Mamita Yunai
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Mamita Yunai

Carlos Luis Fallas

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  1. 290 páginas
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Mamita Yunai

Carlos Luis Fallas

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Sin duda la más conocida de las novelas de CALUFA, que narra las circunstancias más íntimas y desgarradoras de quienes debieron solventar sus necesidades humanas en el corazón de los bananales. Novela traducida a varios idiomas, en la que el lector apreciará esa condición humana, tremenda y solidaria, que surge de la participación del espíritu del hombre en la existencia de sus semejantes.

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Información

Año
2013
ISBN
9789968684057
Categoría
Literatur
Politiquería en el tisingal de la leyenda
(Parte primera)
I
El jueves 8 de febrero, a las seis de la mañana, estaba yo acomodándome en el tren local de La Estrella. Por todo equipaje llevaba dos bolsas de papel de las de a diez céntimos, y, dentro de ellas, ropa interior, un foco,2 una cajita con la máquina de afeitar, un paquete de cigarrillos, el cepillo y la pasta; además, y bien envueltas, mis credenciales de fiscal y mi cédula de identidad, una Ley de Elecciones y unos cuantos folletos y hojas sueltas.
Habiéndome agenciado con un campanero una jacket de cuero amarillo, completé la indumentaria para el viaje con un pantalón viejo, unos zapatos turrialba reforzados con buena media suela y un sombrero de paja de los de a veinte reales. No llevaba armas de ninguna clase y disponía de dieciocho colones para todo el viaje.
Después de acomodar los pies en el asiento del frente, comencé a examinar a mis compañeros de viaje. El tren iba repleto de pasajeros que se apiñaban hasta en los balcones de los carros. La mayor parte del pasaje se componía de elementos jóvenes de la raza de color. En uno de los asientos de adelante, el hijo de un finquero y el empleado de un Comisariato flirteaban con dos guapas negritas que iban sentadas frente a ellos. Reían ellas de las insinuaciones maliciosas de los muchachos y al hacerlo ponían al descubierto sus bien conservadas y blancas dentaduras. Lucían traje de hombre: pantalón “baloon” y saquitos de tela blanca, bien engomados y aplanchados. Con sus zapatos blancos de tacón bajo; con sus camisas de cuello abierto, de seda roja la una y azul la otra, y con sus diminutos sombrerillos de fieltro caídos sobre una de las cejas, llamaban la atención.
En un rincón, una familia atendía al padre enfermo, posiblemente recién salido del hospital. Abundan las madamas de grandes sombreros y carnes exuberantes.
En medio de un maremágnum de inglés y español comenzó el desfile de las estacioncillas: Beverly, La Bomba, Bananito... En todas el mismo trajín de carga y descarga de mercadería y de bajar y subir de pasajeros. Gentes que se acercaban a ofrecer a los comerciantes que viajaban en el tren, cerdos, gallinas, verduras y frutas. Tratos hechos a la carrera y que quedaban para finalizar en la tarde, con el regreso del tren.
Las dos negritas vestidas de hombre bajaban apresuradamente en todas las estaciones a hacer ofertas y regatear precios. Por las muestras de afecto con que eran recibidas en todas partes, deduje que se dedicaban al comercio y que, posiblemente, hacían con frecuencia el viaje de ida y vuelta a La Estrella.
Nuevas paradas y nuevas arrancadas, bruscas, como las de todo tren de la United que no lleva turistas. Avanzábamos rápidamente, y en el aire, sobre la línea, iba quedando la estela negra del humo de la locomotora. Más puebluchos. Negros a la orilla de la línea. Comisariatos de la Compañía atestados de borrachos.
El tren se detuvo en Pensorth casi al mediodía. Bajé a “sondear” el terreno y me encontré con un compañero que estaba vendiendo tiliches. Rápidamente lo puse al tanto de mi misión:
—Voy pa’ Talamanca –le dije–. Tengo que actuar como fiscal del Bloque de Obreros y Campesinos en la mesa electoral de Amure. Yo no sé dónde queda ese lugar, pero tengo qu’estar allí el domingo. ¡Tres días pa’ encontrarlo, compañero! No quiero que se sepa en qué ando, pues temo que las Autoridades m’impidan el viaje. ¿Cuál camino te parece mejor? Yo fui hace seis años a Talamanca, con el finao Antonio, pero entonces ponían la Mesa en Chasse. Esa vez hicimos el viaje por Pandora. ¿Qué decís vos?
—Hombré –contestó el compañero un poco pensativo–, yo ti’aconsejo que hagás el viaje por aquí. Todos esos morenos que venían en el tren van pal’otro lao, con el propósito’e cruzar la frontera, atraídos por los trabajos del Canal; podés aprovechar el tractor que sale dentro de una hora y media y después hacés con ellos el trayecto hasta Olivia.
