La nostalgia de los orígenes
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La nostalgia de los orígenes

Chamanes, gnósticos, monjes y místicos

Joan Prat

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La nostalgia de los orígenes

Chamanes, gnósticos, monjes y místicos

Joan Prat

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El gran mito del origen de Occidente es el libro del Génesis, que narra la creación del mundo y de la humanidad, con énfasis en tres momentos críticos: la armonía y plenitud de la existencia paradisíaca original; la desobediencia y caída; y –finalmente– la posibilidad de recuperar el paraíso perdido.La nostalgia de los orígenes muestra que existen cuatro grandes vías para retornar a dicho origen: la senda chamánica, que persigue fusionar los diferentes mundos y planos en la persona del chamán; la vía gnóstica, que es la senda del conocimiento esotérico que conduce a la completitud de los inicios; la vía monástica, que es la que busca la salvación a través de la ascesis y la renuncia; y la vía mística, que es la que se centra en la unión con lo Absoluto o lo Divino.A pesar de las aparentes diferencias entre el chamán, el gnóstico, el monje y el místico, Prat nos muestra cómo estas figuras persiguen el mismo objetivo: revivir aquella edad de oro y plenitud inicial. La metodología utilizada combina hábilmente los aspectos teóricos con el trabajo de campo antropológico, presentado a través de microetnografías y experiencias participantes. El presente texto es la culminación de los intereses teórico-etnográficos que han animado las investigaciones de toda la vida del autor.

