El conflicto palestino-israelí
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El conflicto palestino-israelí

100 preguntas y respuestas

Pedro Brieger

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El conflicto palestino-israelí

100 preguntas y respuestas

Pedro Brieger

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Un libro necesario para entender un conflicto de alcance mundial que dura más de seis décadas y en que el autor ha pretendido: "meter los pies en el barro para que israelíes y palestinos vivan juntos, entremezclados y en paz".Este nuevo libro no es un libro teórico sobre el conflicto palestino-israelí sino el fruto de numerosos diálogos mantenidos durante años con las personas que se me acercan y buscan respuestas a tantas preguntas, desde las más simples hasta las más complejas. ¿Por qué un libro de preguntas y respuestas? Porque a veces se requieren respuestas sencillas para preguntas complejas. La idea es que encuentren en esta especie de guía introductoria algunas claves que permitan desentrañar las dudas más frecuentes. "Este no es un libro sobre el Medio Oriente en general sino sobre el conflicto palestino-israelí en particular." (Pedro Brieger). Un libro necesario para entender un conflicto de alcance mundial que dura más de seis décadas y en que el autor ha pretendido: "meter los pies en el barro para que israelíes y palestinos vivan juntos, entremezclados y en paz.

Preguntas frecuentes

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Información

Año
2017
ISBN
9788494744907
Categoría
Sociologie

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

1) ¿Por qué existe un conflicto entre palestinos e israelíes?

El origen del problema radica en que hay dos pueblos en un mismo territorio y ambos lo reclaman como propio. Los israelíes consideran que les pertenece porque dicen que les ha sido legado por dios como figura en el Antiguo Testamento y porque siempre hubo judíos. Los palestinos, por su parte, dicen que les pertenece porque viven allí desde hace siglos.
Para los israelíes la creación del Estado de Israel representa la respuesta a la persecución que han vivido los judíos a lo largo de toda su historia y consideran que es la única garantía que tienen para que no los persigan nunca más.
A los judíos europeos que tuvieron la idea de crear un Estado judío en el siglo XIX no les interesó demasiado que en ese territorio hubiera gente, porque su principal preocupación era resolver el problema de las persecuciones contra los judíos. También hay que decir que –en sus comienzos– sabían muy poco de lo que sucedía en el Medio Oriente, un mundo casi desconocido para muchísimos europeos. Lo poco que se conocía provenía de los testimonios de algunos aventureros que se animaban a viajar y luego escribían novelas, o de historiadores que habían acompañado alguna incursión militar.
Por el otro lado, los árabes-palestinos tampoco sabían demasiado de lo que pasaba en Europa ni de las persecuciones que sufrían los judíos. Nunca formaron parte de las experiencias coloniales que ocuparon casi todo el planeta (sino que las sufrieron) y a principios del siglo XX casi no tenían acceso al conocimiento de ese mundo que les era ajeno y desconocido.
Miles de judíos comenzaron a llegar a Palestina con la idea de construir un Estado sólo para judíos a fines del siglo XIX y principios del XX. Cuando los árabes-palestinos percibieron que los judíos querían ese territorio sólo para ellos trataron de impedirlo pero no lo lograron. En 1948 nació el Estado de Israel, otorgándole una nueva identidad ciudadana a esos judíos, que pasaron a ser conocidos como israelíes o judíos-israelíes.
La mayoría de los israelíes preferiría que no hubiera ningún árabe en el territorio que reclaman como propio; pero están. Y la mayoría de los árabes-palestinos preferiría que allí no hubiera ningún judío; pero están.
El conflicto persiste hasta el día de hoy porque no hay un acuerdo sobre qué porción del territorio le corresponde a cada uno, o si pueden compartirlo.

2) ¿Qué fue lo que alteró la convivencia de siglos entre judíos y árabes?

