De no ser por México
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De no ser por México

Ayuda a tantos exiliados republicanos. 80 aniversario.

  1. 276 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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De no ser por México

Ayuda a tantos exiliados republicanos. 80 aniversario.

Descripción del libro

"Este libro no aspira a ser una obra historiográfica propiamente dicha. José M. Muriá está convencido de que se trata de una verdadera epopeya, con un sentido de obligación al escribirla y recordar lo que hicieron los mexicanos referidos a lo largo de las páginas, a favor de la democracia y los derechos humanos en la península ibérica y en Francia, durante aquellos años en que la hegemonía del fascismo parecía ser incontenible en Europa, realidad que en la actualidad pocos mexicanos conocen y los libros de historia general no cuentan. Este libro es entonces una manera muy particular de gritar ¡Viva México!, de un personaje como lo es el autor, que ha vivido siempre con tal premisa y está ya viendo cerca el final de su camino."

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Información

Editorial
MAPorrúa
Año
2019
ISBN del libro electrónico
9786075243085
Edición
1
Categoría
Historia
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Cabe también señalar que además de Negrín y acompañantes, hubo otros dos casos muy especiales que fueron bien atendidos. Destaca, por un lado, el de quien fuera gobernador del Banco de España, Luis Nicolau D’Olwer, que también aportaría después trabajos importantes a la historiografía mexicana, trabajando en El Colegio de México. Él fue apresado en Francia el 18 de julio de 1940 con la intención de enviarlo directamente a su país, donde seguramente lo habrían asesinado de la misma forma como lo hicieron con Lluís Companys, con Julián Zugazagoitia, con Joan Peyró y con tantos más. Por otro, el expresidente Manuel Azaña a quien también procuró llevarse por la fuerza aquel mismo pistolero que entregó a Companys en Irún: un tal por cual de nombre Pedro Urraca Rendueles.
La defensa de Nicolau consistió primero que nada en evitar la inmediata extradición, lo cual se consiguió mayormente basándose en el Acuerdo ya mencionado, firmado el 22 de agosto ulterior.
Después sobrevino un juicio largo que acabó cuando el propio gobierno de Franco se desdijo mediante la entrega de una fuerte cantidad de dinero, misma que pidió a través de su embajador José Félix de Laquerica, y un coronel Barroso que era el agregado militar. Fueron primero 20 millones de francos, pero después lo rebajaron a menos de siete. Finalmente, Nicolau D’Olwer quedó liberado el 14 de febrero de 1941. Sin embargo, al perderse la tutela mexicana a fines de 1942 fue detenido dos veces más por la Gestapo, entre 1943 y 1944, antes de viajar a México con pasaporte mexicano en 1945. Aquí murió en 1961.
Aparte de los abogados contratados por el gobierno de México y del personal de la embajada, participó más gente en el proceso: Eduard Ragassol, quien fue y vino como pocos junto con Antoni M. Sbert i Martí Rouret, ambos del gobierno de Cataluña; también el afamado historiador Antoni Rovira i Virgili, entre otros, como fue el caso muy especial de la delegada de México en Ginebra, Palma Guillén. Ella conoció a Nicolau precisamente en esta ciudad un par de años antes y no lo dejó escapar: se casó con él en 1946, poco después de haber llegado ambos a México sanos y salvos.
Por lo que se refiere a Manuel Azaña, su aventura también está llena de emociones para las cuales el hombre no estaba físicamente bien dispuesto.
Con el avance del primer semestre de 1940 empezó a manifestarse un severo problema cardiaco. Curiosamente comenta el historiador Santos Juliá, cuya obra sobre Azaña es sin duda la mejor que se ha escrito, que mientras en Madrid se decía que increpaba a los alemanes por la radio francesa y amenazaba con volver a España al triunfar los aliados, la realidad era que desde abril hasta mayo, se pasó los días sentado en un sillón tosiendo, sufriendo espasmos y escupiendo sangre, sin fuerza ni siquiera para llevarse algo a la boca. Eviden­temente apenas podía hablar.
