Anatomía del valor
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Anatomía del valor

Lord Moran, Alicia Frieyro Gutiérrez

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Anatomía del valor

Lord Moran, Alicia Frieyro Gutiérrez

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Publicado originalmente en 1945, Anatoma del valor es un relato radical sobre los efectos psicolgicos de la guerra narrados a travs de vvidas observaciones de primera mano, as como de jugosas ancdotas. Al exponer el Çmetabolismo ntimoÈ de su propia mente y recordar sus experiencias como oficial mdico en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, Lord Moran explora la verdadera naturaleza del valor en el frente. En estas pginas la vida y la muerte no son conceptos filosficos lejanos, sino que se sienten y se padecen como si estuviramos hundidos en las trincheras. Lord Moran es considerado uno de los mdicos de guerra ms importantes de la historia y sus observaciones llenas de humanidad, sus anlisis cientficos y las soluciones que propuso estaban muy adelantadas a su poca y constituyen una gran fuente de informacin sobre la Primera Guerra Mundial. Los temas abordados en este libro trascienden la historia militar para arrojar luz sobre el comportamiento humano en situaciones extremas y la manera de gestionar crisis colectivas.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417241308
Edición
1
Categoría
Storia
SEGUNDA PARTE


Desgaste del valor
5

De cómo se desgasta el valor
El valor es una cualidad moral; no es un don gratuito de la naturaleza como pueda ser, por ejemplo, una aptitud especial para el deporte. Se trata de una fría elección entre dos alternativas, la inquebrantable resolución de no dejarse vencer; un acto de renuncia que debe ejercerse no una sino muchas veces mediante fuerza de voluntad. El valor es fuerza de voluntad.
El relato de cómo se desgastaba el valor en Francia es una instantánea de hombres sensibles consumiendo sus reservas de fuerza de voluntad bajo unas condiciones desalentadoras, al mismo tiempo que sus principios morales eran derribados uno a uno. El consumo de las reservas de valor podía producirse solamente con el lento goteo que supone el día a día en las trincheras, o bien manifestarse de forma repentina con una única y cuantiosa retirada de fondos que amenazara con liquidar la cuenta. La prueba de fuego de un hombre en las trincheras era afrontar los explosivos de alta potencia; nos revelaba a cada uno cosas sobre nosotros mismos que desconocíamos hasta entonces.
Un día de verano de 1916 los boches nos lanzaron varios obuses. Nosotros ni dejamos a un lado nuestros quehaceres ni tampoco les otorgamos mayor importancia; ya había sucedido antes sin mayores consecuencias, pero cuando el bombardeo ganó intensidad nos refugiamos en el fondo de la trinchera en actitud atenta, a la espera. Oímos un obús cuyo silbido creciente nos hizo pensar que caería cerca. Entonces se produjo un estallido devastador, como si nos reventase dentro de los oídos, una nube de humo y una pesada lluvia de tierra, sangre y restos humanos. Mientras se disipaba el humo, tuve el tiempo justo para reparar en que el hombre que estaba a mi derecha había desaparecido y la sección de trinchera donde él había estado de pie no era ahora más que un montón de tierra recién removida. Entonces, otro furioso silbido volvió a culminar de nuevo en una explosión desgarradora y de nuevo nos encontramos rodeados de humo. Nuestra sección había quedado aislada y, conforme los obuses estallaban a nuestro alrededor con creciente violencia, pareció que la artillería boche al completo tenía en su punto de mira este pequeño islote y estaba decidida a destruirlo. Al principio me preocupé por el estado de los que me rodeaban, pero enseguida dejé de pensar incluso en mí mismo y lo que pudiera ocurrirme. Me quedé con la mente en blanco. Tenía la sensación de haber sufrido algún daño físico, aunque estaba ileso, y la voluntad de hacer lo correcto quedó momentáneamente anulada. Era incapaz de pensar. Estaba aturdido y a merced de esos instintos de autoconservación que hasta entonces había sido capaz de dominar. De haber sentido que aquellas piernas me pertenecían, quién sabe si no me habría levantado y echado a correr. Pero al final volvió a reinar la calma, se hizo una extraña quietud y percibí esa curiosa satisfacción que nota uno después de una mala experiencia, el sentimiento de haber logrado algo, y luego un enorme cansancio, el deseo de dormir, una sensación de entumecimiento.
