7 mejores cuentos de César Vallejo
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7 mejores cuentos de César Vallejo

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7 mejores cuentos de César Vallejo

Descripción del libro

La serie de libros "7 mejores cuentos" presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española. En este volumen traemos César Vallejo, un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país. Este libro contiene los siguientes cuentos: - Cera. - Él Vendedor. - Los dos soras. - Muro Antártico. - Hacia el reino de los Sciris. - Paco Yunque. - Sabiduria.

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Información

Editorial
Tacet Books
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9783968587707

Hacia el reino de los Sciris

El otro Imperialismo

Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.
A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente-pues era su primera campaña militar-, aparecía curtida por las intemperies, los calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas. Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas, dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato; lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete de plumas.
El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.
Al desaparecer los últimos soldados en el fondo de la ciudad,los obreros de la fortaleza los vieron, embargados de extraña indiferencia. No sonó un aplauso, ni un grito de entusiasmo. Las mujeres y los niños, asomados a las puertas, contemplaban fríamente a los guerreros. Algunas mujeres atravesaron la calzada y dieron a beber al pariente que volvía, unos tragos de chicha o llevaron a su boca un poco de cancha y ocas dulces. Mudos estaban los heraldos. En lugar del hailli de victoria, llenaba las bocas un turbio silencio. Cuando el ejército cruzó delante del templo de las escogidas, en el Hanai-Cusco, una anciana se puso a llorar.
A lo lejos, vibraron las trompas bélicas, al penetrar el ejército ala Plaza de la Alegría. Eran apagados aullidos de unos clarines hechos de cráneos de perros, cazados a los enemigos. A la dentadura de estos cráneos venían atadas sonoras sartas de dientes de monos del norte, de modo que, al agitarse el aire y jugar en el bárbaro instrumento, se oía un chillido calofriante y famélico... Al oírlos ahora, la ciudad Te arrebujó en lástima y silencio.
Túpac Yupanqui, al saber la aproximación de Huayna Cápac,le esperó en el patio de cobre del palacio, rodeado de la corte. Tenía el rostro contraído por la ira. El príncipe heredero avanzó hasta el pie del trono imperial, la frente descubierta e inclinada; hizo un movimiento de vasallaje y obediencia y, en actitud sumisa y prosternada, dio cuenta de la expedición:
–Padre -dijo-, la conquista de los huacrachucos queda consolidada. Vienen conmigo quinientos mitimaes y he dejado alas orillas del Marañón cincuenta hijos del Sol. Heroico ha sido el arrojo de los quechuas, para obtener la rendición de aquella provincia, cuya juventud se ha defendido fieramente, y si no fuese por el consejo de sus ancianos, a los que logré reducir por medio de beneficios y otros actos generosos, el sometimiento delos huacrachucos habría fracasado...
