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El género en la migración
La pobreza extrema, la discriminación racial o sexual, los conflictos internos en el país, la falta de oportunidades, la reagrupación familiar o las catástrofes y desastres naturales llevan a las personas a moverse de un lugar a otro del mundo. Cuando la población migrante se une a la sociedad de acogida, en este caso, España, trae consigo su propia cultura.
Ante esto, no se puede pretender que la olviden y que, sin más, incorporen la cultura española, pues esto chocaría con una sociedad democrática en la que deben primar los principios de convivencia, respeto y solidaridad.
Pero, ¿cuáles son las consecuencias que sufren las personas que abandonan su país de nacimiento al llegar al de destino? En primer lugar, pasan por el duelo migratorio que, aunque podamos pensar que solo afecta a lo emocional y/o psicológico, también influye en el día a día de la persona y en quienes la rodean. Al cambiar de país o lugar de residencia, soportan un choque cultural importante por dejar atrás a su familia y amigos (red social de apoyo), su casa, su cultura y llegar a un lugar donde no se conoce, en la mayoría de los casos, a nadie, junto con que la cultura y la forma de vida son totalmente distintas, incluso, a veces, también el idioma cambia.
Otro inconveniente, denunciado por varias asociaciones sin ánimo de lucro y oenegés, está relacionado con la estancia de las personas extranjeras en los Centros de Internamiento para Extranjeros, los denominados CIE’s. Esta situación se da cuando el Juzgado de Instrucción del lugar donde hubiese sido detenida la persona extranjera, a petición de quien instruya el procedimiento, de la persona responsable de la unidad de extranjeros del Cuerpo Nacional de Policía o de la autoridad gubernativa que por sí misma o por sus agentes hubiera acordado dicha detención, en un plazo no superior a 72 horas, podrá autorizar el ingreso en un CIE, en los casos que se regulan en la ley.
De acuerdo al informe “Atrapados tras las rejas”, España es un país con un alto porcentaje de internamientos y con malas condiciones de estancia en ellos. A pesar de que no procede el internamiento por estancia irregular, esta se produce y se constata que en los centros hay privación de derechos que van más allá de la carencia de la libertad ambulatoria. En palabras del Relator Especial sobre Derechos Humanos de los Migrantes, el internamiento tiene que ser una medida de última ratio, siendo permitida cuando no existan “medidas menos restrictivas” y “durante el menor tiempo posible”.
Más allá de todo lo mencionado, la migración está relacionada con los estereotipos y los prejuicios que se tienen en relación con este colectivo. Se suele pensar que quienes vienen de otros países van a quitar el trabajo a las personas autóctonas, siendo las causantes del aumento de la delincuencia en el país, etc. Por ejemplo: quienes migran tienen muchas probabilidades de pasar a integrar el colectivo de personas en riesgo de exclusión social debido al cambio tan grande que se ha producido en sus vidas.
La migración femenina
Pero, ¿qué sucede con aquellas mujeres que han emigrado dejando atrás, en muchas ocasiones, una familia que depende, en casi todos los aspectos, de ellas? ¿Qué las mueve a dejar su país? ¿Tienen motivos distintos a los de los hombres? ¿Lo han hecho a la vez que ellos? ¿Por qué las mujeres son más vulnerables en esta situación?
Al tomar como norma al hombre en las migraciones, se ignoran las necesidades, las aspiraciones y las capacidades para actuar de forma independiente de las mujeres. Durante muchos años, el proceso migratorio llevado a cabo por las mujeres ha pasado inadvertido, como prácticamente todo lo que hacían o no les dejaban hacer debido a las ideas promovidas por el patriarcado y el androcentrismo.
Las diferencias existentes entre hombres y mujeres estaban marcadas por el distinto género, con base en las diferencias sexuales, y también se observan en materia de migración.
Esta invisibilidad de la mujer es consecuencia de varios factores: la existencia de la reagrupación familiar ilegal, la inserción en los sectores más sumergidos de la economía de este país, la posición subordinada de la mujer tanto en las sociedades emisoras como en las que las recogen. En la actualidad, desde hace pocos años en realidad, la migración de mujeres con un proyecto migratorio propio y por motivos económicos es más frecuente. En España, por ejemplo, esto se concentra en el servicio doméstico, siendo consecuencia de la falta de conciliación laboral y familiar de las mujeres autóctonas.
Para las mujeres migrantes el resultado es el refuerzo del concepto de que las mujeres necesitan ser tuteladas por ser seres frágiles, siendo representadas desde la domesticidad y el esencialismo biológico. Entonces, la desigualdad, la jerarquía social y la segmentación en el mercado laboral se extienden.
Debido a la falta de igualdad de género en los países de destino, las trabajadoras migrantes domésticas son contratadas para reemplazar el trabajo reproductivo de otras mujeres, generando nuevas desigualdades. La reproducción social es mantenida gracias a estas migrantes. Esto esconde desiguales argumentos sociales en los países de destino y de origen. Por lo tanto, se puede decir que los motivos que incitan a la mujer a migrar no distan mucho de aquellos que llevan a los hombres a abandonar su país, pues la razón principal es la económica: buscan una mejora del nivel adquisitivo, teniendo una expectativa de desarrollo de la calidad de vida.
Sin embargo y contra todo pronóstico, las familias fomentan e incentivan la migración de las mujeres, haciendo que caiga sobre ellas el peso del mantenimiento y la responsabilidad familiar, a pesar de la distancia. También juegan un papel importante en los motivos para migrar los mensajes positivos y alentadores que les llegan a las mujeres de personas, familiares y amistades que abandonaron su país hace tiempo. El mensaje que se les queda es que tendrán amplias posibilidades de encontrar trabajo y ello les dará la oportunidad de enviar dinero a su casa en origen.
