Entre Madeira y Madrid, con amistad
Estas son historias vividas por Paulo Sousa Costa en compañía de Maria Dolores durante el trabajo de investigación que realizó para este libro, en sus viajes a Funchal y a Madrid. También hay relatos cortos de cómo el autor conoció a la familia Aveiro y las razones que lo llevaron a hacerse amigo de Dolores.
El matrimonio finlandés en el «santuario» de Ronaldo
Uno de los sitios que doña Dolores me llevó a conocer, en Funchal, era el lugar donde vivía cuando nació Cristiano Ronaldo. La casa ya no existe, únicamente una pared rodeada de otras casas que antiguamente no formaban parte del escenario, que no es precisamente idílico.
Cuando llegamos, advertí que había un matrimonio de extranjeros sacando fotos. Doña Dolores sonrió y me pidió que les preguntara por qué estaban allí, ¿sería porque era el lugar en el que Ronaldo había vivido?
De hecho, hay lugares mucho más interesantes en Funchal para fotografiar que aquella parte de Santo António, excepto si ahí ha nacido el mejor jugador de fútbol del mundo, naturalmente.
Me dirigí a la pareja. Me dijeron que eran finlandeses que estaban allí porque era donde había vivido Ronaldo. Él había sido periodista deportivo y era un fanático del fútbol. Sonreí a doña Dolores, traduciéndole la conversación. Le expliqué a la pareja el motivo de mi viaje a ese lugar y les dije quién estaba conmigo. La pareja no podría haber estado más contenta. Habían ido a un lugar de culto y, de repente, tenían ante ellos a la madre del crack y al autor del libro, que ya querían comprar, en caso de que estuviera finalizado. Se llevaron una foto con cuatro caras y prometieron que, tan pronto como hubiera una versión en inglés, comprarían el libro. No sabían que también iban a formar parte de estas páginas.
La familia del restaurante
Era tarde. Doña Dolores y yo habíamos estado hablando con Elma de las historias que se iban a incluir en el libro y la hora de cenar había llegado sin previo aviso. Doña Dolores sugirió que fuéramos a un restaurante donde sirven brochetas típicas de Madeira.
Una familia de cuatro o cinco personas que se encontraba allí se dirigió a nuestra mesa y una de las mujeres empezó a elogiar a Cristiano Ronaldo. Luego dijo que había visto una de las obras de teatro que he producido, en este caso, la comedia de Los 39 escalones. Doña Dolores le explicó lo que me llevaba allí, y la señora declaró, sin pestañear, que quería comprar el libro tan pronto como se publicara. Apenas había comenzado mi investigación para ponerme a escribir y no podía tener mejor indicio: la gente quería conocer la historia de doña Dolores. El libro que me había empujado a hacer aquel viaje parecía tener todo el sentido del mundo.
Ya con la brocheta en la mesa, me di cuenta de que doña Dolores no quería comer; solo había ido a ese restaurante por mí, no por ella, porque yo había dicho que me gustaban mucho las brochetas. El altruismo de doña Dolores tenía otra víctima. ¡Gracias!
Una madrileña en el hospicio
Cuando fuimos a visitar el orfanato donde doña Dolores estuvo internada, el Hospício Princesa D. Maria Amélia, esperé en los bellísimos jardines con Cristiano Júnior, al tiempo que doña Dolores trataba de conseguirnos el permiso para visitar el espacio donde había vivido en su infancia. Mientras el pequeño Cristiano y yo hacíamos tiempo buscando pájaros en los árboles, una mujer que sujetaba un perro por la correa me abordó, y me preguntó en español qué edificio era aquel tan imponente. Le expliqué su función y, como era madrileña, aproveché para decirle lo que me había llevado allí: me preguntaba qué pensarían los españoles acerca de la publicación del libro en cuestión.
Sorprendida de estar en aquel espacio, en el que había vivido la madre de Ronaldo, me confió entusiasmada que le gustaría leer el libro sobre la historia de doña Dolores.
Era el tercer gol consecutivo del libro que ni siquiera había comenzado a escribirse.
La madre superiora del hospicio
La visita al orfanato fue emocionante. Doña Dolores, que nunca había vuelto al lugar, revivió su historia, describió sus aventuras, recordó y verbalizó los castigos sufridos, pero también los buenos momentos que recordaba.
