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Cristianos en la encrucijada
Los intelectuales cristianos en el período de entreguerras
- 304 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Cristianos en la encrucijada
Los intelectuales cristianos en el período de entreguerras
Descripción del libro
"La situación de crisis de la cultura occidental - y en particular, de la europea - está a los ojos de todos. Un continente que supo dar razón de sus energías vitales a través de sus raíces espirituales, hoy parece no querer reconocer su identidad y "desertar" de su cita con la historia contemporánea.
El interés por contribuir a la solución de muchos de los problemas que aquejan a nuestras sociedades desesperanzadas, me ha impulsado a indagar sobre el período de entreguerras, cuando en circunstancias análogas, varios intelectuales cristianos avanzaron propuestas para superar la crisis cultural. Quizá alguna de las luces de estos intelectuales sirvan hoy para iluminar los rincones oscuros de nuestra cultura europea."
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Historia del siglo XXPrimera parte
LA RENOVACIÓN CATÓLICA EN FRANCIA (1900-1939)
«In illo tempore, lo que caracterizaba al cristiano era el gusto por la santidad» (Stanislas Fumet, Histoire de Dieu dans ma vie, Fayard-Mamme, Paris 1978, p. 310).
«La época en que se vivía era muy extraña. Los espíritus entraban en efervescencia, pero el mundo seguía su camino con su método de vida mediocre. En medio del tumulto emergían sin embargo oasis de silencio y meditación. El ingenio, ciertamente, no faltaba. Personalidades notables producían en todos los campos de la actividad humana obras excelentes. Pero ¿qué era todo esto en comparación con el movimiento que se notaba en todos los países y que tendía a la renovación de las formas de vida? Era demasiado pequeño el número de estos hombres de buena voluntad, deseosos de ponerse al servicio de una gran idea común y de perseguir un único objetivo general. Cada uno exigía para sí una libertad total. ¿Qué hacía falta para despertar a los hombres? ¿No había bastado la gran guerra mundial, con sus ríos de sangre, con sus devastaciones, con sus corazones destrozados desde hacía cuatro largos años? ¿Por qué no escuchar la advertencia profética de las encíclicas papales? ¿Acaso había tenido razón Léon Bloy, que había pasado su vida prediciendo que la civilización descristianizada y que había echado a Dios estaba perdida y sin esperanza? ¿Estaba la humanidad verdaderamente a punto de recaer en las tinieblas de la historia del nuevo Medioevo anunciado por el historiador-filósofo Nicolás Berdiaeff? Toda previsión parecía imposible. Había que conformarse con vivir en el caos. Desde el día en el que Dios había sido arrojado fuera de la sociedad, el camino se había perdido» (Pierre van der Meer, Uomini e Dio, Paoline, Alba 1958, p. 251).
El movimiento de conversiones de intelectuales en Francia
Según Fréderic Gugelot1, el movimiento espiritual que llevó a la conversión al catolicismo a más de cien intelectuales franceses en el período 1885-1935 se produce en diversas oleadas. Hay un primer grupo, que tiene una función inspiradora: son los conversos de 1885. Los nombres que sobresalen son los de Claudel, Foucauld y Huysmans. Desde 1885 hasta 1904 hay un flujo significativo de conversiones, que tienen algunos puntos intelectuales en común: están influidos por el simbolismo poético, que se abre a nuevos valores espirituales superando el naturalismo; comparten la conciencia de una cierta decadencia de la nación francesa, que solamente se podrá superar con un retorno a la Iglesia Católica, portadora de orden y tradición. A este movimiento pertenecen hombres como Bourget, Brunetière, Coppée y Lemaître. Estos intelectuales consideran que la visión positivista que profetizaba orden y progreso estaba terminando en una fracaso total. Desde 1904 a 1915 hay un florecer de conversiones. Péguy, Lotte, Psichari o Maritain son atraídos por un ideal de fe total, como reacción al positivismo que parecía triunfar en sus adolescencias. Es la época más rica en conversiones, y se podría hablar de una verdadera generación. Los diarios de la época hablan de signes du Renouveau catholique. El estallido de la Primera Guerra Mundial —manifestación más evidente de la crisis de la cultura de la Modernidad— ayudó a crear un ambiente propicio a las conversiones. Después de la Gran Guerra el movimiento se debilita, pero vuelve a tomar fuerza al final de los años 20 y en los primeros 30. No es tan numeroso como el de 1904-1915, pero suficientemente fuerte para volver a dar esperanzas al catolicismo intelectual francés. Esta última oleada coincide con el desarrollo de la Acción católica y con el movimiento misionero en el interior de Francia. A partir de 1925, el papel de Meudon —la casa de los Maritain— en este proceso es central (de ella dependen espiritualmente los van der Meer, Stanislas Fumet, Julien Green, etc.), pero no es el único foco. Alrededor del abbé Altermann —también él ligado a Meudon— se agrupan otros intelectuales como Isabelle Rivière, Suzanne Bing, Jacques Copeau, Charles Du Bos y François Mauriac. Todos están unidos por la herencia espiritual de Léon Bloy, el convertisseur de Jacques y Raïssa Maritain. Otros dependerán más directamente de Paul Claudel.
