Estar con los que mueren
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Estar con los que mueren

Cultivar la compasión y la valentía en presencia de la muerte

  1. 300 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Estar con los que mueren

Cultivar la compasión y la valentía en presencia de la muerte

Descripción del libro

?El enfoque budista sobre la muerte puede ser de gran beneficio para todo tipo de personas, sean cuales sean sus orígenes o creencias. Lo demuestran cuatro décadas de trabajo de Joan Halifax con las personas que están muriendo y con sus cuidadores. Basado en las enseñanzas budistas tradicionales, su trabajo es una fuente de sabiduría para aquellos que tienen la tarea de cuidar a una persona que está muriendo, lo mismo que para quienes se enfrentan a su propia muerte o para los que desean explorar y contemplar el poder transformador del proceso de morir. Las enseñanzas de Joan Halifax muestran cómo desplegar y entrar en contacto con nuestra fortaleza interior y cómo podemos ayudar a otros que están sufriendo a hacer lo mismo.
The Buddhist focus on death can be of great benefit to all kinds of people, regardless of their origins or beliefs. Based on traditional Buddhist teachings, Joan Halifax's book is aimed at anyone caring for a dying person, confronting their own death, or wishing to explore and contemplate the transformative power of the process of death.

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Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788499886671
ISBN del libro electrónico
9788499886961
Edición
1
Categoría
Budismo

PARTE III Tejer un lienzo completo

Para la persona que está muriendo, la tercera y última etapa en este rito de cambio es la experiencia de volver a casa. Aquellos que nos quedamos detrás regresamos por el momento al mundo ordinario para continuar el trabajo del no saber y de ser testigos.
El tercer elemento, la acción compasiva, nos pide que hagamos un lienzo completo de todas las piezas de nuestra vida, que incluyamos todo lo que ha ocurrido y que no rechacemos nada. ¿Qué significa esto? Como aquellos sacerdotes budistas que remendaban sus túnicas con retazos desechados, el que está muriendo y aquellos que le cuidan y luego sufren por su muerte confeccionan un tejido completo con todos los fragmentos andrajosos de su experiencia del viaje.
Como cuidadores, experimentamos la sanación haciendo lo que es necesario para nosotros y para los demás. Para la persona que está muriendo, la sanación significa abandonarse a lo desconocido, estar con la profunda inevitabilidad de la disolución de los elementos y conocer el sabor singular de la libertad de todas las preocupaciones y de todas las cargas, incluidas las del cuerpo y la mente.
Los que lloramos la pérdida sanamos cuando maduramos con nuestra pérdida, cuando aprendemos a aceptar la pérdida y el cambio. Este corazón destrozado que llamamos pena –nuestro vínculo con el otro ahora invisible– es en realidad una flor de loto que se nutre de las aguas frías y oscuras de la pena. El duelo puede transformarse en humildad, fe y ternura cuando lo llevamos con paciencia y respeto y encontramos una relación sana con nuestra tristeza sin que nos sobrepase.
Esta es la tercera etapa del vivir y del morir, ser uno con la verdad completa del cuidado, la entrega y el duelo; todas expresiones de la unidad con la verdad inmensa y sutil de lo que es.

13. Portales a la verdad Del miedo a la liberación

Algo que he aprendido de cada una de las personas que estaban muriendo con las que he trabajado es que el camino hacia la muerte es siempre incomparable. Así como cada uno vive a su manera, también cada uno muere a su manera. Sin embargo, nuestras dificultades a la hora de aproximarnos a la muerte suelen tener una raíz común, la raíz del miedo: miedo al cambio, miedo a perder nuestro ser separado y todo aquello que aparentemente poseemos y miedo al territorio inexplorado en el que estamos entrando. A continuación se describen seis respuestas comunes ante el proceso de morir y la muerte. Al analizarlas podemos darnos cuenta de que no existe una manera «errónea» de morir y que es posible encontrar la liberación final incluso en las situaciones más difíciles.

