Haití
El peso de la historia
Isa tenía cuarenta y tres años cuando llegó a Haití. El tiempo pasado en África la hizo fuerte física y anímicamente. Seguía siendo una mujer de gran belleza. El cambio de destino le llegaba en un momento de madurez. Tenía mucha energía y ganas de trabajar y atesoraba una experiencia misionera que le proporcionaba mucha seguridad. Era un reto estimulante cambiar de continente, de comunidad y de proyectos, en cierta manera, volver a empezar.
Las religiosas de Jesús-María abrieron hace más de veinte años su primera misión en la República de Haití. El país caribeño está considerado el más pobre del continente americano y uno de los lugares más míseros del mundo. Se estima que el setenta por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día y un cincuenta y cinco por ciento con menos de un dólar, en situación de extrema pobreza. Haití comparte el territorio de la isla La Española con la República Dominicana. Es el único caso en el mundo en el que confluyen en una isla dos países y sus dos capitales: Puerto Príncipe (República de Haití) y Santo Domingo (República Dominicana).
Cuando Cristóbal Colón llegó a Haití en 1492, los indios taínos —procedentes de la desembocadura del Orinoco— habitaban esas tierras, pero con la colonización prácticamente desaparecieron. La actual población haitiana desciende de muchos africanos que trabajaron como esclavos en las plantaciones, primero de caña de azúcar y después también de tabaco, café e índigo. En 1697, por el Tratado de Ryswick, la Corona de Francia sustituyó a la española en el control de la parte occidental de La Española, actualmente la República de Haití.
Las diferencias entre las dos partes de la isla tienen raíces en la historia. La población haitiana es negra, practica el vudú y es de origen africano, mientras que los dominicanos son mayoritariamente blancos, de ascendencia hispana y religión católica. En época de Napoleón los esclavos consiguieron vencer a sus tropas y proclamar la independencia del país en 1804. La victoria de los esclavos fue un caso único en la historia. Para obtener su reconocimiento tuvieron que pagar una deuda de ciento cincuenta millones de francos que tardaron más de cien años en sufragar. A principios del siglo XX Estados Unidos invadió Haití para salvaguardar los intereses económicos de sus compañías. Se fueron en 1934.
En septiembre de 1997 la Congregación de Jesús-María decidió enviar a dos religiosas de Estados Unidos a Haití. Las hermanas Jacqueline Picard y Vivian Patenaude se instalaron en Gros-Morne, en la zona noroeste. Picard era enfermera y Patenaude, educadora y formadora. Más tarde se sumaron la también norteamericana Patricia Dillon, experta en temas medioambientales, y la española Nazareth Ybarra, que había estado dos décadas en Bolivia.
Desde su llegada, las religiosas han trabajado en temas educativos impartiendo clases en los colegios y formando a profesores. Han desarrollado planes para la construcción de viviendas, de letrinas y de muros de contención para prevenir inundaciones; han organizado campamentos para jóvenes y han colaborado en temas sanitarios y de cuidado del medioambiente. La masiva deforestación que ha sufrido Haití a lo largo de la historia ha marcado otra diferencia notable con su vecina República Dominicana. La tala indiscriminada de árboles para extraer carbón vegetal, usado tradicionalmente para cocinar, ha configurado un paisaje desertizado en tonos tierra que contrasta con el verde saturado del país vecino.
La falta de raíces que puedan absorber el agua de la lluvia y nutrir la tierra ha deteriorado la orografía. Los desprendimientos de terreno son habituales, así como los lodazales por acumulación de agua. Haití está en una zona de fuerte influencia de huracanes. La carencia de infraestructuras y de métodos para canalizar el agua ha provocado graves inundaciones y destrozos cada vez que la meteorología ha embestido con fuerza.
