El bienestar emocional
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El bienestar emocional

Claves para vivir mejor

  1. 168 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El bienestar emocional

Claves para vivir mejor

Descripción del libro

He aquí una amena inmersión en el mundo de las emociones con un propósito que nunca se pierde de vista: el bienestar emocional que te servirá para afrontar de una manera más efectiva los momentos difíciles de la vida y te ayudará a vivir mejor.Con un estilo directo, repleto de ejemplos y consejos prácticos, Joan Piñol nos introduce en el fascinante mundo de las emociones (y su importancia en la supervivencia de la especie), nos familiariza con aspectos básicos del cerebro, las hormonas de la felicidad y el bienestar, y nos aconseja sobre cómo gestionar el estrés o la depresión.La búsqueda de la felicidad pasa por el cultivo de una serie de claves prácticas, que el autor desgrana con precisión y sencillez: un buen conocimiento de nuestro mundo emocional, hábitos sanos (de alimentación o ejercicio físico y cognitivo), técnicas de relajación y del cultivo de la positividad, la risa, el abrazo o la generosidad. Con esas pequeñas acciones, que nos hacen sentir bien con nosotros mismos y los demás, la felicidad está a tu alcance.

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Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788499888057
ISBN del libro electrónico
9788499888330

1. Una historia personal

Nací en un precioso pueblo agrícola a orillas del río Ebro, con buen clima, buena gente, y muy buen arroz. Una infancia feliz en un entorno saludable, ya que los amigos de la escuela, del barrio, los vecinos y, por supuesto, mi familia marcaron mi infancia. Recuerda que nuestra niñez condiciona el resto de nuestra vida.
Tengo una familia maravillosa que me enseñó a respetar, a amar, a ayudar, a ser humilde. También a agradecer lo que tenía, a valorar las cosas, la vida… Hoy son cualidades que a nivel personal y profesional me han aportado grandes satisfacciones y éxito.
Somos como somos en parte por nuestra genética, pero sobre todo por nuestro entorno y gracias a los aprendizajes y vivencias realizadas desde pequeños.
Mi abuelo materno y mi tío eran médicos. Mi abuelo era médico de familia y había estado en diferentes pequeños pueblos (mi recuerdo más nítido fue su última etapa en una pequeña localidad de una conocida zona vinícola). Allí, la relación con sus pacientes era muy personal por el hecho de conocer a cada uno no solo desde su dolencia o enfermedad, sino también desde sus peculiaridades personales y familiares. Una relación muy cercana, y tengo que admitir, pues lo he podido constatar con la experiencia de los años, que la curación de cada individuo era más rápida y mucho mejor.
Ya sea por esta experiencia que tuve durante mi infancia, o por seguir la tradición familiar, siempre me había planteado estudiar medicina. Así que encaminé mis estudios de bachillerato hacia la rama de ciencias para poder llegar a ser médico, con el objetivo de especializarme en Psiquiatría.
En el verano previo a entrar en la facultad, leí un libro sobre psicología de las organizaciones en el que un directivo explicaba, desde su perfil más humanista, cómo había logrado administrar con éxito su compañía, gestionando diferentes ámbitos de la empresa, pero sobre todo cuidando a las personas, algo muy importante para mí.
Parecerá mentira, pero en poco tiempo, tras leer la experiencia de un desconocido, cambié el enfoque profesional de mi vida. Y me propuse estudiar Psicología, una ciencia joven, que es hoy la profesión que ejerzo con pasión. Allí hice grandes amigos y compañeros, que, como yo, tenían la vocación de ayudar a otras personas desde el ámbito de la atención de la salud psicológica y emocional, y algunos (todo hay que decirlo) para conocerse a sí mismos.
Y, cosas de la vida, durante mi estancia en aquella universidad sucedió un acontecimiento trascendental, ya que allí conocí a alguien muy especial en mi vida: mi esposa y la madre de mis hijos. Recuerdo perfectamente su sonrisa y su cara cuando nos cruzamos en el pasillo, una mañana en un descanso previo a la clase de psicobiología.
¿Por qué te cuento todo esto? Las emociones importantes siempre se recuerdan con todo detalle, aunque pasen los años, ya sean vivencias de la niñez (los amigos, el primer beso, la primera fiesta de verano…) o el nacimiento de un hijo, una defunción, una enfermedad propia o la de un familiar o amigo. ¡Qué curioso! ¿Verdad?
Veamos, pues, cómo funcionan nuestro cerebro y nuestras emociones, primero desde una vertiente ancestral, para poder comprender cómo funcionan en la actualidad y entender de esta manera qué herramientas necesitamos para llevar una vida de felicidad y bienestar.

