
- 136 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Antes que ser papel y tinta, el cuento ha sido viento, viento que sale de una boca y se dispersa en el aire de una habitación, de un corredor en una tarde calurosa, de una noche oscura iluminada por una ancestral fogata, de un tejabán de rancho en una jornada lluviosa, hasta encontrar un par de oídos, cuatro, o muchos, atentos a la madeja que se va poco a poco deshilando en el relato de un narrador. Así va el cuento, de boca en oreja, de boca en boca, por los siglos, hasta que alguien lo captura como a una mariposa, le extiende amorosamente las alas y lo clava con un alfiler sobre una hoja de papel, para guardarlo por sabe cuánto tiempo, hasta que unos ojos curiosos lo descubren y lo vuelven nuevamente viento, en busca de oídos atentos para perpetuar al cuento de nunca acabar.
Nos cuenta Margit Frenk que la primera característica del castellano escrito fue precisamente su oralidad. Una lengua cuyo escribano iba recitando en silencio, o en voz alta, cada una de las palabras que iba fijando con la pluma sobre el rústico papel. Y esos textos primarios cobraban vida cuando alguien más los recitaba en voz alta para las grandes mayorías que no podían, no sabían leer ni escribir. Ésa es la primera magia que aparece en cuanto uno comienza a leer los breves y sabrosos cuentos de Pancho Madrigal, tan breves y sabrosos como las propias guasanas. Desde las primeras palabras que atrapan los ojos, uno comienza a escuchar la voz de Pancho adentro de la cabeza, como narrando al oído aquellas increíbles fábulas y contrafábulas de toda suerte de animalillos. Uno comienza a reírse sólo y termina con una gran carcajada que cualquiera diría: "a este loco ¿qué le pasa?", y le parece que desde el fondo de la página nuestro autor se sonríe con ese gesto socarrón con que agacha la cabeza sobre la guitarra cuando narra-canta sus corridos pendencieros.
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Información
La charanga

Al grillito don Erudito Estupefato se le chafó la chimostreta de hacer “chir-chir”. Y, como grillo que no da lata no es grillo que se respete, se fue a buscar a su compadre, don Epitafio Cuerente, grillo q con fama de ser buen práptico, a ver si le quería carpintiar una espiroqueta del seis y medio, que era la que se ocupaba pa machimbrar con el colofón y poder desincordiar la sordina fiscal del istrumento. Se encontró al compadre en la cocina de la casa onde trabajaba de grillo dando guerra toda la noche. Aistaba el compadre, debajo de una mesa, calentándose las patas en la brasa de un cigarro que acababan de tirar y cuidando unas gotitas de pulque que bían caido allí, pa que no se las fueran a chupar las moscas.
Llega Erudito, le trata su asunto, y el otro le contesta:
—Sí, sí se la hago, compa. Nomás que orita no tengo serrucho, lo tengo emprestado, y no puedo ir por él porque toy muy ocupado espantando estas moscas que me quieren ganar con el pulque. Pero si usté va por él, sí se la hago…À
—Tá bueno —dijo Erudito—, yo voy, pues. Nomás me dice usté ónde es.
—Ai nomás, saliendo un poquito pal corral, en un tronco güeco de mezquite, hay una tepocatera; pregunte por el tepocate don Fidedino Sincopado y le dice que, por señas de que la tepocata, su señora, tuvo ayer tepocatitos, lo mando yo a usté por mi serrucho.
Pos ai te va, pues, el buen Erudito, pegando brincos pa llegar más pronto. Y sin nortiarse ni atarugarse, direptamente llegó a la tepocatera.
—¿Nostá don Fidedino? —preguntó.
—¿Qué Fidedino? —le contestaron.
—Don Fidedino Sincopado —dijo.
—Nostá —le dijo una tepocata vecina metiche—. Anda por allá, en el zacatal, . cuidando una manadita de chapulines que tiene.
—¿Y la esposa, nostará? —preguntó el grillo.
—Tanpoco está —dijo la metiche—. Se jue a vesitar a su mamá, que vive por allá, pa la cerca caida; fue enseñarle los ciento catorce tepocatitos que acaba de tener. Dejaron su abujero solo.