«En 2002 el padre Joseph Philor, de la orden de los Montfortianos, nos invitó a las religiosas de Jesús-María a instalarnos en Jean Rabel. Conocedor de nuestro carisma, que incluye el perdón, nos explicó que la parroquia en Jean Rabel estaba muy necesitada de perdón como consecuencia de una masacre que había ocurrido en la ciudad hacía algo más de una década», recuerda la hermana Vivian Patenaude. La norteamericana y la española Nazareth Ybarra se desplazaron a esa ciudad situada al noroeste de Haití, cercana a Môle Saint Nicolas, el lugar donde Cristóbal Colón desembarcó en 1492.
La guerra fratricida entre familias de la zona por la posesión de tierras en 1987 se había saldado con más de un centenar de muertes y había dejado a la población enfrentada con heridas todavía sin cerrar. Las monjas empezaron allí una misión que algunos califican de «premio Nobel» por haber creado espacios comunitarios de concordia, como talleres de pintura, de costura y de formación. En estos años de presencia han ayudado a la construcción de más de mil viviendas que han dado muestras de su estabilidad después del paso de varios huracanes. Han fomentado la introducción del gas para cocinar y han creado planes de ayudas a las familias, a las que se les da una cabra o un burro para que puedan prosperar en sus actividades. Cuando consiguen beneficios, se les pide que devuelvan una parte para reinvertir en otras familias.
En 2007 Vivian Patenaude se trasladó a la capital, Puerto Príncipe, para vivir con cinco jóvenes haitianas interesadas en ingresar en la congregación. Se consideró que la capital sería el sitio más idóneo para la formación de futuras religiosas. En Jean Rabel se quedó Nazareth Ybarra junto con la irlandesa Rose Kelly.
En Haití, la población se divide prácticamente a partes iguales entre católicos y protestantes, pero hay un sustrato común que los unifica a todos: el vudú. La religión vudú, originaria del continente africano, tiene su propia versión en el Caribe. Está muy arraigada en el pueblo haitiano y algunos dirigentes, como el dictador François Duvalier, la han utilizado como herramienta de control político.
Culto a Bondye
El vudú funciona en el país como elemento de cohesión social y como refuerzo de su identidad cultural frente al intervencionismo occidental. Es determinante para la construcción de la «haitianidad», como han señalado diversos estudiosos: sociólogos, etnólogos y antropólogos. Se sustenta en la creencia en un ser sobrenatural (Bondye) con el que se comunican a través de los espíritus (loas) con la ayuda de sacerdotes (houngans) y sacerdotisas (mambos). Sus ceremonias van acompañadas de bailes, canciones y diversos ritos y tiene un fuerte componente mágico y secretista. La evangelización en Haití se ha hecho de forma paralela a la práctica del vudú. Los misioneros que trabajan en el país constatan que el pueblo haitiano tiene un profundo sentimiento religioso y que el vudú no les impide ser católicos o protestantes.
Isa sabía de la demanda de religiosas para acudir a Haití. En esos momentos se produjo un relevo en el cargo de superiora general de la congregación. Salía la hermana Aurora Trallero y asumía el puesto la hermana M.ª Ángeles Aliño. Las dos religiosas eran españolas; ambas conocían bien a Isa desde sus inicios y la habían visitado en Guinea, de modo que atendieron su petición. Haití depende administrativamente de la llamada provincia de Estados Unidos de Jesús-María. M.ª Ángeles Aliño se puso en contacto con su responsable y ambas organizaron el traslado de la misionera catalana.
Ella empezó a preparar con ilusión su nuevo destino. Siempre se recomienda a las nuevas misioneras que se empapen al máximo de conocimiento del país, de sus costumbres, de su idioma y sus formas de vida. En Haití la población habla en creol, la lengua criolla. El francés es la lengua oficial, pero solo la utiliza el quince por ciento de la población. El inglés está presente a través de organizaciones humanitarias internacionales y por la influencia norteamericana. Isa se apuntó en Barcelona a una academia para mejorar su inglés antes de volar a la isla. Pasó por las revisiones médicas de rigor y por la tramitación del papeleo. El equipaje sería ligero. Haití goza de un clima tropical, caluroso y húmedo, con una media de temperatura de 27 grados. Isa se llevó ropa cómoda de algodón, la mayoría polos y pantalones.
