
- 136 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Las industrias, siglos XVI al XX
Descripción del libro
El desarrollo de las industrias en México, desde la época Colonial hasta las modernas ramas industriales, constituye la historia de las principales manufacturas que se han hecho en el país y su influencia en los progresos económicos de México. Este ensayo, que no pretende dar una visión diacrónica de la formación de la economía industrial, ofrece una síntesis por sectores de un fenómeno histórico general que se desplegó del siglo XVI al XX. En este trabajo, Manuel Plana marca las diferencias de cada época en cuanto a la expansión territorial, el tipo de materias primas empleado y la fuerza del trabajo, por lo que el lector podrá comparar cada periodo al desarrollo económico de México.
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Información
Año
2018ISBN del libro electrónico
9786070254451Categoría
EconomíaCategoría
Economía políticaManufacturas e industrias intensivas
de recursos naturales renovables
EL OBRAJE Y EL TRABAJO DOMÉSTICO
DE ALGODÓN
EL OBRAJE LANERO REPRESENTA la forma más importante de manufactura colonial surgida en la década de 1530 y aunque en el siglo XVIII los obrajes disminuyeron, con la consiguiente caída de la producción de paños de lana en favor de la producción artesanal de algodón, éstos siguieron activos hasta la Independencia.
El obraje se presenta como una estructura arquitectónica sencilla, en la que convivían residencia y lugar de trabajo, pero especializada en las varias operaciones del tratamiento de la lana.1 En 1539 Francisco de Peñafiel estableció en Puebla un obraje para hacer paños y luego la región pasó a ser el centro de la actividad sedera hasta que en 1569 fueron aplicadas las ordenanzas restrictivas emanadas en 1542 para el valle de México por el virrey Mendoza suprimiendo el trabajo de las hilanderas indígenas y la libre producción de tejidos.2
El auge de la expansión de los obrajes tuvo lugar entre 1570 —en particular en la cuenca de Puebla-Tlaxcala— y principios del siglo XVII. Informes para 1597 registraban 34 obrajes en Puebla con un promedio de 6.32 telares y 70 trabajadores, mientras en México había sólo siete; pocos años después, según el informe de 1604, la estructura obrajera de Puebla no se había modificado pero en la ciudad de México los obrajes de paños habían aumentado a 25, además de los existentes en las poblaciones de los alrededores.3 Los obrajes poblanos disminuyeron a partir de 1630 cuando fue prohibido el comercio intercolonial y Puebla perdió el mercado andino que empezó a abastecerse con su propia actividad textil. Para 1759, de los 84 obrajes que existían en Nueva España, algo menos de la mitad se encontraban en la ciudad de México y en Querétaro, mientras en la región de Puebla habían disminuido a cinco; dos décadas después habían surgido otros 13 en Acámbaro, que pasó a ser de esta manera un importante centro textil, pero a principios del siglo XIX había sólo seis obrajes activos alrededor de la ciudad de México (tres en Coyoacán, uno en Tacuba y dos en la ciudad) y 13 en Querétaro. La distribución regional de la producción textil novohispana se coloca en el centro de la red mercantil del espacio económico creado por la expansión de la minería. Los principales centros textiles laneros se encontraban en las regiones alrededor de la ciudad de México y, sobre todo, en El Bajío y en Querétaro. Sin embargo, en El Bajío el nivel de concentración fue menor que en otras regiones debido a la integración de la economía regional con la minería y la producción agrícola, lo que se tradujo en una relativa especialización de los obrajes dedicados a tejidos de lana anchos (Querétaro, San Miguel) o angostos (Acámbaro) y en una mayor presencia de tejedores domésticos y a domicilio.4
Hubo varias ordenanzas a partir de 1569 relativas a los aspectos productivos, a las condiciones de trabajo y a las disposiciones sobre los gremios de obrajería. Entre las funciones de los gremios estaba la supervisión de la calidad de los paños y de las telas; al mismo tiempo tenían que controlar el nivel de conocimiento de las técnicas laneras examinando a los maestros y otorgando así licencias para ejercer el oficio. Los gremios entablaron con el tiempo una lucha contra quienes trabajaban sin licencia en los telares domésticos o producían artículos que escapaban a su control. Las dificultades encontradas por los gremios para imponer que los propietarios de obrajes fueran maestros con capacidades técnicas reconocidas resultan, con bastante frecuencia, de los documentos de la época, sobre todo a causa de la escasez de capitales, lo que favoreció la presencia de inversionistas que contrataban maestros como mayordomos. Los gremios, sin embargo, en algunos momentos consiguieron ejercer acciones comunes ante las imposiciones fiscales y las propuestas de aumento de las alcabalas por parte de las autoridades políticas. La demanda de lana para los obrajes, a partir de la mitad del siglo XVI, dio lugar a incrementar la cría de ovejas que se multiplicaron, en la centuria siguiente, desplazando al ganado mayor en las regiones del centro-norte, hasta tal punto que los criadores de ovejas pasaron a ser grandes propietarios de tierras. Las estancias de ganado menor en un principio habían surgido en México, Puebla, Querétaro, Aguascalientes y Zacatecas, pero a finales del siglo XVII el ganado lanar cobró gran pujanza en Durango y San Luis Potosí, así como en Guadalajara y Michoacán y en general en las Provincias Internas. Este desplazamiento regional de los núcleos productores de lana obedecía a algunos factores generales de la colonización del norte pero en las áreas del centro, y en mayor medida en El Bajío, se debió a la ampliación de la agricultura a expensas del pastoreo puesto que el crecimiento de las actividades mineras requería mayor cantidad de productos agrícolas. Las estimaciones del número de