Un tanto recuperado, aunque todavía “incapaz de escribir por su propia mano”, y obviamente imposibilitado para viajar y menos azarosamente como lo hizo Negrín, a principios de junio fue visitado por Miguel Maura, de estirpe liberal muy moderada, quien le planteó con entusiasmo la idea de Yvon Delbos de negociar una amnistía general a cambio del reconocimiento de Franco por parte de todos los políticos republicanos… ¿Hasta dónde era viable la idea? No se sabe bien, pero Azaña aceptó firmar lo que fuese, incluyendo la restauración de la monarquía que él mismo había contribuido a derrocar en 1931. Ello muestra cuán vencido y desanimado se sentía. Pero cualquier posibilidad se canceló a partir de la rendición ante Alemania que firmó Francia el 22 de junio de 1940.
Desde ese momento los españoles franquistas se sintieron con más agallas en Francia, pues era evidente que además de la simpatía del gobierno francés contarían con el respaldo del alemán y soltaron la jauría abiertamente tras algunas presas especialmente apreciadas.
Azaña era una de ellas, pero el mismo día 25 de junio mientras Hitler se paseaba ya por los Campos Elíseos, logró escapar haciendo un periplo hasta Périgueux para bajar al sur y pernoctar en Montauban, con ánimo de recuperarse y llegar a Vichy, la capital, donde ahora estaba la Embajada de México.
Pero ya no pudo salir de Montauban, puesto que le negaron el permiso de transitar. Por fortuna, en esta población encontró acogida en dos reducidas habitaciones de las que un doctor de apellido Cave había cedido en alquiler para asilar refugiados, en el 23 de la Rue Jules Michelet.
Dice Juliá que lo acompañaba su esposa y Antonio Lot, su valet. Quien no iba con Azaña, aunque Juliá lo mencione, era su amigo el médico Felipe Pallete.
Éste no aparecería en escena hasta el 14 de agosto, cuando Rodríguez lo rescató del campo de concentración de Saint Cyprien precisamente para que atendiera a su amigo el expresidente, pero con el argumento falso de que el propio embajador era quien necesitaba que lo aliviara de un “fuerte cólico vesicular”.
El encuentro de Pallete con Azaña, como lo describe el propio Rodríguez, fue de una enorme emotividad y animó mucho al enfermo.
Por su parte, el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas Cherif quien había quedado en Pyla-sur-mer, sería apresado el 10 de julio junto con varios vecinos y llevado a España, en tanto que dos mujeres y cuatro niños quedaban retenidos en el Edén de Pyla “sin ninguna asistencia externa”. Asimismo, los captores se llevaron “manuscritos del propio Azaña, objetos de valor, libros y dinero”.
Como señala Juliá, en la lista de 636 personalidades republicanas localizadas en Francia, cuya captura y transferencia a España pedían especialmente los franquistas a las autoridades francesas y a las alemanas, Azaña ocupaba el primer lugar. Era seguido por Indalecio Prieto y Negrín, pero ambos ya habían salido de Francia y se hallaban en México. Era inminente, pues que pronto irían por Azaña, de ahí que pidiera auxilio a la representación diplomática mexicana.
El primer encuentro de Luis I. Rodríguez con Azaña se produjo el 2 de julio, a las 19:00 horas, en la mencionada casa del doctor Cave. Debe señalarse que fue el único diplomático que se aprestó a ayudarlo.
Ese día conversaron sobre su huida de Pyla-sur-mer y todo lo que había quedado ahí. El embajador ofreció esforzarse en atender cuanto fuera posible. Antes de retirarse le dejó 2 mil francos “en calidad de préstamo” y le prometió mandar, en cuanto lo pudiera localizar después de la des­bandada que se había producido al salir de París, a algún colaborador de la embajada para que le ayudara.
Esto último lo solventó el 22 de julio, cuando localizó en Marsella al capitán Antonio Haro Oliva, destacado esgrimista y jinete olímpico, tirador y jugador de futbol americano, que era ayudante del agregado militar de México. Tenía entonces 29 años de edad.
Las instrucciones fueron:
Sírvete trasladarte inmediatamente Montauban poniéndote disposición señor Manuel Azaña… Suplícote atenderlo constante, eficazmente informándome todos los días su situación.