Temer la muerte

Muchos de nosotros sentiremos miedo cuando nos enfrentemos por primera vez a la muerte o a un diagnóstico catastrófico. Nos da miedo el dolor y cómo afrontarlo; nos da miedo la pérdida de todo lo que valoramos, incluyendo nuestras capacidades, nuestras posesiones, nuestras relaciones y nuestra dignidad, y nos da miedo lo desconocido: la aniquilación del ser. Muchas veces es miedo lo que subyace detrás de los intentos de mantener la vida mediante intervenciones médicas heroicas, sin que importe la calidad de vida que se derive de ellas.
Aceptar la muerte como una parte natural de la vida suena sencillo; todo lo que se interpone en nuestro camino es el miedo a morir bien… y a vivir bien. Aunque el miedo puede ser un obstáculo terrible a medida que se acerca la muerte, también puede ser un aliado al empujar a las personas que están muriendo y a sus familiares a buscar ayuda de naturaleza espiritual cuando la medicina tiene poco que ofrecer. El miedo nos puede ayudar a ver lo que es realmente importante y obligarnos a priorizar. Tal vez descubramos que dentro de nuestro miedo existen semillas preciosas de sabiduría. Por esta razón, soy muy cuidadosa a la hora de no juzgar la actitud de una persona ante su proceso de muerte, ya sea miedo, rebeldía, aceptación o liberación.
Muchos de nosotros hemos experimentado miedo en el núcleo de nuestro ser. Podemos trabajar con el miedo a través de la práctica al ofrecer un espacio a nuestros propios miedos y a los de los demás. Siendo testigos de esta forma podemos ayudar a la persona que está muriendo y a su comunidad a abrirse al buen trabajo de prestar atención al miedo y permitir que nos arrastre desde su puño apretado hacia la mano abierta, y desde el corazón de la aceptación hasta la ausencia de miedo. Reunir el coraje de estar presentes para nuestro viejo conocido miedo puede abrir la gran puerta a vivir de verdad la propia muerte. En este sentido, incluso una respuesta temerosa al proceso de morir puede ser liberadora.

Negar la muerte

Aunque con frecuencia consideramos la negación como una respuesta poco sana ante las dificultades, la negación puede ser también una adaptación positiva ante una situación catastrófica. Además es muy posible que contenga su propia sabiduría.
Cuando Mary, que tenía un linfoma, vino a verme, me conmovió su apariencia. Debido a la radiación y a la quimioterapia no tenía pelo, ni cejas ni pestañas. De su cuello brotaban inmensos tumores que la hacían parecer un bello reptil. Aunque sus amigos me habían contado que Mary estaba en un estado de negación, para mí su negación era curiosamente radiante. Durante nuestra primera entrevista se inclinó hacia mí y me dijo: «Yo no voy a morir». En ese instante sentí que decía la verdad. Cuando superamos la ilusión de nosotros como entidades sólidas y separadas, bien podemos llegar a la conclusión de que nadie muere.
Un día vino a visitarme la red de amistades de Mary, unas veinticinco mujeres en total. Nos sentamos en asamblea y yo formulé una pregunta muy simple: «¿Qué estáis sintiendo?». Ellas respondieron con sufrimiento y frustración. No podía culpar a este círculo de mujeres de buen corazón. Para ellas, algo no estaba funcionando. Por un lado, todas estaban molestas porque Mary estaba «en negación». Por otro lado, sentían que no se habían organizado bien, se sentían desmoralizadas, y los cuidados que prestaban a su amiga eran irregulares. Parecían encontrarse en un mundo aparte del de Mary, y al mismo tiempo la querían y deseaban hacer lo mejor para ella mientras iba muriendo.
Investigamos la cuestión de la negación y cómo el rechazo de Mary a aceptar la inminencia de su muerte podría ser en cierto nivel un reflejo de su introspección sobre la inmortalidad. Esta era una posibilidad que podría permitirles aceptar la actitud de negación de Mary.
También nos escuchamos con mucha atención. Una vez verbalizados en alto sus miedos y frustraciones, las amigas de Mary no podían ignorarlos. Cuando se escucharon las unas a las otras, pasaron a una posición de compasión hacia ellas mismas y a un mayor entendimiento de la perspectiva de su amiga sobre el morir. Después hicimos lo que resultaba más práctico, que era establecer un horario.
Durante las semanas siguientes parecía que todo iba mucho más suavemente. Las personas aparecían en casa de Mary a tiempo y realizaban su trabajo aceptándola tal y como estaba. Yo también formaba parte de ese horario y pude disfrutar acompañándola varias veces a la semana. Escuchábamos música, nos sentábamos en silencio y a veces hablábamos de temas espirituales sencillos. Y Mary permaneció «en negación» hasta el último momento antes de morir, falleciendo en paz. Sus últimas palabras fueron «No estoy muriendo».
Resulta fácil considerar la negación como un tipo de patología. Sin embargo, cuando estamos con los que están muriendo, simplemente no sabemos si puede tener un papel positivo o sanador. El filósofo Ludwig Wittgenstein decía que «la dificultad estriba en darnos cuenta de lo infundado de nuestras creencias».16 Esto es verdaderamente no saber. En lo más profundo todos sabemos que vamos a morir. Si a través de la negación despertamos el espíritu de la esperanza o de la sabiduría, como hizo Mary, es asunto nuestro. En algunas situaciones puede ser de gran ayuda y aportar paz a nuestras vidas. En el caso de Mary, quizá lo que estábamos llamando «negación» era su conocimiento de que una parte de ella nunca moriría. Yo no lo pude saber entonces y ahora, años más tarde, sigo sin poder llegar a ninguna conclusión, excepto que su acto de morir vino acompañado de una inmensa paz.

