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Mujeres: de la tutela a la palabra
La mirada naturalista en las novelas de amor para mujeres
- 160 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Mujeres: de la tutela a la palabra
La mirada naturalista en las novelas de amor para mujeres
Descripción del libro
A partir del análisis de las novelas francesas publicadas en 1909 por la Biblioteca La Nación, la autora delinea de qué manera la ficción fue modelando un ideal de mujer importado desde Europa a través de las traducciones y reproducido localmente en los tiempos del Centenario.
Estas novelas, bajo el prestigio de la cultura francesa, replican ideales que parecieran estar aún vigentes en las expectativas de los hombres que se sienten habilitados a ejercer violencia en pos de restituir un dominio masculino erosionado ante los avances en el empoderamiento femenino.
Es por eso que este libro responde a una preocupación actual: los femicidios acontecidos en el país, síntoma extremo de dominación del hombre sobre la mujer.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Ensayos literariosSobre los textos
CAPÍTULO 5
La nobleza idealizada
La revolución había pasado hacía un siglo con sus luchas, sus reivindicaciones libertarias y también su desmesura a manos de un pueblo sumido en la miseria y enardecido frente a los excesos de la monarquía. A estos acontecimientos siguieron las guerras napoleónicas y la organización del Estado. Luego llegaron el Segundo Imperio y la remodelación de París, llevada a cabo por una burguesía enriquecida a partir de la industria naciente, que si bien no llegó a los mismos niveles que en la vecina Inglaterra, trajo progresos como el ferrocarril, la electricidad y el sistema de cloacas, que habían cambiado muchas formas de vida.
El destino personal, en ese contexto, empezó a estar influenciado por la idea de progreso, que se había extendido a sectores sociales hasta entonces no visibilizados, hasta entonces sin horizontes de cambio. Había nuevos protagonistas, básicamente una burguesía ambiciosa de dinero y de poder, y sectores bajos que se habían hecho visibles para un Estado que debía velar por el conjunto. Los avances de la ciencia y de la técnica en la nueva organización del Estado plantearon como problema a resolver la lucha contra las enfermedades, de estímulo a la higiene como valor en la prevención de enfermedades y en especial de la mortalidad infantil. Comienza a haber una perspectiva biopolítica en la puesta en marcha de esfuerzos educativos y de salubridad. Ante las nuevas condiciones de vida que daban lugar a la autodeterminación, se modificaba la idea de un destino prefijado de existencia. Se abría un espacio para la acción personal, que presentaba posibilidades novedosas, a veces exóticas. En este tiempo de cambio, con pérdidas y ganancias, además de los acontecimientos vividos, y de lo instituido resultante, habría que sumarle el nivel de lo imaginario con sus fuerzas en pugna.
Si lo imaginario es un espacio de conflicto, como dice Lizcano (2009), en este contexto se jugaba entre la fascinación del progreso y la defensa del viejo orden. También jugaban las huellas revolucionarias, cuyos ideales fueron cumplidos muy parcialmente, pero que sirvieron de modelo a luchas que respondieron a su ideario tanto en el país como en otros países, como los latinoamericanos.
Entre el bosque y la ciudad y ante un mundo urbano que crecía de la mano de los negocios y de la industria, el naturalismo va a hacer su pintura de los personajes asociada a la sustancia del país, donde la materialidad de la naturaleza era fuente de arraigo y de pertenencia para el sujeto. La ficción de la que aquí nos ocupamos aparece como un producto de ese imaginario que expresa la intención de moldear a las personas en el presente y hacia el mundo por venir desde valores encarnados en personajes que parecen habitar en una época previa al siglo en el que escribieron los autores, teniendo en cuenta sus palabras y sus motivaciones. Escenarios que evitan la ciudad hablan de la vida en castillos, aun en la decadencia del viejo orden y de la vida en las aldeas aledañas. Se muestra un mundo en el que la monarquía y sus valores seguían teniendo vigencia, ya sea por el arraigo en una clase que conservaba su prestigio, o por el carácter de superioridad que ese origen indicaba en el imaginario personal y social.
En el sistema cortesano había límites marcados acerca de los movimientos y las ambiciones de las personas, tanto como en los alcances de las relaciones interpersonales. Ese sistema se caracterizó por ser altamente centralizado, donde los movimientos de las personas buscaban posicionarse de la mejor manera dentro del régimen de jerarquías, a cuya cabeza estaba el rey. En este marco en el que las determinaciones de origen eran decisivas, con un margen bastante relativo para los movimientos individuales, el desempeño de algunas mujeres es planteado como ejemplar.
