
- 96 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
El secreto del silencio
Descripción del libro
El ser humano puede estar en silencio por diversos motivos: porque no sabe qué decir, porque duda, está perplejo o asombrado, o porque siente curiosidad. Pero también hay silencio ante el suspense, el miedo o la vergüenza, el dolor o el amor… Hay "minutos de silencio", de relajación y yoga, minutos de oración… Hay silencio en la poesía, silencio ante la música o ante un cuadro...
El cultivo de la interioridad exige aprender a callar, a escuchar, y ese silencio puede y debe aprenderse, con más urgencia aún, en la sociedad del ruido.
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Información
II. El silencio y otras realidades humanas
1. Silencio y palabra
La mayor confrontación con el silencio es la de la palabra, pero es una confrontación que no significa oposición, porque la palabra aquilatada y precisa puede expresar lo más profundamente humano.
Benedicto XVI se refería en 2012 a «un aspecto del proceso humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado. El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos».
Rilke, en unas frases muy complejas de sus Cartas a un joven poeta, parece decir lo contrario, pero solo da un giro más de tuerca: «Cada hombre es íntimamente un poeta, un poeta que se ahoga en el silencio. Las alas de la palabra nos salvan del agua. Por eso, el verdadero poeta es el que retorna al silencio, es el que acepta la muerte del verbo». Las palabras predominan un momento sobre el silencio, pero al final es el silencio lo definitivo.
Sucede que en ese silencio hay otras palabras, no pronunciadas, palabras de la mente (“verba mentis”) y palabras del corazón (“verba cordis”). Lo que se opone al silencio profundo es la palabra vana, la palabra que se agota en la pronunciación, la palabra que no lleva más allá de sí misma. Joseph Joubert escribió: «El silencio. Delicias del silencio. Los pensamientos han de nacer del alma y las palabras del silencio. Un silencio atento».
En esas palabras el ser humano se habla a sí mismo, pero no como un monólogo narcisista, sino como diálogo con lo que hay más allá de sí mismo. Antonio Machado lo dijo en estos versos: «Quien habla solo espera/ hablar con Dios un día».
2. Silencio y edades
El silencio interior y voluntario es una conquista humana, pero no puede alcanzarse a cualquier edad.
El niño no tiene sentido voluntario del silencio. Al niño el silencio, por lo general, le aburre, porque significa no hacer nada, y esto está en contra de su natural tendencia a la actividad. Además, el niño está admirado y sorprendido con su descubrimiento del habla. Ha vivido un largo tiempo de relativa mudez y, de pronto, empieza a decir cosas como las que ha oído durante tanto tiempo. Por eso el niño que ha aprendido a hablar lo hace sin descanso, no para. Solo cuando un juego lo absorbe puede quedar en silencio, un estupendo silencio a veces canturreado. Por otro lado, el niño, en su primeros meses, ha absorbido un nutritivo silencio en los pechos de su madre. El Salmo 131 lo toma como comparación: «Soy como un niño recién amamantado». Ese dulce silencio del niño.
Tampoco los adolescentes y jóvenes suelen gustar del silencio. Sus diversiones suelen ser ruidosas: como las discotecas en las que el sonido —el ruido— es tan atronador que solo se puede hablar a gritos; o esa costumbre de ir escuchando música por los auriculares y con tal volumen que lo puede oír quien está al lado, aun sin querer. O, en grupo, hablar a gritos, quitándose mutuamente la palabra, hablando a la vez.
El posible amor a un silencio positivo es cosa de la madurez y de la ancianidad. Este descubrimiento del silencio está unido al de la soledad, al deseo de estar tranquilo con uno mismo. Lope de Vega lo cantó en un conocido poema: «A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ porque para estar conmigo/ me bastan mis pensamientos».
El silencio productivo, en la madurez, no se da sin más. Es corriente que cuando se presentan circunstancias que obligan a un silencio involuntario —vivir solo, por ejemplo, por propia elección o por circunstancias de la vida— haya gente que estime insoportable la situación. De ahí el uso casi continuo del teléfono, o el de la televisión o la radio, casi perpetuamente encendidas. Se necesita llenar el silencio con cosas de fuera.
El silencio productivo es algo que necesita de un continuo aprendizaje. Parte de ese aprendizaje pasa por el hábito de la lectura; y en el silencio de la lectura se puede viajar a múltiples paisajes de la Naturaleza, de la historia o del corazón. O bien la escucha de música, en la que el silencio no es perturbado y sí repleto de belleza. Por ahí se puede acceder a llenar la propia interioridad de pensamientos, proyectos y aspiraciones creativas.