Estas conversiones están ligadas a algunos lugares. Hay un predominio de París sobre las provincias, pero también hay lugares simbólicos, es decir santuarios a los que los conversos se sienten particularmente unidos. Dada la extracción elitista de los conversos, se ve que Lourdes no es un punto de referencia importante, quizá por su carácter popular. En cambio, el santuario de La Salette, el preferido de León Bloy y de Huysmans, desempeña un papel espiritual significativo. Las catedrales de Chartres y Reims, que materializan la tradición católica francesa, serán puntos de referencia necesarios, sobre todo en la familia espiritual de Charles Péguy. Italia, y en particular los lugares franciscanos, ejercitará una cierta atracción. El desierto africano desarrolla un papel de primer orden para los discípulos de Foucauld, como es evidente en Louis Massignon.
En lo que se refiere a las lecturas que han ayudado al proceso de conversión a la fe católica, se señala la función primordial de las Sagradas Escrituras, y en particular del Evangelio. Junto a este dato obvio, despuntan la lectura de las Confesiones de San Agustín, y de las obras de Pascal. El mismo Maurice Barrès, propugnador del nacionalismo integral, que no llegó nunca a la conversión, pero que influyó mucho en algunos grupos de conversos, afirmaba: «Les autres peuples ont Shakespaeare, Goethe, Dante, Cervantes ou Calderón, Dostoïevsky. Nous avons Pascal»2. Una de las obras más citadas es La imitación de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis. Un papel no secundario es el que tiene la literatura dogmática y ritual de la Iglesia: en esta línea, Paul Claudel redactará un Abrégé de toute la doctrine chrétienne, leído sobre todo por los conversos de su círculo cultural.
Además de los libros de edificación, es importante señalar el influjo —positivo o negativo— de algunos intelectuales. Renan simboliza el espíritu de la anticonversión: «Nous leur citons Bossuet, Pascal. Les incrédules, eux, citeront Renan», escribe en 1916 uno de los conversos, Théodore Mainage. Algunas de las obras de Renan —fundamentalmente su Vie de Jésus— serán unánimemente condenadas por los nuevos cristianos. En este sentido, la conversión del nieto de Renan y amigo de Maritain, Ernest Psichari, tendrá una gran fuerza simbólica. Henri Bergson tiene una función también importante, en este caso como el principal inspirador de la crítica al positivismo. Péguy, Lotte, Maritain, Massis y Madeleine Semer testimonian la importancia de la obra bergsoniana en su camino hacia la verdad. Para terminar con este aspecto de los influjos intelectuales, es necesario referirse al affaire André Gide. Muchos amigos de Gide se convirtieron al catolicismo, y el mismo Gide fue objeto del celo apostólico de los neo-conversos. Pero todos los esfuerzos fueron vanos, y el escritor fue cada vez más anti-católico e impermeable a las advertencias de sus amigos para la salvación de su alma. Gide llegará a afirmar que ninguna literatura es posible sin la colaboración del demonio, afirmación considerada inaceptable por Mauriac y Marcel.