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Información

Año
2018
ISBN
9788499886381

1. A modo de presentación

El mito del Génesis: una hipótesis de trabajo

El gran mito de origen de la cultura judeocristiana es, indudablemente, el Génesis que, como su subtítulo indica, narra los orígenes del mundo y de la humanidad. Se trata de dos relatos distintos: uno, atribuido a la escuela sacerdotal, y el otro a la escuela yavhista. El primer relato de la creación comienza diciendo:
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas».
En este estadio de caos y oscuridad, Yavhé se pone manos a la obra y durante seis días trabaja febrilmente: separa la luz de las tinieblas, las aguas del cielo de las de la tierra, produce las semillas y los árboles frutales de todas las especies, engendra las estrellas, diferencia el día de la noche y crea el sol y la luna, en el quinto día establece el mundo animal con toda su variedad (mar, tierra y aire) y en el sexto día dijo Dios:
«Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra […]. Y creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y bendíjoles Dios, y díjoles Dios: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”».
Feliz y contento del resultado, en el séptimo y último día Dios descansó. Aquí comienza el segundo relato de la creación, el de la escuela yavhista, en el que se introducen algunos de los grandes temas que nos van a interesar: (1) la vida idílica de la primera pareja humana, Adán y Eva, en el jardín de Edén; (2) la prohibición divina de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, la tentación y la consiguiente caída; y (3) el castigo por la desobediencia cometida y sus nefastas consecuencias.
En mi opinión,1 del mito del Génesis se desprende una configuración que podemos formular, también, en tres momentos: el de la plenitud, el de la catástrofe y el de la esperanza de un posible retorno a la situación inicial. En efecto, en el primer momento –el de la plenitud– predominan imágenes y símbolos de armonía, orden y equilibrio. Adán y Eva viven en un jardín, «con árboles deleitosos a la vista y buenos para comer», regado con cuatro ríos. Su existencia no podía ser más feliz: andaban inocentemente desnudos y enamorados («esta sí –exclama Adán– que es hueso de mis huesos y carne de mi carne […] por eso –continúa el relato– deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne»); su vagabundeo por el Edén era agradable, permanente y eterno, ya que las criaturas, hechas a imagen de Dios eran, como él, inmortales. También la armonía se evidencia en las relaciones de la pareja humana con el mundo animal, con la naturaleza y con su creador, y en toda esta fase inicial predominan ideas de unicidad, plenitud y completitud, es decir, una vida feliz y sin fisuras.
En el segundo momento, cuando se produce la catástrofe, consecuencia de la desobediencia y la caída, el panorama cambia de forma abrupta y radical. Yavhé, temeroso de que alarguen la mano y coman del Árbol de la Vida y se conviertan en inmortales, los expulsa del paraíso («y le echó Yavhé Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado») y la naturaleza, antes pródiga y generosa deviene, ahora, hostil:
«maldito será el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás».
Además del trabajo como maldición y la muerte como final, la mujer es castigada con los dolores del parto y la subordinación al marido («él te dominará»).
La expulsión del paraíso tiene, pues, una triple y nefasta consecuencia: la separación violenta de la criatura de su creador; el fin brusco de la vida paradisíaca (una especie de existencia celestial y divina) para caer en la dura tierra (aquel valle de lágrimas donde se arrastran los desterrados hijos de Eva) y el fin de la inmortalidad, que trae como consecuencia inmediata sumergirse en el tiempo de la finitud, la degradación y la muerte. El último párrafo lo deja claro:
«Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del Árbol de la Vida».
En síntesis: un cambio radical, nefasto y definitivo.
¿Definitivo? Es aquí donde puede surgir una duda: ¿todas estas desgracias son para siempre? Los exégetas y hermeneutas del Génesis apuntan que del mismo texto bíblico se infiere la posibilidad, mejor dicho, la fe confiada de que es posible el retorno a la plenitud inicial, lo que supondría la tercera parte o fase de la historia. Creo que he leído bien el Génesis, y la verdad es que no atisbo a descubrir el origen de esta esperanza, aunque lo que sí es cierto es que las tres religiones del libro –judíos, cristianos y musulmanes– se han apuntado al «porvenir de esta ilusión» (Freud dixit, 1998) y han hecho suya la creencia en unos espacios paradisíacos de felicidad e inmortalidad que, por lo menos para el cristianismo y el islam, constituyen el eje fundamental de sus ideas y ensoñaciones escatológicas. En algunos casos, el tiempo y el espacio de la salvación se sitúan en la propia existencia terrena y, más a menudo, en el más allá.
Desde otra perspectiva, está claro que el mito del Génesis pertenece a la tradición occidental, pero el argumento subyacente −la existencia de una edad dorada, la pérdida de la misma y la posibilidad de recuperarla− es casi una estructura arquetípica que encontramos en las civilizaciones y culturas más diversas. Constituye el fundamento de los milenarismos, los movimientos mesiánicos, los profetismos y las innumerables utopías que hablan de la existencia en algún lugar, más o menos recóndito o secreto, de la Tierra sin mal, de El Dorado, el país de Jauja, el reino del Preste Juan (este situado en Etiopía), la Arcadia, Shambhala, Shangri-la y otros muchos paraísos perdidos a los que una humanidad desesperanzada y en horas bajas intenta regresar movilizando todos los recursos que tiene a su alcance.
Es a ese deseo intenso de retornar y recuperar esta felicidad y paz inicial al que denominaré la nostalgia de los orígenes. La hipótesis de trabajo que voy a desarrollar a lo largo del libro es que a nivel global existen cuatro grandes vías para regresar a los orígenes y que están enunciadas en el subtítulo del libro: la vía chamánica, la vía gnóstica, la monástica y la mística, cada una con su figura arquetípica: el chamán, el gnóstico, el monje/la monja, el místico/la mística.
En efecto, el chamán busca su objetivo a través de la unificación de los diversos mundos: el mineral, el vegetal, el animal, el humano y el de los espíritus, mundos que en su concepción se unifican y metamorfosean, siendo el mismo chamán el que asume esas interrelaciones y las unifica en su persona. El gnóstico, por su parte, persigue también la unión a través del conocimiento, pero no un conocimiento cualquiera, sino una gnosis profunda, esotérica, reservada únicamente a unos pocos escogidos a los que se garantiza el acceso a la Unidad, al Pleroma, aquí, en esta vida. La tercera vía, la del monje/a, pretende una meta similar, que en este caso se consigue gracias a la renuncia al mundo convencional y a la ascesis. El auténtico mundo, el pleno y verdadero, se conquista a través de la renuncia a las tres cosas más valoradas en las sociedades en las que hay monjes: el mando y el poder político, la riqueza y la capacidad de seducción, y que cristalizan en los tres votos monásticos por excelencia: la obediencia, la pobreza y la castidad. Por último, el místico y la mística dan un paso más, ya que su mayor deseo es la fusión con la divinidad, con Dios, con el Uno, también en esta vida. Para ello seguirán el camino del amor y también el de la purificación, vías que conducen a la iluminación final.
Las cuatro vías, caminos o sendas son distintas, se dan en civilizaciones y culturas también diferentes (especialmente, el chamanismo con respecto de las otras tres), pero, y esta es la hipótesis que guiará el presente libro, todas ellas se orientan hacia un único objetivo: la búsqueda de aquella edad de oro, de aquella plenitud inicial, el reencuentro o retorno a aquella época feliz, venturosa y edénica de la que nos hablan los mitos de origen, y muy especialmente el Génesis bíblico. De ahí el título: La nostalgia de los orígenes.
Desde el principio, decidí abordar el tema desde una doble perspectiva: teórica y práctica. Por lo que respecta a la primera he procurado leer todo lo que me ha sido posible sobre cada uno de los ámbitos y adentrarme en la literatura especializada que existe sobre ellos.
La segunda forma de entrar en el tema ha sido la típica del antropólogo: la vivencial a través del trabajo de campo. De esta manera he procurado sumergirme en cada vía a través de observaciones y experiencias participantes, así como de entrevistas a algunos de sus protagonistas principales. En el epígrafe siguiente voy a detallar un poco más algunos de los aspectos metodológicos y técnicos que están en la base de la investigación.

