Pórtico
Comunicadores y medios ante la crisis nacional
Antonio Pasquali
Se me pide tratar un argumento complejo y multidisciplinario. Lo enfocaré con los binoculares al revés para minimizarlo y comprimirlo en unos pocos caracteres sin llegar a la caricatura, pero me limitaré a señalar las balizas más relevantes que pudiesen facilitar a futuros investigadores una buena navegación en sus turbulentas aguas.
1° baliza
El tema propuesto: Comunicadores y medios ante la crisis nacional, no es esotérico, para iniciados, porque todos vivimos sumergidos en comunicaciones, frase –esta última– que a su vez no es un vacío y efectista lugar común. Estamos más bien exagerando, vivimos ultra-comunicados, aún faltan años para aterrizar en un uso más ponderado y adulto de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC). Por el momento la humanidad está gastando en comunicaciones el 13% de la riqueza global que produce anualmente y el 10% de la energía que genera, ¡una barrabasada! Las comunicaciones son hoy co-protagonistas de todo el humano quehacer, y en Venezuela lo sabemos particularmente bien. Los medios nacionales, los privados y los gubernamentales por igual, han pretendido a menudo salirse de cauce y adoptar pugnaces posiciones políticas, y no precisamente con miras al bien común.
En el país se han producido episodios únicos en la historia de las comunicaciones modernas, como el lockout del sistema publicitario a un medio impreso en 1958 o la batalla mediática en doble pantalla de televisión de abril 2002. La pregunta de este Pórtico es pues altamente pertinente, y me atrevo a afirmar que ningún análisis de la presente coyuntura nacional tendría suficiente nivel científico si obviara o desincorpora la componente comunicaciones. Por supuesto, sería muy cómodo disponer de una historia global de las relaciones de los medios con las pocas democracias civiles y las muchas dictaduras militares que tuvo el país, lo que nos ayudaría enormemente a comprender el “rol” de medios y comunicadores en la presente coyuntura.
2° baliza
No disponemos pues de un conocimiento sistematizado de las relaciones comunicación/poder en el país, pero los de la tercera edad hemos vivido dos disímiles dictaduras, la de Marcos Pérez Jiménez y la de Chávez/Maduro, lo que nos permite cotejar en cierta medida el rol de los medios en cada una de ellas, y si esa relación flotó hacia mejor o hacia peor con el paso del tiempo. Este cotejo no ha llamado la atención de los investigadores como debería, y es una lástima porque pese a las violaciones, robos, cierres, castigos, demandas, multas, censuras y autocensuras que hoy nos afligen, se trata de la baliza más presentable y esperanzadora en el proceloso mar de nuestras comunicaciones. La de Pérez Jiménez fue una dictadura old fashioned, con su inflexible departamento de censura y su Vitelio Reyes, y durante los seis años que duró, todo el sistema mediático nacional, salvo menudos episodios, se plegó casi sin protestas a esa fatalidad. La chavista pretendió ser una dictadura disfrazada de democracia, vino asfixiando las libertades con lento e implacable garrote, practicó estrategias múltiples, de aterciopeladas a brutales para embozalar la disidencia e intentó ocupar una cómoda presencia hegemónica en las comunicaciones nacionales. Pero –es la parte bonita y esperanzadora del cuento– esta vez el parque mediático nacional no se plegó masiva y supinamente a la prepotencia de Hugo Chávez Frías, y los demócratas tenemos motivos de enorgullecernos: una parte relevante de los medios impresos, otra significativa de los audiovisuales e importantes líderes mediáticos de opinión se la jugaron y se la están jugando a fondo, entre dificultades, para mantener en vida esa comunicación libre y plural que invoca el Artículo 58 de la Constitución de la República Bolivariana, lo que demuestra cuán definitivamente importantes para transformar el espíritu nacional fueron los cuarenta años de democracia que mediaron entre las dos dictaduras militares. El caso emblemático fue el de RCTV, en 2002 la de mayor sintonía en el país y una de las televisoras protagonistas de la extralimitación antes citada, la cual no se transó como otras con la dictadura y prefirió inmolarse antes de renunciar a la libertad de opinar y comunicar a su manera; un expediente ya juzgado por un tribunal internacional en su favor y contra el gobierno, un excelente antecedente para el porvenir de la democracia comunicacional en el país.
