El Dorado
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El Dorado

Un historia crítica de internet

  1. 144 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El Dorado

Un historia crítica de internet

Descripción del libro

¿Sabe que las grandes empresas de internet, como Google, obtienen sus ganancias del tiempo que nos pasamos conectados a la red?¿Es hoy internet la red de comunicación que imaginaron sus primeros creadores? En balance, ¿representa esta nueva tecnología un avance para la humanidad?Última obra del autor del exitoso libro "La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo"En la actualidad millones de personas en todo el mundo dedican una gran parte de su tiempo a generar textos, videos y fotos para exhibirlos en una red muy distinta a la que prometieron sus pioneros. El presente texto analiza críticamente la historia de internet y la ilustra con las utopías mediante las que se ha ido fundamentando progresivamente desde su nacimiento hasta hoy. Esta tecnología, como todas, está siempre a merced de las ideologías bajo las que se han pensado y se han puesto en funcionamiento. En su más reciente formulación, internet se abastece de los contenidos que le proporcionan sus usuarios con la esperanza de encontrar un nuevo El Dorado, y se constituye así como un modelo de negocio cuyas ganancias dependen del tiempo que estos pasen conectados.Para Enric Puig Punyet, autor del exitoso libro'La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo', la deriva de internet ha provocado que nos encontremos a las puertas de un futuro incierto en el que están en peligro la libertad y la democracia. Y alerta: "Es preciso generar un núcleo de pensamiento crítico sobre la cuestión, un pensamiento desde y hacia la humanidad que haga de esta, de nuevo, el centro desde el cual recolocar las tecnologías en el lugar accesorio que nunca debieron perder. Es urgente esta reivindicación por la posición central de la humanidad, el único lugar desde el que podremos reaccionar. Nuestro comportamiento hoy determinará en gran medida el escenario que nos tocará vivir dentro de unos pocos años".

