5. Joni Mitchell: relaciones y prestigio
Blue, de Joni Mitchell, es el número treinta en la lista de los mejores discos de la historia según la Rolling Stone. Sucede lo mismo en casi todos los rankings: es el único álbum de una mujer en aparecer entre los más influyentes, y eso me plantea dos preguntas: ¿por qué hay que esperar hasta el puesto treinta para ver el disco de una mujer en esa y otras listas? y ¿por qué ella? En este capítulo me fijo en la segunda y respondo que fue gracias a sus relaciones, y para ello denuncio la ambivalencia semántica maliciosa de este término que ha perseguido a tantas artistas.
Al elaborar la respuesta que sigue, me he dado cuenta de lo difícil que se lo hemos puesto a las mujeres para construirse una reputación en un mundo cultural dominado por los hombres. El ejemplo de esta artista me sirve para hablar de uno de los grandes componentes de la comunicación: las relaciones. Solo tras superar las zancadillas en este campo, Joni Mitchell consiguió el prestigio para ser el verso suelto y libre que la situó en ese podio.
Y para hacer boca te propongo que disfrutes de la actuación en un programa de televisión de 1970 que presenta la inédita e inacabada por entonces «All I Want», una de las joyas de Blue (puedes encontrarla en la lista de YouTube). Joni Mitchell es única: la estrena tocando el dulcémele, un instrumento rarísimo, y muestra esa tesitura de su voz que se antoja infinita, despliega la complejidad asombrosa de la composición, desgranando la extraordinaria letra, y todo eso lo hace con su femenina naturalidad. «Aquí va otra realmente nueva, que está por terminar, es solo para divertirnos», dice para quitarle importancia.
Las relaciones son la esencia de las «generaciones», también en la música moderna
Creo que tenía veinte años cuando leí la historia del Ealing Jazz Club de Londres en el que, en 1962, un grupo de adolescentes, atraídos por el entonces culto iniciático al blues, comenzaron a reunirse y donde consolidaron sin saberlo una potente comunidad; de ahí saldrían los Rolling Stones, los Animals, los Bluesbreakers de John Mayall o el Spencer Davis Group entre otros muchos. Me di cuenta de que la historia de la música, como la de casi todo, se basa fundamentalmente en el valor de las relaciones y rápidamente comencé a interesarme por quién conocía a quién en cada uno de los grandes núcleos del pop: Los Ángeles, Nueva York, Kingston, Londres, Johannesburgo, Río de Janeiro o París.
Y, de repente, encontré sentido a algunas cosas que siempre me habían sorprendido. Por ejemplo, el inmediato fichaje de Miles Davis por el quinteto de Charlie Parker cuando Dizzy Gillespie lo dejó en 1944. ¿Cómo había sido posible que consiguieran sustituir al mejor trompetista de su época por el mejor de la siguiente? La comunidad del bebop era la respuesta. Las jams de Parker en los clubes de Harlem en aquellos primeros años cuarenta fueron puro networking, pues atraían, día tras día, a diamantes de la talla de Thelonious Monk, Kenny Clarke, Jay Jay Johnson, Fats Navarro o el propio Davis, todos auténticos fenómenos que explotarían en los siguientes años. El quinteto tenía donde escoger, y su compromiso con el jazz más rompedor y su generosidad para con los inexpertos (pero brillantes) fue un imán irresistible.
Otro ejemplo sobre el valor de las relaciones lo he compartido al escribir sobre el propósito basándome en el ejemplo de Sam Phillips. Sus estudios Sun fueron el polo de atracción que capitalizó el talento de lo mejor del Misisipi en la década de los cincuenta.
La biblia de las relaciones en el rock
Pasé años en esa búsqueda, hasta que descubrí el excepcional libro-infografía de Pete Frame Rock Family Trees. En sus impresionantes páginas, el autor dibujó (literalmente lo dibujó y escribió a mano) y explicó las relaciones entre centenares de rockeros para documentar su dinámica evolución. Una obra de arte en sí misma que merece estar en tu estantería.
Esas «familias» de músicos ponen de manifiesto que los conceptos de generación o movimiento, aplicados desde siempre a la pintura, la literatura, la escultura o la arquitectura, funcionan también perfectamente en el caso de la música popular.
Esta construcción de redes se llevó a cabo de forma especialmente intensa en ciertos momentos de la historia, y no es casualidad que sean los más creativos de cuantos conocemos.
El doble significado de la palabra «relaciones» cuando se trata de una mujer
Sin embargo, en lo tocante a las relaciones, la mujer siempre fue percibida desde un punto de vista secundario, tristemente vinculado a una exclusiva connotación funcional. Ellas eran siempre las groupies, las fans, las amantes, las musas, siempre con relación al hombre. Cuando alguna conseguía sacar la cabeza, entonces se la estigmatizaba bajo calificativos duros y fríos: Janis Joplin o Nina Simone fueron dos ejemplos de eso, pues vivieron bajo la consideración de disolutas liberales (así de crudo, dos genios como ellas fueron vilipendiadas por una industria del espectáculo garrula y paleta que solo sabía aceptar su excepcionalidad apuntando al colmo de la perversión en la época).
Joni Mitchell no lo tuvo más fácil. Aún hoy en día es increíble comprobarlo al leer acerca de ella. Muchos cuentan su historia dividiéndola en fases, cada una de ellas caracterizada por su relación con algún hombre. Además, creció en la sombra, siempre comparada con Bob Dylan, Neil Young o James Taylor, nunca percibida en su individualidad, como sí sucedió con el resto de los cracks masculinos. ¡Tiene narices!
