Horizontes insospechados
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Horizontes insospechados

Mis recuerdos de san Josemaría Escrivá de Balaguer

  1. 226 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Horizontes insospechados

Mis recuerdos de san Josemaría Escrivá de Balaguer

Descripción del libro

En una entrevista concedida a la revista  Telva, Marlies Kücking señaló que el rasgo que podría enmarcar al fundador del Opus Dei en la historia de la Iglesia sería el de incluir el trabajo como "materia prima" de la santidad, abriendo así horizontes de plenitud cristiana a todos los hombres y mujeres, sin excepción.

En este volumen, Kücking evoca sus recuerdos sobre los inicios del Opus Dei en Alemania y desvela numerosos episodios de sus años junto a san Josemaría, muchos de ellos referidos a su modo de trabajar. El relato permite apreciar el desarrollo paulatino y continuo del Opus Dei, visto desde el observatorio privilegiado de su sede central en Roma.

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Información

Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788432150715
VII.
COLABORANDO CON SAN JOSEMARÍA EN EL GOBIERNO DEL OPUS DEI
A PARTIR DE ESTE CAPÍTULO, COMO SEÑALÉ al introducir estas páginas, dejo de seguir un orden cronológico en el relato. Trataré de un periodo de poco más de diez años, en el que viví muy cerca de san Josemaría y que ha dejado en mí una profunda huella. Me es más fácil referir mis recuerdos en torno a unos temas porque consigo así presentar mejor la figura de san Josemaría, a la vez de que soy consciente que me quedo corta.
EL TRABAJO EN LA ASESORÍA CENTRAL
Al final del curso escolar 1964, en el mes de julio, me fui a la finca de Salto di Fondi, una localidad situada entre Terracina y Sperlonga, a unos minutos del mar Mediterráneo. Fueron días de estudio, deporte y paseos y, sobre todo, de remozar la vida espiritual.
A mitad de estancia me llamaron desde la Asesoría Central, para que fuera a Roma. Fue una sorpresa enorme cuando san Josemaría me comunicó que había decidido nombrarme prefecta de estudios de la Asesoría Central, es decir, la encargada de velar por el desarrollo de los planes de formación religiosa, filosófica y teológica, y adecuarlos a los estudios profesionales y a las demás circunstancias de los diversos países. Me comentó también que, por ahora, tendría que compaginar este nuevo trabajo con el de profesora en el Colegio Romano de Santa María.
Regresé al curso anual con sentimientos encontrados: junto a la ilusión de trabajar aún más estrechamente unida a nuestro Padre, me sentía totalmente inadecuada para aquella tarea, desde todos los puntos de vista. Me encomendé al Señor, confiada en su ayuda y en la de quienes ya formaban parte de la Asesoría, que contaban en su mayoría con una gran experiencia.
Durante los siguientes meses de 1964 seguí viviendo en Castel Gandolfo, y me desplazaba cada semana a Roma a trabajar en la Asesoría. En enero de 1965 me trasladé a mi nueva casa, Montagnola, donde viven los miembros de la Asesoría y otras profesionales que colaboran en esas tareas.
Entre mis cometidos estaba la organización de los cursos de formación anuales. En los años 60 llegaban a Roma las propuestas de los diversos países para los cursos que se desarrollarían en cada territorio. Por ejemplo, las materias y aspectos de la vida cristiana que se explicarían, el horario, el tiempo de estudio y las personas que estarían a cargo. A fines de los sesenta se empezó a delegar más asuntos en los gobiernos regionales, como la organización y contenidos de esos cursos. Lógicamente en cada país las necesidades y exigencias de la formación eran distintas, y ya se tenía la experiencia necesaria para decidir en esas cuestiones. Basta considerar las diferencias entre España, Colombia, Kenia y Japón. El esquema general se definía en Roma, así como los programas de las asignaturas de Filosofía y de Teología. Pero los demás aspectos del curso se decidirían en cada país. En los años en que comencé a trabajar en la Asesoría, aun cuando había variedad, no era tanta como ahora, con la extensión de los apostolados, la diversidad de edades y la procedencia cultural de tantos fieles de la Obra.
Desde los inicios del Opus Dei, san Josemaría se ocupó —primero personalmente y luego buscando profesores— de mejorar la formación apologética (como se llamaba entonces) de los universitarios que se acercaban a las actividades de la Academia DYA (años 1934-1936). Al preparar a los que serían los primeros sacerdotes de la Obra, en los años 40, el Padre buscó el mejor profesorado. Era muy consciente de que solo con una honda preparación, el católico podía santificarse y cristianizar la sociedad; sólo así los fieles laicos podían actuar en su propio ambiente siguiendo su conciencia, siendo consecuentes con su vocación cristiana, sin necesidad de instrucciones o campañas. Por eso, se prepararon unos planes de estudios de filosofía y teología que todos los fieles del Opus Dei deberían seguir, teniendo en cuenta sus circunstancias de tiempo, preparación, etc.