Ai va el grillito, brincando otra vez, rumbo al zacatal a buscar al tal Fidedino Sincopado pa que le entregara el serrucho. Llegando allá, empezó a gritar:
—¡Ooopa!
Por allá lejos, le contestaron:
—¡Ooopa!
—¡Quién anda! —gritó el grillo.
—¡El chapulinero! —le contestaron.
—¡¿Don Fidedino?!
—¡No, el Epopeyo! Así me llamo. Don Fidedino me dejó cuidando sus chapulines mientras él iba al quelital a cortar una horqueta pa hacer una resortera.
—¿Pa qué rumbo le dio? —preguntó.
—Allá, pa lo más tupido.
—¡Pos pallá voy! —dijo el grillo,Q y pallá se fue.
Al rato de andar buscando, oyó que alguien andaba cantando a grito pelado entre una quelitera.
—¡Don Fidedinoooo! —grilló el grito… (gritó el grillo, que diga).
—No soy don Fidedino —le contestaron—. Soy Simultanio Ramírez, un pinacatito, y aquí me dejó don Fidedino como señal de que aquí hay una buena horqueta, mírela. Él se fue a trair su serrucho pa cortarla.
—¿Y a ónde fue, a su casa? —preguntó el preguntón del Erudito, ya nomás por preguntar.
—Sí, pos allá es onde tiene su serrucho —le contestaron.
“Mejor aquí lo espero”, pensó Erudito, y se metió debajo de un quelite pa tener sombrita. Sin saber ni aquioras, se quedó dormido, y ¡ándale!, que cuando despertó ya sestaba metiendo el sol. 1 Se levantó corriendo pa onde estaba el pinacatito, pero ya no estaban ni el pinacatito ni la horqueta. Ya la habían cortado. Salió corriendo, todo espavorido, pa onde estaba Epopeyo el chapulinero. Al llegar al zacatal se puso a gritar:
—¡Ooopa, Epopeyo! ¡Ooopa, chapulinero!
De abajo de una cáscara de naranja, le contestaron:
—Ya no soy chapulinero. Ya vino don Fidedino a llevarse sus chapulines pa encerrarlos. Ora soy talabartero y estoy haciendo unas chaparreras de pellejo de garrapata pa vendérselas a algún tarugo; ¿no me las compra? —dijo Epopeyo.
Y ai te va otra vez el grillo, a la carrera, a buscar a don Fidedino en la tepocatera. Al llegar, ai andaba la misma metiche, barriendo, y le dijo:
—¿Todavía anda buscando a don Fidedino? ¡Ah, qué usté, tan atarugao! ¡Ya van como tres veces que don Fidedino viene y se va! Ora dizque fue a entriegar un serrucho que le emprestaron. Si quiere espérelo. Yo crioque no se tarda.
—¿Y a é...
Índice
- Las guasanas de Pancho Madrigal
- Preámbulo
- La chicharra y el hormigo
- La liebre y la tortuga
- La naturaleza del sapo
- El coyote y el cuervo
- La zorrita y las uvas
- La hormiguita del Ratón Pérez
- Bellezas asoliadas
- Guayabas marcianas
- Sapo tilapio
- Hormigas gandallas
- Pinacates pasiando
- Catarinita aprendiendo a volar
- Chuchos insurreptos
- Círculo felónico
- Sapos trovan a luna
- La cucaraña caida
- El güey güeisiado
- La charanga
- La cantinita gratis
- Las moscas autoviudas
- El sustazo en ayunas
- Cuartel vacío
- Amenaza de ingestión
- Cucaraña viajando gratis
- Raniza escandalosa
- Zanatito apasionao
- El Rey del Mundo
- El jejencito jumiado
- Misterioso alumbramiento
- Prevocativos matices
- Arañas pelionas
- Morrongo enchamucado
- Fieras brincantes
- El gato y la airiomosca
- Dos grillitos
- El chucho embustero
- La mosca culpable
- Ardilla cantaplutiada
- Cucaraña trasnochada
- El carpintero y el chijuijo
- Cucarachas abusantes
- Cochinilla confuscada