El Inca permaneció indiferente. Las miradas se volvieron a él ávidas de ver el efecto que producían las palabras del heredero, cuyo arribo al Cusco era inesperado. No lo habían hecho aguardar las vigentes disposiciones del Inca, no lo poco favorables que hasta entonces fueron los resultados de la expedición. Las hogueras en los montea, los chasquis, nada había anunciado tan súbito retorno.
–...Después de muchas jornadas a través de las selvas-continuó Huayna Cápac-, ataqué a los chachapoyas en sus propias murallas y fortines. La resistencia fue mayor aun que la de los huacrachucos. Durante tres lunas asedié a la ciudad. Allí perdí el grueso del ejército. Mis hacheros murieron batiendo las selvas que a los naturales servían de trincheras y defensas invulnerables. Allí también cayeron muchos veteranos del Mauley Atacama. Redoblé el ataque. Buscando otro lado menos inexpugnable, ascendimos, dando la vuelta, de noche, hacia las punas de Chirma-Cassa...
Al llegar a este punto, Huayna Cápac dio un tono de tragedia a sus palabras. La corte de dispuso a oír con toda atención.Solamente Túpac Yupanqui seguía en su gesto displicente, cual side antemano supiese cuanto el heredero tenía que decir.
–...En aquella región mortífera -añadió el príncipe-, toda estrategia fue imposible, sino al precio de una gran abnegación.En territorios desconocidos y acosados por una naturaleza hostil,resolví afrontar los caminos más rectos, así fuesen los de mayor audacia y sacrificio. Así lo hice. Ello costó trescientos guerreros del Sol, que quedaron helados por el frío, en vísperas de nuestro último y definitivo encuentro con el enemigo. La batalla en tales condiciones fue imposible. Nos retiramos y, en vista de haber sido el ejército mermado casi por entero, decidí, después de un consejo de guerra, volver al Cusco...
Dijo Huayna Cápac y se arrodilló ante su padre. El semblante del Inca se demudó y, en un arranque de cólera, rasgó sus vestiduras, en presencia de la corte amedrentada, diciendo:
–Los hijos del Sol se han visto rechazados primero en las montañas del Beni, de donde volvieron a Mojos solo mil guerreros de los diez mil que se embarcaron en balsas preparadas en dos años. Después, al iniciarse la conquista de los chirihuanas,tuvieron miedo a los salvajes y antropófagos. Más tarde,repasaron el Maule, cediendo a los feroces promoncaes. Y hoy, el hijo del Inca, el príncipe heredero, en su primera campaña militar, hace una retirada vergonzosa e interrumpe así la conquista de los sciris... Pues bien: no más conquistas. ¡Y a las labores de la paz!
Túpac Yupanqui abandonó su silla de oro y penetró a sus aposentos, seguido de Raucaschuqui. Los demás estuvieron indecisos de la conducta que les tocaba seguir, a raíz del enojo del Inca. El heredero cubrió su cabeza de jaguar y echando, con ademán de rabia y de dolor, la capa a uno de los hombros, se dirigió al pórtico y desapareció, seguido de dos jóvenes huaracas, sus ayudantes en campaña.