3° baliza
Cuando se pregunta por el rol de comunicadores y medios ante una crisis nacional es siempre recomendable comenzar por procurarse una visión descarnada y todo lo objetiva posible del parque mediático concernido, ya que en sus fortalezas y debilidades residen muchas de las razones de su comportamiento ante las crisis. Tampoco poseemos en Venezuela listas actualizadas y oficiales de concesionarios (un documento que administraciones y entes reguladores de países más avanzados publican rutinariamente) entre otras razones porque los títulos de propiedad de muchos emisores de mensajes, impresos o audiovisuales, son el secreto mejor guardado; pero se tienen unas cuantas ideas- guía en la materia, por ejemplo las siguientes. El gasto publicitario es un buen indicador: casi el 80%de sus inversiones va en Venezuela a los medios radioeléctricos, Radio y TV; un rubro que en épocas de bonanza producía sólo a la TV ingresos cercanos al millardo de dólares anuales, lo que revela el peso aplastante de esos dos medios en la formación de opinión pública. Nuestros indicadores como sociedad de lectura también son a tomar en cuenta: Venezuela nunca fue un país de mucha lectura, el tiraje de los grandes periódicos siempre fue modesto, y hoy es modestísimo.
Otros indicadores de autonomía informativa también son reveladores: el país no dispone de agencias de noticias propias no-gubernamentales, y ningún medio cuenta con recursos suficientes para pagarse rutinariamente corresponsales propios; todos ellos dependen pesadamente de la importación de informaciones y entretenimientos, lo que nos condena a ver el mundo con los ojos de los demás. En resumen: nuestro parque mediático se compone, sin excepción, de empresas medianas o muy pequeñas, todas ellas carecen de masa crítica que les permita una producción endógena de calidad e independencia informativa, todas ellas son fácil presa de dictadores adinerados o prepotentes. Si usted es del interior y maneja una emisora radial de 1 kw que le da escasamente para mantener a su familia, entiende de lo que hablo. En resumen, divide et impera, decían los latinos; la fragmentación de nuestro parque mediático, que de poco sirvió para un real pluralismo informativo, ofrece escasa resistencia a intenciones hegemónicas y mal se presta para una defensa estructurada y capilar de los Artículos 57 y 58 de la Constitución.
Este discurso vale, mutatis mutandis, para el comunicador social, informador u opinionista que sea, un pequeño héroe de la cotidianidad que en la presente circunstancia, cada vez que escribe o habla, tiene que negociar lo que va a decir o escribir con sus principios morales y deontológicos, sus preferencias políticas, las normas no escritas de política editorial del propietario del medio, los grandes axiomas constitucionales, la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos (Ley Resorte) y el terror a los comisarios políticos de Conatel y Cesspa. ¡Seis tribunales escudriñándolo! ¿Cómo extrañarse que en circunstancias tan complejas surja el repliegue a la omisión, la autocensura, la renuncia a la libre expresión? Pero también, ¿cómo no agradecerle a los César Miguel Rondón de este país y al pelotón de periódicos de la dignidad el tener prendida, pese a todo, la llamita de la libertad de comunicar?
Habrán observado que no respondí a la pregunta a la que hace referencia el título de este Pórtico: el rol de comunicadores y medios en épocas de crisis, y que no escribí lo que tal vez esperaban que escribiera: que todo comunicador debe ser angelical, éticamente perfecto y capaz de defender ante los tiranos, hasta con su vida, la libertad, el pluralismo y la democracia. No, la realidad es más compleja. No lo hice en nombre de aquel mismo realismo y racionalismo con el cual logramos en 1999 introducir en la Constitución el comienzo del Artículo 58: “La Comunicación es libre y plural…” y no logramos impedir se introdujera la referencia explícita a “la información veraz y objetiva” alegando que esa quimera sólo se daría el día que Dios bajara a la tierra a abrir una agencia de prensa. Tenemos que reconquistar nuestras libertades, pero con los pies en la tierra.
1. Ante el desmoronamiento[214]
Boris Muñoz
¿Tiene el fin un principio? Aunque lo parezca, esta pregunta no es una invitación a filosofar ni busca llevar a un lector in fabula al terreno movedizo de la especulación. Es la expresión de una duda, la piedra angular de una incertidumbre. Y la duda nace de una constatación que permite entrar en materia: al cumplirse tres años de la muerte de Hugo Chávez, autoerigido tótem de la revolución bolivariana, el proyecto chavista se ha convertido en el tobogán de un imparable descenso social, un canal rápido, sin arbitraje, hacia la anomia destructiva y el caos, la caída en un abismo caracterizado por episodios de la más estricta enciclopedia del horror y crueldad.
