EPÍLOGO PARA LA EDICIÓN ESPAÑOLA
(2017)
Violación Nueva York, haciendo zoom, parte desde lo abstracto de un sistema para llevar el foco hacia un caso concreto, y cuenta cómo Nueva York «viola», y qué es violar y ser violado. Violación Nueva York es, por un lado, una investigación sobre las fuerzas que controlan una ciudad que está en proceso de transformación inmobiliaria: la especulación, el valor del suelo, los cambios legislativos, la ideología asociada al tipo de construcción y al tipo de propiedad, los intereses y estrategias de las promotoras, etcétera; y por otro lado, es una indagación sobre qué es violar: sentirse en casa, aceptado a la fuerza en el cuerpo del otro, entrar en otra persona, llevar a cabo la máxima intromisión posible en la intimidad del otro.
Quise escribir de una forma personal, aunque sin perder de vista lo que cada cosa significa a gran escala, haciendo un análisis de la situación, pero volviendo a lo más íntimo, puesto que estoy hablando de mi propia violación.
El título de este libro, en su edición original, era Rape New York. The Story of a Rape and Examination of a Culture of Predation, que se traduce como Violación Nueva York. Historia de una violación y análisis de una cultura predatoria. El libro lo escribí en inglés.
VIOLACIÓN NUEVA YORK, O CÓMO NUEVA YORK VIOLA (A TRAVÉS DE LA INDUSTRIA INMOBILIARIA, MEDIANTE LA CONSTANTE ESPECULACIÓN SOBRE EL SUELO URBANO)
Violación Nueva York significa que pensar en Nueva York equivale a pensar en violación y en especulación inmobiliaria: la renovación constante de la ciudad, los abusos que promotores y constructoras cometen para conseguir sus fines. La especulación inmobiliaria parece que fuera solo algo relativo al mercado de los pisos, pero actúa sobre nuestra propia carne. Afecta al día a día de nuestras vidas, y llega incluso a meterse en nuestro interior.
Gentrificación, desalojo y violación
La violación es una de las operaciones más perversas del acoso inmobiliario.
El acoso inmobiliario, una práctica sistemática que forma parte esencial del proceso de gentrificación de bloques y de barrios, se refiere al uso por parte de los caseros (agentes o promotores) de la invitación a la delincuencia. Así, la violación se usa como instrumento para hacer que los vecinos se vayan de sus casas para que los edificios queden libres y se puedan construir edificios nuevos no sujetos a restricciones de renta. La promoción de viviendas y la gentrificación es un proceso lento que consiste en ir expulsando de uno en uno a cada inquilino de cada piso. La violación, es una forma de deshaucio que se da en un boom inmobiliario cuando este se produce sin control.
La gentrificación es un proceso muy bien explicado en el artículo de Lidija Hass «Building Insecurity: How Violent Crime Helps Reshape New York’s Landscape», donde habla sobre mi libro y dice:
Hay una historia de la gentrificación de Nueva York que todo el mundo conoce, la de Nueva York convertida en una Disneylandia, un parque temático para turistas y norteamericanos ricos; y hay otra historia de la gentrificación de Nueva York que por primera vez se denuncia en el libro Rape New York y que implica el uso de la violación como forma de desplazamiento [...] ¿Es cierto que Nueva York es más segura ahora, o se trata de otra fantasía americana? La artista y pensadora Jana Leo formula la pregunta de otra manera: Segura, pero ¿para quién? En su libro Rape New York cuenta cómo fue víctima de un asalto a mano armada [...]
No es casual que los propietarios descuiden tantísimo la seguridad de los edificios. Que los inquilinos sean vulnerables a las agresiones, la delincuencia y la violación en casa hace que se muden y que los caseros suban los precios. De este modo, los edificios van siendo abandonados, lo que permite reformarlos y convertirlos en apartamentos lujosos, y de esta forma, sus propietarios consiguen enormes beneficios.
Pueblo Nuevo, Madrid - Harlem, Nueva York
En las zonas de transición (sometidas al proceso de gentrificación) hay operaciones y estrategias que son comunes a toda promoción inmobiliaria, en cualquier parte del mundo, independientemente de dónde se den.