Mi trabajo en la Prefectura de Estudios no se reducía a las tareas propias del departamento, sino que me correspondía participar en todos los demás asuntos relativos a la preparación profesional, así como a la identidad cristiana de las iniciativas apostólicas del Opus Dei. Como órgano colegial de asesoramiento al presidente general (hoy al prelado), se trabajaba además en las tareas que encomendase el Padre, aunque no correspondieran directamente al propio departamento.
Un trabajo que realizábamos todas era escribir a las Regiones cada quince días. En esas cartas transmitíamos lo que nos había dicho el Padre en alguna tertulia, comunicábamos noticias importantes de otros lugares, y las animábamos en lo que hiciera falta. Era un trabajo considerable, porque no eran pocas las circunscripciones: veintitrés cuando llegué en 1964, y treinta en 1975, cuando se marchó al Cielo el fundador del Opus Dei.
Después esperábamos con interés las respuestas, ya que nos alegraba —como ahora— saber cómo se iba difundiendo el espíritu de santificación en la vida cotidiana: personas que pedían la admisión, actividades de formación espiritual, trabajos sociales en zonas paupérrimas que llevaban una luz de esperanza a muchas mujeres y a sus familias, etc. En esas cartas nos pedían muchas veces que rezáramos por alguna intención, lo que era para nosotras un estímulo para trabajar y para rezar.
Algunas de nosotras dábamos clases en el Colegio Romano de Santa María, en Castel Gandolfo, y no podíamos tampoco descuidar nuestra formación teológica. Dentro de mis trabajos estaba organizar las materias que se impartirían durante el curso académico, conforme al plan de estudios. Solía explicarlas un sacerdote de Villa Tevere que venía a Villa Sacchetti, y las alumnas eran algunas de Montagnola y de Villa Sacchetti.
Otro aspecto del trabajo de gobierno es la orientación e impulso de centros educativos y de promoción social, y de actividades de formación cultural en los diversos países. San Josemaría daba ideas precisas para que se tuvieran en cuenta. Por ejemplo, recuerdo cómo animó a conocer personas de diversas nacionalidades. Se manifestaba así la universalidad del Opus Dei y se preparaba su difusión en Asia, África y Europa oriental.
Otro caso se inspiró en un encuentro de una agregada médico con el Padre, un domingo de Pascua del año 1966. Hablaron especialmente de moral profesional. Al terminar, san Josemaría quiso que se redactara una nota dirigida a todos los países para que se diera una adecuada formación ética a médicos, farmacéuticas y enfermeras.
La expansión del Opus Dei requería con frecuencia —desde el principio— que personas jóvenes se dedicaran a sacar adelante tareas para las que no tenían experiencia. Pensando en ellas, uno de los trabajos que impulsó san Josemaría fue la recopilación y estudio de experiencias, agrupadas por temas, para enviar a las circunscripciones. Desde el inicio, había indicado que redactáramos fichas de experiencia sobre lo que se hacía, de modo que los demás pudieran empezar donde se había acabado. Así nacieron las praxis (o manuales, como los llamaríamos hoy) sobre la dirección de iniciativas apostólicas, actividades con gente joven, con personas casadas; los centros de estudios, el cuidado de los oratorios; los trabajos de limpieza y un largo etcétera. Se elaboró una lista de casi cuarenta temas. Eran trabajos que se hacían, rehacían, revisaban… no se hacían en un fin de semana. Algunos eran comunes para varones y para mujeres, aunque también podía haber entre ellos algunas diferencias. Un área exclusivamente nuestra era la tarea de la atención doméstica de los Centros y el personal que realizaba esos trabajos. La primera praxis que se terminó fue la de limpieza. El Padre la vio y quedamos satisfechas porque lo devolvió con un «muy bien, auguri» y la fecha (2 de junio de 1967). Se envió a todos los países, y seguimos con otras. Ahora esto no se hace porque las cosas han evolucionado: para los temas técnicos se cuenta con guías profesionales confeccionadas por expertos. Nosotras las hicimos en esos años para ayudar a las que tenían poca experiencia: ahora vas a Internet, buscas cómo hacer tal cosa y encuentras lo que necesitas.
Creo que está de más decirlo, pero prefiero hacerlo: el trabajo de gobierno en estos años junto al fundador consistía principalmente en poner las bases y consolidar la realidad institucional, e impulsar su desarrollo. No quiero decir con ello que el Opus Dei no estuviera definido. Lo estaba, pero en su desarrollo el fundador contaba con todos.
El 6 de enero de 1972 —pocos días después cumpliría 70 años— en un rato de tertulia decía: «Hijas mías, no podéis perder el espíritu que os he dado, que es de Dios. Yo soy un pobre hombre, pero estoy persuadido de que el Señor os pedirá cuenta porque me habéis podido oír; […] has estado bebiendo en la fuente». Sin embargo, cuando alguna le preguntaba cómo imitarle en esto o en lo otro, solía contestar: «¿Imitarme a mí? No hijas, no soy modelo de nada, el modelo es Jesucristo». En otros momentos se definía como un pecador que amaba a Jesucristo.