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788494744969

MAÑANA

Nos hallamos a las puertas de un futuro incierto que no ocurrirá dentro de cuarenta años, sino mañana mismo. Lo que provoca que sea particularmente incierto es que muchos de los elementos que han definido la modernidad están hoy en la cuerda floja. Y esta no es una cuestión insignificante, puesto que muchos de los valores que más apreciamos socialmente, como la libertad o la democracia, tienen sus bases en el proyecto moderno.
Uno de los aspectos cruciales de la modernidad fue la creación de una escisión clara entre la esfera pública y la privada, algo que, como hemos visto, caracterizó un período basado en el erotismo. Y en esta escisión, el papel de la lectura fue fundamental, puesto que fue la forma en la que el individuo pudo establecer un diálogo profundo con el mundo desde la intimidad de su entorno privado. Por este motivo, la escolarización y en especial la alfabetización fueron casi siempre elementos cruciales en las agendas de los desarrollos modernos de los estados.
Hace ya tiempo que estas dos características de la modernidad, la lectura y la escisión entre esfera pública y privada, se tambalean, pero últimamente nos hemos visto evocados a una clara aceleración de este cambio. Llevados por una mezcla de espectacularidad de las tecnologías, de inversión de lo que significa progreso y de inyección a ritmos inhumanos de automatización y digitalización, el cambio se cuela irreflexivamente en todos los ámbitos: en la escuela, en la administración, en el trabajo y en el ocio. Esto puede poner en peligro un proyecto social y político en el que todavía estamos instalados, y que es garante de nuestros derechos políticos e incluso de nuestra propia condición de ciudadano. Nos encaminamos vertiginosamente hacia una nueva situación que raramente es elegida por consenso público, sino que viene dictaminada por los intereses en cada momento de unas pocas compañías que se han coronado a sí mismas como los arquitectos de nuestro porvenir.
Conviene señalar, por si queda todavía algún atisbo de duda, que estas compañías no se limitan a ejercer el papel al que había estado relegado hasta hace muy poco el sector privado, incluido el de los medios de comunicación que se situaron en todo el mundo desarrollado como cuarto poder. Sus ámbitos de actuación van mucho más allá, puesto que entran de lleno en todos los planos de la vida humana: el íntimo, el privado, el social y el político.
En relación con todo este proceso, hay dos profundas transformaciones que están teniendo lugar a día de hoy y que convendría no perder de vista. La primera es la referente a la economía y al empleo. La segunda es la referente al papel de las políticas públicas y a su relación con los estados.
Respecto a la primera transformación, lo primero que hay que notar, retomando todo lo que se ha argumentado en estas páginas, es que el paso de la economía de mercado al capitalismo financiero ha ocasionado que la visibilidad en internet sea una cuestión todavía más valiosa si cabe. Sin un buen posicionamiento no hay expectación, y sin esta decrece el interés general de los inversores. Internet, evaluado desde su potencialidad económica, se ha convertido ante todo en un gran lienzo publicitario para captar la atención de accionistas e inversores.
El éxito de Google ha tenido lugar por la tensión existente entre el capitalismo financiero y el sistema que fue propuesto con el pretexto de la búsqueda de la Nueva Atlántida y, luego, de El Dorado. Como hemos visto, su modelo de negocio se ha basado históricamente en saber modular esta tensión. Pero este estado de tensión no se puede sostener durante largo tiempo por un motivo fundamental: una economía basada exclusivamente en la virtualidad, en el posicionamiento y no en la producción, genera un bucle que se retroalimenta, genera una burbuja construida sobre capas superpuestas de virtualidad que van alejándose cada vez más del sustrato material. Hoy el capitalismo, con las compañías tecnológicas en primer lugar, se han distanciado de la producción material para centrarse en la retroalimentación de su propia aura a través de virtualidades. La publicidad y el posicionamiento en línea han jugado ahí un papel muy importante.
Una de las repercusiones de esta situación es una descompensación de los flujos de capital con una fuerte tendencia hacia el monopolio. Esto es así porque muchos agentes económicos, hasta hoy especialmente los intermediarios pero poco a poco también los agentes encargados de la producción, están en vías de extinción precisamente por las prácticas que ha acarreado la llegada de internet. Si en el escenario hemos presenciado una representación basada en una ideada concatenación de utopías, de sueños por lugares remotos que había que conquistar, entre bambalinas ha ocurrido una transformación mayor si cabe. Fuera de escena se ha desencadenado una violenta guerra entre el viejo capitalismo, fundado en los productos y los servicios, y una nueva forma emergente, aunque ya de sobras conocida, de capitalismo.