¿Es acaso una ironía cruel del destino que en el tercer aniversario de su muerte el país se vea sacudido por linchamientos en serie, presos políticos, masacres, sangrientos enfrentamientos entre bandas criminales, devaluaciones monetarias, represión y nuevas sentencias arbitrarias contra la libertad de prensa? Tal vez no es una ironía sino lo opuesto: la consecuencia lógica de una ingobernabilidad terminal, producto de 17 años de políticas contraproducentes y vanidoso caudillismo populista, que han sumergido al país en niveles indescriptibles de corrupción, desafuero e impunidad y arrastrado a su economía (con ella el de las mayorías) a la bancarrota. Venezuela se ha convertido en un circo macabro –el adjetivo es descriptivo, no celebratorio– cuyo aterrado público, alguna vez sujeto del afecto efímero del caudillo, reacciona ahora con el rencor desatado, la rabia pura, sin sarcasmo ni humor. Lo dijo con quieta sabiduría Anton Chéjov en uno de sus cuentos: la desgracia vuelve enemigos a los seres humanos incluso cuando deberían estar ligados por un dolor análogo y los lleva a cometer muchas más atrocidades e injusticias que entre gentes satisfechas. De ahí la justificación, sino filosófica al menos histórica, de la pregunta: ¿tiene el fin un principio?
Antes de saltar a una conclusión
Con una crisis humanitaria en desarrollo, cuesta trabajo pensar en Venezuela sin ser fatalistas. Ver lo que pasa pone a cualquiera, literalmente, enfermo. Aunque sea un espectáculo denigrante para quien mira y es mirado, es importante ver el momento apocalíptico con los ojos bien abiertos. Por ejemplo, los linchamientos que han empezado a ocurrir en las ciudades asediadas por el crimen son la expresión de una sociedad que ya no confía su seguridad a la policía ni la administración de la justicia a los tribunales.
Las sangrientas viñetas se repiten con rutinaria frecuencia. En una estación del metro una multitud furiosa captura a un ladrón que acaba de robar. Lo golpea hasta dejarlo medio muerto. Cuando un policía lo rescata, la turba pide sangre y muerte. El impotente agente sólo se atreve a decirles: “¡Y por qué no lo mataron antes de que llegara la policía!”. En los Frailes de Catia, en el oeste de la ciudad, los vecinos linchan y prenden fuego a un hombre joven que atracaba una camioneta de pasajeros. El hombre, con la cabeza y parte del torso en llamas, brinca en el asfalto, gime como un animal agonizante, se sienta y trata de sacudirse el fuego de la ropa, pero ya no puede hacer nada. A su lado pasan motos, carros, peatones. Todos indiferentes. El hombre convulsiona, pierde un zapato. Nadie lo socorre. Cuando finalmente se desploma, una voz en off, quizás quien ha grabado el espeluznante video, sentencia: “Para que siga robando, pues”. Y el público, al otro lado de la imagen, escucha con la resignación de quien oye un razonamiento sin piedades hipócritas.
En la entrada de las urbanizaciones de Caracas se leen advertencias como esta:
VECINOS ORGANIZADOS
“Ratero si te agarramos
no vas a ir a la comisaría
¡¡Te Vamos a Linchar!!”
O los vestigios de la masacre de más al menos 17 de mineros en Tumeremo, en el Estado Bolívar, a unos 700 kilómetros al sur de Caracas, en la que se presume, aún sin probarse, la sociedad de funcionarios de policía, agentes de inteligencia y criminales comunes. El diputado Americo De Grazia, quien destapó la masacre, denunció posteriormente que había sido amenazado de muerte. Los medios oficiales que hoy dominan la información en Venezuela en el mejor de los casos son perezosos en reaccionar. A las primeras de cambio, Últimas Noticias y El Universal, dos de los principales diarios de circulación nacional, hoy controlados por el gobierno, sólo dedicaron un espacio marginal al caso, sin mencionar ni de pasada que el gobernador de Bolívar, estado donde ocurrió la matanza, negó de manera tajante los hechos refiriéndose a una “masacre virtual”.
Estas viñetas parecieran obvias a la luz de una realidad donde lo extraordinario y lo vil se asimilan y normalizan, unas veces por la desidia que causa la impotencia individual y otras veces por la palabra autoritaria de los poderosos.
Hace 25 ó 20 años el país era diferente. Un linchamiento llamaba la atención y ocupaba las páginas de los principales diarios...