Llorar la muerte

La respuesta a un diagnóstico catastrófico puede abrir una enorme herida de tristeza, la verdadera aflicción ante una pérdida anticipada de una vida que aún no ha sido vivida plenamente. Antes escribí sobre Ann, diagnosticada con un glioblastoma agresivo. A sus cuarenta y pocos años era una creativa doctora e investigadora. Cuando le dieron el diagnóstico, se encontraba en medio de un proyecto que investigaba el mismo tumor que le estaba afectando a ella; una extraña ironía. Muchas veces era valiente, otras veces objetiva, y a veces se sentía insoportablemente triste.
Yo me preguntaba qué regalos podría aportarle esa enorme tristeza. Era una pena insoportable para aquellos que la rodeaban. ¿Quién podría consolar a alguien con el corazón tan absolutamente destrozado? Lo cierto es que nadie podía, aunque todos lo intentaban.
A veces Ann me llamaba y yo la escuchaba derramar su pena por teléfono. Como un agua oscura brotando desde un profundo abismo en su interior, sus lamentos eran como los de una madre cuyo hijo acaba de morir o como los de una esposa cuyo marido acaba de morir en la guerra. Sin embargo, la ola de tristeza insoportable siempre venía seguida de una ola de alivio, una ola que limpiaba la orilla de vertidos. Estar ahí para ella, sin disuadirla ni consolarla, se convirtió para mí en una forma de ayudarla a despejar el camino hacia una mayor aceptación de la inevitabilidad de su muerte y de la pérdida de todo aquello que era tan valioso para ella, incluido su marido, sus amigos, su trabajo y, finalmente, su vida.
Aunque en ocasiones me resultaba duro presenciar el dolor de Ann, también pude percibir el valor de ayudarla a explorar su corazón de forma que se hiciera más grande a medida que se aproximaba su muerte. Robarle la oportunidad de expresar su tristeza consolándola en exceso o intentando distraerla le habría quitado una parte de su vida que había quedado sin expresar durante sus años de optimismo. La tristeza natural de Ann le brindó la oportunidad de abrirse a un grado más profundo de compasión, y la compasión se convirtió en su guía hacia la muerte.