Esta nueva faceta del capitalismo tiene su base en las finanzas, en la fluctuación. Su esencia radica en la producción de expectativas y no en la de mercancías, radica en la representación y no en la presentación, en el deseo y no en lo que es. Requiere una preeminencia de la imagen, de la publicidad y el posicionamiento. De la virtualidad, en definitiva. Hay que prestar atención a lo ocurrido: los productos que se han volcado en producir las grandes compañías tecnológicas en los últimos años han sido ante todo herramientas de visualización de publicidad y posicionamiento, herramientas de distribución de expectativas.
Quizá el caso más gráfico entre todos es el de Apple. Mediante un análisis de los cambios estratégicos de la compañía en los últimos años es fácil ver cómo el centro de interés se ha ido desplazando progresivamente de las herramientas de producción hacia las herramientas de visualización. Apple no ha tenido ningún problema en perder progresivamente la imagen de una compañía destinada a la producción de herramientas profesionales y lanzarse a hacer pantallas estériles desde las que visionar constantemente formas encubiertas de publicidad. Y siguiendo la misma senda, todas y cada una de las empresas tecnológicas se han volcado en vendernos dispositivos de visualización de posicionamiento que compramos gustosamente, ya sea en metálico o mediante la sumisa cesión de nuestros datos.
Este modelo de negocio, que va ligado a un posicionamiento ideológico determinado, se ha enfrentado a todas las grandes economías de producción con las que se ha visto capaz, y hasta ahora no ha dejado de ganar una batalla tras otra: contra la automoción, acortando las distancias; contra los medios tradicionales, reprobando la jerarquía informativa y su falta de inmediatez; contra la cultura, banalizando la creación y extendiéndola a un ejército de artistas y escritores diletantes.
Pero tarde o temprano el capitalismo deberá desplazarse de nuevo hacia la mercancía, porque a fin de cuentas es la base material sobre la que se sustenta. Un capitalismo basado en las finanzas es, en el fondo, una consecución metadiscursiva que se basa en una confianza que en última instancia surge de la producción. Y cuando ese origen en la producción se disipa o queda tan lejos que corre el riesgo de olvidarse, la confianza empieza a tambalearse. Y eso no es ningún secreto: las empresas tecnológicas, Google a la cabeza, empiezan a sospechar que en algún momento esta gran burbuja fundada en bases estrictamente virtuales puede estallar.
Aquí es donde empieza el nuevo acto, llamado el internet de las cosas: la vuelta hacia los bienes de producción está al caer, pero cuando lo haga, las tecnológicas habrán sacado provecho de la burbuja, como ya ocurrió en el pasado, de ese paréntesis de estricta virtualidad que les ha borrado la vieja economía del mapa y están en posición de tomar el relevo. Tras una desviación de la atención, digna de prestidigitador, la baraja se habrá repartido de nuevo y, de repente, contarán con una mucho mayor ventaja.
Google se ha rebautizado en Alphabet, la megacompañía que incluye el viejo buscador ya solo como un resquicio de su ambiciosa actividad, que se enfoca cada vez más a la producción de bienes. Quizá el nombre encierra más pistas de lo que parece: pronto la gran compañía heredera de Larry y Serguéi será el único alfabeto a través del cual podremos leer el mundo. El alfabeto monopolizado y el internet de las cosas es la respuesta al bucle improductivo que genera el final de la tensión que Google planteó desde el principio. Supondrá el entierro definitivo de todas las utopías sobre las que basó todos sus discursos.
Y entretanto habrá ocurrido un cambio de profundas repercusiones. Muchas de las compañías del viejo régimen habrán desaparecido o habrán reducido considerablemente su producción. Y Google y un puñado más de empresas tomarán el relevo de una forma más eficaz, más centralizada y más automatizada. Habrá caído definitivamente otro de los grandes pilares de la modernidad: en la sociedad automatizada, el empleo será prescindible.
Los defensores del fin del trabajo y de la renta básica universal sonríen y alzan los brazos a modo de victoria cuando perciben que esta situación puede conllevar que el tiempo de trabajo se convierta en algo voluntario en una sociedad que tiene los bienes básicos y los servicios públicos garantizados. Sin embargo, aquí surgen algunas preguntas fundamentales, graves, que convendría responder antes de lanzarnos impetuosamente a esta nueva realidad.
Podríamos empezar preguntándonos por lo más básico, que probablemente es la cuestión acerca del tiempo. ¿A qué destinará su tiempo el usuario que no deba trabajar? El panorama que estamos viviendo sugiere que habrá una fuerte traslación hacia la somatización, la obtención de afección física a través de la afección psíquica, producida por entornos virtuales. No es casualidad la proximidad semántica al soma, la droga presentada en Brave New World, requisito para la felicidad introducido habitualmente en la dieta diaria de todos. El flotador de autocomplacencia que crean las redes sociales, los videojuegos y muy pronto la realidad virtual no dista mucho del escenario descrito por Aldous Huxley.
