La Federación Rusa, surgida como consecuencia de la desintegración de la Unión Soviética, es el país más extenso del planeta: 17.075.000 kilómetros cuadrados, y su población a fines de 1991 era de 148.624.000 habitantes (el 51% de la población de la Unión Soviética). La organización administrativa distingue entre repúblicas, regiones (oblasti), regiones autónomas dentro de las provincias (krai) y distritos autónomos (okrug) (mapa 1). En ese mismo territorio conviven ciudadanos de 182 etnias, aunque los rusos constituyen el 81,50% de la población. A su vez, vivían en las ex repúblicas soviéticas aproximadamente veinticinco millones de rusos (russkii), lo que en algunos casos se convirtió en un problema serio por el tratamiento recibido en las repúblicas recién creadas.
La vigente Constitución de la Federación Rusa, sancionada en 1993, determina que el país es un Estado laico; sin embargo, la Ley sobre Confesiones sancionada en 1997 establece que las cuatro religiones tradicionales de la Federación Rusa son la ortodoxa rusa, el islam, el budismo y el judaísmo, por lo que todas tienen un derecho automático a ser predicadas y practicadas pública y privadamente, mientras que otras religiones deben realizar trámites de inscripción. Es también uno de los países con mayor cantidad de ateos y agnósticos del mundo, en buena medida producto de haber sido un Estado comunista en el que la religión fue atacada ideológicamente desde el poder y el ejercicio del culto, sometido a numerosas persecuciones. La confesión religiosa está en general relacionada con un grupo étnico. Así, la mayoría de los cristianos ortodoxos son eslavos, la mayoría de los musulmanes son túrquicos, la mayoría de los budistas son mongoles (predominantemente seguidores del budismo mongol) y los judíos representan un grupo étnico per se.
No existen estadísticas fiables respecto de cómo se distribuye la población entre las distintas religiones, hasta el punto que, por ejemplo, la cantidad de musulmanes fluctúa entre once y veintidós millones para algunos investigadores y entre siete y catorce millones para otros; evidentemente, el número de no creyentes hace difícil llegar a cifras reales.
Tal vez una de las consecuencias más curiosas del proceso de disolución de la Unión Soviética fue que el oblast de Kaliningrado (la Koenisberg prusiana) quedó separado del resto de Rusia por Lituania, lo que da lugar a que los ciudadanos rusos que deseen visitarlo deban atravesar este país para llegar nuevamente a territorio ruso, salvo que opten por utilizar la vía marítima. Esta situación tan peculiar se agravó cuando a partir de 2004 Lituania entró a formar parte de la Unión Europea.
Otro contencioso complicado de resolver se planteó en Crimea, territorio ruso que fue entregado en 1954 a la República de Ucrania, y reclamado sin éxito por el gobierno de la Federación Rusa una vez concretada la disgregación de la Unión Soviética.
Una primera pero fundamental aproximación a la realidad de la Rusia de la década de 1990 la constituye su evolución económica, y en este sentido las estadísticas son elocuentes: por una parte, la población experimentó un estancamiento significativo (cuadro 4), acompañado de una declinación importante de la expectativa de vida, que cayó de 67,8 años en 1992 a 65,3 en 2000.
Pero, además, la caída del pbi en esos años fue catastrófica, comparable a la de un país inmerso en una guerra civil (cuadro 4). El proceso de desmantelamiento de las estructuras soviéticas va a ser objeto de revisión y evaluación en estas páginas, pero el conocimiento del telón de fondo de esta debacle es imprescindible para abordar el tema.
Mapa 1
Principales divisiones administrativas de la Federación Rusa
Cuadro 4
Evolución del pbi de la Federación Rusa, 1991-1999
(1991 = 100) (en dólares de 1990)
Fuente: elaboración propia a partir de Angus Maddison (2003).
Un líder singular
Desde 1991 hasta fines de 1999, el gobierno de Rusia estuvo en poder de Boris Yeltsin quien, como vimos, a partir de 1988 se afirmó como el principal líder de la oposición anticomunista al dominio soviético, y también de las reivindicaciones nacionalistas rusas. Surgido de las profundidades de la burocracia del régimen –aunque con algunos rasgos que lo distinguían–, se convirtió, como consecuencia de su ambición y de su innegable olfato político, en la figura más representativa y carismática del movimiento reformista, dejando en un segundo plano a dirigentes que llevaban años reclamando cambios en el régimen.