Tiempos teóricos, espacios etnográficos y experiencias participantes

Comencé a pensar en el tema en el otoño del año 2006, durante una estancia de tres meses en París, en régimen de año sabático. El Colegio de España, en la Cité Internationale, y las excelentes bibliotecas universitarias de la ciudad fueron los sitios idóneos para programar esta nueva investigación que, siguiendo lo que los psicoanalistas denominan la compulsión a la repetición, tuvo un resultado final doble: un libro titulado Els nous imaginaris culturals. Espiritualitats orientals, teràpies naturals i sabers esotèrics (2012), una investigación colectiva realizada por un equipo de colaboradores que nos autodesignamos con el nombre de GRIC (Grup de Recerca sobre Imaginaris Culturals). El texto, una reflexión e incursión multidisciplinar sobre el universo new age fue presentado el día 21 del 12 del 2012, fecha en la que, como se recordará, debía producirse el fin del mundo según los vaticinios mayas y las profecías hopis.
Como la catástrofe predicha no ocurrió, pude continuar reflexionando sobre la nostalgia de los orígenes, tema al que ya llevaba tiempo dándole vueltas. Expliqué mis hipótesis a los colegas del GRIC y en una sesión de máster impartida en el Instituto Sant Fructuós de Tarragona, filial de la Facultad de Teología de Cataluña desarrollé las cuatro vías con cierto detalle. Al final de la sesión uno de los alumnos me preguntó si mis argumentos estaban inspirados en Aproximación al origen (2001, orig. 1982), de Salvador Pániker. Contesté que no, pues no conocía el libro. Lo adquirí inmediatamente, lo leí de un tirón, comprendí la pregunta del alumno y no sin cierta pena pude comprobar que mi tesis, que yo creía de una gran originalidad, al igual que el título del libro, no lo eran, pues la idea estaba perfectamente expuesta no solo en Aproximación al origen, sino también en otros dos libros posteriores: Ensayos retroprogresivos (1987) y Filosofía y mística. Una lectura de los griegos (1992) del mismo Salvador Pániker. Ya curado de espantos, pronto me topé con otros títulos similares, algunos ya mencionados en la nota 2,2 que, además de rebajar los humos de mi ego, me recordaban aquella expresión según la cual «nada hay nuevo bajo el sol» o algo similar.
En París, y pensando investigar sobre «imaginarios culturales» y «las nostalgias del origen», se me hizo patente la necesidad de reflexionar sobre el quehacer antropológico. Es evidente que los temas mencionados difícilmente podían ser abordados a través del trabajo de campo clásico en el que el antropólogo vivía en la comunidad que deseaba investigar durante un año por lo menos, y muy a menudo muchos más. Aquí, casi inevitablemente uno piensa en B. Malinowski en las islas Trobriand de la Melanesia viviendo el día a día con los nativos del lugar. O para buscar un ejemplo más cercano a nosotros, el de Lluís Mallart, que vivió durante muchos años con los evuzok del Camerún, sobre los que versa su más que notable obra científica. Frente, pues, a esta modalidad de observación y participación etnográfica centrada en una localidad, un grupo, una tribu, una comunidad, etc., George M. Marcus publicó un artículo titulado «Etnografía en/del sistema mundo. El surgimiento de la etnografía multilocal» (2001), en el que propone una aproximación antropológica sobre objetos de estudio más difusos tanto en el tiempo como en el espacio. El resultado son lo que él mismo denomina etnografía multilocal, etnografía móvil o multisituada y precisa el nuevo método de la siguiente manera:
«La investigación multilocal está diseñada alrededor de cadenas, sendas, tramas, conjunciones y yuxtaposiciones de locaciones, en las cuales el etnógrafo establece alguna forma de presencia, literal o física, con una lógica explícita de asociación o conexión entre sitios que de hecho definen el argumento de la etnografía» (Marcus, 2001, pág. 118).
Esta estrategia tiene unas obvias repercusiones en el papel del etnógrafo ya que:
«En la práctica, el trabajo de campo multilocal se realiza invariablemente con una aguda consciencia de estar dentro del paisaje y, ya que este cambia de lugares, la identidad del etnógrafo requiere ser renegociada» (Marcus, 2001, pág. 122).
El resultado final de este enfoque son observaciones, experiencias de campo, más o menos intensas o prolongadas en el tiempo, pero en general puntuales, concretas y específicas, que dan pie a lo que se denomina microetnografías. En ciertos casos, la pérdida de profundidad característica de la etnografía clásica se compensa con la multiplicidad de enfoques encadenados que la nueva etnografía multilocal o multisituada favorece o propugna.
Como es bien sabido, la forma tradicional de «mirar» y de «ver» en el trabajo de campo antropológico es la llamada «observación participante». Junto a esta, y a menudo en lugar de esta, hablaré de «experiencia participante». La distinción entre una y otra es sencilla y el ejemplo que acostumbro a poner para ilustrarlo creo que lo aclarará: si un día –el caso es real– asisto a la conferencia de una neochamana, discípula de Michael Harner, a la que sigue una sesión de terapia chamánica, tomo notas y después redacto una pequeña microetnografía sobre el tema, eso es, a todas luces, una observación participante. Pero, si a la mañana siguiente –el ejemplo continúa siendo real– comienzo un curso/taller titulado «La senda del chamán» en el que previamente me había inscrito, y...

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