CAPÍTULO 1
Ethos y ética
Se ha hecho ya un lugar común hablar del “estilo de vida” de un pueblo, de “la idiosincrasia”, de “la forma de vida” de una nación o de un grupo social. Dejando de lado lo que ello tiene de justificación para impulsar determinado proyecto político, no podemos ignorar que semejantes eslóganes o frases estereotipadas expresan el nivel del ethos; si no del pueblo en su conjunto, sí de un grupo social que lo presenta como perteneciente a la nación entera.
El ethos es distinto de la ética. O, más bien, se trata de dos niveles diferentes de una misma instancia. El ethos es el “modo de habitar el mundo” que tiene el hombre, la manera de comportarse frente al mundo, a los demás, a sí mismo y a la historia. Podríamos decir que está formado por todos nuestros hábitos, que nos hacen actuar y reaccionar frente a las cosas, personas y acontecimientos, de una manera casi mecánica.
Está siempre a la mano y reluce tanto en la forma como nos aseamos, nos comportamos en la casa, en la calle y en el trabajo, como en la manera en que encaramos los problemas profundos que nos presenta la vida, como la muerte y la lucha por grandes ideales, en que se juega todo. Es como “la casa” en la que uno habita.
Representa una economía. Es una manera práctica de valorar las cosas, los acontecimientos y las personas. Es práctica, porque se traduce o, mejor, se expresa directamente en acciones. Está mal dicho “se traduce”, porque no hay previamente una valoración teórica que se traduzca luego en acción. Esta es primera. La valoración es intrínseca a ella, pero en estado “preteórico” o “preconsciente”, si queremos utilizar un término de la psicología profunda que nos sirve muy bien para lo que queremos decir.
Más adelante aclararemos la relación dialéctica entre práctica y teoría. Por ahora nos basta tener presente que el ethos no es una teoría. No constituye un conjunto de verdades que conformen un sistema teórico. Todos los grupos sociales, incluso aquellos primitivos, que no han accedido al nivel teórico, poseen un ethos. Al hablar de preconsciente no hacemos psicologismo.
La ética transcurre en otro nivel, el teórico. Constituye una tematización, profundización y justificación o corrección del ethos en una dirección determinada, la de la acción guiada por las nociones del bien y del mal, que ya se encuentran actuantes en el nivel del ethos sin estar tematizadas, es decir, estructuralmente conceptualizadas. No se puede dar una razón lógica que las justifique. Ello constituye una tarea de la ética. Pero esta no siempre se limita a tematizar y profundizar el ethos, sino que muchas veces le propone correcciones. Puede asumir una posición revolucionaria frente al ethos dominante en una sociedad, pero es porque supone un nuevo ethos.
Como se ha hecho notar, y nos parece claro, esta diferencia que se encuentra presente en la etimología griega no ha sido en general tenida en cuenta en la historia de la filosofía, que ha olvidado casi completamente el nivel del ethos.
Para hacer un análisis filosófico acorde con el tiempo en que vivimos, lo que significa un planteo ético que sea operante para nosotros, hombres latinoamericanos del siglo XXI, pertenecientes a la periferia del imperio norteamericano, es imprescindible tener siempre presente esta distinción. Lo primero a tener en cuenta, el primer nivel, es el suelo que pisamos, la casa que habitamos, el ethos desde el que partimos, nuestro modo de habitar el mundo. Desde allí, sin anteponerle una ética que sea una pantalla ocultadora, podremos darnos a la tarea de realizar o proponer una ética.
Porque siempre partimos de un ethos. Este es un a priori que llevamos con nosotros. Ignorarlo es ignorar de dónde surgen los conceptos que se utilizan, las causas por las cuales se plantean unos problemas en lugar de otros y se tiende a resolverlos de cierta manera que excluye otras.
¿Por qué Aristóteles tiene dos concepciones de la filosofía: como “ciencia del ser en general” y como “ciencia del ser primero”? ¿Por qué a Aristóteles durante la Edad Media se lo ha leído a través de la interpretación neoplatónica? ¿Por qué en el resurgimiento de la escolástica, en España, a comienzos de la Edad Moderna, se plantea con dramatismo el problema de la conciliación entre el supremo dominio de Dios y la libertad del hombre? ¿Por qué Descartes en el siglo XVII cuestiona radicalmente toda la filosofía, y culmina haciéndola partir del “yo pienso”? ¿Por qué Kant en la Alemania de fines del siglo XVIII elabora una ética de la “buena voluntad”? ¿Por qué Hegel ve en el Estado la realización del Espíritu? ¿Por qué la “intersubjetividad” en Gabriel Marcel no sobrepasa el ámbito de un estrecho círculo de amigos en torno a la familia?
