Ser para educar y educar para ser
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Ser para educar y educar para ser

José María Arnaiz

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  1. 272 páginas
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José María Arnaiz

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No existe una educación "neutra": toda educación responde a un determinado concepto y a un determinado proyecto de ser humano. La originalidad de la educación marianista viene de la particular relación mutua entre estos dos términos desde los orígenes mismos de la fundación de la congregación. Podemos decir que, desde siempre, educación y carisma han configurado la misión marianista en una especie de relación simbiótica. En el ser y actuar marianista no existe por un lado la educación y por otro el carisma, que viene a darle un determinado "colorido", un "aroma", un "espíritu". El carisma marianista, en su misma raíz, se inspira en la educación en sentido amplio, no meramente formal, y se orienta hacia ella.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2018
ISBN
9788428832434
Categoría
Pedagogía
1

EDUCACIÓN MARIANISTA:
ELEMENTOS NUEVOS

Los marianistas, religiosos y laicos, consideramos la educación como la fuerza del presente y también del futuro. Y ello por dos motivos. Por una parte, es el mejor camino para ofrecer una cultura con sentido, para formar personas con proyecto personal y sociedades integradas e integradoras. Sirve para desplegar lo humano y lo divino que hay dentro de nosotros de una manera conjunta.
Por otro lado, es el instrumento más poderoso para realizar los grandes cambios de la humanidad. Confucio afirmó: «Donde hay buena educación, no hay distinción de clases». En nuestros días, Nelson Mandela lo ha expresado con no menos contundencia: «La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo».
Toda auténtica obra educativa marianista trata de conjugar y entrelazar bien «el compartir, el creer, el crecer». Estos verbos, que resumen la acción educativa marianista, se potencian entre sí y precisan lucidez, audacia y valentía. A través de ellos se da sentido a la vida humana y se refuerza la necesaria espiritualidad, se desarrolla la creatividad y la fuerza transformadora así como el estímulo para ser más y mejores. Calidad, excelencia, esfuerzo, servicio, estímulo, alegría y generosidad se juntan en la actividad educativa marianista. Y, al interrelacionarse, no solo se suman, sino que se multiplican.
Con el correr del tiempo han ido variando los protagonistas y destinatarios de esta educación marianista. Así lo han exigido los numerosos cambios de la sociedad y de la Iglesia y los diferentes principios que los han convertido en proyectos educativos siempre renovados. Las transformaciones siguen siendo constantes y profundas. En todo este proceso, nos orienta nuestro rico patrimonio de sabiduría y de tradición: «Ante los complejos desafíos de nuestro tiempo y nuestra responsabilidad de anunciar el Evangelio a todos los hombres y mujeres, somos profundamente conscientes del rico patrimonio de sabiduría y tradición que hemos heredado de los que nos han precedido» (Capítulo General de 1996).
Fruto de este empeño renovado estamos convirtiendo la educación en formación, convivencia, liberación, transformación, superación, innovación y creación. La escuela tiene la última palabra en las grandes transformaciones culturales, sociales, políticas, económicas y religiosas. A su vez, hemos de recrear la escuela constantemente; el educador debe reinventarse cada día.
Esta concepción dinámica de la educación marianista se transforma en una concepción también de una pedagogía que parte de esta gran constatación: educar es una experiencia de vida y un proceso, un proceso educativo que tiene sus tiempos, niveles, modalidades y necesidades. Tiene distintos destinatarios y sujetos activos. Este proceso es una formación constante en valores y está centrada en la persona. Exige y proporciona a los formandos y a los formadores un proyecto de vida. En ese proyecto cuenta mucho la capacidad de acogida, encuentro, discernimiento, animación, acompañamiento y testimonio.
Con todo, debemos reconocer que la tarea educativa de la Compañía de María en algunos lugares se encuentra en un momento de cierta crisis, pues son más las sombras que las luces. Son muchos los factores que contribuyen a que así sea. Van desde las dificultades derivadas de la realidad política de los Estados, pues hay gobiernos que ponen restricciones a la educación particular o católica, hasta las presiones económicas que hacen difícil la sostenibilidad de las obras educativas, así como la escasez de religiosos en ellas. En algunos momentos, se llega a cuestionar la supervivencia de la educación católica. A pesar de ello, causa una verdadera admiración la entrega generosa de no pocos educadores, directivos, religiosos marianistas y personal de servicios, que siguen creyendo en la necesidad vital para el mundo de hoy de una educación integral, como intenta ser la marianista.