En 1964, como dije, yo había comenzado a trabajar en el departamento de estudios de la Asesoría Central. Poco más adelante, a raíz del congreso general de mayo de 1966, fui nombrada secretaria de la Asesoría Central. No es la secretaria central, sino la número dos, por así decir. La secretaria central hasta 1973 fue Mercedes Morado. Por razones de salud, ese año la sustituyó Carmen Ramos, que ocupó ese cargo hasta 1988. Sin embargo, Carmen enfermó del pulmón y estuvo medio año fuera (desde noviembre de 1973 hasta mayo de 1974), en tratamiento médico. Durante ese periodo regresó Mercedes Morado. En 1988 Carmen Ramos fue a Venezuela y la sustituí yo, hasta el año 2010. La secretaria de la Asesoría sustituye a la secretaria central cuando esta se ausenta por viajes o enfermedad. Por eso estaba al tanto de todo, lo mismo que la secretaria central.
REUNIONES DE TRABAJO CON SAN JOSEMARÍA
En las reuniones de trabajo con san Josemaría —que no tenían periodicidad fija— se entraba directamente en materia. Siempre aprovechaba esos ratos para abrirnos panoramas de trabajo, de servicio, para llenar de paz y alegría los rincones del mundo. Hacía algunas consideraciones que ayudaban a ver las cosas con más fe, a pensar más en las personas y a hacernos cargo de su situación, a la par que se veían las cuestiones de gobierno previstas para esa reunión. A veces dedicaba sesiones a enseñarnos a plasmar en lo concreto el mensaje del Opus Dei. En esas ocasiones se mostraba ágil, simpático, y a veces nos reíamos a carcajadas con sus comentarios. También rectificaba si se le hacía ver que estaba en un error.
Una vez comentó un asunto y don Álvaro le dijo: «Padre, perdone, pero me parece que esto no fue así». Lamentablemente del tema concreto no me acuerdo. San Josemaría respondió: «Sí, sí, Álvaro». Y don Álvaro: «No, Padre, me parece que fue así y así…». Este diálogo se repitió aún una tercera vez. Entonces el Padre debió acordarse que aquello era como decía don Álvaro. Se levantó, le dio un abrazo y dijo: «Hijo mío, ¡cuánto me tienes que aguantar!». Nos quedamos heladas, como se puede comprender, porque fue un momento particular. San Josemaría, para romper el silencio que se había producido, nos dijo: «Majaderas, os lo digo con todo cariño, a estos —señalaba a don Álvaro y a don Francisco Vives— los llamo ladrones, pero ladrones de almas». Con eso terminó esa reunión. Nosotras quedamos impresionadísimas.
En mayo de 1973, en otra reunión en la que no estaba presente don Álvaro, nos dijo algo así como: «Cuando yo me muera, como los muertos no mandan, haced lo que queráis, pero si no sois tontas, elegiréis a don Álvaro, porque vosotras seréis las primeras que tenéis que dar el voto». En efecto, los Estatutos indicaban que, en la elección del presidente general (ahora el prelado), la Asesoría Central debía proponer los nombres de los candidatos. Tras leer esa lista, los miembros del Congreso General Electivo procedían a la elección.
Cuando oí aquello pensé: «Habrá que contárselo a las que vienen detrás de nosotras». Nunca pensé que esto me iba a tocar en primera persona. No me lo apunté porque estaba segura de que no se me olvidaría. Se lo oí más veces, nunca cuando estaba don Álvaro delante. La idea era la misma: que por derecho nos correspondería a nosotras señalar en primer lugar a su sucesor; nos dejaba completa libertad, pero quería que supiésemos que en la Obra había personas muy santas, con muy buen espíritu, pero nadie como don Álvaro.
En los últimos años las tertulias eran más distanciadas. Había menos reuniones, pero el Padre continuaba despachando por escrito. Y lo hizo hasta el último día. Tenemos papeles con su firma ya temblona que llevan fecha 25 de junio.
Desde inicios de los 70, se trabajaba en el proyecto de construcción de la sede del Colegio Romano de la Santa Cruz. El Padre nos había pedido que, para ese centro interregional de los varones, que se llama Cavabianca, conserváramos los objetos de decoración que regalaban amigos y familias, o que preparaban las alumnas artistas del Colegio Romano de Santa María. Varias veces salí a tiendas de muebles para ver precios de camas, escritorios, armarios, mesas, etc., para esa futura casa. No solo había q...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. CITA
  5. ÍNDICE
  6. INTRODUCCIÓN
  7. I. VIDA FAMILIAR EN COLONIA
  8. II. UN VIAJE DECISIVO A ROMA
  9. III. EL COMIENZO DEL APOSTOLADO DEL OPUS DEI EN ALEMANIA
  10. IV. PRIMERA ESTANCIA EN ROMA
  11. V. DE NUEVO EN ALEMANIA
  12. VI. REGRESO A ROMA
  13. VII. COLABORANDO CON SAN JOSEMARÍA EN EL GOBIERNO DEL OPUS DEI
  14. VIII. MIS PADRES Y EL OPUS DEI
  15. EPÍLOGO
  16. AGRADECIMIENTOS
  17. ARCHIVO FOTOGRÁFICO
  18. AUTOR