Al analizar las migraciones femeninas se comprueba que hay cuatro patrones:
1. Emigración en soledad: su idea es la obtención de ingresos para ella, pero, sobre todo, para enviar a la familia que quedó en el país de origen. Esto corresponde a una estrategia familiar.
2. Reagrupación familiar: en estos casos la migración se produce con el fin de reunirse con su pareja o con otros familiares. En muchos casos, cuando se trata de reunirse con su pareja, se quiere conseguir la estabilidad o el asentamiento de la relación.
3. Huida de condiciones dramáticas (guerras, hambre, discriminación de género): nos encontramos ante la presión social y familiar, así como situaciones dramáticas. Es bastante común que la mujer sufra un choque cultural y sea atormentada por los recuerdos de su país.
4. Estudios: completar estudios, perfeccionar su profesión, estudiar en general. Este motivo de emigración es más común en mujeres que en hombres.
En todos los casos sucede que, al llegar al país de destino, y que les acogerá durante un tiempo indeterminado, se agudiza la precariedad femenina. El resultado de ello es un proceso de feminización de la pobreza que tiene que ver, entre otras causas, con la incorporación de la mujer a empleos precarios y a subempleos de diverso tipo para complementar la caída de los ingresos, pero también con la extensión del esfuerzo de las mujeres para llenar los vacíos que trae consigo la reducción del gasto social, aumentando sus cargas de forma significativa.
Las mujeres migrantes, por el hecho de serlo, suelen encontrar más dificultades a la hora de ver cumplido su proyecto migratorio. Esto conlleva que puedan experimentar un descenso del estatus social comparándolo con el que tenían en el país de origen.
“Trabajo de mujeres”
El trabajo de las mujeres migrantes en España está condicionado y se encarga de acentuar la ocupación diferenciada por sexos. Es inevitable que su quehacer se concentre en sectores que tradicionalmente se han feminizado como los cuidados, el empleo doméstico, etc.
Así es como se da lugar a la “cadena global de cuidados”. Cuando llegan a los países de destino las mujeres se incorporan a un mercado laboral que es precario y se estructura en base al género, la etnia y la clase. Todo esto provoca que se agudice la desigualdad estructural que se basa en el sexo y que diversifica la experiencia de ser mujer.
Desde la perspectiva de género, la feminización de la labor responde a la presunción de que los roles reproductivos son “trabajo de las mujeres”. Mientras hay un alto porcentaje de hombres extranjeros que trabajan en la agricultura, industria y, sobre todo, en la construcción, el 91 % de las mujeres extranjeras se dedican a las labores englobadas en “servicios”, donde se aglutina todo lo relacionado con lo doméstico (limpieza, cuidado de menores, cuidado de personas dependientes, etc.).
Las migrantes domésticas cumplen con las necesidades reproductivas de las sociedades de acogida, cubriendo las deficiencias de cuidado en los países de origen. En muchos casos, estas mujeres trabajan en situaciones irregulares y tienen que vencer numerosos obstáculos para criar a su descendencia, siempre y cuando se encuentren con ella.
Existen bastantes estereotipos y prejuicios en torno a ellas. Los más frecuentes son los que las consideran analfabetas, ignorantes y pobres. Otros, por el contrario, son más contradictorios, al considerarlas las responsables del equilibrio, bienestar e integración familiar y ser consideradas débiles, frágiles y vulnerables, por lo tanto, seres que necesitan protección en todo momento.
Teniendo una percepción social distorsionada de las mujeres migrantes se está generando que no se refleje la capacidad y/o posibilidad de estas para migrar por las mismas causas que los hombres.
La migrante tiene reconocidas dos características: la fragilidad y la vulnerabilidad. Ellas son más flexibles a la hora de trabajar como consecuencia de la escasez de derechos de ciudadanía comunes, reforzando su subordinación, especialmente cuando son irregulares. Lo más valioso para los empleadores es la vulnerabilidad de estas mujeres, lo cual las hace trabajar en el sector informal o economía sumergida. El empleo de las mujeres migrantes como trabajadoras domésticas refuerza un sistema de desigualdades de género, de raza, de clase y estatuto de ciudadanía.
En la actualidad, la mujer asume el rol de sustentadora principal de la familia que tradicionalmente era asumido por el hombre. Esto supone romper el concepto tradicional de maternidad y cuestionar la masculinidad.
Ellas y la vulnerabilidad
Se califica a las mujeres y, en concreto, a las migrantes como vulnerables. Pero, ¿qué se entiende por vulnerabilidad? Según la Relatora Especial de la ONU, es “la combinación de las diferencias de poder basadas en una estructura en la que el migrante se encuentra en un nivel inferior que los nacionales y del conjunto de elementos culturales que lo justifican, teniendo por resultado diversos grados de impunidad en caso de violación de los derechos humanos del migrante”.
En el caso de las migrantes se produce como consecuencia de nueve factores:
1. Duelo migratorio. Sobre todo, si se encuentran de modo irregular en España, padecen el llamado “Síndrome de Ulises”, según el cual al llegar al país de destino o de acogida padecen soledad, sensación de fracaso —pues no se cumplen las expectativas que traían—, necesidad de luchar por la supervivencia y situaciones de miedo vividas durante el trayecto y/o llegada. Este síndrome es más común entre las mujeres que han migrado solas y/o que sufren una situación muy dura e inestable.
2. Hacer frente a la discriminación por ser mujer. Esto se debe a la concepción patriarcal que existe aún en la sociedad. Por si esta discriminación fuera poca se enfrenta a la de ser migrante. Según Izaskun Obergozo, es objeto de cuatro factores de victimización: por ser mujer, por ser migrante, por la clase social a la que pertenece y por ser e...