La historia de los judíos y los árabes fue durante siglos una relación entre comunidades religiosas. Como la mayoría de los árabes profesa el islam, su relación hacia los judíos era –y aún es– en función de su pertenencia religiosa individual y comunitaria. Hay que aclarar también que la mayoría de los musulmanes no son árabes, y ni siquiera hablan el idioma árabe, salvo cuando rezan, y que el país musulmán más numeroso es Indonesia, que no es árabe, como tampoco lo son Turquía o Irán. Pero como el islam nació en tierras árabes se suele confundir al islam con lo árabe.
El islam se desarrolló tomando muchos elementos de la religión judía, incluso sus profetas, a los que también venera, como Abraham o Moisés. Sin embargo, la historia del islam como la de casi todas las religiones es muy contradictoria. En muchos de sus textos sagrados o dichos de sus teólogos se pueden encontrar frases elogiosas hacia los judíos, pero también otras denigrantes.
Sería incorrecto ofrecer la imagen idealizada de una relación armónica entre judíos y musulmanes, porque hubo problemas a lo largo de la historia. Sin embargo, hay que destacar que en el mundo islámico no hubo nada parecido a la expulsión masiva de judíos que se produjo en España durante el reinado de los reyes Fernando e Isabel a fines del siglo XV en el marco de lo que fue conocido como la Santa Inquisición. Tampoco nada parecido a las persecuciones y matanzas de judíos en Rusia durante el siglo XIX y comienzos del XX, que convirtieron a la palabra pogrom, de origen ruso, en sinónimo de persecución y masacre contra judíos. Más aun, el término antisemitismo, entendido como el odio hacia los judíos, es de origen europeo y ni siquiera tiene un equivalente en el idioma árabe. Y mucho menos hubo en lugares habitados por una mayoría musulmana algo comparable a la barbarie moderna, industrial y planificada del exterminio de judíos en Europa durante el holocausto nazi con sus campos de concentración, que eliminaron a unos seis millones de judíos.
La convivencia de judíos y árabes se vio alterada en el Medio Oriente a fines del siglo XIX y principios del XX con la aparición del movimiento sionista, que planteó la creación de un Estado sólo para judíos en el corazón del mundo árabe e islámico.

3) ¿Qué es el movimiento sionista?

El movimiento sionista surgió en Europa Occidental a mediados del siglo XIX para dar una respuesta a las persecuciones que los judíos sufrían en Europa Occidental y en Europa Oriental. Se define a sí mismo como el movimiento de liberación nacional del pueblo judío.
Sus fundadores consideraban que la única manera de eliminar el antisemitismo era mediante la concentración territorial de todos los judíos del mundo en un mismo Estado. También creían que el odio hacia los judíos era eterno e inevitable. Uno de sus líderes, León Pinsker, llegó a afirmar que «la judeofobia es una psicosis, hereditaria e incurable». Su principal dirigente, Teodoro Herzl, fue un periodista austro-húngaro que se vio muy conmovido por un juicio de tintes antisemitas realizado en Francia contra el capitán Alfred Dreyfus en 1894, quien fue condenado por «alta traición», aunque después de varios años fue rehabilitado y reconocida su inocencia.
La revolución francesa había prometido la igualdad para todos los ciudadanos, pero Dreyfus había sido perseguido por su condición de judío. En 1896 Herzl publicó el libro Der Judenstaat (El Estado de los judíos), considerado la pieza fundamental del sionismo político.
Este grupo de intelectuales judíos sólo conocía el mundo europeo, donde muchos judíos habían sido comerciantes e intermediarios financieros por siglos. Poco y nada sabían de los judíos que vivían en el mundo árabe. Herzl quería «normalizar» al pueblo judío (europeo) y que fuera como todos los pueblos, tal como se los entendía en la concepción del desarrollo capitalista en la época: burgueses, trabajadores y campesinos.
Dado que los fundadores del sionismo eran intelectuales influenciados por el nacionalismo europeo, consideraban que la única manera de combatir el antisemitismo era mediante la creación de un Estado propio, un Estado judío. El sionismo no fue un invento de los ingleses para dividir al mundo árabe, como todavía creen muchos árabes. Sin embargo, nació en una época de expansión del capitalismo y de apropiación de las colonias por parte de las principales potencias europeas, con las cuales se relacionó porque necesitaba del apoyo de una gran potencia mundial para conseguir ese territorio que no habitaban. Por su parte, a los ingleses les vino «como anillo al dedo» que un movimiento de raíces occidentales los necesitara para penetrar en la región.
El sionismo tuvo dos problemas desde sus inicios. El primero fue que no intentó crear un Estado judío en regiones de Rusia y Polonia, donde sí había una mayoría de judíos y donde hubiera podido reclamar un territorio apelando al derecho a la autodeterminación de los pueblos. El segundo, que se propuso crear un Estado en un lugar en el que prácticamente no había judíos, y que no estaba deshabitado como muchos pensaban.

