CARTA A MARTIN VAN DORP
A MARTIN VAN DORP
(21 DE ENERO DE 1515)
AL MÁS EMINENTE ESTUDIOSO MARTIN DORP, TEÓLOGO. LOVAINA.
TOMÁS MORO ENVÍA SU MÁS CÁLIDO SALUDO A MARTIN DORP.
1. SI TUVIESE LA LIBERTAD PARA VISITARTE, mi querido Dorp, tanta como lo mucho que lo deseo, entonces trataría estos asuntos contigo personalmente de forma mucho más apropiada de lo que lo hago ahora por carta, menos apropiadamente; entonces, en ese tiempo —nada mejor me podría suceder— disfrutaría de tu presencia. Pues nuestro Erasmo, que tanto nos quiere a los dos y a quien, como espero, los dos queremos por igual, ha sembrado en mi corazón un enorme deseo de verte, de conocerte y de abrazarte. No hay nada que él haga con mayor placer que hablar bien de los amigos ausentes a los presentes. Como él es muy querido por muchos —y eso en diversas partes de la tierra— por su erudición y su agradabilísimo carácter, trata con empeño de que todos se unan entre ellos con el mismo afecto que tienen por él. Y así, no cesa de presentar cada uno de sus amigos a los demás y de procurar en todos ellos la amistad de cada uno, y de exponer esas cualidades suyas por las que merece ser apreciado. Y aunque hace esto a menudo con todos, con nadie lo hace más frecuentemente, con nadie con mayor efusión, con nadie más a gusto que contigo, queridísimo Dorp. Te ha alabado en Inglaterra desde hace ya tanto tiempo que no hay ningún hombre de letras para quien el nombre de Dorp no sea conocido y respetado de la misma manera que lo es entre los propios lovanienses, para quienes es (como debe ser) famosísimo. A mí en particular, te ha descrito de tal modo que ya hacía tiempo que mi mente había dibujado una muy bella imagen de tu espíritu, la misma imagen que surgió resplandeciente de tus elegantísimos escritos después, cuando llegué aquí.
2. Y así, en cuanto supe por mi invictísimo rey que iba yo a trabajar en esta embajada, créeme, querido Dorp, la ocasión que se me ofrecía de encontrarme contigo, de una manera o de otra, no me parecía recompensa pequeña para un viaje tan largo. Mas la naturaleza de los negocios que se me han encargado me ha privado de esa oportunidad que había deseado de todo corazón y me ha retenido en Brujas, donde se había convenido que tratásemos unos asuntos con los más distinguidos legados de vuestro ilustrísimo soberano. Por ello lamento muchísimo que, aunque esta misión me haya proporcionado muchas otras satisfacciones, en aquello que más deseaba que la fortuna me fuese propicia, en eso ella misma me ha abandonado completamente.
3. Pero —para llegar a lo que me impulsa a escribir ahora— mientras he estado aquí, me he encontrado casualmente con algunos que no parecían ajenos a las letras; con ellos he hablado de Erasmo y asimismo de ti. Conocían a Erasmo por sus escritos y su renombre, a ti también por otras razones. Me cuentan una historia no solo poco agradable, sino también bastante increíble: que parece que te comportas con Erasmo de manera poco amistosa, y esto se deduce de tus cartas a él; cartas que, como veían que no me inclinaba a creerles fácilmente, me dijeron que me traerían al día siguiente.
4. Volvieron al siguiente día; me trajeron entonces tres cartas: una escrita por ti a Erasmo, que él (por lo que deduzco de su contestación) no había recibido, pero de la que había leído una copia —copia que me ha llegado ahora— que le había enseñado no sé quién. En esa carta atacas el Elogio de la Locura y le sugieres escribir un Elogio de la Sabiduría. Y en cuanto a su revisión del Nuevo Testamento a partir de los códices griegos, lo apruebas tan débilmente, lo persuades a constreñirse en unos límites tan estrechos, que casi lo disuades por completo. La segunda carta era de Erasmo, en la que te escribe brevemente, cansado como estaba de su viaje y ocupado aún en el propio viaje, y promete que contestará con más profusión cuando llegue a Basilea. Por último, la tercera carta era tuya y en ella respondes de nuevo a esa carta de Erasmo.