cabezas de ganado lanar (alrededor de 10.5 millones) para principios del siglo XIX indican la existencia de una abundante producción de lana, hecho que, ante la estabilidad de los precios, ha llevado a descartar la escasez de materia prima como elemento explicativo de la crisis obrajera. La ordenanza de 1599 que invitaba a instalar los obrajes en las cabeceras de los obispados se relacionaba con la crisis demográfica. El descenso de la población en el siglo XVI asumió grandes proporciones a causa de las recurrentes epidemias. A la dispersión de los obrajes del primer siglo de colonización siguió un intento de concentrar estas actividades manufactureras en los alrededores de los núcleos urbanos para tener un mejor acceso a la mano de obra indígena y a las fuentes de agua necesarias. La disminución del número de obrajes después de 1570 responde a esta pauta general de la sociedad novohispana y a una consolidación de la técnica manufacturera que se mantendrá sin sensibles modificaciones hasta fines del periodo colonial. Cabe señalar, sin embargo, que hubo también obrajes en el contexto rural creados por razones ligadas a la presencia de mano de obra indígena o establecidos, en zonas alejadas del norte, en las mismas haciendas de ovejas. Los datos disponibles sobre la fuerza de trabajo ocupada en los obrajes y en el sector textil globalmente considerado para los siglos coloniales ofrecen una gran variedad de situaciones. A partir de 1601, y durante todo el siglo XVII, aumentaron las presiones de las autoridades ante la crisis demográfica para prohibir que los obrajes emplearan indios y aceptaran, en cambio, esclavos negros. En las primeras décadas del siglo XVIII hubo análogas presiones para que los obrajes aceptaran a los reos; sin embargo, el repartimiento de reos fue abolido en 1767, lo que generalizó el recurso a la fuerza de trabajo indígena bajo la forma del peonaje. El tiempo de permanencia de los 69 casos de servicio por delitos registrados en los obrajes de Puebla y Querétaro entre 1572 y 1610 fue, para la mayor parte, de menos de uno a dos años.5
A mitad del siglo XVIII los obrajes existentes en el valle de México tuvieron hasta 200 trabajadores, pero en otras zonas el número fue inferior y en muchos casos por debajo de 40 trabajadores. Sin embargo, hay que tener en cuenta la distinta distribución del trabajo que se daba en los varios obrajes, como la mayor o menor presencia de hiladores, cardadores, bataneros, tejedores y tintoreros, en función de la diversificación del proceso productivo; cabe también recordar que los datos recabados de los documentos de la época se refieren generalmente a españoles, mestizos y pardos, y no registran la población indígena ligada a la actividad textil. Por lo que se refiere a los salarios —medidos por lo general a través de la capacidad adquisitiva de maíz—, a pesar de las diferencias regionales y el pago a destajo según el tipo de especialización, en general se suele admitir que no hubo variaciones sensibles respecto a otras actividades; los obrajeros, además, recurrían al pago parcial en paños y a las varias formas del sistema de raya. Las biografías de los propietarios de obrajes a partir del siglo XVII nos indican una relación muy estrecha con las fuentes de crédito de la época garantizables en gran medida con la disponibilidad de bienes propios o con la misma amplitud de la red familiar, lo que determinó una relativa inestabilidad por continuos traspasos resultado de gravámenes, presiones de los acreedores y quiebras. En la región de Puebla a finales del siglo XVI los obrajeros fueron oficiales de paños españoles que luego ampliaron sus actividades. El ejemplo de la familia Vértiz que poseyó el obraje Panzacola de Coyoacán desde alrededor de 1720 hasta su cierre en 1827, a pesar de algunas vicisitudes seguidas a la quiebra de 1785, no constituye la norma. El obraje Ansaldo de Coyoacán surgido a principios del siglo XVII sufrió hasta 1740 varios traspasos por deudas, así como la competencia entre los obrajeros de San Miguel llevó entre 1758 y 1771 a un grave conflicto con Balthasar de Sauto, quien había creado un importante obraje en los años de 1740. Entre los propietarios de obrajes predominaron los comerciantes, como en Querétaro, pero no faltaron los maestros con licencia como José Pimentel, quien en 1734 había sido administrador del obraje de Andonegui en Tacuba.6
El obraje como unidad manufacturera se distinguió, pues, por una relativa concentración de la fuerza de trabajo y por la necesidad de disponer de instrumentos técnicos, sobre todo el batán y las pailas para teñir los paños, aspectos que requerían mayores inversiones respecto al sector artesanal del algodón. Los cálculos documentables sobre las inversiones en los obrajes varían bastante en el tiempo, pero el valor de los instrumentos en general superaba al de la materia prima, aunque resultaba muy por debajo del valor de los edificios y de la fuerza de trabajo;7 en Puebla, por ejemplo, a principios del siglo XVII ésta oscilaba entre un 30 y un 70% de las inversiones. La producción de los obrajes en 1600 había sido, según algunas estimaciones, de 1.5 millones de pesos y para finales del siglo XVIII la producción anual de los que seguían existiendo no parece haber sido muy superior.8 El obraje con su especialización técnica comportaba, pues, un ciclo productivo articulado y costoso. La crisis del obraje novohispano en el siglo XVIII hay que ponerla en relación con su misma inestabilidad que empujó paulatinamente a los tejedores hacia el trabajo doméstico, adelantándose a su efectiva desaparición durante la Independencia; se trata de una tesis documentada por los estudios históricos recientes.9 Ante la crisis obrajera, en la segunda mitad del siglo XVIII se abrió paso la actividad textil algodonera por parte de los tejedores independientes, hecho que respondió a las pautas generales del crecimiento económico de la sociedad colonial.