4) ¿Todos los judíos se adhieren al proyecto sionista?

Sin lugar a dudas una gran mayoría de los judíos en el mundo se identifica con el Estado de Israel nacido en 1948; aunque esto no significa que apoyaran al movimiento sionista antes de 1948. Es más, el debate sobre el sionismo fue muy profundo y conflictivo en el mundo judío. Cuando nació la idea fue ampliamente rechazada tanto por los judíos religiosos como por los judíos que se adherían a las diferentes variantes del pensamiento socialista.
Los creyentes consideraban que el movimiento sionista les quitaría los elementos judíos de la tradición religiosa. Y los que integraban los movimientos socialistas a fines del siglo XIX y principios del XX pensaban que había que luchar contra el antisemitismo allí donde residían, ya que sólo con el socialismo iban a lograr la emancipación. Por ende se oponían a la emigración a Palestina. De hecho, a pesar de las persecuciones contra los judíos a fines del siglo XIX en Rusia, Polonia o Ucrania, apenas un tres por ciento de los judíos emigró a Palestina. La mayoría se dispersó por el mundo y en menos de quince años Nueva York se convirtió en la ciudad judía más importante del planeta.
Por otra parte, el sionismo planteaba el renacimiento del idioma hebreo (utilizado solamente en las plegarias) y los judíos que vivían en el este europeo (los países bálticos, Polonia, Ucrania o Rusia) tenían un idioma común que era el idish, un idioma muy «judío», con vasta literatura, música y tradiciones culturales, y al que no estaban dispuestos a renunciar.
Existían numerosas organizaciones judías que movilizaban a miles de personas que rechazaban las ideas sionistas. El partido más numeroso y conocido en el este europeo fue el BUND (Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia). Pero ese mundo judío, conocido como «idishland» (tierra del idish), fue borrado de la faz de la tierra por el holocausto. Antes de la Segunda Guerra Mundial había nueve millones de judíos en Europa, después de ella quedaron sólo tres millones, dispersos y atomizados. Aunque parezca extraño, dentro y fuera del Estado de Israel todavía existen grupos de judíos religiosos y socialistas que ideológicamente no se identifican con el sionismo, ni con el Estado de Israel, por las mismas razones que otros no lo hacían cien años atrás.

5) ¿Es lo mismo antisemitismo que antisionismo?