Al ser un espacio gestionado por la Iglesia desde siempre, se siente la presencia de la religión en todas las paredes, y fue esta influencia católica la que le dio muchas de las bases que doña Dolores conserva hoy. Como dijo la madre superiora en una conversación conmigo:
—Dada la historia de Dolores, se puede ver que no perdió su infancia.
No podría ser más cierto. Es un hecho que doña Dolores fue privada de muchas cosas durante su infancia e, incluso, en su juventud, pero haber llegado a la mujer que es hoy es una prueba de que, en gran parte, lo que vivió la ha convertido en un ser humano aún más fuerte.
Visita al hotel
Uno de los espacios que visité con doña Dolores, y al que me di cuenta de que se sentía más orgullosa de volver, era el hotel en el que había trabajado. La reacción de sus antiguos colegas era un reflejo claro del cariño que se había ganado. Con una sonrisa de oreja a oreja, doña Dolores, mientras recordaba los tiempos en que trabajaba en la cocina de ese hotel, aprovechó la oportunidad para sacarse fotos con sus antiguos compañeros de trabajo. Fue entonces cuando se oyó a alguien decir que doña Dolores había sido la mejor cocinera que habían tenido hasta aquel momento.
Se perdió a una cocinera excelente y se ganó a una reina madre.
Visita al Museo CR7
Uno de los puntos de paso obligatorios en mi visita a Funchal fue, por supuesto, el museo de Cristiano Ronaldo, el museo CR7. Era importante tener en cuenta el flujo de visitantes, cómo reaccionaban al museo, qué tipo de público tenía, entre otras cosas.
Entramos ante la mirada de admiración de los visitantes, con doña Dolores a la cabeza de la mano de Cristiano Júnior, seguida por Rodrigo (hijo de Cátia y de Zé). Yo iba detrás.
No pasó mucho tiempo antes de que los que se encontraban en el museo se dieran cuenta de quién acababa de entrar. Enseguida, las cámaras fotográficas y los teléfonos móviles dejaron de hacer selfies y se volvieron hacia doña Dolores, que se sacó docenas de fotos con quien se lo pedía. Con una amplia sonrisa, parecía más un crack del fútbol al que los aficionados suplicaran fotos y autógrafos que la madre de uno de ellos. Es el fenómeno de la reina madre, que no pasa desapercibida en ningún lugar, y mucho menos en la meca de los trofeos de su hijo.
Partido de los cuartos de final de la Liga de Campeones
El día de mi marcha a Lisboa, después de la estancia en Funchal, estábamos cansados porque los días habían sido largos y agotadores. Habíamos viajado muchos kilómetros en busca de la historia de doña Dolores. La noche había caído y mi vuelo salía cerca de las once de la noche. Aquellos días habíamos ido a comer y a cenar fuera: no había tiempo para cocinar, pues teníamos que aprovechar el tiempo que yo estaba en la isla.
El último día acordamos comprar algo para comer en casa, porque el Real Madrid jugaba un partido de fútbol muy importante: se disputaba el acceso a las semifinales de la Liga de Campeones, y doña Dolores no quería perderse un segundo del juego. Cristiano Ronaldo había estado lesionado y no se sabía seguro si estaba recuperado por completo; no obstante, estaba sentado en el banquillo del equipo madrileño para cualquier eventualidad.
El partido se preveía difícil, a pesar de la ventaja de tres goles que el Real Madrid llevaba de España. Sentada en el sofá, con los ojos pegados a la pantalla de televisión principalmente verde, doña Dolores suspiró de nervios con el primer gol marcado por el equipo alemán, el Borussia de Dortmund, que ya iba ganando y no paraba de subir peligrosamente por el campo. Doña Dolores estaba hundida en el sofá, sufriendo como si su hijo estuviera en el campo. No lo estaba, pero parecía lo contrario.
En mi caso, confieso que, como no se trataba de un partido del Fútbol Club Oporto, la televisión no me atraía. Yo estaba entretenido jugando con Cristiano Júnior. Entonces recordé que era hora de cenar y el hambre dio señales de vida.