Después de sus victorias electorales de mayo de 1989 y junio de 1991, su autoridad alcanzó dimensiones casi legendarias, especialmente entre aquellos que siempre habían pensado que las estructuras de poder soviéticas eran indestructibles. Su énfasis en distinguir el concepto de “ruso” respecto del de “soviético” fue intelectual y políticamente inspirado –dados los objetivos que tenía en mente–, como lo fue también su insistencia en marzo de 1991 respecto de que Rusia eligiese presidente mediante elecciones por primera vez en su historia.
Una vez instalado en el Kremlin, quedó claro que la única guía de su accionar político era la búsqueda del poder y la permanencia en él, y para ese objetivo no contaba la ideología: si los principios liberal-democráticos lo ayudaban a consolidar su dominio personal, no dudaba en apoyarse en ellos; pero si la situación lo justificaba, los ignoraba e incluso los repudiaba. Sin embargo, había dos ideas fuerza que constituían el núcleo duro de su pensamiento: el antisovietismo y el objetivo de instaurar una economía de mercado de acuerdo con un idealizado modelo que había construido en su cabeza luego de observar superficialmente el funcionamiento de los países capitalistas occidentales; ambas guiaron su accionar aun en los momentos de mayores dificultades.
El carácter del régimen que se instauró durante su presidencia, a pesar de la existencia de algunas libertades –en particular la libertad de prensa–, y el hecho de que se celebraran elecciones de manera periódica, no son suficientes para definirlo como una democracia en el sentido occidental del término, que era supuestamente el objetivo que se había planteado. La ausencia de pensamiento democrático –en el círculo que rodeaba a Yeltsin pero también en la oposición–, el desconocimiento de la idea de un “gobierno de las leyes” y la falta de respeto por la división de poderes constituyeron carencias muy serias que lastraron el funcionamiento del régimen naciente.
De los estudios realizados sobre el accionar de Yeltsin como gobernante, creemos que es importante destacar aquellos que definen su manera de ejercer el poder como la de un “patriarca”, una variante del liderazgo de tipo personalista, definido éste como un comportamiento en el que el gobernante actúa con frecuencia desbordando los límites institucionales que acotan su gestión. Dentro de esta conceptualización, el liderazgo “patriarcal” es aquel en el que el gobernante es el pater familias, aquel que apela a la tradición más que al carisma o a las normas legales para hacer valer su derecho a gobernar. En esta manera de actuar, Yeltsin seguía una línea muy típica del ejercicio del poder en Rusia, desde los zares a la etapa de gobierno socialista, pero se ha insistido en que la acentuación de los rasgos paternalistas –a partir de los sucesos de octubre de 1993– se verificó como consecuencia de la toma de conciencia respecto de su creciente incapacidad para resolver los problemas del país que gobernaba.
La condición de sostén de las instituciones democráticas nacientes que le atribuyen a Yeltsin algunos analistas occidentales creemos que debe ser matizada, subordinándola a su inagotable ambición de poder. Uno de sus rasgos personales más destacados era que se trataba de un luchador, que crecía en el fragor de las batallas políticas, pero en cambio era incapaz de trabajar de manera constructiva y de arbitrar los medios para crear algún tipo de consenso social.
Además, sus continuos trastornos de salud contribuyeron a generar inestabilidad y en algunas ocasiones a dar una fuerte impresión de “vacío de poder” que, por supuesto, no contribuía a mejorar la situación general, ya de por sí afectada por serios problemas.
La dinámica económica
Una vez decidida la separación de Rusia de la Unión Soviética, el gobierno de Yeltsin se vio enfrentado a la profundización de la crisis económica que se venía experimentando, problema que se sumaba a los que originaba la (necesariamente) trabajosa estabilización del nuevo Estado independiente.
Ante esta realidad, el presidente de Rusia disponía, a grandes rasgos, de tres alternativas: 1) la creación de un sistema político democrático a la usanza occidental, seguido de transformaciones económicas que condujeran a la progresiva conformación de una economía en la que el mercado tuviera un papel relevante; 2) el desarrollo simultáneo de una estructura política democrática y de una economía capitalista, y 3) una transformación rápida de las estructuras económicas como objetivo prioritario, abriendo el camino a una organización basada en el mercado libre, en la que paralelamente se verificaba la consolidación de un Poder Ejecutivo fuerte.
La última...