Relaciones internacionales
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Relaciones internacionales

Una teoría crítica desde la periferia sudamericana

Marcelo Gullo

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Una teoría crítica desde la periferia sudamericana

Marcelo Gullo

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Este texto, además de alcanzar un extraordinario éxito en la comprensión, en tanto observador desde las alturas, del mundo de las relaciones internacionales, parece haber alcanzado la madurez que solo poseen los hombres de experiencia para realizar síntesis complejas.El dominio del autor sobre este campo de estudio se asemeja al de los cóndores de la Patagonia que avizoran el mundo: a pesar de estar en las alturas, es capaz de verlo todo. —Amado LuizCervo (Profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Brasilia)

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CAPÍTULO 1
Los problemas básicos de las relaciones internacionales como disciplina de estudio

1. El problema del origen

Auguste Comte sostenía que, para conocer una ciencia, había que conocer su origen e historia, rastrear su ascendencia. “No se conoce una ciencia si no se conoce su historia” (citado por Balzacq y Ramel, 2013: 37). Por este motivo resulta relevante destacar que así como la ciencia política puede rastrear su ascendencia hasta Platón y Aristóteles, las relaciones internacionales pueden rastrear la propia hasta Tucídides (460 a.C.-395 a.C.) y Polibio de Megalópolis (200 a.C.-118 a.C.) y, luego, en los viejos maestros de la geopolítica: Friedrich Ratzel (1844-1904), Alfred Mahan (1840-1914), Rudolf Kjellén (1864-1922), Halford MacKinder (1861-1947) y Karl Haushofer (1869-1946). Sin duda alguna, con todos sus errores y limitaciones, la geopolítica puede ser considerada la fuente moderna en la que abrevaron las relaciones internacionales como disciplina de estudio y los Estados más poderosos para delinear las grandes líneas estratégicas de acción de sus respectivas políticas exteriores (Peltzer, 1994: 47). Pero ese importante hecho no será reconocido porque la geopolítica se transformó, después de 1945, en una especie de “disciplina maldita”, a pesar de que todas las grandes potencias, después de la Segunda Guerra Mundial, han seguido en gran medida fundando sus afanes hegemónicos en supuestos de indiscutible naturaleza geopolítica (Trías, 1973: 7).
Importa destacar además, porque es un hecho totalmente desconocido por los académicos europeos y norteamericanos y aun por muchos o más bien la mayoría de los latinoamericanos, que las relaciones internacionales pueden rastrear también su ascendencia en el pensamiento de algunos de los más importantes hombres de la generación latinoamericana del 900, integrada entre otros por el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), el mexicano José Vasconcelos (1882-1959) y los argentinos Manuel Ugarte (1875-1951) y José Ingenieros (1877-1925) (Bernal Meza, 2013).
Hijos intelectuales de la generación del 900 son, entre otros, el político e intelectual peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) (Gullo, 2013a) y el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré (1929-2009), creador de la teoría de los Estados continentales y de notable influencia en el pensamiento geopolítico del papa Francisco (Gullo, 2013c).
Explicitada, entonces, la ascendencia de las relaciones internacionales como disciplina académica, conviene precisar que nacieron en el viejo continente. Formalmente, surgen en Gran Bretaña como una consecuencia del terrible trauma que había provocado en la sociedad europea la Primera Guerra Mundial y, en sustancia, por la necesidad de la elite inglesa de reflexionar sobre cómo detener el notorio declive del poder británico que había necesitado, para derrotar al desafiante Imperio Alemán, de la imprescindible participación de Estados Unidos en la Gran Guerra. Es precisamente entonces al fin de la Primera Guerra Mundial cuando las relaciones internacionales nacen como disciplina científica autónoma.