El silencio es productivo, pero antes tiene que ser sembrado y cultivado. La siembra del silencio es una experiencia interior en la que se advierte su potencia pacificadora. El cultivo del silencio se hace reservando momentos en el día para él y, de modo especial, respetando el silencio que la misma noche parece propiciar. ¿Por qué molesta tanto el ruido que se hace en la noche? No solo porque impide dormir, sino porque el ruido, en sí mismo, está en la antítesis de lo nocturno. La noche ama la paz.
3. Silencio y temperamentos
La búsqueda voluntaria del silencio no es igual de fácil para todos los hombres y mujeres. Depende mucho del temperamento. Hay personas ruidosas por sus palabras, gestos, actitudes y reacciones. Y hay personas que desprenden un halo de tranquilidad y de acogimiento, gracias precisamente a su temperamento tranquilo.
Desde Hipócrates hasta finales del XIX se dio por buena la clasificación de los temperamentos, caracteres o humores según el predominio, precisamente, de uno de los cuatro humores presentes en el cuerpo humano: sangre, bilis blanca o hiel, bilis negra, flema. Se tenía así los temperamentos sanguíneo, colérico, melancólico y flemático. Abandonada esa no verdadera explicación, hoy se tiende a la combinación de dos pares de rasgos: extrovertido/introvertido y estable/inestable. Se siguen utilizando a veces los antiguos nombres: el sanguíneo es el extrovertido estable; el colérico, el extrovertido inestable; el flemático, el introvertido estable; el melancólico, el introvertido inestable.
Los temperamentos sanguíneo y colérico suelen amar la acción, incluso la complicación, la peripecia, el lío. Suele ser gente que no puede estarse quieta. Se vierten hacia fuera con palabras, muchas veces con exceso de palabras. A estos temperamentos el silencio, por lo general, les aburre. Necesitan estar haciendo algo con alguien, con algunos, hablando, actuando. El estallido de palabras, en el colérico, es especialmente peligroso, porque con frecuencia son palabras inoportunas, a veces cercanas al insulto o una crítica extemporánea e inoportuna hacia el más pequeño defecto o fallo de los demás. El sanguíneo, al ser estable, puede tener un mayor control sobre las palabras y utilizarlas adecuadamente como medio para un fin.
Los temperamentos flemático y melancólico tienden naturalmente a aprobar y a probar el silencio. El primero por su tendencia natural a la tranquilidad. El segundo por su tendencia a recluirse dentro de sí mismo. Mientras que el flemático acude a un silencio sin turbación, el melancólico vive con frecuencia un silencio a la vez deseado y odiado, en la angustia.
El silencio más fecundo tiene, por tanto, mucho que ver con la estabilidad del carácter. Esta es una de las grandes cualidades humanas que a veces se tiene por naturaleza, porque se ha nacido así. Cuando no es ese el caso, la estabilidad es una meta que es deseable conseguir, porque es condición sine qua non de muchas realizaciones humanas. A esta estabilidad están asociadas la aceptación del valor del esfuerzo, la constancia y la perseverancia, imprescindibles para llevar a cabo cualquier empresa o propósito.
En las relaciones humanas, por ejemplo en el matrimonio, es deseable que al menos uno de los dos cónyuges sea estable, porque tendrá que aportar continuidad, firmeza y tranquilidad. Una relación entre dos inestables puede subsistir, pero casi siempre a costa de nerviosismos, ansiedades, crisis y enfrentamientos. En una relación, ante la crisis, el estable tiende al silencio; el inestable, a la confrontación.
La inestabilidad puede llevar a periodos de silencio pero casi siempre son seguidos de estallidos. La depresión, que sería el nombre nuevo de la melancolía, trae consigo el silencio de la tristeza.
4. Lo que el silencio puede mostrar
El silencio interior, no por callar, es inexpresivo. Es más, hay realidades que solo se muestran en el silencio. Casi proverbial es la frase con la que termina el Tractatus logico-philosophicus, única obra publicada en vida por Ludwig Wittgenstein, considerado por muchos el mejor filósofo del siglo XX: «De lo que no se puede hablar, m...
Índice
- Portadilla
- Citas
- Índice
- Introducción
- I. Las formas del silencio
- II. El silencio y otras realidades humanas
- III. Patologías
- IV. El aprendizaje del silencio: la escucha
- V. Filosofía del silencio
- VI. Hacia el secreto del silencio
- Epílogo
- Créditos