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© Eulogio Galán Moreno
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ISBN: 978-84-17965-70-9
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Mi gratitud a todos aquellos que de alguna forma me han ayudado a que esta novela vea la luz, con especial mención a Antonio Herrera Valderas por sus fotografías, Miguel Guerra Aguilar, Asesor Técnico en Memoria Histórica y Democrática de la Excma. Diputación de Cádiz, Francisco Trenado Castro, amigo que ha estado detrás de las correcciones necesarias no detectadas por mí. A Simón Candón, otro buen amigo, y a todos los que han estado esperando mi nueva novela que con tantas ganas desean. A todos aquellos que compartieron a mi lado el tiempo y el espacio.
PRÓLOGO
Mariana es una novela basada en hechos reales, juzgando estos a través del tiempo y la distancia. Sucedió en un pueblo del Bajo Guadalquivir, llamado Trebujena, como pudo haber ocurrido en cualquier otro pueblo de España, donde pasaron cosas llevadas por la demencia humana. El objetivo de esta novela es que se conozca una historia, de tantas que pasaron, para que nadie se olvide de un suceso que ensombreció la historia de España por encima de otro cualquier suceso que pudiera ocurrir sobre su suelo, la guerra civil de 1936, donde los poderes no repararon en el daño que iban a causar a un pueblo acorralado por la muerte.
La memoria de lo que ocurrió y la atrocidad alimentada del animalismo humano trajeron una barbarie de la que debemos aprender que jamás debería volver a repetirse. Cuando un hombre tiene grandeza en el alma es porque encontramos en él grandeza en sus acciones. Saber juzgar qué es lo más grande y lo más pequeño solo lo puede apreciar el alma. Para el hombre de corazón es una vergüenza huir de lo que pasó en 1936 y después. Es una vergüenza ocultar lo que sucedió pisando sobre un suelo plagado de muertos con una memoria de ojos cerrados. Aquello no fue justo. Bajo las armas murieron cientos de miles de personas, una gran mayoría inocentes y otra parte de equivocados, porque la guerra lleva impronta la naturaleza de injusta donde los que se creyeron ofensores y ofendidos no se diferenciaron al ponerse al lado de la muerte, una guerra llevada por los más bajos instintos animales como única parte vencedora sobre los valores de la razón de la naturaleza de los hombres.
Cuando el hombre obra desprovisto de razón olvida su bien supremo y se acerca a las pasiones que están más cerca de los instintos animales que del alma humana. Debemos preguntarnos si con el olvido de la memoria histórica no traspasamos los límites que nos asoman al origen primitivo, donde el vicio de la brutalidad lo lleva hasta su extremo más elevado. No hay que abrir viejas heridas, se dice, confirmando, los que defienden esto, que la herida no está curada. Entonces, ¿por qué no dejamos que nuestra naturaleza humana deje de sufrir combatiendo desde la razón y la espiritualidad aquella barbarie? Coincido con estos que es vieja, pero añado que golpea sobre millones de conciencias para que no se la olvide. Hasta que sobre el suelo que pisamos no haya un solo cadáver humano, y haya familias que aún los lloran, sin saber dónde fueron ejecutados y enterrados sus seres queridos, estamos lastrando la guerra civil hasta nuestros días, estamos lastrando nuestra miseria.
Nadie tiene derecho a pactar a favor del silencio de las voces del pasado. Ninguna sociedad puede permitir que se produzca una amnesia consensuada que provoque que se consienta olvidarse de su propia realidad, y menos en las sociedades donde se arraigan una superior creencia en la mística pervivencia del espíritu tras la materia una vez se muere. En este apartado resulta incomprensible que los que viven de educar en esta transformación de la conversión no abanderen y no sean los primeros en levantar la voz contra esta locura de no poner a todos los muertos en la misma línea de salida. Es increíblemente el mayor despropósito sobre su propia doctrina. Para muchos la muerte es solo un sueño interminable donde no hay nada, solo el agotamiento de la vida y oscuridad que no se termina nunca y partidarios de tomar antes, de la vida, todo lo que te ofrezca aun sin ser necesariamente moral. Pero, para otros, la muerte se les presenta como un comienzo completamente nuevo, creyendo que no es el fin y que, en un cruce de fronteras, el alma se despega del cuerpo y entra en un mundo espiritual.
Esté la verdad donde esté, la moral humana siempre respetó a sus muertos, y en este país estamos rompiendo esa norma mirando con indiferencia hacia otro lado o, en el caso de la religión, haciendo de cieg...