
- 392 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Lev Tolstoi. Su vida y su obra.
Descripción del libro
La lectura de un clásico como Lev Tolstoi es la mejor cura para el alma, el mejor sistema de apertura del corazón. Pero también muestra el lado contrario, el abismo que puede abrirse entre los hombres. Los clásicos curan, pero también hieren. Tolstoi puede aportar serenidad y comprensión, pero también capacidad de protesta contra la realidad. Es esa la naturaleza salvaje que habita tras la pluma del más clásico y sereno de todos los escritores rusos.
El autor tiene en cuenta lo escrito hasta ahora sobre Tolstoi y, sin abandonar el cauce cronológico, destaca su pensamiento, su intención y la evolución de su alma. Eso le permite contrastar sus ideas con las de la sociedad y los autores de su tiempo.
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Información
Editorial
Ediciones Rialp, S.A.Año
2015ISBN del libro electrónico
9788432145186V.
EL AMOR
Al abordar el amor en la obra de Tolstoi resultará fértil hablar también del amor experimentado personalmente por nuestro escritor, dado que su obra no deja de ser una proyección de su propia vida. En primer lugar examinaremos los momentos de enamoramiento y de lo que podemos llamar con Eugenio Trías «amor-pasión». Más adelante trataremos de ese amor universal cristiano que se instala en nuestro escritor con tal fuerza que acabará por erradicar en él todo rastro de amor mundano, demonizando al cuerpo humano, a la juventud y a aquella dulzura y humanidad del amor concreto que antes había ensalzado como pocos escritores.
EL ENAMORAMIENTO Y EL AMOR-PASIÓN
Robert Louis Stevenson dejó escrito en Virginibus puerisque que no conoció a ningún hombre digno de ser amado, salvo el joven Goethe, creador de Werther, y Lord Byron. Con esta afirmación realza Stevenson precisamente el otro lado, la mujer. La sencillez, comprensión y dulzura en el amor serán las virtudes con las que también Tolstoi coronará a la mujer.
Pero de haber conocido Stevenson a Tolstoi, no tenemos dudas de que el escritor de Edimburgo habría colocado al ruso en las antípodas de Goethe y Byron. Más tarde o más temprano la unión de Tolstoi con una mujer quedaba condenada al fracaso. El secreto de este fracaso se escondía desde hacía muchos años en el interior de Tolstoi. En Infancia, su imaginaria madre, dice a Nikolenka —que representa en Infancia al mismo Tolstoi— algo que sin duda se había dicho a sí mismo innumerables veces, pues es repetido al menos en cuatro ocasiones en Infancia, así como innumerables veces en sus Cartas y en su Diario. Estas son las palabras que la madre de Nikolenka dice al pequeño: «…Debes ser bueno e inteligente porque nunca cautivarás con tu rostro…» Bondad, inteligencia y perfección moral, en ello puso Lev su voluntad desde sus primeros años. A ello le obligaba también la propia experiencia, dado que las jóvenes de su alta sociedad elegían bailar y coquetear con los más apuestos y valientes, y Tolstoi no era ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, su vanidad era grande y su orgullo inalterable. Cuando en Infancia el joven Nikolenka ve que su amada Sonieshka le rechaza para besar al apuesto, valiente y bravucón Serioja, Nikolenka se expresa de este modo: «Qué horror, pérfida, traidora… súbitamente sentí desprecio por el sexo femenino en general, y por Sonieshka en particular»[1].
Su convencimiento de que no era apuesto le llevó en un principio a envidiar y a la vez a contemplar con alto sentimiento estético todo lo que era bello, especialmente en el hombre. Así el primer amor de Nikolenka es el propio Serioja. Nikolenka anhela ser como su amigo y su espíritu acaba fundiéndose con el del apuesto niño. Y no solo su espíritu, pues la atracción corporal de Nikolenka hacia Serioja es incuestionable en estos capítulos. Insinuaciones homosexuales que en la Rusia zarista de 1851 pasaron casi desapercibidas por la censura.
Pero pronto abandonará la atracción hacia su propio sexo, comenzando a ejercer en él una notable atracción todo lo femenino, a lo que califica como algo lleno de misterio e incertidumbre. En Infancia, adolescencia y juventud tenemos ya todo un esbozo del ulterior desarrollo del tema del amor en Tolstoi. Tenemos al valiente, apuesto y bravo Serioja, a la dulce y encantadora Sonieshka, que acaba rindiéndose ante el apuesto joven, y a un tercer personaje, realmente importante y definitivo en Tolstoi, representado en el amigo de Nikolenka, Nejliudov —del mismo nombre que el protagonista de Resurrección—, un joven que brillaba sobre todo por su inteligencia y que admiraba también a Nikolenka por el mismo atributo. Ambos amigos representan la vida guiada por la observación y la razón, ante lo cual debe rendirse todo lo demás, y ni Serioja ni Sonieshka son capaces de penetrar ni tan siquiera de apreciar ninguna virtud que ataña al pensamiento y a la razón.