Desafiar a la muerte

La muerte es vista como un enemigo, el impulso de luchar puede hacerse más fuerte y más rotundo. Desafiando a la muerte, un amigo mío batalló contra su final en todo momento. Hizo todo lo posible para prolongar su vida, incluyendo tratamientos médicos exóticos, tratamientos alternativos poco usuales, prácticas tibetanas, visualizaciones, oración, escritura e incluso trabajar casi hasta el último día de su vida. Para muchos de nosotros su batalla fue inspiradora y al mismo tiempo aterradora.
Las enseñanzas budistas afirman que las posibilidades de nacer como humano son tan bajas como las posibilidades de que una tortuga ciega que emerge cada cien mil años a la superficie de un gran océano se introduzca por una anilla dorada que flota sin rumbo. Es durante nuestras preciosas vidas humanas cuando podemos ayudar a los demás a transformar su sufrimiento y a lograr nuestra propia iluminación. Por lo tanto, aunque los budistas aceptan la muerte como algo inevitable, la mayoría de los budistas, igual que todos los demás, harán todo lo posible para prolongar sus vidas.
Este amigo no era una excepción. Desafió a la muerte hasta que la muerte se lo llevó, y puedo decir que durante los años que vivió después de su pronóstico ayudó a muchos, muchísimos de nosotros.

Aceptar la muerte

Mi primer maestro fue un sanador huichol de México, don José Ríos, al que llamábamos Matsúwa. Cuando era muy anciano, Matsúwa salió una mañana de su cabaña en lo alto de la montaña para irse a la naturaleza a morir solo. Aceptó su muerte, como todo lo demás que había aceptado en su vida. Sin embargo, su familia no estaba preparada para dejarle ir. Unos días después se dieron cuenta de lo que había hecho y fueron a buscarlo. Estaba tumbado bajo un árbol, lejos del pueblo, en paz, débil, hambriento y preparado para abandonarlo todo. Le llevaron de vuelta al pueblo y le persuadieron para volver a la vida. Creo que Matsúwa se sintió muy decepcionado al ver sus planes interrumpidos. Él había aceptado su muerte, y su familia no.
Esta historia no es tan infrecuente. No podría decir a cuántas personas he conocido que han sido resucitadas y se han sentido enfadadas o decepcionadas por no habérseles permitido aceptar la muerte en sus propios términos. Morir una muerte aceptada requiere una profunda presencia mental y una capacidad radical de abrazar lo que traiga cada momento.

Muerte liberadora

Quizá la respuesta más inusual y más afortunada ante la muerte sea considerarla una realización liberada. Muchas tradiciones espirituales consideran la muerte como una oportunidad preciosa y poderosa para la iluminación. Sea o no posible la iluminación en el momento de la muerte, las prácticas que nos preparan para esta posibilidad también nos acercan más a la esencia de la vida.
Asumir la verdad de la impermanencia es una de las formas más importantes de transformar nuestra relación con el morir y con la muerte. Si somos capaces de darnos cuenta de que todo aquello que apreciamos se perderá, no tendremos tanto miedo a la muerte. Podremos entender que no es más que el orden natural de las cosas. Caer en la cuenta de la impermanencia es en sí mismo una profunda purificación de nuestra pasión y nuestra agresividad y nos puede inspirar a ayudar a otros. Como afirma la ceremonia zen, «Ahora has alcanzado el mundo de la impermanencia; esto es raro e inconcebible».
No solo los grandes maestros tienen muertes iluminadas. Gisela había pasado por dos episodios de melanoma y finalmente los médicos le dijeron que no se podía hacer nada más. Con setenta y cinco años había sido una estudiante de meditación comprometida durante muchos años y era una persona realmente altruista; aunque su enfermedad la había puesto triste algunas veces, también parecía tener una actitud fuerte de realismo y de aceptación. Cuando oyó que su médula espinal estaba invadida por el cáncer, Gisela dijo suavemente y con ligereza: «Qué fastidio». Después, hablando conmigo, comentó: «Esto no es tan duro como pensaba».
Cada encuentro durante los breves seis días que transcurrieron entre su diagnóstico terminal y su muerte vino marcado por la alegría. De vez en cuando ascendía de las aguas profundas de su agonía para expresar a...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Sumario
  6. Prólogo
  7. Introducción: Sanar el abismo
  8. Parte I: El territorio inexplorado
  9. Parte II: No transmitir miedo
  10. Parte III: Tejer un lienzo completo
  11. Epílogo: Ser uno con el morir
  12. Agradecimientos
  13. Notas
  14. Contracubierta