¿Por qué funciona el populismo?
eBook - ePub

¿Por qué funciona el populismo?

El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis

María Esperanza Casullo

Compartir libro
  1. 208 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

¿Por qué funciona el populismo?

El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis

María Esperanza Casullo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Si el populismo no ha muerto, si está "insoportablemente vivo", es porque funciona. Y su eficacia se debe, en buena medida, a que ofrece una forma convincente de explicar el mundo, reflejar las preocupaciones y los miedos de los ciudadanos y proponerles una salida concreta. En otras palabras, sostiene un discurso, una historia con héroes y villanos que da sentido a una realidad que, en el siglo XXI, parece haberlo perdido. Esto vale tanto para Hugo Chávez, Evo Morales y Néstor y Cristina Kirchner como para Donald Trump, Marine Le Pen y los líderes de partidos de extrema derecha en Austria, Hungría y Suecia. Vale tanto para el pueblo que se moviliza contra el FMI como para el que lo hace contra los inmigrantes.María Esperanza Casullo –politóloga, docente universitaria, especialista en temas de democracia y sistemas de partidos– muestra cómo, en el sur y en el norte, en economías sólidas y en naciones desiguales, el "mito populista" construye una idea de pueblo, señala a sus enemigos y plantea acciones para redimir a un país traicionado por fuerzas internas y externas que intentan desviarlo de su destino de éxito.Además, la autora encuentra rasgos de estas estrategias en los discursos de gobiernos liberal-tecnocráticos, como el de Cambiemos en la Argentina. Persuasivamente, Casullo reconstruye el derrotero del discurso macrista, de un "Mauricio" popular a un presidente que hizo uso de dosis nada desdeñables de populismo, y luego a un giro conservador en el que las promesas de un futuro venturoso se transformaron en llamados moralizantes al sacrificio para no volver al pasado.Como escribe Casullo, lejos de ser una anomalía propia de países subdesarrollados, el populismo es un fenómeno tan antiguo como la propia democracia, un subproducto inevitable del juego del poder y una posibilidad siempre presente en el abanico de las estrategias políticas, que se vuelve especialmente atractiva en tiempos de crisis y de fragmentación social como los contemporáneos.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es ¿Por qué funciona el populismo? un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a ¿Por qué funciona el populismo? de María Esperanza Casullo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Politique et relations internationales y Partis politiques. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