El adivinho

El día en que, según los cálculos de los llacta-camayocs,debería terminar la cacería, se tomó las disposiciones necesarias a fin de que el Emperador presenciase, por expreso deseo suyo, la maniobra final del chacu.
Sesenta mil quechuas habían sido desplazados en todo el territorio, para la caza. Actuaban en la región del Cusco cinco mil, los mismos que, hacía tres semanas, salieron a los montes y quebradas, portando centenares de lazos, armas diversas, alcos de caza, abundantes víveres. La estacada esperaba ya en la llanura de Vilcamayo, al sur del palacio de Colcapata. Era un semicírculo inmenso, cuyos extremos abríanse mirando a las montañas, en un claro que medía medio tiro de honda. Aquella mañana, se vio a algunas mujeres atando a los cordeles los colgajos pintados y fantásticos, que debían servir para apriscar. A los arrabales de la ciudad llegaron, al amanecer, algunos guanacos fugitivos,saltando cercas y tapias.
La ciudad engalanose de fiesta. Humeaban los hogares, donde se alistaban provisiones de comida, chicha y coca para el pueblo. Mujeres en pollerón, desnudos los brazos, chorreando agua de las trenzas, descalzas o con ligeros llanques de cabuya, entraban ysalían de las casas, portando al hombro o a dos manos botijas de chicha de jora. O portaban enormes ollas, colmadas de patas cacaliente, tazones sin asa, de gran boca, de los que rebosaba el mote de maíz para los niños; rosadas cumbas entisadas de rastrojo de Puno, llenas de masato; torres de mates y potos de calabaza, de mayor a menor tatuados con punzones caldeados, amarillo pálido, tabaco, molle, azafrán, lúcuma madura, naranja del norte, arcilla de Nazca. Se había dado muerte a centenares de llamas, para carne del festín y en los corredores y patios pendían de los cordeles tasajos enteros y charqui, salados y penetrados de pimienta y ají. Se molía en los batanes el rocoto de los templos,la quinua y el olluco. Detrás de las casas, las tahonas crepitaban abrasadas, cociendo budines de papa, tortas de camote y bollos de picadillo, cuyo olor, denso y poroso, impregnaba el aire de una molicie enervante.
Túpac Yupanqui, desde el momento en que decidió abandonar las armas de conquista, trocándolas por el arado y el telar, venía mostrándose, más que nunca, bondadoso y sencillo. Ora salía a ver las faenas agrícolas, ora visitaba las forjas rechinantes y encendidas de los orífices y fundidores, donde las láminas y lingotes de metal gemían al asaltar la línea tersa de una efigie sagrada o el ángulo agudo de una barreta espléndida; ora, alcruzar las afueras de la capital, se asomaba a una choza y tomaba una hebra de las madejas para alfombras y tapices, cuyos hilossecábanse en las rasantes de las pircas, goteando alegres tintes de campeche, molle, quinua amarga y tayo; ora hacía llamar a un amauta y le formulaba largas interrogaciones sobre hechos fenecidos de otros incas, sobre los movimientos del tiempo, sobre el próximo novilunio, sobre los linderos, la distancia, los vientos, la natalidad, la vida y la muerte... Túpac Yupanqui hallábase entregado por entero a una vida profunda y tutelar, serena y constructiva, que le revestía de una especie de santidad apacible y sonriente.
Los nobles secundaban al Inca en su entusiasmo por la paz y el trabajo, aunque, en el fondo, lamentasen esta nueva política del Emperador, en nombre del espíritu guerrero de la raza y, sobretodo, por propia conveniencia de clase, ya que las expediciones de conquista redundaban, a la larga, en aumento de preeminencias y riquezas cortesanas.
Aquella mañana se hablaba en los corredores del palacio, en animados corrillos. Un joven antun-apu murmuraba contristado, ante unos curacas:
–Todo esto está muy bien. Mas no hallo oposición entre el chacu y la batalla. Sabéis que los hijos del Sol tienen una misión divina sobre la tierra: la de extender sin fin la religión del Inti y sus frutos benéficos. El Inca está en error. Una gran calamidad se avecina...
Los curacas asentían. Uno de ellos, cuidando de no ser oído, decía:
–Una gran calamidad se avecina. He soñado un alco gigantesco y negro, de ojos de fuego y piel enteramente limpia de pelo, que en una parva inmensa del Raymi, devoraba una era de quinua. Soñé que el alco misterioso iba zaceado por millares de quechuas, los que, al verle mascar el grano, lanzaban dolorosos gemidos.
Unas infantas se acercaban. El guerrero y los curacas, llamados por un esclavo, fueron a unirse a otros grupos.