2. Nuestro origen.
La evolución de la especie

Estoy convencido de que te estarás cuestionando para qué te va a servir leer un capítulo sobre la evolución de las especies, así que espero poder demostrarte cuánto te servirá.
Para entender nuestras emociones es vital tener un mínimo conocimiento de la evolución humana, pues la llevamos en nuestro ADN. ¿Quiénes somos? ¿Qué importancia tienen las emociones? ¿Están relacionadas con nuestra supervivencia como especie? Responder a todas estas preguntas me ayudó a entender cómo actúa el ser humano en determinadas situaciones y, por supuesto, me sirvió para entenderme mucho mejor.
Sin embargo, ¿cómo puedo plantearos todas estas cuestiones y responderlas sin que toda la explicación parezca extraída de un manual? ¿Por qué los adultos nos empeñamos en complicar los conceptos? ¿Por qué solo los simplificamos cuando nos dirigimos a un público infantil? Yo quiero dirigirme a vuestro niño interior a través de una historia real, que explicaré como si fuera un cuento, de una manera fácil y sencilla.

Primer cuento. La Vía Láctea y su origen

Hace mucho tiempo, iniciamos nuestro viaje en una región de la galaxia llamada Vía Láctea, que es una de las más de 100.000 millones de galaxias que conforman el universo. Ahí vive el Sol, la gran estrella del sistema solar, que es admirada por todos los planetas que habitan en ese sistema; danzan a su alrededor para nutrirse de su radiación electromagnética. Al fin y al cabo, todos necesitamos de todos, igual que el Sol también necesita de sus planetas. Y la Tierra no iba a ser menos, pues también se nutre de esa misma fuente de energía.
Todo empezó hace unos 13.500 millones de años con el Big Bang, una gran explosión que generó hidrógeno y helio, gases que fueron la base e inicio de todo lo que hoy conocemos. Sin embargo, siguiendo la estela de José Martí, un escritor y político cubano… «todo, como el diamante, antes que luz es carbón», y no iba a ser diferente la creación de la Vía Láctea. Lo que empezó como una nube de gas, lo que empezó siendo carbón, acabó por convertirse en luz con la creación del Sol hace unos 5.000 millones de años. La Tierra pasó por un proceso similar, pues a pesar de que se formó hace 4.500 millones de años, los océanos y las rocas no se acabaron de configurar hasta pasados 600 millones de años después.
Inicialmente, la Tierra se originó a partir de una especie de extensa mezcla de nubes de gas de hidrógeno y helio, junto con rocas y polvo en rotación. Pero, como ya sabemos, todos necesitamos de todos. También de las estrellas, ya que sin ellas la Tierra no hubiese existido como tal, igual que nosotros sin nuestros padres. Gracias a los elementos químicos como el oxígeno, carbono, nitrógeno, cloro, sodio, oro, uranio, hierro, etc., que las estrellas liberan al espacio cuando expiran, se pudo formar nuestro planeta. Así es como, generación tras generación, han ido sembrando el espacio de elementos químicos que de otra forma no existirían; de ahí viene la expresión «somos polvo de estrellas».
Todos somos elementos químicos del universo. Si fuéramos al supermercado de la vida, ¿qué compraríamos para crear una persona? Las personas adultas estamos formadas por 43 kg de oxígeno, 16 kg de carbono, 7 kg de hidrógeno, 1,8 kg de nitrógeno, 1 kg de calcio, así como 0,8 kg de fósforo, 0,1 kg de potasio, 0,1 kg de azufre, 0,1 kg de sodio y 0,1 kg de cloro (además de otros elementos como magnesio, hierro, flúor, zinc, cilicio, rubidio, estroncio…).
Y esta es también la historia de nuestra vida. Desde que nacemos nos configuramos como personas, pero para poder llegar a ser luz y llegar al bienestar emocional, primero partimos del desconocimiento, de la oscuridad, del no saber, y es necesario ese tiempo de construcción propia a partir del conocimiento del ser humano. Como decía la letra de una canción de Mago de Oz: «Cuando oigas a un niño preguntar “por qué el sol viene y se va”, dile “porque en esta vida no hay luz sin oscuridad”».
Para pasar del desconocimiento al entendimiento del bienestar emocional debemos centrarnos brevemente en la formación de la vida, y para ello me he encontrado con varias teorías: que la materia orgánica pudo haber llegado desde el espacio, a través de algún meteorito, o que se generó a través de la misma Tierra por las células procariotas, que son unos organismos unicelulares sin núcleo. Las respuestas nos aportan seguridad y esta, a su vez, tranquilidad y bienestar emocional.
Como profesional especializado en ciencias, soy más de la creencia de la aparición de las células procariotas que, surgiendo de las moléculas generadas por la propia energía química de la Tierra, adoptaron la luz solar como fuente de energía, siguiendo los pasos de los planetas de la Vía Láctea. Millones de años más tarde, esas células trasmutaron a bacterias capaces de realizar la fotosíntesis, por lo que se empezó a consumir el CO2 de la atmósfera para liberar oxígeno; y, con ello, se formó la capa de ozono que absorbió gran parte de la radiación ultravioleta del Sol.
Así, los organismos unicelulares que llegaron a la superficie de la Tierra tuvieron mayores probabilidades de sobrevivir y poco a poco se fue desarrollando la vida y las especies: primero los dinosauros y, posteriormente, los mamíferos, y entre ellos, nuestros primeros antepasados: los primates.