Tres cuartos de los intelectuales que se convierten son fils prodigues, es decir personas que en su infancia eran católicos practicantes, pero que se alejaron de la fe después de una crisis moral durante la adolescencia o la juventud, y que volvieron a la práctica religiosa. Para muchos de ellos, el acercamiento al sacramento de la penitencia marca la manifestación más evidente de su conversión religiosa. Otros conversos provienen del hebraísmo (Albin Valabregue, Albert Lopez, Raïsa Maritain, Marc Boasson, Paul Loewengard, Max Jacob, Jean-Pierre Altermann, Pierre Hirsch, Suzanne Bing, Jean-Marie de Menasce, Maurice Sachs, Maxime Jacob, Jean de Menasce, Roland Manuel, René Schwob, Georges Cattaui, Babet Jacob y André Frossard), del protestantismo (André de Bavier, Julien Green, Valery Larbaud, Jacques Loew, Jacques Maritain, Jean Verkade y Pierre van der Meer), del ateísmo (Henriette Mink-Jullien, Henri Charlier, André Charlier, Pierre Reverdy, Jean Bourgoint, Gabriel Marcel, Jean Hugo y Pierre Marthelot), del islam (Méhémet Ali Mulla-Zade, Ibazizen, Mahmoud Reggui e Mohammed Abd el Jalil) y del agnosticismo. Si bien todos rinden homenaje a Dios, que los acercó a la fe, hay muchas diferencias entre las motivaciones últimas de sus conversiones, y también son diferentes las dificultades que encontraron después del bautismo o del retorno a la fe católica. Los hijos pródigos tienen menos dificultades en su entorno. Pero no es raro encontrar fuertes oposiciones familiares en el ambiente de los hebreos o en los de profundas convicciones positivistas. En el caso de los que vienen del islam, la oposición es frontal.
Los conversos deben encarnar la nueva existencia que inicia después de la conversión, que implica un cambio en su concepción de la vida, de la sociedad y de la historia. Muchos de los conversos escribirán récits de conversion, que constituyen, según Gugelot, un nuevo género apologético. En general, la conversión de los intelectuales fue profunda: algunos escritores deciden purificar las obras escritas antes de su acercamiento a la fe católica, y casi todos dan un contenido religioso y apologético a las obras escritas posteriormente. Contemporáneamente, surge el deseo de renovar la estética católica, ya sea en las artes plásticas como en la literatura y en la música: no en vano muchos intelectuales se acercaron a la Iglesia mediante la admiración por el arte cristiano. Habrá también distintas iniciativas editoriales, como la aparición de revistas y boletines de intelectuales católicos. Incluso el teatro, gracias a los esfuerzos de Henri Ghéon, se transforma en un instrumento apologético. Florecen también nuevas vidas de santos, que ofrecen ejemplos de santidad adecuados a las necesidades de los nuevos tiempos.
Pero no se trata solo de cristianizar la obra intelectual: la conversión implica un cambio de vida. Algunos intelectuales se encuentran en serias dificultades después de su conversión, ya que eran funcionarios de la Tercera República, anticlerical y radical, y no podían colaborar con un régimen que elaboró una legislación anticatólica fuerte. En otros casos, el alejamiento de la función pública fue ordenado por las autoridades, precisamente a causa de la fe profesada por el converso. La conversión comportó también un cambio en las costumbres. La narración de algunos de estos intelectuales cuenta sus luchas interiores para superar las tentaciones, sobre todo en materia de castidad. Para algunos, el matrimonio cristiano marca la madurez de la conversión. Para otros, su recorrido espiritual terminará con el ingreso en la vida religiosa o con la ordenación sacerdotal: al menos veinticinco se ordenan sacerdotes o se hacen religiosos. Serán numerosos los que deciden hacerse oblatos o miembros de una tercera orden. La concepción más general entre los conversos es que la vida cristiana más alta es la propia de los religiosos. En la gran mayoría de los casos, los conversos siguen espiritualidades religiosas, y consideran que el cristiano debe vivir como un religioso, pero en el mundo: «Les status intermédiaires de l’oblature e du tiers ordre obtiennent de vif succès car ils offrent la possibilité de participer de la spiritualité des ordres qui les encadrent, tout en maintenant sa vie au sein du siècle»3. Falta todavía un concepto de santidad laical stricto sensu en medio del mundo. Por ejemplo, Paul Claudel se reprocha el no haberse ordenado sacerd...
Índice
- Índice
- Introducción
- PRIMERA PARTE: LA RENOVACIÓN CATÓLICA EN FRANCIA (1900-1939)
- SEGUNDA PARTE: EL PENSAMIENTO CRISTIANO EN INGLATERRA (1900-1939)
- Conclusión
- Fuentes citadas
- Índice de nombres