5. Cuando las leí con atención en presencia de ellos, aunque no había cosa alguna que me convenciera de que eras enemigo de Erasmo (¿qué podría haber que me persuada de tal cosa?), aparecía alguna que mostraba tu ánimo algo más revuelto de lo que había esperado. Pero como deseaba quitarles esa percepción antes que confirmársela, sostuve que no había leído nada que no pareciera provenir de un corazón verdaderamente amigo.
6. «Pero —dijo uno de ellos— no critico lo que escribió sino el hecho de haberlo escrito, y por eso, a mi juicio, en absoluto se comportó como amigo. Pues si el Elogio ha ofendido de verdad a alguien —algo que yo no he oído ni siquiera en Lovaina, aunque he estado allí muchas veces y por bastante tiempo después de que se publicase el Elogio—, exceptuando a algún que otro anciano rancio e infantil de los que se ríen allí incluso los niños, en numerosos sitios, sin embargo, ha sido una obra grata a todos, de forma que muchos incluso han aprendido de memoria pasajes considerables. De todos modos, si, como empecé a decir, el Elogio ha ofendido a alguno tanto que parece incluso que se invita a Erasmo a entonar una palinodia, puesto que no hace mucho Dorp ha sido emplazado a verse privadamente con Erasmo, tal y como dice, ¿a qué venía escribirle? Si pensó que le tenía que hacer alguna advertencia, ¿por qué no le transmitió personalmente esa advertencia a él solo? ¿Por qué no (como dice Terencio) darle órdenes de lo que debía hacer cara a cara antes que salir y hablar desde la plaza, y eso estando Erasmo con tanta distancia por medio que, cuando era el primero e incluso el único que debía haber sabido esas cosas, no solo no se enteró personalmente, sino que fue el último en hacerlo y por medio de otros? Mira —continúa— con qué candidez ha actuado Dorp en este asunto: primero pretende defender en público a alguien a quien nadie acusa; después todos leen abiertamente las razones para la defensa de Erasmo, cuando no sé siquiera si alguno ha leído las objeciones que le hace excepto el único que debe hacerlo».
7. Al acabar de hablar, otros dijeron otras cosas que no considero necesario expresar aquí. Yo respondí y les despaché de tal modo que entendieron fácilmente que no oiría con gusto nada negativo tuyo y que te tenía tanto aprecio como al propio Erasmo, a quien aprecio tanto que no podría apreciarlo más. Pues en cuanto a preferir escribirle más que tratar el asunto con él cara a cara, ciertamente no lo hiciste con mala intención; y yo, querido Dorp, me afirmo en la opinión que tengo de ti, así como Erasmo tampoco alberga duda alguna, seguro de tus sentimientos hacia él.
8. Por lo que se refiere a tu segunda carta, que ya se lee por todas partes con tristes consecuencias, me inclino a creer que ha llegado a hacerse pública no por una acción tuya deliberada sino simplemente por algún accidente. Y soy de esa opinión sobre todo porque hay en esa carta alguna cosa que si tú quisieras hacer pública estoy seguro de que la cambiarías, ya que no es el tipo de cosa adecuada para ser escrita ni a él ni por ti. No habrías escrito cosas tan duramente a tan gran amigo ni de una manera tan descuidada a un hombre tan docto; más bien estoy seguro de que habrías escrito con mucha más amabilidad, de acuerdo con tu templadísimo carácter, y con mucho más cuidado, de acuerdo con tu extraordinario conocimiento. Además, por lo que se refiere a tus bromas y burlas, de las que rebosa sin medida todo tu escrito, no dudo de que las habrías empleado con más moderación o al menos, mi querido Dorp, con mucho más ingenio.
9. Pues en cuanto a lo que atacas del Elogio, a las invectivas que lanzas contra los poetas, a lo que te burlas de todos los Gramáticos, a lo poco que apruebas sus anotaciones a las Escrituras, a que pienses que no es pertinente para ello conocer cabalmente la literatura griega, a todo eso no doy mucha importancia puesto que son asuntos en los que cada uno es libre de pensar como quiera sin producir ofensa; y así, so...