Sobre este mundo cortesano, sostiene Norbert Elias (2012) que se trataba de una organización compleja, que no podía dejar de atender a las personas que la conformaban. Miles de hombres que servían, aconsejaban o acompañaban a los reyes, de cuya voluntad dependían de la posición lograda frente al amo absoluto, en cuanto a su rango y manutención. Esta dependencia daría lugar a una trama de juegos de presiones que ejercían unos sobre otros y sobre sí mismos, atendiendo a los lazos recíprocos de la jerarquía y de la etiqueta. Se jugaba un rol que respondía a una forma de racionalidad específica. Inevitablemente afectados por el conjunto, cada cual se movía poniendo en juego influencias y medios buscando la promoción, o intentando evitar una eventual postergación y descenso, entre alianzas y rivalidades mutuas. No se vivía como un colectivo, señala Elías, sino como individuos con intereses individuales que conformaban una compleja red de dependencias mutuas.
Desde esta perspectiva, los miembros de la corte desarrollaron un agudo sentido de sociabilidad y de manejo de las formas, empezando por la ponderación de la propia conducta para lograr el exacto cálculo de los gestos y de las expresiones. A esta manera de comportarse Elías da el nombre de racionalidad, atendiendo a que respondía a una lógica asociada a las maneras de aparecer o de figurar. La figuración, así como la cortesía, palabra derivada de corte, y los modos posibles, llegaron a constituir una suerte de segunda naturaleza en los miembros de la sociedad cortesana.
La figurabilidad tuvo que ver con una forma de representación acorde con el prestigio obtenido o que se pretendía lograr, y remitía a los movimientos de las personas en pos de mejorar su estatus en ese sistema relativamente cerrado apelando a relaciones de parentesco o de alianzas. Los esfuerzos en pos de este objetivo serán más tarde cuestionados desde otra lógica, la que enfatizara el valor de la autenticidad. Esta última era valorada por los sectores medios en ascenso, quienes lo sostenían a partir de premisas igualitarias en lo general y de los propios méritos en lo particular.
La configuración de los nuevos límites nacionales contribuyó a la unificación de lengua, en tanto que la religión, que seguía teniendo vigencia en Francia, aunque iba adquiriendo un carácter más simbólico, con menos dogmatismo. En este contexto social de una sociedad más desacralizada y que había hecho propio el ideal de libertad, era necesario evitar los riesgos del libertinaje sexual, y asegurar una vida familiar honorable. La cuestión moral pasó entonces a ser también una cuestión pública, además de privada. Allí aparece el trabajo como el gran educador para los sectores en ascenso, con sus valores de voluntad y perseverancia. Y por el lado de la conducta social, quizás siguiendo el modelo cortesano, un cierto afán por señalar lo correcto y lo incorrecto en términos de presentación y de comportamiento.
Muchos de estos aspectos son mostrados en las novelas como ingredientes de la ebullición del momento y también de los esfuerzos por controlar los desvíos en el nuevo orden de cosas.
A continuación, se verán los que expresan la añoranza en relación con el Antiguo Régimen, y el ordenamiento social jerarquizado que significaba.
En la mujer, lo valorable alude a nobleza:
… ella posee lo que siempre he soñado en el ser femenino: la hermosura, la raza, todas las cualidades sublimes reveladoras de la nobleza. (Hacia el ideal, p. 118)
Había allí una fuerte corriente que le empujaba a uno hacia arriba y todos sentían esa influencia. (Un poco… mucho… apasionadamente, p. 14)
Bertrand, en Incertidumbre, cuenta sobre una fiesta dada en el castillo de Luxemburgo, residencia imperial:
–Solamente allí puede uno comprender lo que es el mundo porque uno se encuentra en una sociedad exclusivamente compuesta por verdaderos grandes señores […]
Y haciendo un gesto de menosprecio en los labios añadió:
–No es como en Francia, donde todas las clases están espantosamente mezcladas […] Lo que se llama el gran mundo, actualmente, es una aglomeración singular de “rasta cueros” y de advenedizos. Tenemos que hacer nuestro propio duelo; no hay sitio más que para los mercaderes enriquecidos. (p. 133)
Añoranzas de tiempos donde reinaba la homogeneidad de clase, y el desprecio a los que eran vistos como “advenedizos”, de parte de quien lamenta la pérdida de un lugar exclusivo, selecto. Ese rango de superioridad fue expresado en la construcción de castillos. El alto rango, dice Elías, evitaba las connotaciones inesperadas o desagradables de la heterogeneidad, pero a la vez obligaba a poseer y establecer una casa que correspondiera esa dignidad. Replicando el modelo centralizado de la monarquía, los habitantes de los castillos trataban de ser vistos a la altura de lo que correspondía al rango logrado o al que se pretendía acceder, en relación con una jerarquía en la que se alineaban los subordinados. Se trataba de la representación del rango mediante el cuidado de las formas en los modales, en las relaciones mutuas y también en el diseño de casas y jardines. En el mismo sentido se organizaban el ocio y los sitios de veraneo.