1. El fin del fin de la historia
Sospecho que la emoción por las historias, por la narrativa, es una disposición humana universal, que acompaña nuestros poderes de lenguaje, nuestra conciencia de sí, y la memoria autobiográfica.
Oliver Sacks, On The Move (traducción propia)
En 1989, la ciudadanía mundial presenció atónita la súbita caída del Muro de Berlín, derribado por las mismas personas a las que en teoría debía controlar. En pocos meses, la Unión Soviética también caía, la Cortina de Hierro no existía más y, no mucho después, una Alemania en vías de reunificarse le ganaba la final de fútbol a la Argentina, en Italia 90. En esos años, podía sentirse la historia corriendo, indetenible, impredecible, ante nuestros ojos. Para quienes podemos recordarlo, las imágenes en nuestra televisión de los manifestantes berlineses derribando con sus propias manos el Muro nos hicieron sentir como tal vez se haya sentido Hegel luego de ser testigo, en 1806, de la entrada triunfal de Napoleón en Jena: con la certeza de que estaba presenciando un acontecimiento que dividiría la historia humana en un antes y un después. Fundamentalmente, fueron años de optimismo democrático, presagiado en la Argentina por otros dos momentos que marcaron para siempre a una generación: el retorno de la democracia en 1983, y el Juicio a las Juntas en 1985. A principios de los años noventa, la historia y su movimiento final parecían evidentes: las dictaduras latinoamericanas se desvanecían al parecer sin violencia y por la acción virtuosa de la sociedad civil; el socialismo real perdía su atractivo; la única opción que quedaba en pie, la democracia liberal de partidos combinada con el capitalismo, debía, sin dudas, ser el camino correcto.
Ninguna pieza de teoría encarnó mejor el optimismo democrático de entonces como “El fin de la historia”, un texto –bastante corto, por cierto– de Francis Fukuyama, publicado en la revista The National Interest poco después de los eventos de Berlín. El artículo, que transformó a su autor en un intelectual famoso en todo el planeta, interpretaba en términos hegeliano-nietzscheanos la caída del Muro, pronosticaba el devenir inevitable del futuro global y, en una vena casi profética, aseveraba que la expansión mundial del capitalismo liberal democrático era un hecho imparable.
Este texto seminal, sin embargo, no es la caricatura neoliberal a la que lo redujeron muchos de sus lectores. Fukuyama no ignoraba que el “fin de la historia” no estaba cercano, que la paz no sería inmediata, ni que las tensiones se seguirían sucediendo en un futuro próximo y mediato. Su idea de que la caída de las ideologías políticas estaría acompañada de un ascenso de los conflictos de menor intensidad causados por los fundamentalismos religiosos fue premonitoria. Asimismo, el autor concebía esa “última época” de la historia como el triunfo del “último hombre” nietzscheano: no como una era de creatividad y autoexpresión, sino un tiempo de gris y chato consumismo. No obstante, el elemento central de su tesis era la certeza de que, aunque el momento final tardara en llegar, se podía saber de antemano adónde se dirigía la historia con seguridad epistemológica. Es este espíritu de certeza –si no fechada, al menos teórica– lo que revitalizó la teoría democrática liberal y obligó a la teoría anticapitalista a embarcarse en la búsqueda de lo que suele llamarse “posmarxismo”. Con la caída del Muro y el fin de la historia, la teoría democrática liberal se encontró reinando casi en total soledad.
Treinta años después, parece vivirse en todo el mundo otro momento en el que la historia se nos muestra, pero como si hubiera elegido de repente moverse en reversa. La geopolítica se ha vuelto más complicada de lo que era hace tres décadas. China, que maneja desde el Estado la economía de mayor crecimiento en los últimos veinte años, parece probar que el capitalismo y la política democrática liberal no son necesariamente el único camino para aumentar el bienestar. En 2016, Gran Bretaña eligió en un plebiscito abandonar de manera unilateral la Unión Europea, el proyecto de integración pacífica que mejor parecía encarnar la utopía de la paz democrática y liberal. En todo el mundo desarrollado hay una ola ascendente de partidos de derecha nacionalistas y nativistas, cuando no directamente neonazis: fuerzas de este tipo ganaron elecciones o estuvieron cerca de lograrlo en Holanda, Francia, Austria, Alemania y Hungría, entre otros. En 2016, Donald Trump, un empresario de la construcción y estrella televisiva de reality shows sin ninguna experiencia de gobierno, fue elegido presidente de la más antigua e influyente democracia liberal del mundo. Tres décadas luego de la caída del Muro, nadie parece entender bien cómo se llegó a esta situación.