El estado hacia el que avanza internet implica que el usuario no podrá desprenderse tan fácilmente del trabajo como creen algunos. A pesar de que en un primer momento pueda pagar con datos su somatización, en última instancia estos servirán para crearle deseos o incluso necesidades que deberá satisfacer alcanzando más de lo que la renta básica universal pueda proporcionarle. Da igual si tiene o no tiene que trabajar. Deseará hacerlo en beneficio de un discurso cada vez más imperante ante el que ya se habrá quedado sin voz. ¿Quién controlará ese discurso? Evidentemente, unos pocos. Y el usuario medio no podrá hacer otra cosa que alimentarlo constantemente: en un mundo cada vez más huérfano de empleos, la mayoría de los usuarios quedarán relegados a la más cruel insatisfacción de no poder conseguir satisfacer sus deseos.
La segunda pregunta pasa por comprender la propia renta básica universal. ¿Quién garantizará esos bienes básicos y servicios públicos? Aquí surge la cuestión sobre el papel de los estados y de las políticas públicas, que es el segundo gran tema que hay que tratar para comprender el mundo del mañana. Tratar este aspecto pasa por comprender las consecuencias que conllevará el hecho que los estados vayan teniendo cada vez menor poder que empresas como Google o Facebook: tienen menor control sobre los datos, y en muchos casos menor economía y menor crédito y poder de convocatoria en la toma de decisiones.
En una entrevista telefónica concedida por Mark Zuckerberg a la BBC, el periodista británico Kamal Ahmed le preguntó qué había de cierto en el reciente rumor según el cual aspiraría a una carrera política o incluso a la presidencia de los Estados Unidos. Su respuesta, rotunda, fue que “no se trata de eso”, que lo que realmente está en el centro de sus intereses es “conectar al mundo”.
Está claro que la pregunta de Ahmed era inadecuada. No se trata de que Zuckerberg pueda o quiera jugar en la política gubernamental nacional. Él mismo le dejó claro al periodista que “de alguna manera distrae de lo que realmente estamos intentando hacer aquí”. Más bien se trata de cuál es el papel político que desea que obtenga Facebook en un futuro próximo. Pero sus respuestas son ingenua o, más probablemente, pretendidamente ambiguas.
¿De qué se trata en realidad, Mark? En la entrevista no nos lo explica. Sin embargo, se entrevé cierto posicionamiento en el estudiadísimo comunicado que publicó en internet en una fecha próxima a la entrevista. Este comunicado se entendió erróneamente como la respuesta a las dudas de veracidad de las noticias en Facebook que suscitó el período electoral americano que precedió a la elección de Trump. Pero en realidad se trata de una respuesta meditada al rumor que circulaba desde enero del 2017 y que motivó la pregunta del periodista británico.
No es por casualidad que el texto termine con las palabras que Lincoln pronunció en el congreso de Washington un mes antes de la Proclamación de Emancipación. “Los dogmas del pasado sereno son inadecuados para el presente tumultuoso. Las circunstancias comportan un montón de dificultades, y debemos crecer con ellas. Puesto que esta ocasión es nueva, debemos pensar nuevamente, actuar nuevamente.”
Zuckerberg se ve a sí mismo, igual que tantos otros en Silicon Valley, como el portador de nuevas libertades, como el emancipador de la tiranía jerárquica a la que nos tenían acostumbrados las viejas formas de poder. Desde esta posición quiere hablar del futuro próximo, de qué papel tendrá en él su red social, y nos aconseja que liberemos a la política y a la organización social de las cadenas oxidadas que las atan al Estado.
“Debemos ir un paso más allá”, escribe al principio del texto. “Hoy el progreso requiere que la humanidad avance conjuntamente no solo en forma de ciudades y naciones, sino globalmente. Esto es especialmente importante ahora mismo. Facebook apuesta por acercarnos más entre nosotros y construir una comunidad global.”
Estas palabras le otorgan un nuevo significado a las que pronunció por teléfono durante la entrevista a la BBC: si ante la pregunta de si le interesa hacer carrera política en los Estados Unidos responde que no, que lo que le interesa es “conectar al mundo”, de eso se deriva que no cree que la política estatal esté efectivamente conectando al mundo. El Estado-nación como forma de cohesión social ha sido superado por el internet participativo. Y por este motivo opina, en consecuencia, que “en estos tiempos, lo mejor que podemos hacer en Facebook es desarrollar la estructura social que le ofrezca a la gente construir una comunidad global que funcione para todos nosotros.”
Nos puede parecer una barbaridad entender las palabras del que a menudo se denomina a sí mismo el “líder” de Facebook en esta dirección, pero probablemente será porque, tal como él mismo sugiere, estamos anclados en unos viejos dogmas que nos hacen concebir la política ligada al Estado y no a empresas como Facebook, con decisiones e intereses privados detrás. A pesar de todo, la realidad es que, tanto en poder financiero como en la capacidad de crear participación y de generar confianza, Facebook ya pasa la mano por la cara a la mayoría de los Estados.
En los tiempos que corren, en los que las políticas públicas tienen un quizá merecido descrédito y las exigencias democráticas se difuminan en manos de oligopolios, quizá a más de uno se le ocurrir...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Dedicatoria
  5. Aviso
  6. Introducción
  7. Internet
  8. Redes
  9. Télétel
  10. Xanadu
  11. Rizoma
  12. Árbol
  13. Bensalem
  14. Ranking
  15. Visibilidad
  16. Publicidad
  17. Espejismo
  18. Reconocimiento
  19. Erotismo
  20. Pornografía
  21. Mercenarios
  22. El Dorado
  23. Exconectados
  24. Mañana
  25. Fármaco