Las prácticas que desde la perspectiva económica burguesa podrían ser vistas como despilfarro eran parte del especial modo de ver las cosas del estamento señorial, vinculado a sociedad cortesana. En el mundo cortesano la elaboración diferenciada de lo externo formaba parte de la necesaria diferenciación social.
Las casas en su distribución y arreglo decían, o pretendían decir, sobre su poseedor. Los edificios se ofrecían como modelo de virtudes que se atribuían a la tradición asociada a lo que venía, supuestamente, depurado a través del tiempo y de las generaciones. Esta postura era afín con la valoración del origen de las personas:
El castillo tenía el aspecto de esas antiguas casas de Bretaña que imponen respeto por el recuerdo de las virtudes que han abrigado. En aquella morada se habían sucedido varias generaciones de hombres valientes y mujeres piadosas y caritativas. (La fuerza del pasado, p. 63)
Interesante atribución de virtudes al propio edificio, a los que se idealizaba y se les atribuía las mejores virtudes. Entre otras, se valoraba la distribución de los espacios, que expresaban la jerarquía y los matices de la sociabilidad. Había sitios más exclusivos y otros abiertos a visitantes, según reglas establecidas. Algunos sectores estaban reservados a relaciones vinculadas a la representación, mientras que en otros se recibían por comodidad o desde el afán de reserva.
En una de las novelas, El castillo durmiente, la casa-castillo funciona como refugio frente a la desmesura de la turba revolucionaria, donde los habitantes han logrado esconderse junto a sus bienes, y continúan viviendo a la vieja usanza, en una figuración irreal. La situación es descubierta por el joven soldado que se enamora de una joven que vive en tales condiciones. En este caso los habitantes del castillo habrían contado con el apoyo de los pobladores de la aldea aledaña, que son presentados como leales servidores. Gracias a una joya privilegiada, la joven reconocerá a quien, sin saberlo, y siendo soldado de Napoleón, es heredero de los blasones de la nobleza. El joven había adquirido otra identidad tras haber sido salvado por un maestro en un incendio donde murieron sus padres. El salvador había sido rechazado por la joven noble a la que daba clases, la que sería después la madre del niño, a quien se había atrevido a plantear su amor. Habiendo presenciado el incendio que había terminado con la vida de la dama y de su pareja, el maestro rescata al niño del fuego y le da su nombre, que más tarde se reconocerá como falso. Exuberante fantasía que juega entre borrar o mantener las barreras de clase, humanizando a los personajes, pero dando lugar a un tiempo circular por el que la alianza amorosa va a ser respaldada por la homologación de origen noble en la pareja y por los bienes escondidos.
En la misma línea, hay otra novela donde una mujer con origen noble a medias fraguado, que pretendía reafirmar los lazos aristocráticos a través de las alianzas matrimoniales de su hijo, programa veranear en Versalles para ese fin. Se describen la casa, entre la pobreza y las pretensiones:
El piso no era bonito, pero una vez cerrada la puerta y disipada la impresión de la escalera, no tenía, después de todo, aspecto burgués. Con su ancha consola Luis XV dorada, o más bien, desdora, con su antiguo reloj de Boulé con incrustaciones de cobre en la chimenea, con dos grandes canapés cubiertos de telas antiguas y con sus retratos auténticos de familia, bellas damas empolvadas y con tontillo, magistrados forrados de armiño, caballeros de San Luis, un coronel y un obispo, el salón producía una impresión de ruina decente y noble, reveladora de un pasado con el que sería realzar la medianía del presente. (El guapo Fernando, p. 10)
La vigencia de las jerarquías sociales de signo aristocrático en comparación con la gente común se pone asombrosamente en evidencia en la conversación entre dos jóvenes que se habían criado juntos, a pesar de su distinto origen: el hijo de un campesino cuyos padres habían servido en el castillo y el hijo del noble. El primero había sido r...
Índice
- Cubierta
- Acerca de este libro
- Portada
- Índice
- Introducción
- PRIMERA PARTE. La mirada del naturalismo
- SEGUNDA PARTE. Sobre los textos
- TERCERA PARTE. Latinoamérica: entre la siembra y el desgarro
- Anexo. Breves reseñas de los autores y de las obras
- Bibliografía
- Créditos