La primera cátedra de Relaciones Internacionales se creó en Aberystwyth, Gales, en 1919, y su profesor titular fue sir Alfred Eckhard Zimmern. Al poco tiempo la Universidad de Oxford y la London School of Economics fundaron sus respectivas cátedras. La de Aberystwyth fue financiada por lord David Davies, un importante industrial galés, y las de Oxford y de la London School of Economics, por Montague Burton, un reconocido comerciante de Londres. Las tres cátedras británicas –y el entonces recientemente creado Royal Institute of International Affaires– estaban imbuidas del mismo objetivo: entender los cambios que se estaban produciendo en el sistema internacional y saber, en consecuencia, qué debía hacer Gran Bretaña para recuperar y mantener su poder en el nuevo escenario internacional (Attiná, 2001: 19).
Por otra parte, la necesidad de formar cuadros político-diplomáticos –el funcionariado internacional– para la recientemente creada Sociedad de Naciones –que los políticos e intelectuales más liberales imaginaban como el embrión de un futuro gobierno mundial– llevó a la creación, en Suiza, del primer instituto universitario consagrado plenamente al estudio de las relaciones internacionales: el Institut Universitaire de Hautes Études Internationales (IUHEI) fundado, en 1927 por iniciativa del rector de la Universidad de Ginebra, el profesor de Historia Económica William Rappard (1883-1958). El IUHEI nace apadrinado políticamente por el presidente Wilson, en estrecha relación institucional con la Sociedad de Naciones y financiado por la Fundación Rockefeller. Su primer director fue el profesor Paul Mantoux (1877-1956), especializado en historia económica.
Los intelectuales liberales más destacados de Europa fueron los primeros profesores del IUHEI, entre ellos, el historiador Guglielmo Ferrero (1871-1942), el gran jurista Hans Kelsen (1881-1973) y el economista Ludwig von Mises (1881-1973).
El primer cuerpo de profesores del IUHEI creyó encontrar, por entonces, en la creación de los organismos internacionales, en la formación de un funcionariado internacional cosmopolita y en el establecimiento del libre comercio a nivel mundial las condiciones que hicieran por fin posible el establecimiento de una paz universal durable. El libre comercio era, para la mayoría de los profesores de este instituto, la mejor herramienta para garantizar la paz mundial.
Con el paso del tiempo, cuatro miembros del cuerpo de profesores del IUHEI recibirían el premio Nobel de economía: Gunnar Myrdal, Friedrich von Hayek, Maurice Allais y Robert Mundell. Dictaron cursos allí los más eminentes intelectuales de la época: Raymond Aron, René Cassin, Luigi Einaudi, John Kenneth Galbraith, George Peabody Gooch, Gottfried Haberler, Friedrich von Hayek, Hersch Lauterpacht, lord Arnold McNair, Gunnar Myrdal, Harold Nicolson, Philip Noel Baker, Pierre Renouvin, Lionel Robbins, Jean de Salis, Carlo Sforza y Jacob Viner. Importa destacar que Hans Morgenthau (1904-1980) –a quien puede considerarse junto con Raymond Aron (1905-1983) como el padre fundador de las relaciones internacionales como disciplina científica (Peltzer, 1994: 33)– durante su permanencia en Ginebra no fue profesor del IUHEI pero estuvo ligado íntimamente al Instituto y dejó en él una impronta imborrable (Balzacq y Ramel, 2013: 221).
No deja de ser interesante –y relevante– destacar la creación, en la República Argentina, más precisamente en la ciudad de Rosario el 17 de agosto de 1920, de la Licenciatura en Diplomacia en la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas (FCECP). Será también la FCECP de Rosario, a partir de 1927, la primera facultad en Latinoamérica en expedir el título de doctor en Diplomacia. La primera colación de grado se realizó el 21 de septiembre de 1932 (De Marco, 2015). Resulta políticamente relevante destacar que la Licenciatura en Diplomacia y el Doctorado en Diplomacia fueron creados en la ciudad de Rosario y no en Buenos Aires, capital de la República.1