A la luz de estos sucesos, se puede revisar aquel momento de optimismo político y teórico. Por una parte, los eventos que siguieron (atentado a las Torres Gemelas, invasión a Irak de los Estados Unidos, inestabilidad en Medio Oriente, crisis del neoliberalismo en América Latina, ascenso mundial de partidos de ultraderecha) ponen en entredicho la certeza de un “fin de la historia”. En todo caso, parecería estar más próximo un “fin de la historia” literal debido a una catástrofe ambiental de la mano del calentamiento global y la explotación desmedida de los recursos naturales, que un futuro de unánime paz y compra global de videocaseteras, como predecía Fukuyama. Lo relevante es que hoy la principal amenaza global a la consecución de un orden de paz y aburrimiento consumista no es ni el comunismo ni el fundamentalismo religioso, sino el populismo.[6] Su ascenso en la totalidad del mundo desarrollado (en los Estados Unidos, Canadá, Europa del Este y del Oeste y Australia), encarnado en figuras como Donald Trump, Marine Le Pen, Nigel Farage, Pauline Hanson o Geert Wilders, parece marcar una especie de convergencia entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado, solo que la convergencia no se da en un desarrollo pleno de la periferia, sino en una regresión a formas iliberales de la democracia.
Paradójicamente, este renacimiento del populismo mundial, aun en zonas en teoría inmunizadas contra él por sus cien o doscientos años de democracia, debería obligar a los analistas a mirar hacia América Latina, ya que ninguna otra región tiene una historia tan poblada de liderazgos populistas de todo tipo como esta.
El populismo como problema latinoamericano
La teoría del “fin de la historia” de Fukuyama y el optimismo democrático-liberal de los años noventa actualizaron una promesa ya planteada en la teoría de la modernización política de fines de los cuarenta: que la integración de los países tercermundistas al capitalismo mundial a través del comercio y el consumo desregulados terminaría generando como efecto (como “externalidad positiva”, diría un economista) la democratización generalizada de esas sociedades y su adopción de modelos de democracia liberal de partidos idénticos a los de los países centrales.
Autores clásicos como Daniel Lerner (1958) sostenían que, si bien los países se movían a un ritmo que no era homogéneo entre sí, más tarde o más temprano todos alcanzarían el mismo punto de llegada, a medida que las naciones “en vías de desarrollo” hicieran el catch up necesario en términos de innovación tecnológica y modernización cultural. Según la teoría de la modernización, tanto la industrialización como el comercio empujaban necesariamente a todos los países del mundo en igual dirección. La versión política de esa teoría postulaba que los cambios sociales causados por la transición desde el estadio “tradicional” hacia el “industrializado” (como los desplazamientos de población desde las zonas rurales “atrasadas” hacia las ciudades) redundarían en una modernización cultural, de costumbres y de patrones de consumo que culminaría en la universalización de los valores de la democracia liberal y occidental.
Sin embargo, el problema fue que la modernización industrial de América Latina en la posguerra no terminó en sistemas de partidos iguales a los de Estados Unidos o Suecia, sino en el ascenso político de figuras como Getúlio Vargas, en Brasil, y Juan Domingo Perón, en la Argentina. De alguna manera, gran parte del análisis político latinoamericano se enfocó entonces en la amenaza planteada por los populismos personalistas y movilizantes, que se imaginaban como un problema casi únicamente latinoamericano. Durante el auge de esta teoría, que se extendió por una década, los análisis identificaban a estos presidentes como el mayor obstáculo hacia una modernización política “normal”.[7] Populares y poderosos, muchos de ellos militares, estas figuras habían movilizado a las masas que se habían trasladado del campo a la ciudad en una marea de apoyo a políticas distributivas y estatizantes en lo económico, con una matriz política que combinaba expansión de derechos a las mayorías con características antiliberales o directamente autoritarias. Había que dejar atrás el populismo para alcanzar la necesaria modernidad política liberal.[8]
Durante la década de 1970, se intentó eliminarlo por la vía de dictaduras militares. Los años de transición a la democracia acompañaron el optimismo con nuevas advertencias de los peligros que entrañaba el populismo. Las democracias “postransicionales” latinoamericanas abrazaron así la democracia liberal, los partidos políticos, un rol más disminuido para el Estado y la expansión de los mercados; los elementos de lo que luego se conocería como “la visión tecnocrática” del Consenso de Washington (Roberts, 2003). En esta visión, y tras haber sido derrotadas en términos históricos tanto las dictaduras militares como la amenaza socialista de los setenta, la única amenaza que quedaba en pie era el viejo y conocido populismo personalista latinoamericano.
Los teóricos de la transición democrática sostuvieron que América Latina y las demás regiones periféricas debían abrazar un régimen con partidos políticos fuertes, sin liderazgos personalistas, y que siguiera una definición más minimalista de democracia de lo que había sido el ideal de la izquierda de años anteriores (O’Donnell y Schmitter, 1986: 3). Se planteó que no era necesario, e incluso que no era deseable, apuntar a un cambio estructural en las condiciones de propiedad o a una igualdad social radical como condiciones necesarias para alcanzar la democracia efectiva: sería suficiente concentrarse en mejorar la calidad de las instituciones democráticas así como fortalecer el papel de los partidos políticos, y dejar las cuestiones ligadas al logro de la igualdad social y económica para más adelante. La democracia debía privilegiar el interés por garantizar condiciones de institucionalidad (elecciones libres, libertad de prensa y de asociación, derechos civiles y políticos) y orientarse hacia la eliminación de la pobreza y la desigualdad en el futuro.