La guerra nunca volvió a ser la misma, algo se había quebrado en la voluntad. En un buen batallón, una compañía debilitada no tarda en recuperarse, pero cambia; la vida de sus hombres en calidad de soldados combatientes se ha visto acortada, del mismo modo que una enfermedad grave supuestamente atajada puede acortar, finalmente, la vida de un hombre. Esto era algo que no sucedía a menudo. Muchos de los que pasaron meses en las trincheras lo sortearon por completo. Incluso en el Somme, en el transcurso de nuestra pequeña participación en aquella batalla, a pesar de sufrir intensos bombardeos, había tiempo entre uno y otro para recuperarse. Cuando de verdad se nos ponía a prueba era cada vez que los boches se proponían destruir una trinchera, momento en el que los obuses caían sobre nosotros sin descanso. Durante los más de dos años que estuve con el batallón, aquel fue el único momento en el que me vi sometido a la auténtica prueba de fuego. Pero una vez sucedió, se quedó conmigo para siempre, y cada obús que caía cerca de la trinchera se me antojaba como el principio de un nuevo cataclismo. Por aquel entonces no creo que estuviese muy asustado, estaba demasiado aturdido. Sin embargo, con el tiempo pagué el precio. Reviviría aquellos acontecimientos muchas veces en mis sueños y, para entonces, la mente ya no estaba anestesiada; dolía. Incluso cuando la guerra ya había empezado a desvanecerse de la mente de los hombres, yo solía escuchar de repente, sin previo aviso, el sonido de un obús acercándose. Quizá solo fuera el ulular del viento entre los árboles, que estaba allí para recordarme que la contienda se había cobrado su tributo y que mi pequeño capital era menor que antaño.
Había hombres en Francia que estaban dispuestos a darlo todo, pero que se veían incapaces de afrontar la muerte de aquella manera. Estaban preparados para enfrentarla si acaecía rápida y limpiamente, pero acabar hecho pedazos por un obús era un final demasiado crudo y sangriento, era más de lo que podían soportar. Se trataba de algo más que la muerte, todos aquellos planes que habían hecho de morir con decencia y crédito se derrumbaron de repente; no era tanto el hecho de sentir sus vidas en peligro, como saber que ya no ejercían ningún control sobre su propia dignidad. En el momento más crítico de su existencia, se veían desaliñados, cubiertos de barro, de tierra y de sangre; no eran dueños de sus actos, eran otros quienes los dictaban, ya no confiaban en sus decisiones. Esta temible experiencia era la última piedra de esa casa de miedo construida a partir de todos aquellos instintos que pugnaban por conducir a los hombres lejos del peligro, de vuelta a la seguridad y a las vías pacíficas. Nada había espantado más soldados de las trincheras; el que superaba esa prueba y seguía siendo un hombre ya no tenía nada que temer en la vida.
Uno de mis alumnos, Lovelock, siempre decía que había una única ocasión por temporada en la que podía reunir la fuerza de voluntad para darlo todo. Hablaba de superar la crisis suprema de tener que entablar una batalla olímpica con el mundo. Con ello quería decir que no podía exprimir demasiado sus reservas de energía nerviosa. Incluso la pródiga juventud tenía que dosificar sus recursos. En las trincheras, asimismo, la fuerza de voluntad de un hombre era su capital, y este siempre estaba disminuyendo, de modo que los oficiales de compañía inteligentes y ahorradores seguían muy de cerca el gasto de cada penique, no fueran sus hombres a caer en la bancarrota. Cuando su capital se agotaba, ellos estaban acabados.
En su biografía de lord Haig, Duff Cooper propone como axioma otra noción del valor:
El ejército británico era un ejército de ciudadanos instruido solo a medias para la guerra. Los supervivientes (del Somme) a mediados de noviembre eran veteranos. A los británicos se les enseñó a combatir.
Admito que, si bien un soldado está siempre gastando su capital, es posible que, de vez en cuando, logre incrementarlo. En el proceso se producen tanto ingresos como gastos. Cuando el general Alexander asumió el mando en Oriente Medio, los hombres ya ni se molestaban en realizar el saludo a sus oficiales, pero después de la batalla de El Alamein esta falta de disciplina quedó erradicada por completo. Con la victoria, los hombres recuperaron su amor propio, pues el éxito siempre es un excelente aliciente para la moral. De esta forma uno puede ver renovada su lealtad hacia un buen batallón y con ella reforzar su determinación; la confianza del soldado probado reemplaza ese viejo y vago temor a lo desconocido. Pero por regla general, el tiempo corre en contra del soldado. «A los británicos se les enseñó a combatir». Esa no es la lección que me transmitió el Somme. El día que el batallón recibió la orden de retirarse de la batalla escribí:
A mi alrededor puedo ver los rostros de unos hombres que parecen no haber dormido en una semana. Unos, que antes estaban cansados, parecen ahora enfermos; hasta en sus andares han perdido estos hombres la chispa. Su savia se ha derramado. Están consumidos.
En la guerra los hombres se desgastan como la ropa. Cuando el señor Cooper escribe que la batalla del Somme enseñó al ejército a combatir no hace sino predicar el ideario de su maestro, que cambió el carácter de la guerra después de la primera batalla de Ypres. Esa doctrina bebe del fanático sentido del deber de un covenanter escocés poco versado en el funcionamiento de la mente humana. Al ejército había que iniciarlo con un centenar de asaltos, con un centenar de ofensivas limitadas, por ser este el único modo de preservar —¿o acaso era para crearlo?— el espíritu ofensivo. Suponía, en definitiva, dilapidar como un despilfarrador no solo las vidas, sino el legado moral de la juventud de Inglaterra.
6