Segundo cuento. La especie humana y su evolución

Hace 6 millones de años, un pequeño mono africano fue el primer ancestro de nuestra raza, así como de los bonobos y chimpancés. Esto nos indica que conocer a nuestros antepasados es también conocernos a nosotros mismos. Sus conductas, su manera de relacionarse también forma parte de nuestro ser y, por ese motivo, vamos a profundizar un poco más en ellos, en nosotros; pues, como dijo Galileo: «La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo».
¡Así que… allá vamos! Al analizar el genoma humano y su proceso evolutivo, se ha descubierto que el Homo sapiens comparte casi el 99% de sus genes con el chimpancé y el bonobo. Para mayor precisión, el genoma de cualquier individuo de nuestra especie tiene una diferencia únicamente del 1,24% con respecto al genoma de los chimpancés y un 1,62% con respecto al de los gorilas. Si hay tan poca diferencia entre nosotros y ellos, imaginaros la cantidad de pensamientos y sentimientos en común que tenemos entre nosotros mismos, los humanos. Eso nos indica que, al final, todos acabamos operando de maneras similares, exceptuando nuestras peculiaridades; por eso estoy convencido de que este camino que estás iniciando con esta lectura te ayudará personalmente.
El primer punto en común entre nosotros, a diferencia de nuestros parientes primates, es la bipedestación.
El clima variaba continuamente, no había casi árboles y nos teníamos que desplazar, para buscar comida y agua, por el suelo, con lo cual no veíamos lo que teníamos delante y éramos muy fácilmente devorados por las bestias. Tras muchos años de evolución, empezamos a caminar sobre las dos patas traseras.
Ya éramos plantígrados y nuestro cerebro iba creciendo y evolucionando. La adaptación de nuestra raza ante tales circunstancias hizo que fuéramos capaces de caminar erguidos. Esta evolución adaptativa tiene vital importancia para conocer por qué somos así en la actualidad.
En definitiva, todos pasamos por procesos de cambio, tal como lo han hecho nuestros ancestros y, a lo largo de nuestra vida, debemos adaptarnos a las dificultades que surjan para salir más fuertes. Ya lo decía Charles Darwin: «No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, tampoco es la más inteligente la que sobrevive: es la que se adapta mejor al cambio».