2. El problema del “segundo nacimiento”

El estallido de la Segunda Guerra Mundial congeló el desarrollo de las relaciones internacionales en el viejo continente y estas, cruzando el Atlántico, no bien finalizada la guerra, tendrán un segundo nacimiento en Estados Unidos, tan deslumbrante –por el grado de desarrollo y profundidad alcanzado en el estudio– que hará olvidar el primero, europeo. Por eso, siguiendo a Stanley Hoffmann, comúnmente suele considerarse a las relaciones internacionales como una ciencia social norteamericana.
Al renacer en Estados Unidos el estudio de las relaciones internacionales, este adquirirá características que lo acompañarán hasta nuestros días: 1) el exagerado énfasis puesto en los saberes que tratan solo sobre el presente; 2) el deficiente conocimiento de la historia universal, y 3) la carencia de investigaciones suficientes sobre la relación entre los fuertes y los débiles. Por otra parte, este segundo nacimiento, explosivo y deslumbrante, y el enorme y bien logrado prestigio de sus universidades provocaron seis consecuencias en el resto del mundo:
  1. Que la producción teórica norteamericana reinara de forma absoluta en el universo académico internacional y que, por lógica consecuencia, en la mayoría de las universidades del mundo las relaciones internacionales fuesen analizadas mediante el uso de las teorías producidas en las altas casas de excelencia de Estados Unidos.
  2. Que los textos que se utilizan en la mayoría de carreras de Relaciones Internacionales en todas las universidades del mundo, sobre todo en materia de teoría, salvo contadas excepciones, sean los de los grandes estudiosos norteamericanos o europeos residentes en Estados Unidos, que concibieron sus ensayos a partir de mediados del siglo XX.
  3. Que Estados Unidos se convirtiera en una gran meca para quienes buscaban formarse –y especializarse– en el estudio de las relaciones internacionales.
  4. Que los estudiantes extranjeros que regresaban a sus respectivos países de origen –luego de haberse formado y especializado en las universidades norteamericanas– llevasen consigo la peculiar forma estadounidense de concebir las relaciones internacionales, concepción según la cual estudiarlas es casi un sinónimo de estudiar teoría de las relaciones internacionales.
  5. Que se produjera un seguimiento irreflexivo, por parte de los académicos residentes fuera de Estados Unidos, de debates y categorías en boga producidos en las prestigiosas universidades norteamericanas.
  6. Que el inglés se convirtiera en la lengua franca de las relaciones internacionales.
En su brillante estudio Jano y Minerva. Ensayos sobre la guerra y la paz Stanley Hoffmann advierte claramente que una de las características problemáticas que afligen a las relaciones internacionales –íntimamente ligada no a su naturaleza, sino al hecho de que la disciplina renació en Estados Unidos y tiene, todavía, allí su principal residencia– consiste en el exagerado acento puesto sobre el presente.2
Para Hoffmann, esta es una debilidad muy grave que “conduce no solo a desestimar todo un patrimonio de experiencias pasadas –aquellas de los sistemas imperiales anteriores, de los sistemas de relaciones interestatales fuera de Europa, de la formulación de políticas exteriores en organizaciones políticas internas muy diferentes de las contemporáneas– sino a una verdadera deficiencia en nuestra comprensión del sistema internacional del presente. Debido a que tenemos una base inadecuada de comparación, estamos tentados a exagerar ya sea una continuidad con un pasado que conocemos mal, o la originalidad radical del presente, según estemos más impactados por las características que juzgamos permanentes, o por aquellas que no creemos que hayan existido antes. Y, sin embargo, un examen más riguroso del pasado quizá revele que lo que percibimos como nuevo realmente no lo es, y que algunas de las características tradicionales son mucho más complejas de lo que pensamos. Hay muchas razones para esta imperfección. Una es el temor de volver a caer en la historia: el temor de que si estudiamos el pasado en profundidad, puede que encontremos difícil hacer generalizaciones y, en el caso de las categorizaciones, que las hallemos interminables o carentes de sentido, y puede que perdamos el hilo de la ciencia. Una razón que se relaciona con esto es el hecho de que los científicos políticos norteamericanos no reciben entrenamiento suficiente en historia o en lenguas extranjeras, indispensables para trabajar sobre las pasadas relaciones entre Estados. Una tercera razón se encuentra en las circunstancias mismas del nacimiento de la ciencia y su desarrollo. En cierta forma, la pregunta clave no ha sido ¿qué debemos saber?, sino ¿qué deberíamos hacer? Sobre los rusos, los chinos, la bomba, los productores de petróleo” (Hoffmann, 1991: 33-34).
