© Jonathan Vaugthers 2019, del texto original.
Publicado originalmente bajo el título One-Way Ticket: Nine Lives on Two Wheels por Quercus, un sello de Hachette, en 2019.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2020.
Bilbao-Galdakao errepidea 10-3
48004 Bilbao
[email protected]
www.librosderuta.com Primera edición: mayo 2020
Traductor: David Batres Márquez
Edición: Eneko Garate Iturralde
Portada y maquetación: Amagoia Rekero García
Foto inferior portada: Pascal Pavani/AFP via Getty Images
Foto superior portada y retrato en solapa: Sarjoun Faour Photography/WireImage
Foto interior portada: Pascal Pavani/AFP via Getty Images
Foto interior contraportada: Doug Pensinger/Getty Images
ISBN: 978-84-120188-9-9
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Dedicado a TK
INDICE
Nota del autor
Prólogo
Primera parte: 1986-1988
El último
Escapada en Buckeye
Aquel Volvo Station Wagon Naranja
Moab
Segunda parte: 1989-1995
La generación de oro
La gran aventura
Ventricularmente prometedor
Golpes de realidad
Tercera parte: 1996
El fin de la inocencia
Entierran mi bici en Burgos
«¡Viva la química!»
Uno de los nuestros
Cuarta parte: 1997-2000
Hola Edgar
Cartero
El espectáculo de marionetas
Passage du Gois
Quinta parte: 2001-2006
Adicto
La picadura
Sumido en la oscuridad
Un trato con Doug
Día de elecciones
Sexta parte: 2009-2012
La guerra de Brad
Haz lo correcto
Se acabó la partida
Séptima parte: 2010-2019
Fusiones y absorciones
Roubaix
Aguanta
Educando a JV
Rupturas
Epílogo
Agradecimientos
Índice onomástico
Nota del autor
Cuando empecé a competir sobre una bicicleta lo hice ignorante del hecho de que, desde su nacimiento, este deporte se había visto mancillado por las más diversas maneras de hacer trampa. Cuando me retiré, me sabía todas las trampas posibles. Resulta complicado marcar el momento preciso en el que perdí la inocencia, ya que fue una senda que recorrí poco a poco, no hubo un momento determinado en el que de repente vi la luz. Imagino que algo similar le debió de ocurrir a todo aquel que tuvo relación con el ciclismo durante la década de los 90 y, seguro, a comienzos de los 2000. Hay tantos ciclistas que han dado positivo en los controles antidopaje, aparte de los que han admitido haberse dopado, como para que nadie pueda rechazar la idea de que este deporte llevaba muchos años sumido en la cloaca del dopaje, fuera del tipo que fuera. Pero eso no significa que todo el mundo recurriera a ello, ni que todo el mundo lo supiera por aquel entonces, y no hay nada en este libro que haya que tomarse como una acusación sobre cualquiera que no haya sido encontrado culpable por, o haya admitido, el uso ilegal de sustancias prohibidas.
Todo lo que diré es que, teniendo en cuenta lo extendido que estaba el dopaje, todo aquel que lograra algún éxito en este deporte sin haberse dopado merece un reconocimiento por su excepcionalidad y su honor. Resulta doloroso, sin embargo, que todo aquel que tuvo algo que ver con el deporte profesional del ciclismo en ruta durante aquella era soporte el nubarrón de la sospecha sobrevolando su persona. Uno de los motivos por los que he escrito este libro es el de reconocer el grano de arena con el que contribuí a que se creara dicho nubarrón, además de documentar aquello que he hecho desde entonces en mi empeño por enmendar el daño.
Prólogo
Una de las primeras cosas que llaman la atención al dirigirse hacia el oeste desde la casa de mis padres, situada sobre una colina en un barrio de las afueras de Denver, es la descomunal formación rocosa del Monte Evans.
Cada vez que mi padre me llevaba al colegio en su Volvo Station Wagon naranja, y cada vez que salía a entrenar con mi bicicleta cuando era un crío, me veía contemplando la cima de esta enorme montaña.
Resulta una vista hermosa e imponente que contemplar cada día. Me insufló un propósito, una motivación y, aún siendo apenas un crío, hizo que en mi corazón arraigase el espíritu de la alta montaña.
Es una montaña preciosa de contemplar desde lo alto de la pequeña colina en la que se asienta la casa de papá y mamá. Durante el invierno te devuelve la mirada un gigantesco coloso cubierto de nieve. En verano es el vivo ejemplo del «esplendor de la montaña florida» de la canción America, The Beautiful (La hermosa América), de Katherine Lee Bates.
Con 4347 metros de altura es una de las cimas más altas de Colorado y, con diferencia, la más visible desde la ciudad de Denver. Lo que la convierte en especial, sobre todo para los ciclistas, es que cuenta con una carretera asfaltada que lleva hasta la mismísima cima. Es la carretera asfaltada de mayor altura de toda Norteamérica y una de las más altas del mundo.
Todo niño que haya competido sobre una bicicleta en Colorado sueña con vencer en la legendaria carrera que asciende al Monte Evans. Pero el encanto de esa carrera no reside solamente en la victoria, sino en marcar el mejor tiempo en la ascensión a La Vieja Señora. Para un adolescente obsesionado con el ciclismo, ostentar el récord de la subida al Monte Evans es como recibir la llave a la inmortalidad.
A los 4000 metros la naturaleza cambia de manera repentina y, si deseas romper ese récord, necesitarás un poco de ayuda divina. El viento ha de ser el preciso y el tiempo atmosférico ha de mantenerse lo suficientemente estable. Si quieres conseguir el récord no puedes bajar el ritmo en ningún momento, pero tampoco puedes dejar de vigilar a tus contrarios, ya que pueden coger tu rueda en las rampas menos duras esperando a que la victoria les caiga en las manos, sin haberse preocupado por el récord.
Bob Cook, natural de Colorado y amigo del tres veces ganador del Tour de Francia Greg LeMond, no solo era un ciclista de clase mundial, sino que era, además, todo un intelectual e ingeniero de gran valía. Bob ganó la subida al Monte Evans una y otra vez en los 70 y los 80, pero, después, tras licenciarse en la universidad, le fue diagnosticado un tumor cerebral y falleció. Desde entonces la carrera recibió la denominación de Memorial Bob Cook.
La primera vez que vencí en el Monte Evans tenía catorce años. Fue una «victoria técnica», ya que competía contra chicos mayores y terminé el quinto, solo que los cuatro que terminaron por delante de mí tenían todos entre diecisiete y dieciocho años. Nuestra carrera solo ascendía hasta la mitad de la montaña, tras lo que nos pusimos a contemplar cómo pasaban frente a nosotros los ciclistas profesionales, adentrándose en el fino y enrarecido aire empujados por un agónico esfuerzo montaña arriba.
Quise así convertirme en uno de ellos. Pensaba que, tal vez, Bob Cook era una suerte de mentor espiritual para mí. Quería ser como él.
Tras aquella victoria acabé obsesionado con el Monte Evans. Quería convertirme en una de las leyendas que conquistara aquella montaña. Quería reinar. Y así fue como empecé un camino por el que, durante quince años, intenté batir el récord del Monte Evans.
Ese récord se convirtió en mi Moby Dick, evocándo...