Tercer cuento. Nuevos orígenes en África

Los cambios son necesarios, y, citando otra vez a Darwin: «En la lucha por la supervivencia, el más fuerte gana a expensas de sus rivales debido a que logra adaptarse mejor a su entorno». Y eso fue lo que sucedió.
Los primeros homínidos bípedos fueron los australopitecos, de los que se conservan esqueletos muy completos, un ejemplo es el de la famosa Lucy. Su desaparición se ha atribuido a la crisis climática que hace unos 2,8 millones de años condujo a una desertificación de la sabana, con la consiguiente expansión de ecosistemas esteparios.
El Homo habilis, el antepasado más antiguo del género humano apareció hace aproximadamente 2,4 millones de años. Su desarrollo evolutivo se produjo gracias a la introducción de la carne en su dieta, lo que provocó un aumento del cerebro y de sus capacidades cognitivas al incorporar una mayor cantidad de micronutrientes en su alimentación. Finalmente, desaparecieron hace 1,6 millones de años, dando paso al Homo erectus.
El Homo erectus fue el primer tipo de homínido capaz de manipular y trabajar con el fuego. De esta manera, pudieron batallar contra el frío y alimentarse de animales después de cocinarlos. Por lo tanto, su ingesta de carne era muy elevada, lo que generó modificaciones en las mandíbulas y en el cráneo. Más tarde, aparecieron el Homo Neanderthal y el Homo sapiens, que coexistieron hace unos 230.000 años.
Como se puede observar, los cambios son constantes y el acto de sobrevivir viene impregnado en nuestro ADN; por eso tengo la certeza de que cualquier ser humano es capaz de adaptarse a los estragos de la vida y superarlos. Para comprobarlo, solo tienes que echar la vista atrás, tanto hacia la historia universal como a tu vida personal. No eres la misma persona que hace unos años y no lo serás dentro de un tiempo. Evolucionamos.

Los instintos de la evolución

Esta breve introducción histórica me permite destacar la idea de que toda la evolución se debe a los instintos naturales que nos han permitido competir con la crudeza de la selección natural. Esos instintos, acumulados durante millones de años, se instalaron en nuestro cerebro como naturales: la supervivencia del ser (miedo), la supervivencia de la especie (reproducción), la jerarquía (poder y sumisión), la territorialidad (propiedad), las relaciones sociales, la ira, el éxito, la sorpresa, el asco, la tristeza y la alegría. Hace tan solo unos pocos miles de años que hemos empezado a disponer de más tiempo, para dedicarlo no solo a la supervivencia, sino también a la organización de pequeños grupos, es decir, a la convivencia humana.
En consecuencia, nuestro cerebro empezó a crecer gracias a una mejor alimentación y a nuevas emociones sociales que surgían de las relaciones entre los clanes, y es probable que de esta manera naciera el sentimiento de colaboración.
Partiendo de esta idea, evolucionemos; así que utiliza este libro como herramienta para llegar a tu bienestar emociona...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. 1. Una historia personal
  7. 2. Nuestro origen. La evolución de la especie
  8. 3. Conozcamos nuestro cerebro
  9. 4. Emociones y sentimientos
  10. 5. Hormonas del placer y la felicidad
  11. 6. El bienestar emocional
  12. 7. La psicología
  13. 8. El estrés. La mayor enfermedad de este siglo
  14. 9. La depresión
  15. 10. La tristeza
  16. 11. Reír y llorar
  17. 12. El duelo
  18. 13. La música y las emociones
  19. 14. Hábitos saludables
  20. 15. El camino hacia la felicidad
  21. 16. Técnicas de relajación
  22. Agradecimientos
  23. Bibliografía
  24. Notas
  25. Contracubierta