Podríamos seguir con los interrogantes que nos plantea la historia del pensamiento filosófico. Imposible encontrar una respuesta adecuada a ellos si no los ponemos en relación con el ethos de los que parten. En el transcurso de nuestro estudio veremos cómo estas y otras preguntas se iluminan cuando tenemos acceso a dicha relación. Desde ya adelantamos: no reciben con ello una explicación acabada que nos permita cerrar la cuestión. Todo lo contrario. Nos iluminan el terreno en el que esta se sitúa realmente para recibir un tratamiento correcto.
En la historia de la filosofía nos encontramos con Aristóteles, Santo Tomás, Kant, Hegel, Max Scheler, entre otros. Cada uno de ellos nos propone una ética explícita, verdaderos tratados filosóficos sobre el tema. Dichas éticas no nacieron por arte de magia, ni fueron creadas simplemente porque cada tanto la humanidad recibe el regalo de algún pensador extraordinario, capaz de crear nuevas teorías sobre el hombre y su comportamiento. Es cierto que sin el genio de Aristóteles no tendríamos una Ética a Nicómaco, pero esta fue producida por él a partir de un ethos, de una determinada manera de habitar el mundo que debemos develar.
Ello debe servirnos para examinar la ética o las éticas que se proponen a nuestro pueblo en nuestros centros de enseñanza. Un adecuado estudio nos llevará a entrar en contacto con el ethos del que parten y que justifican o corrigen. A partir de allí, estaremos en situación de proponer una ética revolucionaria. Evidentemente esta debe develar un nuevo ethos que puede ya estar presente aunque sea en forma embrionaria o en gestación.
CAPÍTULO 2
Necesidad de un criterio para distinguir los ethos en la historia
La distinción señalada entre los dos niveles, ethos y ética, no ofrece mayores problemas. Ya ha ingresado al campo de las investigaciones éticas y tiene desarrollos nada despreciables. Una cosa distinta es cuando pasamos al tema del o los criterios según los cuales distinguimos los distintos ethos en la historia. ¿Existe un ethos distinto para cada pueblo? Ello se da a entender cuando se habla, siguiendo a Hegel, del “espíritu de un pueblo”, o de su manera de ser, de su estilo de vida, de su idiosincrasia, de lo nacional.
Múltiples problemas surgen de la admisión lisa y llana de semejante criterio. ¿Qué es lo que constituye a un pueblo? ¿Qué es lo nacional? ¿No esconde esto por lo menos un racismo larvado? Decimos “por lo menos”, porque en algunos casos el racismo ha sido muy explícito, y se ha hecho sentir de una manera demasiado dolorosa sobre otros pueblos. Parece que algunos pueblos tienen un espíritu, es decir un ethos, una manera de ser, de habitar el mundo, que los hace prepotentes y dominadores, mientras que otros tienen, por el contrario, un ethos sumiso, obediente a la voz del amo.
Es evidente cómo de esa manera se han abierto las puertas para todo tipo de dominación. El nazismo no ha sido más que la alétheia en sentido griego, o sea la develación –no la única posible–, por cierto brutal, de un modo de ser, es decir de un ethos, propiamente del ethos que se generó en la Europa moderna, y que llamaremos el ethos burgués en la época imperialista.
Pruebas evidentes de lo que decimos las dieron todas las naciones colonialistas, y las siguen dando hoy Estados Unidos y sus aliados. ¿Será que, de acuerdo con su espíritu, Estados Unidos debe dominar el mundo? ¿Qué diferencia hay entre lo que hicieron los nazis con los pueblos sojuzgados y lo que realizaron los norteamericanos en Vietnam?
Se ha insistido y se insiste mucho, y con razón, en las brutalidades del nazismo. Es lógico que tengamos la necesidad de abominar de un régimen que ha practicado el genocidio y ha sido capaz de las atrocidades de los campos de concentración. Pero lo que a primera vista no vemos bien claro es por qué ha habido tanta unanimidad en condenar al nazismo, mientras que las atrocidades del colonialismo practicadas en tres continentes enteros, América, Asia y África, solo tardíamente reciben alguna condenación no tan convincente.
El panorama se nos aclara al examinar el ethos de la burguesía. En efecto, uno de sus rasgos es la dominación de un grupo sobre otro. Toda dominación está asentada sobre la fuerza, la violencia. Cuando la resistencia del dominado ha sido quebrada, parece que tal violencia no existe, a no ser en la cabeza de algunos ideólogos que buscan sembrar el caos. Pero cuando la dominación es cuestionada, o cuando se encuentra en dura competencia con la que practican otros sectores, se devela con toda su brutalidad.