Resolví quedarme para viajar con los negritos y me dediqué a despistar a los que tuvieran interés en saber qué era lo que andaba haciendo yo.
Con una persona de confianza cambié los colones por dólares, ya que en Talamanca no corre la moneda nacional, y al ver reducido mi dinero a tres dólares más treinta céntimos de colón, decidí echarle unos cuantos nudos al estómago.
La gente, negros en su mayoría, se aglomeraba en el Comisariato de la Frutera, así como en las improvisadas ventas de verduras y de tiliches y en las carnicerías instaladas al aire libre.
Cuando menos lo deseaba me encontré con el Agente de Policía del lugar, que me saludó con un “Idiay, ¿es cierto que vas pa’ Talamanca?”.
—¡Vos crés qu’estoy loco! –le contesté–. Pensaba regresar’ hora mismo, pero acabo’e saber qui’ustedes tienen baile esta noche y quiero quedarme a bailar con las muchachas del partido oficial.
Y mientras me tomaba una cerveza que me obsequió, él me decía:
—Vos me conocés desde hace mucho tiempo. Yo soy un rebelde y nunca he querido a estos carajos. Solo la tiesura pudo obligarme a servirles en este puesto, pero te prometo ayudar en todo lo que pueda.
Le di las gracias, mientras para mis adentros me decía: “¡Callate, pécora; precisamente porque te conozco te tengo desconfianza!”.
Regresó el tren, y, después que hubo partido para Limón, cogí mis bolsas, conversé con unos cuantos sobre mi regreso en el tren de la mañana siguiente y con disimulo me escurrí entre los carros. A los pocos instantes estaba en el hermoso puente colgante que se tiende sobre el ancho río. Cuando llegué al caserío, punto de partida del tractor, ya los carros de plataforma estaban atestados de gente de color entre la que se entreveraban algunos blancos. Supe que tendríamos que esperar el tractor y como tenía interés en que no me vieran demasiado, dispuse hacerlo a la sombra de un naranjo; puse las bolsas de almohada y, recordando que no había comido nada, resolví descabezar un sueñito, por aquello de que el sueño alimenta y sale más barato que la comida.
Finalizaba ya la campaña electoral y faltaban tres días para las votaciones. Yo era militante de la Sección de Limón del Bloque de Obreros y Campesinos, único partido de oposición que participaba en la lid. A pesar de ser una agrupación pobre, contábamos con la posibilidad de elegir munícipes en el cantón central de la provincia, siempre que pudiéramos controlar la votación de Talamanca.
En todas las campañas políticas el problema más serio para los partidos de oposición, en la provincia del Atlántico, lo ha sido la mesa electoral de Talamanca. A pesar de que esa mesa siempre había funcionado en Chasse, uno de los lugares más conocidos y accesibles de esa remota región, siempre les era sumamente difícil y peligroso, a los fiscales de los partidos que no contaban con dinero ni apoyo oficial, llegar hasta el mencionado lugar. A muchos de ellos, una vez llegados allá, se les hacía regresar atemorizándolos mañosamente o eran eliminados en el transcurso de las votaciones.
Talamanca es una región poblada de indios, en su mayor parte analfabetos, que casi no hablan español y que hacen una vida primitiva y miserable. Viven agrupados en rancheríos cerca de las márgenes de los diferentes y caudalosos ríos o en el corazón de la montaña.
El Agente de Policía es el amo y señor de la región y ejerce un control absoluto sobre las indiadas a través de los pocos indios que saben leer y escribir, que hablan bien el español o son un poco más despiertos que los demás. También se sirve para esto de los escasísimos castellanos (ticos y chiricanos) que habiéndose amancebado con indias se han radicado definitivamente en la región. Con estos últimos se había integrado siempre la Junta Electoral de Chasse y, entre ellos, el Agente de Policía y sus secuaces indígenas se elaboraban las clásicas elecciones de Talamanca. De nada valían las protestas de los pobres fiscales que por casualidad podían actuar, y los fraudes más asquerosos se cometían con toda tranquilidad.
Cuando nosotros supimos que había sido suprimida la mesa electoral de Chasse y que en su lugar se habían creado dos, una en Sixaola y otra en Amure, sospechamos que se trataba de una maniobra para facilitar un fraude en mayor escala y mejor disimulado. Fuimos a la Gobernación a pedir informes y pudimos averiguar que la mesa de Amure tenía doscientos y pico de sufragantes y la de Sixaola cincuenta. En otras palabras, que estaban asegurados alrededor de trescientos forros para el partido oficial. El Gobernador no quiso decirnos el lugar preciso en que funcionaría la mesa de Amure. En resumidas cuentas, si queríamos fiscalizar esa mesa teníamos que ir a buscarla a las ...

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