El trabajo doméstico de tejidos de algodón fue cobrando vigor porque ante el menor costo de producción, respecto al obraje, los comerciantes empezaron a actuar como intermediarios, respecto al tejedor y al mercado. El proceso productivo del algodón era más sencillo que el de la lana y por lo tanto podía efectuarse en pequeños talleres o directamente por parte de los tejedores. El gremio de pañeros surgió en 1592 en México y en 1767 en Puebla; una década después operaba ya en Puebla un gremio algodonero con ordenanzas que intentaron consolidar la presencia de aprendices examinados. A mitad del siglo XVIII se solicitó la creación de gremios de tejedores de algodón en Tlaxcala, Oaxaca y otras localidades, hecho que respondía no sólo a la defensa del orden tradicional del trabajo (maestros, oficiales y aprendices) o de la calidad de los tejidos, sino también al gran número de tejedores domésticos que escapaban a cualquier control. La actividad textil algodonera se caracterizaba por un doble fenómeno a partir de la mitad del siglo XVIII: por un lado, hay que considerar el papel creciente del comerciante como intermediario que proporciona la materia prima y canaliza los tejidos hacia el mercado, es decir sin participar en el proceso productivo; por otro lado, el aumento de los tejedores fuera del control de los gremios. A mitad del siglo XVIII la producción de tejidos de algodón se desarrolló en Puebla y en Oaxaca, y para finales de siglo en Guadalajara. Esta amplia distribución regional respondió en cierta medida a múltiples factores, en particular a la disponibilidad de la fuerza de trabajo y a la cercanía de los mercados urbanos, pero en el caso de los tejidos de algodón también al fácil acceso al abastecimiento de materias primas, producidas en la costa del Pacífico, para Oaxaca y Guadalajara, o en la costa de Sotavento de Veracruz para la región poblana.
El algodón se encontraba como recurso natural desde la época prehispánica; cuando empezó a comercializarse en el periodo colonial para las actividades textiles, determinó el surgimiento de nuevas relaciones productivas y mercantiles, desde el cultivo hasta el transporte y las operaciones de despepite. La siembra y el cultivo de algodón, en cuanto nueva actividad productiva, se dieron hacia la mitad del siglo XVIII en las tierras bajas de Veracruz cuando en 1751 se recurrió a la práctica del repartimiento o habilitación por parte de los comerciantes, quienes se sirvieron de los alcaldes mayores como trámite con los productores indígenas. El impulso inicial al cultivo del algodón se debió, sobre todo, a las exigencias del comercio colonial catalán que desde la segunda década del siglo XVIII había instaurado un importante tráfico de substancias colorantes. Esto produjo un aumento en la demanda de algodón en el mismo espacio novohispano, ampliando la actividad textil en esta dirección y creando las premisas para un cambio de especialización. Hacia finales del siglo XVIII, ante la prohibición, en 1786, del repartimiento como forma productiva y con la creación en 1795 de los Consulados de Guadalajara y de Veracruz, los comerciantes de México perdieron influencia en el abastecimiento de algodón para el consumo interno en favor de los agentes locales. Para fines de siglo los datos sobre la producción algodonera son inciertos y sujetos a variaciones determinadas por factores climáticos o plagas y algunas conyunturas externas: se registró, en efecto, una caída de las cosechas entre 1797 y 1803 durante las guerras internacionales emprendidas por España, con la consiguiente dificultad de enviar la materia prima y la llegada de manufacturas extranjeras.10
El incremento de la actividad relacionada con el algodón en Puebla, resulta evidente por la preponderancia de los tejedores entre los artesanos de la ciudad según el censo de Revillagigedo de 1792-1794. A causa de las guerras entre E...
Índice
- Presentación. ENRIQUE SEMO
- Introducción
- Manufacturas e industrias intensivas de recursos naturales renovables
- Manufacturas e industrias de transformación de productos primarios
- Industrias de recursos naturales no renovables e intensivas de tecnología
- Industrias de transformación de bienes de consumo final
- Bibliografía
- Aviso legal