De esta realidad ha nacido este texto sobre la educación marianista. Recoge parte de lo dicho y escrito sobre esta tarea hasta hoy y quiere poner de relieve lo que es fundamental en ella.
Esta educación, como ya hemos indicado, tiene su originalidad. Para empezar, está encarnada en laicos y religiosos. El educador marianista tiene un perfil propio y el fruto de su tarea, también. Por otra parte, las instituciones en las que se lleva a cabo tienen unos rasgos carismáticos específicos. En toda obra educativa auténticamente marianista, los alumnos, padres y educadores quedan marcados con determinadas características y adquieren un especial modo de ser, aprender, convivir, y proceder.
La educación marianista cultiva y ahonda en la calidad, profundidad y originalidad de las cuatro relaciones que convierten al ser humano en una persona integral e integradora. En primer lugar, en la relación consigo mismo se le desarrollará la interioridad, la espiritualidad, el ser sujeto, el estar recogido, el escuchar y escucharse. Que «lo esencial es lo interior» es mucho más que un buen consejo del Fundador. En segundo lugar, en relación con los demás, desarrollamos la actitud de ser con, para y por los demás. Así, el ser humano se hace generoso, solidario, ciudadano, comunitario, interrelacionado; aprende a comunicarse, a convivir y a estar con los demás.
En tercer lugar, en relación con lo creado, esto es, tierra, plantas, animales, agua, sol, luz, frutos, aprenderá a cuidarlos, respetarlos y admirarlos. En cuarto lugar, en relación con Dios, con el ser transcendente que nos creó, nos sostiene, nos escucha y al que escuchamos y hablamos, aprenderá a tener fe y a agradecer, a pedir ayuda y a alabar. Él es fuente de vida y pozo del agua pura y cristalina que nos fecunda.
Una sana antropología nos lleva a concluir que hay que lograr un modo de ser que evite consumir vivencias sin hacer de ellas experiencias profundas. Por lo mismo, en la educación marianista nos hemos esforzado por llenarla de originalidad y calidad, y tenemos que seguir haciéndolo. Debemos optar por evangelizar la educación y no tanto por usar nuestro sistema educativo para evangelizar. Así terminaremos desarrollando en el educando lo mejor de sí y fortaleciendo su dimensión estética, espiritual, ética y social. De ahí daremos el salto a la religión y no al revés. De ese modo, la cultura que se transmite ofrecerá sentido al ser humano y a este lo consideraremos como proyecto y con proyecto personal.
A lo largo de la intervención educativa buscamos perfilar un modelo de persona y de sociedad. De este modo, intervenimos en el modo de ser, sentir, actuar, convivir y de enfrentarse a la vida. Y con ello queremos llegar y formar personas completas, integrales y auténticas. Los alumnos de los centros educativos marianistas tienen que ser buenos ciudadanos, competentes, compañeros, compasivos, comprometidos y creyentes 2. Estos rasgos deben hacerse realidad en las estructuras de los edificios, en las celebraciones, en el lenguaje, en los ejemplos de vida, en las propuestas y decisiones. Tienen que orientar las evaluaciones y las motivaciones, los contenidos culturales y los proyectos personales. Se deben convertir en cultura y espiritualidad. Un carisma que se hace cultura es especialmente fecundo.
Para ello es fundamental identificar y describir bien el modelo pedagógico que se emplea para que la acción educativa sea significativa y valiosa. En el fondo, el modelo pedagógico es un modo de proceder que nos permite dar el salto de una visión educativa a una realización educativa inspirada, fecunda, concreta y cotidiana.
No podemos olvidar que la educación se pone en juego siempre en un determinado contexto. En el de ahora cuenta mucho la globalidad, que potencia muchas realidades buenas, pero también multiplica la superficialidad: esta ha aumentado y lo ha invadido todo. Por ello, nos urge cuidar y cultivar la profundidad. ¡Qué bien hace una educación cimentada en el saber profundo y arraigada en lo más hondo de la persona! La globalidad no debería anular lo local y concreto: lo tendría que colocar en su verdadero contexto y potenciarlo. No podemos olvidar el buen consejo de san Ignacio: «El bien, cuanto más universal es, resulta ser más bien».
Es necesario dejar constancia de que esta formulación de lo que es la educación, el educador y el educando marianista se hace en un momento de profundos cambios culturales. La sociedad está ansiosa de cambio. Ya no hay marcha atrás. El modelo que subyace a estos cambios y la nueva propuesta educativa marianista precisa concretarse y ello no siempre es fácil. Sin duda, estamos en una sociedad fragmentada que tenemos que conseguir articular. En ella, a su vez, hay que valorar todo lo positivo de la persona, la conciencia de la vida y la búsqueda del sentido de la misma. Ese modo de proceder se ha definido y explicitado últimamente con las cinco características (educar para la formación en la fe, ofrecer una educación integral y de calidad, educar en el espíritu de familia, educar para el servicio, la justicia y la paz, y educar para la adaptación y el ca...

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