Por otra parte –según el propio Hoffmann–, otro problema de las relaciones internacionales esencialmente ligado no a su naturaleza, sino al hecho del segundo nacimiento de la disciplina en Estados Unidos –y que conduce a una verdadera deficiencia en la comprensión del sistema internacional– consiste en la falta de estudios suficientes sobre el funcionamiento de la jerarquía internacional o, si se prefiere, de la naturaleza de las relaciones entre los débiles y los fuertes. Este hecho llevó, naturalmente, a que la cuestión de cómo y bajo qué condiciones los débiles han sido capaces de contrarrestar su inferioridad no haya estado en el centro de la investigación científica.
A diferencia de lo que acontece en otras partes del mundo, para la mayoría de los investigadores y profesores que integran el mundo académico en Estados Unidos la especificidad del trabajo de los expertos en relaciones internacionales es “producir conocimiento para consumo del Estado” (Gonçalves y Valente Monteiro, s/f).
Para la mayoría de los académicos norteamericanos, “la utilidad social de los estudios de relaciones internacionales está en producir conocimientos que puedan ser ofrecido a las instituciones del Estado, para que los hombres que las dirigen puedan tomar las decisiones más convenientes a los intereses del Estado al que sirven”. Por ello, a diferencia de la mayoría de los países, en Estados Unidos “el mundo académico es parte del Estado y trabaja para proveerle conocimientos que puedan fortalecerlo” (Gonçalves y Valente Monteiro, s/f).
En Estados Unidos no existe ninguna especie de pudor en los académicos en trabajar para las instituciones del Estado, incluidos los órganos de inteligencia y espionaje. “Servir al Departamento de Estado, a la CIA o a cualquier otra agencia de seguridad, inteligencia y espionaje no es motivo de espanto o desdén entre los académicos estadounidenses” (Gonçalves y Valente Monteiro, s/f), sino motivo de orgullo.
Por eso es imprescindible comprender –como también destaca Hoffmann (1991: 25)– que cuando los expertos en relaciones internacionales en México, en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Berlín o en Pekín reflejan y siguen, más o menos servilmente y con algún retraso, las “modas” norteamericanas –los debates y las categorías de análisis en boga–, al hacerlo reflejan, y sirven también, muy a menudo, al interés político de Estados Unidos, aumentando su poder blando, dada la conexión existente en ese país entre el mundo académico y el mundo del poder, que coloca a los más brillantes académicos e investigadores no meramente en los pasillos del poder sino también en la cocina, como ya hemos apuntado.
Por último, importa destacar, paradojalmente, como un problema para el estudio de las relaciones internacionales, el hecho de que el inglés se haya convertido en la lengua franca de la disciplina. El profesor británico Arthur John Richard Groom afirma que no solo el inglés es la lengua franca de las relaciones internacionales sino que la cuestión de que los cimientos de la disciplina hayan sido asentados con una argamasa de molde anglosajón convirtió a este predominio en un hecho irreversible e inevitable (Groom y Light, 1949: 219).
Como destacan los profesores brasileños Williams Gonçalves y Leonardo Valente Monteiro (s/f):
El síntoma más notorio de la introducción de elementos culturales norteamericanos por medio de las relaciones internacionales, como nos advierte Groom, es la presentación de la evolución de esta disciplina de estudio en debates paradigmáticos. Las etapas del progreso de las relaciones internacionales son exhaustivamente expuestas por todos los estudios teóricos de la disciplina. Esto constituyó un auténtico mantra siempre presente en los numerosos manuales producidos por los académicos anglosajones. Para muchos, el conocimiento de esas etapas o el contenido básico de cada uno de los paradigmas llega a ser considerado como una señal distintiva de inclusión en el área académica de las relaciones internacionales. Aquellos que pretenden ser reconocidos como académicos del área y por ventura revelan desconocimiento sobre el orden de la evolución de los paradigmas o no se muestran capaces de citar los nombres de los estudios...

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