaba además en forma explícita al “peronismo revolucionario” y criticaba al menemismo por desvirtuar las tradicionales banderas peronistas asociadas a la defensa de los trabajadores. El clima instituyente de las luchas de finales de los noventa (Merino, 2013) fue dotando a estas organizaciones de un fuerte perfil combativo y callejero. Ese influjo implicó la construcción desde la práctica de nuevas formas democráticas que cuestionaban al poder instituido. El repertorio de protesta incluyó cortes de ruta, ocupaciones de fábricas y tomas de oficinas públicas. Fue la calle el lugar desde el cual las organizaciones nacional-populares continuaron construyendo poder y manifestándose, aunque ya en 1999 algunas de ellas habían hecho intentos electorales con poco éxito.[7]
Desde ya que las jornadas de protesta del 19 y el 20 de diciembre de 2001, que terminaron con la salida del entonces presidente Fernando de la Rúa, también tuvieron a estos agrupamientos como participantes. La asunción de Eduardo Duhalde como presidente de transición no modificó sus posturas: Duhalde era un histórico referente del peronismo del Conurbano bonaerense aliado a Menem, por lo que la mayoría de estos agrupamientos impugnó su figura y continuó su trabajo social en las barriadas. Ni siquiera la aparición de un casi desconocido dirigente político del peronismo patagónico modificó en principio sus posiciones.
“A Néstor le tenía una desconfianza terrible”
Aunque resulte llamativo en la actualidad, porque la mayoría de estas organizaciones luego adhirió fervientemente a las políticas kirchneristas, muchos de los agrupamientos nacional-populares que se desarrollaron durante la década del noventa vieron con recelo la aparición en la escena política nacional de Néstor Kirchner en 2003. Incluso algunos militantes, que luego fueron dirigentes del Evita, realizaron actos para boicotear las elecciones de ese año por considerar que los candidatos expresaban una continuidad con las políticas neoliberales.
En ese contexto la posición que adoptó la mayoría de los agrupamientos piqueteros nacional-populares fue la impugnación electoral. Más aún, optaron por realizar un boicot activo a la campaña, tal vez influenciados por el clima de lucha callejera de finales de 2001. Frente al llamado a las urnas prefirieron poner nuevamente el foco en la construcción de poder por fuera del Estado. En abril de 2003 el MTD Evita junto con el MTD Resistir y Vencer, el MPR Quebracho, Malón y Marcha Grande, conformaron el espacio Patria o Muerte, en el que el perfil de impugnación a la democracia representativa continuó instalado con fuerza. Respecto de las elecciones de 2003, declararon:
La partidocracia corrupta sigue sin acusar recibo. Se prepara, como si nada, para montar una nueva farsa electoral […]. Hacemos un llamado a autoconvocarnos todos los sectores dispuestos a movilizarnos y construir una gran contracampaña que a lo largo y ancho del país, desde ahora y hasta el día de las elecciones, les recuerde lo que ya parecen haber olvidado: que tienen que irse todos.[8]
Cuando se indaga en la actualidad a los militantes del Movimiento Evita acerca de cómo fue percibida en un primer momento la figura de Néstor Kirchner, ese rechazo es recordado con claridad. Son numerosos los militantes que señalan: “Al principio a Kirchner no le creímos”, o “Lo vimos como una continuación del duhaldismo”. Para Silvia, que venía de militar en el Partido Justicialista (PJ) durante los noventa pero del cual se había ido espantada por las políticas de Menem, esa marca aún estaba latente en 2003:
Hubo una desilusión muy grande en la política para mí que fue Menem […] y yo tenía mucha desilusión porque se presentaba Kirchner. Unos compañeros vinieron a verme y yo les dije que no, dije: “No, yo bulto no le hago más a nadie, y menos a Duhalde. ¡Menos a Duhalde!”. Y ellos me decían: “Esto es distinto”. Y yo: “¡No! ¡Basta!”. Para mí se murió Duhalde, se murió Menem, se murieron todos. […] A Néstor le tenía una desconfianza terrible.
Desde la mirada analítica sobre los movimientos sociales, propuesta por autores como Alberto Melucci o Alain Touraine, las orientaciones y los sentidos que los actores les dan a sus propias vivencias políticas son la carnadura de los posicionamientos orgánicos que los movimientos expresan en documentos y comunicados, de allí su importancia. Esta desconfianza no solamente se acentuaba en militantes con experiencia en el PJ, como Silvia, sino también en aquellos que provenían de tradiciones de la izquierda autonomista. Estos manifestaban un rechazo aún mayor hacia Néstor Kirchner, principalmente porque llegaba de la mano de Eduardo Duhalde: “Yo no quería saber nada con Kirchner. En 2003 un compañero me decía: ‘Che, pero mirá lo que dice este tipo’, y yo le respondía: ‘¡No! Salí con ese duhaldista de mierda’, y él me insistía: ‘Pero no, ¡mirá lo que está diciendo!”, cuenta Joaquín Noya, joven dirigente del Movimiento Evita con paso por la militancia autonomista, que fue luego concejal en el municipio bonaerense de Vicente López.