Tarde o temprano, toda zona elegida para la promoción inmobiliaria como objetivo de desarrollo y encarecimiento del suelo y las rentas, será sometida a un proceso de transformación. El cambio es inevitable, pero el cuándo y el cómo se vaya a producir ese cambio son inciertos. Durante el proceso de transición unos pocos se enriquecen, y muchos son perjudicados. La duración de la transformación de la zona, el bloque, el barrio... varía desde unos pocos años hasta varias generaciones. Las estrategias van desde cortar servicios básicos (luz, agua...) hasta el acoso inmobiliario, y alcanza actuaciones tan perversas que rayan en lo delictivo e incluso son delito. No hay nada secreto en el mecanismo de promoción inmobiliaria en zonas sometidas a la especulación. El objetivo es claro: multiplicar beneficios exponencialmente. El método es simple: utilizar todos los mecanismos posibles, incluyendo los fraudulentos. El coste para los residentes que se verán desplazados, y los efectos que todo esto produce en las víctimas individualmente, muestran lo sucio de la operación en la pequeña escala.
Personalmente, yo he vivido esta situación dos veces. La primera, de pequeña, ocurrió cuando las viviendas de un barrio de casas bajas unifamiliares, como la casita donde yo vivía con mis padres y mi hermana, fueron vaciadas de sus habitantes y destruidas para ser convertidas en edificios de apartamentos en Pueblo Nuevo, en las afueras de Madrid, en 1969. Y la segunda el año 2000, cuando tenía 35 años y vivía en un apartamento del barrio de Harlem en Nueva York, entre la calle 129 y Convent Avenue.
Cuando tenía unos cuatro años, las casas familiares de alquiler que había en mi barrio empezaron a ser desalojadas. Los inquilinos eran presionados por los propietarios, que querían el terreno para construir edificios de apartamentos, más rentables que las casitas bajas unifamiliares. Esto pasó en el barrio de Pueblo Nuevo, en las afueras de Madrid, alrededor de 1970.
En 1969.
Un hombre con traje y sombrero, que parecía alto desde la mirada de un niño, nos acosaba a mi madre, a mi hermana y a mí cuando mi padre salía a trabajar. Todas las casitas de la comunidad fueron desalojadas, pero mi familia se resistía a marcharse. La empresa promotora, que había comprado el terreno recientemente para construir un edificio de apartamentos, estaba esperando a que mi familia se fuese para poder obtener el permiso de obras del Departamento Municipal de Urbanismo.
La promotora envió al señor del traje y sombrero para presionar a mi familia y conseguir que nos fuésemos. Aparecía casi a diario, y lo estuvo haciendo durante varios años. A veces quitaba unas cuantas tejas y nos amenazaba con derribar la casa por la noche si no nos íbamos. La promotora también envió cartas amenazadoras. A pesar del acoso constante, mis padres decidieron no dejar la casa hasta que no les diesen lo que la ley les concedía como inquilinos por haber estado viviendo en esa casita y pagando el alquiler durante al menos siete años: que se les proporcionara un lugar donde vivir cuando fuese necesario desalojarla, y que se les dieran facilidades para el realojo. Después de varios años de acoso, mi familia llegó a un acuerdo con el dueño. Se les permitiría pagar por debajo del valor de mercado el piso que se les concedería en el nuevo edificio que iba a ser construido por el propietario que les había desalojado. Así podrían tener una vivienda en propiedad sin tener que dejar su barrio. Además, en espera de que estuviese construido el nuevo edificio, nos trasladamos a un piso de alquiler que nos proporcionó a bajo costo el mismo promotor.
Nos mudamos. Era la primera vez que yo vivía en un apartamento. En comparación con los años que pasé en mi casa baja sin agua corriente, con humedad, pero abierta a un patio común con otros vecinos y con árboles frutales, en aquel tercer piso me sentí como si me hubiesen encerrado en una jaula. No tenía patio para jugar y me pasaba las horas en el balcón. Agarrada a la barandilla, me mareaba mirando los coches. Mis padres estaban contentos porque habían conseguido una vivienda en propiedad, con todas las comodidades, como agua caliente y ducha, construcción saludable con suelo de parquet en lugar de tierra, con papel pintado en lugar de la humedad subiendo por las paredes... Pero para mí el cambio fue sobre todo una pérdida, me habían quitado lo más importante: la libertad.
Ese momento marcaría, además, la divergencia entre lo que mis padres creían que era lo mejor y mi propia opinión al respecto. Para ellos lo principal era la comodidad; para mí, la libertad. Como me sentía enajenada en aquellos pisos con balcones que yo percibía como jaulas, no eché raíces en el apartamento de mis padres ni en el barrio, y empecé pronto a pensar en mi objetivo: volar. De hecho volé, me fui lejos, dejé Madrid y vivo en Nueva York desde hace muchos años.
A lo largo de mi vida, aquella primera experie...