Némesis del engaño
El invierno de 1916-1917 fue un periodo de duda y desilusión. Los hombres estaban cansados, menos seguros de las cosas. La impresión, allí en territorio extranjero, era que hacía falta creer en alguien o en algo para poder seguir adelante. No había sido fácil. La información tergiversada de los corresponsales en Francia había infligido un daño incalculable. Los hombres, que conocían los hechos, se rebelaron contra aquellas crónicas inventadas. «No puedes creerte una sola palabra de lo que lees», decían. El éxito de los asaltos a las trincheras ya no se medía a partir del número de las que habían volado por los aires o de la cantidad de hunos destruidos; solo contaba la toma de prisioneros; pero en los periódicos no podía aludirse a ellos
Comunicado N.º 724 del servicio de Inteligencia del Primer Ejército en el Frente del Primer Ejército
El enemigo intentó asaltar nuestras líneas cerca del escorial de Loos a las 6.00 de esta mañana. Tras un duro enfrentamiento, el enemigo fue rechazado, quedando varios alemanes muertos en las proximidades de nuestro parapeto y alambrada; dos de ellos han sido trasladados desde entonces a nuestras instalaciones y sus identificaciones los señalan como pertenecientes al 153.º Regimiento, 8.ª División, 4.º Cuerpo. Esto demuestra que no se ha producido cambio alguno en la distribución de las fuerzas alemanas emplazadas frente al saliente de Loos, y que el 153.º Regimiento está posicionado ligeramente más al sur de lo que se había supuesto hasta ahora.
Teniente Coronel del Estado Mayor,
Primer Ejército
Viernes, 5 de enero de 1917.
Se nos informaba de que, al intentar asaltar nuestra línea, y tras una severa contienda, el enemigo solo había conseguido dejar atrás varias identificaciones, que permitieron confirmar que la posición del 153.º Regimiento era la que nuestro Departamento de Inteligencia había supuesto que ocupaba. Al día siguiente The Times contaría al público la siguiente versión del suceso bajo un enorme doble titular en negrita:
The Times, 6 de enero
Asalto alemán cerca de Loos.
Combate encarnizado en las trincheras.
El cuartel general de Francia emitió a las 20:36 de la tarde de ayer el siguiente comunicado: «Esta madrugada un grupo de asalto hostil consiguió penetrar hasta nuestras trincheras al sur de Loos. Se produjo un combate encarnizado y el enemigo fue rechazado rápidamente,...

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