La anécdota lamentable elevada a categoría
Para que nos demos cuenta de hasta qué punto llegaba la cosa, déjame que use un botón como muestra. Aunque hoy la revista haya retirado de sus archivos la imagen, la Rolling Stone tituló en 1971 un artículo sobre Joni así: «Old Lady of The Canyon». En él, además, la revista incluyó un diagrama de sus supuestos romances con distintos iconos masculinos del momento, de modo que la información era doblemente vejatoria.
Por un lado, el apelativo old hacía hincapié en que Joni tenía por aquel entonces veintiocho años. La revista daba a entender que se trataba de una mujer ya «mayor» en comparación con la precoz chica que había deslumbrado en Nueva York tan solo cinco años antes. Ese lustro se consideraba, en el caso de una mujer, un lastre. Así se refería al asunto la también compositora Amanda Ghost con motivo de su entrevista a la canadiense en 2007: «Las mujeres son rara vez concebidas como iguales a los artistas masculinos. Se trata de una industria tan machista que parece fomentar solo el talento femenino calificable bajo la etiqueta de sex bomb».
Por otro lado, de forma aún más corrosiva, aquella infografía, a diferencia de las realizadas por el ya citado Pete Frame, venía a explicar el éxito de la compositora e intérprete en función de sus, siempre supuestas, relaciones sexuales. ¿Te imaginas un cuadro similar que describiera así la carrera de Mick Jagger, de Van Morrison o de Lou Reed? Nadie se atrevería a publicarlo.
¡Qué rastrero, falaz e injusto!
La propia Mitchell dijo del artículo, para restarle importancia y demostrar la coraza que tuvieron, y todavía tienen, muchas pioneras: «Nunca vi la infografía. Las personas que aparecían citadas me llamaron para consolarme. Mis “víctimas” me llamaron primero. Eso le quitó hierro al asunto. Era ridículo. Incluso cuando pintaban todas esas líneas sentimentales de mi vida y de mi habilidad para amar, no me sentía única. Hubo mucho afecto en todas aquellas relaciones. El hecho de que no hubieran terminado bien por una razón u otra resultaba doloroso para mí. Los hombres implicados eran muy buena gente. Les he tenido siempre un enorme cariño. Nos tenemos afecto mutuo, incluso aunque hubiésemos roto para tener otras relaciones».
Poco después la cantante agregaría, respecto de la misma información, valorando su amistad con tantos artistas a lo largo del planeta y hastiada por la mentalidad de sus críticos: «La cuestión con la Rolling Stone, cuando hicieron aquel diagrama con mis relaciones amorosas, es que ofrecían una visión muy simplista del asunto. Era muy pobre golpearme por mis aventuras románticas. Pero está en la naturaleza humana».
Las auténticas relaciones de Joni: la comunidad de Laurel Canyon
En efecto, Joni Mitchell, al igual que la mayoría de los genios que hemos llegado a conocer (otros permanecen en el ostracismo precisamente por su excepcional aislamiento social), supo establecer siempre contactos y conservarlos a lo largo del tiempo. Lo demostró en cada uno de los lugares por los que pasó. Sin embargo, los lazos de los que dependió su paulatina y creciente influencia fueron profesionales, no sexuales. Ahí donde trabajó, ya fuera en Toronto, Detroit, Nueva York o Los Ángeles, se ganó un hueco por su talento único y por su inquietud cultural.
Uno de esos ecosistemas fue el de Laurel Canyon. Este valle cercano a Los Ángeles se convirtió en un refugio para los músicos de la psicodelia, el folk y el rock de la Costa Oeste. Frank Zappa, Jim Morrison, Carole King, The Byrds al completo, Buffalo Springfield (con el explosivo dúo Stephen Stills y Neil Young en sus filas), Arthur Lee y sus colegas de Love, Mama Cass y John Phillips de The Mamas & the Papas, con otro montón de grandes nombres, coincidían en las casas de aquella zona desde 1967.
Joni Mitchell conoció el valle cuando se mudó ahí desde Nueva York. La introdujo David Crosby, quien la presentó a sus compañeros de formación, Graham Nash, Neil Young y Stephen Stills. Con los cuatro, Joni entablaría un debate creativo excepcional. Dentro de las mutuas colaboraciones, les prestaría su composición «Woodstock», el himno que inscribió inspirada por el festival de 1969 que CS&N ayudó a organizar, y ellos cuatro le retribuyeron al incluirla en su mítico Déjà Vu.
El resultado de su convivencia: la libertad artística
En 1970, un año antes de Blue, la artista publicaría el genial Ladies of the Canyon. La letra de la canción que pone nombre al LP es un canto al sentido de pertenencia de aquella comunidad y su estilo refleja las numerosas influencias que intercambiaban los unos con los otros. Para cualquiera, estar en un ambiente como el de Laurel Canyon habría supuesto una inyección de esteroides creativa que solo puede producirse por la interacción constante con los demás. Pero las relaciones no solo le sirvieron para estimular su creatividad.
También fueron fundamentales para que ganase su espacio en el negocio de la música. La genuina admiración de sus colaboradores la defendió. Su «descubridor», amigo y fan David Crosby, considerado uno de los grandes de todos los tiempos, dejó para la historia una frase que retrata ese respeto y que es el fruto de incontables horas de trabajo en equipo: «En la época en la que hizo Blue, me había sobrepasado y se dirigía hacia el horizonte». Eso le dio credibilidad ante las discográficas y los productores, que se la sortearon, y ella lo aprovechó para publicar dos discos extraordinarios, los citados Ladies of the Canyon y Blue. Con ellos se ganó su libertad y se independizó de los críticos, de los ejecutivos d...