La madridista, cada vez más nerviosa y hundida en el sofá, se preparaba para lo peor. Todavía en la primera parte, el Dortmund ganaba por dos goles, con dos errores defensivos y después de que el pie izquierdo de Di María hubiera fallado un penalti a favor del Real Madrid.
Como el partido estaba emocionante, no quería que doña Dolores se moviera un milímetro del sofá y me ofrecí para ir a buscar comida para todos. Con un billete en la mano derecha y las llaves del todoterreno en la izquierda, sin apartar los ojos de la televisión, doña Dolores aceptó rápidamente mi oferta. Rechacé el dinero, pero doña Dolores insistió, esta vez apartando los ojos durante unos segundos del partido y mirándome con aire decidido. Comprendí que tenía que aceptar. ¡La «reina madre» lo tenía claro!
Regresé a tiempo para ver al Real Madrid volver a la segunda parte y garantizar su pase a semifinales.
Con el estómago lleno y con Andrade al volante del vehículo que me llevaba al aeropuerto, sonreí recordando el entusiasmo con el que doña Dolores veía un partido del Real Madrid, incluso con su hijo en el banquillo.
Estaba seguro de que su nerviosismo sería exactamente el mismo si se tratara de un juego de ajedrez, siempre que su hijo formara parte del equipo. ¡A eso se le llama amor de madre!
La emoción de la final de la Liga de Campeones
Con el proceso de escritura del libro llegando a su fin, hay un episodio que me gustaría que formara parte de estas páginas. Cristiano Ronaldo y el Real Madrid tenían un lugar en la final de la Liga de Campeones, que se jugaría en Lisboa, más precisamente en el Estádio da Luz. Sería el escenario idílico para presenciar y luego escribir acerca de las reacciones y las emociones de doña Dolores al ver en vivo un partido de su hijo y de esa importancia. Después de la pregunta inevitable, doña Dolores me respondió que no iría a ver el partido al estadio, entre otras cosas, porque toda la familia, incluido Ronaldo, temía que fueran emociones demasiado fuertes y que Maria Dolores no pudiera aguantar y se desmayara como había sucedido en otras ocasiones, ya relatadas en este libro.
Incluso sabiendo que había perdido un capítulo lleno de emociones, comprendí, naturalmente, que habían tomado la decisión correcta y que lo mejor sería que la madre viera el importante partido de su hijo en la seguridad y la comodidad de su sala de estar, rodeada de algunos familiares y amigos.
Como es sabido, el partido no podría haber sido más emocionante, con el Atlético de Madrid marcando un gol enseguida y sin que el Real Madrid pudiera responder de igual forma.
Aunque soy del Fútbol Club Oporto, en aquel partido era madridista, por razones obvias, y estaba naturalmente deseando la victoria del Real Madrid, o sea, de Ronaldo, mejor dicho, de doña Dolores.
En el momento del partido, yo me encontraba en Oporto, en el Teatro Rivoli, con la obra La noche, y no pude seguir las jugadas, aunque mi sobrino me iba informando de lo que pasaba a través de mensajes de texto. Faltaban cerca de quince minutos para que terminara el partido y el gol del empate se empeñaba en no entrar en la portería del Atlético. Queriendo apoyarla y, al mismo tiempo, solidarizándome con doña Dolores, porque estaba seguro de que estaría hecha un manojo de nervios, le envié un mensaje de texto esperanzador: «Calma, doña Dolores, todo saldrá bien. :) Bsos».
Unos minutos más tarde, el balón entró de forma épica en la portería del Atlético de Madrid, el partido se fue a la prórroga y el resultado final ya lo sabemos todos.
No sabía que doña Dolores no había llegado a leer el mensaje a tiempo, más que nada porque, con la emoción del partido, se había desmayado... y ni siquiera llegó a ver la prórroga.
La familia tenía razón al no querer que doña Dolores fuera a ver el partido en directo, pues ha demostrado más de una vez que sufre como nadie por sus hijos.
El abrazo de Elma, de Cátia y de Márcia
En noviembre de 2010, Carla (Matadinho) tenía un desfile en Madeira. Cravo e Canela, una prestigiosa tienda de Funchal, presentaría la ropa de su colección para las fiestas tradicionales de Fin de Año en Madeira y algunas modelos conocidas viajaban desde el continente para pisar la pasarela.
En aquel...