El nazismo, con toda su militarización y empuje guerrero, con su culto a la raza pura, a la gran nación, expresa la necesidad a la que se vio forzada la burguesía alemana en la etapa imperialista, si quería competir con alguna posibilidad frente a las burguesías que se le habían adelantado.
En efecto, recién en 1870 logra realizar la unidad de la nación alemana y lanzar la industrialización, ambas indispensables para el poder al que aspira toda burguesía. Para esa época otras burguesías como la inglesa y la francesa estaban culminando su expansión mundial. Solo con un fuerte proteccionismo que requería la potenciación del aparato del Estado y una política agresiva que exigía un ejército poderoso y bien entrenado, la burguesía alemana podía aspirar a tener éxito en la lucha por el mercado mundial para colocar los productos de su industria. Por otra parte, únicamente mediante el uso de la fuerza lograría que las burguesías dominantes reconociesen sus pretendidos derechos a participar en el imperio colonial, pues ya todo el mundo estaba repartido entre las burguesías de las grandes potencias.
No negamos la importancia de los estudios sobre la psicología de Hitler y de los sectores sociales sobre los cuales se apoyó para obtener sus propósitos, así como del llamado “espíritu guerrero” del pueblo alemán. Pero ello no explica el nazismo. Los alemanes no fueron a la guerra porque tenían un líder, el Führer, que era un loco, o porque les gustase pelear. En realidad el verdadero motivo es el mismo que impulsó a la burguesía inglesa a masacrar a las tribus indígenas, a las poblaciones negras y a los hindúes que se atrevieron a oponerse a su proyecto dominador.
El racismo que aplicó contra dichos pobladores no era esencialmente distinto del que sustentaba Hitler. La diferencia radica en que, mientras la burguesía inglesa lo aplicó contra poblaciones que de hecho son consideradas como inferiores por los dueños de la cultura mundial, la burguesía alemana, liderada por Hitler, lo hizo contra los sectores de la misma burguesía. Los indígenas o los negros no tenían a su disposición los medios de comunicación masivos para hacer conocer al mundo las atrocidades de que eran víctimas. No confundir el fascismo con gobiernos fuertes.
Por otro lado, aparentemente algunos pueblos tienen un ethos revolucionario que los empuja hacia el socialismo, y en cambio otros poseen un ethos conservador, que les hace preferir un capitalismo atemperado. Así, por ejemplo, parece que a nuestro ethos le repugna todo lo que huele a socialismo. Parece que el socialismo es contrario a nuestro ser nacional, que por lo tanto es capitalista. Es decir, tendríamos por esencia, tal vez no desde toda la eternidad pero por lo menos desde el 25 de mayo de 1810, y desde entonces para siempre, un ser capitalista. Quien atente contra él, expresado esencialmente en la propiedad privada de los grandes latifundios y de las empresas, es reo de lesa patria.
Además, hay pueblos que parecen tener un ethos activo, emprendedor, mientras el de otros es pasivo, perezoso. La razón fundamental por la que Juan Bautista Alberdi quería que viniesen inmigrantes anglosajones era porque pensaba que los criollos eran holgazanes, incapaces del espíritu de empresa que debe ser la característica del hombre moderno. Los anglosajones, por el contrario, poseían todas las virtudes al respecto.
Por las objeciones que hemos expuesto, es demasiado evidente que el criterio para determinar los distintos ethos no se encuentra lisa y llanamente en los pueblos. Sin embargo, debemos apresurarnos a decir que en esta posición, es decir la que sostiene que el criterio para distinguir los ethos en la historia está en el pueblo o la nación, hay algo de verdad que debe ser rescatado.
Si bien un ethos no se distingue de otro simplemente por pertenecer a pueblos o grupos distintos, es cierto que tiene características propias en los distintos pueblos. Así, por ejemplo, si bien el nazismo como política que se dio la burguesía alemana después de la Primera Guerra Mundial interimperialista no se explica por las pretendidas características del pueblo alemán, ni por el presunto estado patológico de Hitler, sino por la situación económica y política en que se encontraba dicha burguesía, el racismo como se aplicó en Alemania era impensable en Italia, cuya burguesía tenía las mismas necesidades que la alemana.
El nazismo alemán asumió características específicas que tenían su origen en la historia y cultura alemanas, mientras que el fascismo italiano y el falangismo español tomaron cada uno características que devenían de la historia de sus respectivos pueblos.
Kant dio un criterio para distinguir las éticas en la historia, consistente en determinar si se basan en el conten...