La hermana Eileen C. Reid era la superiora provincial norteamericana en julio de 2008. Fue informada de que una hermana llamada Isabel, procedente de África, iba a ser destinada a Haití. Al conocer esta nueva incorporación a la misión, quiso que Isa viajara primero a Estados Unidos para conocerla y presentarla a otras religiosas norteamericanas. «Poco antes de su llegada recibí un mensaje diciendo que me enviaban la foto de Isabel por fax. Así podríamos identificarla en el aeropuerto. Cuando la imagen empezó a imprimirse, primero vi una cabellera negra y conforme iba avanzando apareció la imagen de una preciosa niña africana y la persona que la sostenía era una bella mujer blanca, rubia, de ojos azules. Yo pregunté: “¿Es Isabel, Isa?”», recuerda. Se sorprendió porque había dado por supuesto que Isa era negra, ya que venía de África.
Isa y la hermana Eileen congeniaron desde el primer momento. También enfermera, apreció sus firmes ideas y sus proyectos y valoró su preparación espiritual, de base ignaciana. «Siempre había espacio para el debate y el diálogo, que practicamos enérgicamente de forma continuada. Yo confiaba en Isa y ella confiaba en mí», señala. Su relación fue muy especial, de mucha cercanía y cariño. Juntas viajaron por primera vez a Haití a finales de septiembre de 2008.
El paso de cuatro huracanes, que habían azotado el país recientemente, dificultó el trayecto hasta Jean Rabel, adonde se dirigían. Se encontraron con carreteras cortadas y zonas anegadas por el agua. Vieron varios accidentes y casas destruidas a su paso. Tenían que atravesar un río, pero no había puente por el que cruzar. Así que lo vadearon en canoa. «Isa y yo, nuestro equipaje, sacos de arroz y sabe Dios cuántas cosas más, todos apretados en un pequeño bote de remos con un joven que achicaba agua mientras cruzábamos lentamente el río. Isa me preguntó si tenía miedo. Le dije enérgicamente: “¡Sí!”. Isa se rio. Yo respondí: “¡No he pasado catorce años en África!”», rememora la religiosa.
Isa pensaba —y también deseaba— que su destino estuviera ligado a un pequeño pueblo, donde sería más fácil entablar relación con la gente. Sin embargo su superiora le planteó ir a vivir a la capital, Puerto Príncipe, con la hermana Vivian Patenaude, que, por su trayectoria, conocía las costumbres del país y hablaba bien el creol. En la ciudad, Patenaude había vivido un año con las jóvenes haitianas en formación en una comunidad compartida con los clérigos de Saint Viateur, una congregación masculina de origen canadiense. Fue un año experimental de vida comunitaria.
Entre Jean Rabel, en el norte de la isla, y la capital se encuentra Gros-Morne, donde las religiosas de Jesús-María empezaron su misión en Haití. Desplazarse desde el norte a la capital y a la inversa conlleva cuatro o cinco horas de viaje. Como ocurría en África, las monjas recurrían a un chófer de confianza para hacer los trayectos largos. Si el traslado coincidía con días de lluvia, había tramos de la ruta en los que resultaba muy difícil avanzar.
«¿Por dónde empiezo?»
Muchos misioneros quedan impactados la primera vez que pisan Haití, especialmente la capital. «No podía imaginarme lo que era realmente la miseria de Puerto Príncipe», escribió Isa años más tarde. La pobreza explícita se siente y se huele. La falta de sistemas de recolección de basuras hace que los desechos estén apilados y expuestos. Acaban vertidos en ríos y arrastrados por las lluvias hasta el mar. La consecuencia directa de esas condiciones es la proliferación de enfermedades. La falta de higiene y de agua potable provoca severas epidemias. A Isa le chocó, pero no la amedrentó ese contexto. Había llegado hasta allí motivada por un creciente deseo de vivir entre los más pobres. Lo cumpliría con creces.