Por una puerta pequeña, en cuyos quicios había adosados dos frisos en granito, plateados al fuego que representaban, el uno, el sacrificio de un niño y el otro, el nacimiento de Maita Cápac,aparecieron dos ñustas, de radiante belleza una de ellas y de una triste fealdad la otra. Venían tomadas del brazo, a paso reposado,inclinadas. Las princesas volvieron a desaparecer por el lado delos recintos destinados al príncipe heredero, en el preciso momento en que acaecía un hecho imprevisto, que dejó paralizados a todos.
Un adivino, a quien nadie conocía, penetró al palacio por el pórtico que daba a la Plaza de la Alegría, lanzando voces desgarradoras y agitando a dos manos un cayado de punta lancinante. Con el cabello largo y desgreñado, las facciones descompuestas por el terror, envuelto en un rebozo de púrpura en jirones, corriendo y saltando, cual si pisase en millares de clavos candentes, buscaba con ojos desorbitados por el ansia y la desesperación no se sabe qué cosas tremendas e inauditas, en los muros, en los monolitos cubiertos de oro, en las soleras de los techos, en las estatuas y pilastras, en el aire mismo. Levantaba el cayado y lo hincaba en las rosetas y aristas de las paredes. Como si persiguiese insectos o arañas, se inclinaba y se ponía en cuclillas para buscar, con la punta de su vara o con el dedo, en el pavimento y en las junturas de las pieles y tapices. Gruñía y lloraba con infinita desolación.
La corte presenciaba esta escena, estupefacta. Le dejaron circular por donde le llevaba su locura. Clamaba, rugía y se quejaba en palabras ininteligibles. Después se revolcó en el suelo y se desprendió de sus harapos. Entonces se le cogió por la fuerza. Se le intimidó. Pero le abandonaron en seguida, como si su cuerpo quemase, cuando dijo:
–¡Soy el adivino! ¡Todas las patas de la araña dan haciaadentro! ¡Calamidad! ¡Calamidad!
Le llevaron a presencia del Inca, quien, percatado del aire profético del quechua, ordenó en tono de vaga inquietud:
–Que hable. Dejadle.
Y el aterrorizado quechua, en quien ardía la pavesa desconocida, la mecha intermitente de los astros, habló,abatiéndose a pausas, en una especie de sublime agonía:
–¡Veo quipus enredados, como anonadadas serpientes!... Uno de los cordones va creciendo y anudándose a los tabernáculos del Coricancha; es rojo como un arroyo de sangre. También se anuda a los malaquis y a las momias de los emperadores... Veo a un extranjero, de faz barbada y blanca, saquear las reliquias sagradas del Rímac y del Titikaka... Veo al yllapa cruzar un cielo nuevo y deshacerse en tres cosas distintas, enlazadas por un compás idéntico en sus cursos... ¡Se pierden! Ya no puedo mirarlas. Oh terrible ceguera la mía. Veo un ejército innumerable, en el que los guerreros, inclusive el jefe, tienen la misma talla, de tal modo que todos parecen jefes o todos simples soldados... Vienen otros ejércitos y se traba entre ellos una lucha, en la que no se vierte una sola gota de sangre ni una lágrima. Más que combate, parece un juego amable e inocente... Unas nubes pestilentes rezuman de las grietas de la tierra y sofocan y enervan a los combatientes,haciéndoles perder el ritmo de la lucha y trocando el orden y armonía de ella, en sudor y fatiga y desazón. ¡Ah calamidad!...¡Oigo cómo crecen los caminos, serpenteando entre cubiles, dólmenes y nidos!...
El adivino fue sacado. Tenía un enorme cráneo, achatado por la parte superior, en un plano perfectamente horizontal, desde la altura del nacimiento del pelo en la frente, hasta el mismo colodrillo de la cabeza. Si no fuese por los huesos intactos y el cuero cabelludo de todo el cráneo, creeríase en un corte a machete. En cambio, la anchura del rostro alcanzaba un diámetro excesivo, semejando la imagen que producen los espejos convexos.
Una vez en la Plaza de la Alegría, el monstruo dio síntomas de tranquilidad. Poco a poco recuperaba el estado normal de su conciencia y volvía de su mundo prodigioso, aludiendo y significando cosas y circunstancias de la realidad. A las preguntas que le formulaban, dio respuestas cada vez más en razón. Al fin,al llegar al asilo de enfermos, sus palabras y acciones se entonaron de nexo y sentido.
–¿Cómo te llamas? -se le interrogó.
–Ticu.
–¿De qué ayllo eres?
–De los collahuatas.
–Ya se ve que eres ...

Índice

  1. Tabla de Contenido
  2. El Autor
  3. Cera
  4. Él Vencedor
  5. Los dos soras
  6. Muro Antártico
  7. Hacia el reino de los Sciris
  8. Paco Yunque
  9. Sabiduría
  10. Sobre Tacet Books
  11. Colophon