Las primeras dudas religiosas aparecen en este momento, en innegable relación con estas cuestiones anímicas y corporales en Nikolenka. «Por espacio de un año, durante el cual llevé una vida de completo aislamiento, concentrado en mí mismo, se me presentaron todos los problemas abstractos de la vida futura y de la inmortalidad del alma»[2]. Este aprecio a la razón con el que Tolstoi comienza a sentir desdén por todo aquello que no cae en redes racionales, se mezcla inevitablemente con un hábito persistente de análisis moral que permite que en nuestro escritor germine en un sentimiento de superioridad moral que marcará sin lugar a dudas la forma desde la que concebirá al amor.
Desde los años en los que se entrega a Infancia, Adolescencia y Juventud, pero especialmente a partir de 1857, comienza Tolstoi a notarse en peligro al ver que su fortaleza de razón y de moral es frecuentemente asediada por pulsiones salvajes que le dificultan y le impiden su productividad literaria. Pulsiones que para otros escritores podrían haber significado un impulso creativo, pero que para Tolstoi y su mente clásica significaba un impedimento, un estado de invalidez. Piensa que, quizás a través de una vida matrimonial se puedan vencer estos peligros. Pero de momento Tolstoi tiene su fórmula para combatir a la sensualidad y la pereza: constancia y voluntad en el trabajo. Estas máximas son escritas una y otra vez a lo largo de su vida, tanto en su Diario como en sus Cartas. La estructuración rígida y exhaustiva de los días, de las horas y de la misma vida es lo único que le hará posible engendrar algún fruto, pero a la vez esta estructuración tajante produce una especie de cierre, en el que los días y la vida misma aparecen como estructuras sólidas, sin los poros necesarios para que pueda entrar el aire fresco del amor. Los veranos suelen ser una excepción en el cumplimiento rígido de estas máximas de constancia en el trabajo. En los veranos el alma de Tolstoi se disponía con mayor porosidad hacia la contemplación, y su entrega a la escritura solía relajarse. Pero el vitalismo de Tolstoi no podía mantenerse demasiado tiempo en este estado contemplativo y se sobreponía a él con el trabajo manual, generalmente el trabajo del campo.
A alguien con este fuerte sentido de la vida estructurada, con este poderoso control del tiempo, le resultará harto difícil enamorarse. Al sobrecogimiento de la primera sensación de enamoramiento debe seguir una capacidad de sacrificio por la persona amada, al menos un estar atento a su mundo interno y externo, atención que procede de la admiración que despierta el objeto del amor. Pero Tolstoi jamás es capaz de ello, implicaría para él el mayor de los sacrificios. Su orgullo demostrará a lo largo de su vida que podrá entregarse a la humanidad, pero jamás a una mujer. Más bien es el mismo escritor el que, como sacerdote inmolador, sacrifica a sus víctimas propiciatorias, aquellas que han confiado en su amor. Es él quien exige el sacrificio de sus mujeres amadas.
Quizás sea Iván Turgueniev —por resaltar un ejemplo muy cercano al mismo Tolstoi— quien represente la personalidad opuesta a Tolstoi respecto al amor. Turgueniev es el eterno enamorado de una misma mujer, la célebre cantante de ópera Paulina García que, tres años antes de conocer a Turgueniev, se había casado con el director de la ópera italiana en París. El escritor seguía a Paulina allá a donde esta se dirigiera. Si actuaba en Dresde, en San Petersburgo, en París o en Roma, allí estaba Turgueniev, que incluso llegó a instalarse en su casa de París. El amor de Turgueniev es tan fuerte que, aun reconociendo la imposibilidad de ese amor, sigue a su amada por todo el mundo. Se niega al matrimonio con cualquier otra mujer o a fundar una familia que rebajara su amor por Paulina. Por el contrario, se complace en el dulce dolor y en el sueño de un amor irrealizable.
Tolstoi acaba reconociendo que el matrimonio y no el enamoramiento es el estado perfecto. Él es quien busca, él es quien elige. La elección tendrá que ser muy bien pensada. ¿Quién podrá ser una buena esposa? Una mujer tierna, dulce y sumisa, alejada de los tumultos sociales. Turgueniev, en cambio, no ha elegido, y deja que la misma vida le imponga la carga dulce del enamoramiento.