En 2008 las religiosas adquirieron una vivienda de dos pisos en el final de una calle, en el barrio de Turgeau, donde se instalaron la hermana Vivian Patenaude, Isa y dos jóvenes en formación. La religiosa norteamericana, gran conversadora, habla bien francés y creol y fue una excelente maestra para Isa. Aunque treinta años mayor, la conexión entre ellas fue muy buena. «Decidimos seguir la anotación 19 de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola como base de nuestro intercambio semanal. Allí me di cuenta de que la belleza de Isa no era solo física, sino también espiritual y que ella había recibido en su temprana formación un muy sólido sentido y espíritu de misión», recuerda.
Ambas religiosas dedicaban un tiempo de oración personal por la mañana y un espacio conjunto por la tarde en el que recogían las experiencias del día y las intenciones por las necesidades que surgían. Patenaude captó enseguida que Isa «era una persona muy activa, a la que no le gustaba permanecer encerrada en casa, sino que amaba el contacto con la gente, atendiendo sus necesidades y buscando recursos para subsanar sus carencias». «Pretendía que los pobres fueran los actores de sus propias vidas. Ella quería hacer cosas para ellos, pero, sobre todo, buscaba hacer cosas con ellos», añade.
Isa sabía que la organización Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) de España hacía una expedición anual a Haití, donde llevan tres décadas trabajando, y contactó con sus representantes para verse y contrastar su experiencia. Estaba deseosa de trabajar en las múltiples necesidades que la ciudad le presentaba de forma violenta. Lo explica Xavier Adsara, director de NPH España: «Recuerdo que estaba muy impresionada con la pobreza generalizada que existía en todo el país y el caos en la ciudad. A pesar de haber vivido muchos años en la misión en África, repetía que Haití era diferente y que nunca había visto ese nivel de miseria, caos, desorden y desesperación. “¿Por dónde empiezo?”, repetía».
Era un 5 de febrero de 2009 cuando Adsara junto con el franciscano Juan Antonio Adánez, entonces superior de su congregación en Barcelona, se encontraron con ella en las escaleras de la parroquia Sacré Coeur. Fueron cuatro horas de charla en profundidad sobre la vida haitiana, «sus gentes, el caos reinante en las calles, la dignidad de los haitianos a pesar de su pobreza, la capacidad de lucha y supervivencia que tienen, su cultura, la política, la miseria…».
Acabaron en la casa de las religiosas tomando un té. «Ella estaba preocupada porque necesitaba un coche para emprender la tarea educativa en zonas rurales alejadas que había visitado con su compañera», recuerda Adsara. Los miembros de NPH, le animaron a que solicitara una ayuda porque era imprescindible para su trabajo. «“¿Cómo voy a pedir las primeras ayudas para un coche cuando aquí hay tanta miseria en todo el país?”, decía. Le comenté que precisamente esa era la acción que debía hacer en primer lugar si quería hacer misión en Haití y asistir a las comunidades más alejadas de la capital. La mayoría de la ayuda se concentra en la capital haitiana, por eso muchos haitianos llegan a la capital esperanzados ante la posibilidad de recibir apoyo de cualquier ONGD. Creo que Haití es una de las capitales del mundo donde hay mayor concentración», explica Xavier Adsara.
De aquella charla surgió la idea de que acudiera en busca de financiación a la Fundación privada Roviralta, en Barcelona. Así lo hizo, y pudo conseguir un coche todoterreno para desplazarse y acceder a zonas periféricas de la capital. Posteriormente, la fundación apoyaría otros proyectos en Haití. Esa tarde compartieron «momentos de gran intensidad personal, como todo cuanto sucede en Haití». Ya oscurecía cuando se despidieron. No se fueron sin antes recordarle que podía contactar con ellos siempre que lo necesitara y que fuera con cuidado, porque Haití era un país peligroso donde uno tiene que estar siempre alerta.
Puerto Príncipe acoge diferentes barrios que ocupan pequeñas colinas, las calles están llenas de gente, el tráfico es caótico, las motos se utilizan como taxi y a un lado y otro de las vías la gente vende en improvisadas paradas ...