Frente a la posible nostalgia por el tipo de liderazgo de Perón o José Velasco Alvarado en Perú, la solución eran partidos políticos impersonales, programáticos y fuertes, que rechazaran los cantos de sirena del populismo, el personalismo y el clientelismo. Los partidos políticos debían transformarse en fuerzas modernas y profesionalizadas que compitieran por los votos de los ciudadanos y gobernaran orientados por la moderación, la búsqueda de consensos y la apreciación por la racionalidad tecnocrática. La introducción de mercados capitalistas competitivos, además, disminuiría el poder del Estado y la capacidad de los líderes populistas de utilizar la distribución de bienes estatales para generar redes clientelares y disminuir la competitividad democrática.
Pasaron treinta años desde ese optimismo inicial. Y el panorama político latinoamericano no se ha encauzado en la trayectoria de previsibilidad que se suponía inevitable en 1989. Los avances y los retrocesos se han sucedido. Así como durante los años cuarenta el desarrollo industrial no redundó en democracias liberales fuertes salvo en contados países, la transición democrática y la modernización neoliberal no llevaron a la muerte total del populismo. Antes bien, durante los noventa, mandatarios como Carlos Menem y Alberto Fujimori fueron denominados “neopopulistas” por la combinación de un estilo personalista, verticalista y poco institucional –que recordaba a los viejos populistas (Menem había sido, además, elegido por el peronismo)– con políticas públicas neoliberales –que eran todo lo contrario de los populismos clásicos–.[9] Peor aún, las reformas modernizantes neoliberales confluyeron en crisis económicas, sociales y políticas que generaron un “brote” incluso mayor de populismo en la región.
En ese sentido, los gobiernos electos en los contextos de salida de estas crisis del inicio del siglo XXI fueron, en su mayoría, populistas de izquierda. Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo conformaron la llamada “ola rosa” del populismo latinoamericano, que se extendió entre 1998 y 2012.
La elección de Hugo Chávez significó el final efectivo del bipartidismo surgido del Pacto de Puntofijo en Venezuela, y a su vez solo fue posible por el derrumbe del sistema de partidos venezolano, que había sido por años presentado como el más estable de la región. Entre 2001 y 2003, la Argentina atravesó una profunda crisis económica y política que incluyó, entre otros hechos, una violenta represión a civiles que mató a treinta y ocho personas,[10] la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa, la declaración del default soberano, la asunción de un presidente provisional y el llamado a elecciones anticipadas. En Bolivia, el segundo gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada culminó en 2003, luego de semanas de protestas sociales por la privatización del gas y el agua, la represión con varias muertes, la renuncia y finalmente la partida al exterior del presidente. En el caso de Ecuador, tres presidentes –Abdalá Bucaram en 1997, Jamil Mahuad en 2000 y Lucio Gutiérrez en 2005–, tuvieron que renunciar a su cargo en contextos de fuertes conflictos de poderes con el Congreso o la Corte Suprema y a menudo en el contexto de crisis económicas.[11] En Colombia, la “larga crisis” relacionada con la supervivencia de la guerrilla también redundó en el ascenso de un carismático populista de derecha, Álvaro Uribe, que completó dos períodos presidenciales, entre 2002 y 2010. Incluso en Paraguay ganó en 2008 el obispo Fernando Lugo, al frente de una coalición variopinta, aunque fuera luego expulsado de la presidencia en 2012 por un impeachment de dudoso mérito jurídico.
Pocos países quedaron con sus sistemas políticos intactos. Chile, Uruguay y Brasil eran celebrados como ejemplos de sistemas bien organizados, con partidos que iban de una centroderecha moderada a una izquierda “moderna” no populista. Aun así, también atravesaron momentos de cambio: en Chile, por ejemplo, por primera vez desde la transición se dividieron el Partido Socialista y la Democracia Cristiana en las elecciones del 2017, en las que ganó Sebastián Piñera con un discurso más netamente de derecha que en su elección anterior; en Uruguay, el dominio del Frente Amplio se vio amenazado en las urnas y por episodios que incluyeron fuertes protestas de los sectores agrícolas así como la sanción del presidente Tabaré Vázquez al jefe del Ejército Guido Manini Ríos, por “indisciplina”, en 2018. Un párrafo aparte merece Brasil, que en poco más de dos años pasó del “gran éxito político” de la región –por haber virado de un sistema partidario completamente fragmentado (que en 2002 se caracterizaba como “de...

Índice