En lo demás fue poco lo que pudo conseguir. Pero la seguridad de Azaña sí la promovió de inmediato en las más altas esferas.
Como le comentó al enfermo, la víspera del día dos, Rodríguez había recibido órdenes precisas de su gobierno de atender en todo lo que pudiera a los republicanos. Se trata del famoso telegrama 1699, que le envió el presidente Lázaro Cárdenas, ordenando que se hiciesen las gestiones necesarias para que “todos los refugiados españoles” quedaran “bajo la protección del pabellón mexicano”.
En consecuencia, esperaba que pronto tuviera una entrevista con el presidente Pétain y aprovecharía para abogar también en favor de Azaña. Así fue: el día nueve, al tiempo que Rodríguez lograba el compromiso de que se prepararía el famoso convenio que se firmó el 22 de agosto, que con justicia se dice que salvó la vida o mantuvo en libertad a más de 100 mil refugiados, consiguió también la palabra del mariscal de que no se molestaría de momento al expresidente español.
En este sentido argumentó que el general Cárdenas “tenía especial interés en proteger la vida de Azaña y recibirlo en territorio mexicano” en cuanto dispusiera de salud y modo de viajar. Pétain aceptó “con la mayor reserva”, dado que la intención “oficial” era lograr que los franquistas lo aprehendieran. También puso por condición que no se moviera de Montauban.
Quien hizo más difícil la situación de Azaña, desde mediados de septiembre, fue Pierre Laval, presidente del Consejo de Ministros y fascista de “hueso colorado”.
Después, enterado de la situación de Rivas Cherif, Rodríguez no pudo hacer nada para mejorarla, lo cual lastimó sobremanera a Azaña, pero sí realizó esfuerzos que amortiguaron un tanto la situación de quienes quedaron en Pyla, aunque no dejó de ser muy incómoda.
Al parecer, a principios de agosto les consiguió cierta libertad de movimiento, pero siempre supervisados. Afortunadamente, al cabo de unas semanas logró asilarlos en la embajada en Vichy y posteriormente mandarlos a México.
Asimismo, el 20 de julio dice Santos Juliá, se ordenó a todos los prefectos que se les negara la visa para salir de Francia a “los antiguos dirigentes republicanos españoles, especialmente a Azaña, Negrín y Prieto”. Como quedó claro, los dos últimos se burlaron de ellos, pero a Manuel Azaña no le quedaba más que una acción clandestina.
Siendo claro que el compromiso de Pétain cada vez tenía menos peso, a pesar del intento personal que hizo Rodríguez ante el mismo Laval, que resultó desastroso, el embajador procuró varias veces trasladar al enfermo a Suiza o a Vichy, pero siempre prevaleció el deseo de éste de no moverse a veces manifestado hasta de mal modo. Su estado de salud era una causa, pero también importaba su preocupación por el destino de su cuñado y estar al pendiente de las personas que se habían quedado en Pyla.
Las noticias que circularon sobre la supuesta detención de Azaña pusieron en guardia también al gobierno mexicano, que intercambió varias comunicaciones con su embajada en Francia a efecto de tener información fidedigna.
Igualmente, el capitán Haro Oliva averiguó que había llegado a la región “un sujeto de apellido Urraca, acompañado de agentes f...

Índice

  1. PORTADA
  2. PÁGINA LEGAL
  3. Prólogo. Sergio García Ramírez
  4. Confesión preliminar
  5. Capítulo I. El fin de una República
  6. Capítulo II. La sociedad de las naciones
  7. Capítulo III. Los brigadistas internacionales
  8. Capítulo IV. Los "niños de Morelia"
  9. Capítulo V. La visita del Barça y el fin de la selección vasca
  10. Capítulo VI. La casa de España en México
  11. Capítulo VII. Otros tipos de ayuda
  12. Capítulo VIII. Campos de concentración y refugiados
  13. Capítulo IX. Conflictos entre ellos
  14. Capítulo X. La irrupción de los nazis en Francia
  15. Capítulo XI. Operaciones de mexicanos
  16. Capítulo XII. Casos muy distinguinos: Nicolau D'Olwer y Azaña
  17. Capítulo XIII. No todo salió del todo bien
  18. Capítulo XIV. Bosques en Marsella
  19. Capítulo XV. Y ahora, Portugal
  20. Colofón
  21. Fuentes consultadas