Tolstoi y Turgueniev estuvieron largos años enfrentados. Los motivos, a parte de las difíciles personalidades de uno y otro —Turgueniev un sentimental, sibarita, quejoso y pusilánime, Tolstoi todo lo contrario— residían sobre todo en la literatura y el tratamiento que en ella se daba al amor. Tolstoi no soporta las descripciones amorosas de Turgueniev, las juzga excesivamente banales, románticas y sentimentales y las imputa a un «mal de nuestra época». Tolstoi ridiculiza a la muchacha enamorada de la novela de Turgueniev Vísperas[3]. Más adelante es contra la novela Humo contra la que acomete una lacerante burla[4]. Tolstoi considera que la fuerza de la poesía reside en el amor, pero este depende del carácter del escritor. Si este es débil o desagradable desaparece toda poesía auténtica. Discutibles palabras que Tolstoi se permitía en su círculo de amigos, especialmente ante Fet y Strajov. Tolstoi piensa que el carácter del poeta debe ser fuerte y estar bien anclado en un modo de vida y en un carácter similar al suyo propio, vida y carácter fundados en los pilares sólidos del orden, la razón y el bien moral. Bajo esta concepción no nos extraña que en los años venideros el escritor censure y recele de toda poesía e incluso de todo arte, pues estos, cuando son realmente capaces de conmover, suelen surgir de un sentimiento de debilidad y de finitud.
Estas primeras pinceladas nos sirven para ir conociendo el modo en el que Tolstoi aborda el amor en su obra. Del mismo modo como en nuestro escritor la muerte y la vida, la oscuridad y la luz son polos opuestos que no pueden cohabitar, en el amor es importante la dualidad absoluta entre el hombre y la mujer. En una primera etapa —hasta Ana Karenina— Tolstoi equipara al hombre con la razón y a la mujer con el corazón. La racionalidad de nuestro escritor es inamovible, pero precisamente por ello, no es ciego al mal que la razón a veces ocasiona, llegando a afirmar que el mal coincide con aquello que es cerebral. De ahí precisamente que Tolstoi se sienta atraído por el otro polo, por el que representa la mujer y el corazón. El corazón es también lo incomprensible, y la mujer es por ello un ser misterioso, elevado por encima de la razón, un ser que revela un mundo nuevo y desconocido, cercano a un universo religioso. Así se pone de manifiesto por ejemplo en Ana Karenina al narrar la muerte de Nikolai Levin y los cuidados cargados de misterio trascendental que al moribundo dispensa su cuñada Kitti. «La mujer… esa manifestación sorprendente y sublime de la divinidad en la tierra».
En esta etapa, Tolstoi nos ha dejado bellísimas descripciones de la mujer y del amor femenino, descripciones que elevan el sentimiento femenino como una instancia superior y misteriosa. Sin embargo y pese a ello, no dejará nuestro escritor de ver en el sentimiento algo inestable y débil, por lo que Tolstoi podrá elevar el amor femenino cuando este sea sereno y trascendente, pero jamás encomiará el amor-pasión, ya fuera un hombre o una mujer quien lo padeciese. Las escenas de enamoramiento en la obra de Tolstoi quedan siempre iluminadas platónicamente por una referencia a algo trascendente que señala hacia más allá de los corazones enamorados. Las escenas y descripciones de enamoramiento quedan también iluminadas por una moral que insinúa una añoranza de vida familiar, que no significa sino una vuelta al cobijo del seno materno que extingue el fuego abrasador que parece amenazar originariamente a los enamorados. Tolstoi se inserta en esa trascendencia del amor realizando magistralmente un repliegue insinuado, sugerido y a veces ambiguo, el repliegue en el cobijo, en la seguridad y en la armonía de una familia como símbolo más complejo del seno materno. Solo desde ese repliegue, sugerido en su narrativa al modo de las pinceladas delicadas de un pintor, puede Tolstoi insinuar la grandeza de la trascendencia del amor.
Es un maestro en el arte de presentar también los momentos de plenitud amorosa y de estallido de amor, y sabe cercar a los amantes en un marco solitario. Ese cerco deja al tiempo y al espacio —como casi en todo amor-pasión— en un estado de suspensión, de interrupción, desligados así de toda la cadena de coordenadas cognoscitivas y desapareciendo todo lo adyacente. Sin embargo, se cui...
Índice
- PORTADA
- PORTADA INTERIOR
- CRÉDITOS
- DEDICATORIA
- ÍNDICE
- PREFACIO MI ENCUENTRO CON TOLSTOI
- INTRODUCCIÓN LUZ Y OSCURIDAD
- I. LA RUSIA DE TOLSTOI
- II. SU VIDA
- III. RETORNO A LA INFANCIA. LA UNIDAD COMO REFERENCIA
- IV. SOCIEDAD, JUSTICIA Y POLÍTICA
- V. EL AMOR
- VI. UNA LITERATURA ÉPICA
- VII. CRÍTICA AL ARTE
- VIII. PERSONA Y NATURALEZA. HUIDA DE LO TRÁGICO
- IX. LA RELIGIÓN
- X. LA MUERTE
- CONCLUSIÓN
- BIBLIOGRAFÍA CITADA
- AGRADECIMIENTOS