Aunque algunos historiadores consideran que la definición de antisemitismo debe utilizarse solo para el odio y/o persecuciones contra todos aquellos de origen semita, es comúnmente aceptado que se la entienda como el odio hacia los judíos. El antisionismo, por definición, es la oposición política a la ideología del sionismo. Hasta la creación del Estado de Israel en 1948, el antisionismo era patrimonio casi exclusivo de los judíos que no consideraban que sus problemas históricos se resolverían por medio de la creación de un Estado judío. Algunos consideraban que los judíos debían integrarse y asimilarse en los países en los que vivían, perdiendo su identidad particular y adoptando aquella de la mayoría que los rodeaba. Otros, desde posiciones de izquierda, consideraban que el socialismo y la igualdad de los pueblos eliminarían todo tipo de discriminación, también aquella contra los judíos. Y también había religiosos que decían que había que esperar la llegada del Mesías, pues sólo este lograría la redención del pueblo judío.
Después de la creación del Estado de Israel estos conceptos se mantuvieron desde lo ideológico, pero la expulsión de los palestinos en 1948 y la ocupación de Cisjordania y Gaza en 1967 aumentaron el rechazo a las políticas de Israel en muchos sectores de izquierda. Sin embargo, no es menos cierto que –en muchos casos– se diluyen las diferencias entre las críticas hacia Israel y hacia los judíos en general. Las caricaturas sobre Israel publicadas en numerosos diarios, especialmente árabes, retoman los estereotipos clásicos del judío sátrapa «sediento de sangre» que intenta dominar al mundo, tal como era retratado en los libros y panfletos antisemitas europeos a principios del siglo xx. La línea que separa el antisionismo del antisemitismo puede ser muy delgada en algunos casos, pero en otros es muy gruesa porque representa ideas contrapuestas. La mayoría de las organizaciones de la izquierda europea, por ejemplo, no permite que grupos antisemitas –a los cuales rechazan e incluso combaten– participen de sus manifestaciones contra las políticas israelíes. Es incorrecto desde lo conceptual y teórico asimilar el antisionismo al antisemitismo. Y tampoco se puede calificar como antisemita a quien critique a Israel, la política israelí o incluso cuestione la existencia misma del Estado de Israel porque piense que judíos y palestinos deben vivir en un mismo Estado. Pero los gobiernos israelíes relacionan ambos conceptos deliberadamente para confundir y descalificar las críticas hacia sus políticas.

6) ¿Es antisemita todo aquel que critica a Israel?

En el Estado de Israel siempre se ha utilizado el argumento del antisemitismo y del judío como «víctima eterna» para acallar las críticas que existen por sus acciones contra los palestinos. El primer ministro Menajem Begin llegó incluso a invocar los campos de exterminio de Auschwitz para justificar la invasión al Líbano en 1982. Acusar de antisemita a cualquiera que critique la política israelí representa un chantaje intelectual y emocional que en el mundo occidental funciona por la culpa colectiva del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Ha servido también para descalificar las críticas de líderes árabes o palestinos, e incluso de los judíos que han cuestionado las políticas israelíes, como si hubiera un hilo conductor entre las políticas genocidas de la Alemania nazi y cualquier crítica hacia el Estado de Israel.
La historiadora israelí Idith Zertal, en su libro La nación y la muerte, considera que en Israel todo enemigo es «nazificado» y cualquier amenaza es magnificada para convertirla en sinónimo de exterminio total. Por eso el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, o el líder palestino Yasir Arafat, eran presentados en Israel como una continuidad del mismísimo Adolf Hitler.
Si las críticas provienen de judíos se las descalifica diciendo que «profesan el auto-odio», una frase sin sentido alguno. La periodista y escritora Hannah Arendt fue acusada de padecer un «auto-odio diaspórico» a raíz de su libro Eichmann en Jerusalén, y varias organizaciones judías de Estados Unidos organizaron una campaña pública para descalificarla. En Palestina, antes de la creación del Estado de Israel, hubo un grupo de intelectuales judíos liderados por el filósofo Martin Buber que se opuso a la creación del Estado judío y bregaron por un Estado binacional judío-árabe. Y en la actualidad, dentro del Estado de Israel, hay movimientos políticos de judíos (de izquierda o religiosos) que se declaran abiertamente antisionistas. Tal vez el caso más notable es el de la Organización Socialista Israelí, conocida como Matzpen (Brújula) por el nombre de su periódico. Compuesta en su mayoría por judíos israelíes se hizo conocida en los años sesenta y setenta por sus críticas al Estado de Israel, su oposición al sionismo, sus contactos con la Organización para la Liberación de Palestina y porque estaba a favor de un Estado mixto de judíos y palestinos, disolviendo de hecho el Estado judío como tal. Obviamente, ni ellos ni Hannah Arendt tenían una pizca de antisemitas.
Meses después de la invasión israelí a Gaza en 2008 las Naciones Unidas le encomendaron a un respetado juez sudafricano judío la tarea de investigar si se habían producido violaciones a los derechos humanos durante la invasión. Apenas Richard Goldstone finalizó su infor...

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