Estos testimonios reflejan y sustentan la orientación política presente en la primera etapa de las organizaciones que conformaron el Movimiento Evita. Ana Natalucci, quien ha estudiado en profundidad el movimiento, identifica toda esta primera etapa –que va desde 2002 hasta mayo de 2003– como atravesada por el boicot electoral y por la relevancia dada a la construcción en el territorio. Como escribió el periodista Christian Boyanovsky Bazán: “Todas las expresiones nucleadas en Patria o Muerte vieron en Kirchner un continuador de las políticas liberales de Duhalde” (2010: 109). Pero ante la posibilidad concreta de que Menem retornara a la presidencia si lograba imponerse en el balotaje frente a Kirchner, muchas organizaciones que venían promoviendo el boicot electoral comenzaron a flexibilizar su posición: “Algunas agrupaciones, como el MP20 y las 4P, bajaron el tono crítico y, por lo bajo, hablaban de impulsar el voto al santacruceño” (Boyanovsky Bazán, 2010: 109). Aquí se comienza a observar cómo despuntó un perfil más matizado en la lectura del escenario político, que dejaba atrás el rechazo de plano hacia la figura de Kirchner.
Emilio Pérsico suele repetir que las charlas por aquellos años con Jorge Cepernic, que había sido gobernador de la provincia de Santa Cruz entre mayo de 1973 y octubre de 1974, le hicieron cambiar su mirada sobre Kirchner:
Cepernic me decía que el mejor gobernador de Santa Cruz había sido Kirchner. “‘No”, le decía yo, “el mejor gobernador de la historia fue usted […], este está a favor de las petroleras”. Yo tenía esa postura, pero después entendí que Néstor interpretó la situación en la que estábamos, esperó para encontrar la brecha en el dique y cuando la vio se mandó de cabeza.[9]
Luego de la asunción de Néstor Kirchner en mayo de 2003, y con sus primeras medidas, la cercanía de estos grupos con el gobierno comenzó a ser cada vez mayor.
Kirchner presidente y un dilema para los movimientos sociales
La llegada de Kirchner al poder tuvo un fortísimo impacto en el mundo de los movimientos sociales y en el campo académico e intelectual de la Argentina. Los trabajos que se han dedicado a estudiar el derrotero de su primer gobierno destacan una serie de medidas que le permitieron acrecentar su legitimidad, focalizadas principalmente en el ámbito de los derechos humanos y de la justicia (Iraola, 2011). La renovación de la Corte Suprema –que permanecía con su conformación menemista–, la transformación del predio de la Escuela de Mecánica de la Armada (símbolo de los centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar), en Espacio para la Memoria gestionado por los propios organismos de derechos humanos, el rechazo al proyecto económico impulsado por los Estados Unidos de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y el acercamiento hacia los gobiernos progresistas de Hugo Chávez en Venezuela y de Lula da Silva en Brasil, son todas acciones que han sido señaladas como las iniciativas desde las cuales el gobierno de Kirchner logró posicionarse, construir su legitimidad (Moreira y Barbosa, 2010) y mostrar un perfil progresista.
En suma, estas medidas generaron “un nuevo escenario político, interpelando fuertemente a la sociedad y a las organizaciones sociales movilizadas” (Svampa, 2011: 19). Además, Kirchner hizo una apuesta por equilibrar el centro histórico del poder peronista a través de una estrategia de “transversalidad” mediante la cual pretendió hacer convivir a las estructuras tradicionales del Partido Justicialista con los movimientos sociales que se acercaban a su proyecto. Se trató, dice Svampa (2008), de un cambio de época que se inscribía a la vez en el nuevo tiempo que atravesaba América Latina, con gobiernos progresistas en varios países (Sader, 2009).
Uno de los aspectos del kirchnerismo que más caló en los dirigentes que provenían del movimiento piquetero fue su posición ante la brutal represión que había llevado adelante el gobierno de Eduardo Duhalde el 26 de junio de 2002 en el Puente Pueyrredón contra algunas organizaciones piqueteras, en la que fueron asesinados los jóvenes militantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Si bien Kirchner había llegado a la presidencia como el candidato de Duhalde, una vez en la Casa Rosada invitó a los referentes de las organizaciones que aquel día habían protagonizado las protestas. Para algunos de ellos el presidente mostraba vocación política de enjuiciar a los responsables materiales de los asesinatos de Santillán y Kosteki. Para otros, se trataba solamente de un gesto demagógico de cooptación hacia los piqueteros ya que, por otro lado, el entonces secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, les exigía a las organizaciones que dejaran de realizar protestas como moneda de cambio por la apertura que ofrecía Kirchner. Es así que el kirchnerismo comenzó a aplicar una lógica doble que implicaba una apertura moderada de los espacios del gobierno para los movimientos sociales aliados, pero también un disciplinamiento a los movimientos opositores. Este nuevo escenario fue un parteaguas que sembró algunas disyuntivas: ¿correspondía acompañar al nuevo gobierno y sumarse a la gestión del Estado? ¿O más bien debían continuar la organización por fuera del Estado para no perder su autonomía?
Estos interrogantes se relacionaban con el viejo dilema, que interpelaba tanto a los movimientos sociales como a la intelectualidad, sobre los límites y las potencialidades de ser parte de un gobierno. En el campo académico ya desde las décadas de 1980 y 1990 teóricos como Roberto Mangabeira Unger (1987) y Gerardo Munck (1995) habían advertido acerca de esta encrucijada: mientras la apuesta por la construcción en el campo social puede terminar por ser meramente defensiva, aquellos movimientos que disputen el campo político-institucional se arriesgan a perder sus perfiles emancipadores, al quedar “cooptados” en la propia estructura paralizante del Estado.
En la Argentina, ante la política explícita de Kirchner de incorporar ...

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