Víctor Hugo Valencia Giraldo
Profesor – Pontificia Universidad Javeriana Cali
Entender los conflictos juveniles9 que caracterizan más notoriamente a los jóvenes de clase media en las ciudades latinoamericanas ha significado un reto para buena parte de la teoría social existente. Por eso, abordar dichos conflictos desde las narraciones que los mismos jóvenes han producido como testimonio de sus encuentros/desencuentros sociales, de sus luchas inter e intraclase por “ganarse un lugar” o por hacerse un nombre, de sus hábitos y rituales relacionados con el consumo de productos culturales de lo popular/masivo; es en sí novedoso y arriesgado. De ahí que se quiera en este escrito asumir la novedad y el riesgo de reflexionar en torno a dichos conflictos vividos por los jóvenes de la generación que sirvió de bisagra entre lo que Carlón (2015) llamó el paso de una sociedad mediática, a una en vías de mediatización. El testimonio aquí recuperado es del escritor caleño Andrés Caicedo Estela (1951-1977), y la narración a la que se acude es la encontrada en su emblemática novela Qué viva la música.
Las convenciones de los estudios latinoamericanos sobre el conflicto juvenil
A partir de un renovado interés por los estudios sobre la juventud (años ‘60s), se han comenzado a afinar las teorías y campos de interpretación que subcategorizan aspectos de los jóvenes reconocibles o no, materiales o inmateriales, objetivables o subjetivables: algunas clasificaciones teóricas como las de Margulis y Urresti (1998) han contribuido al debate sobre la construcción social de la condición de juventud, desde una perspectiva analítico-cultural que permite rastrear las características relacionadas con dicha condición: la moratoria social, la generación, la juvenilidad y juvenilización, el género, entre otras categorías que medían entre lo meramente biológico y lo propiamente cultural-social. Otros autores como Feixa (1999) y Muñoz y Muñoz (2008), hacen un acercamiento teórico–reconstructivo a los llamados estudios culturales, resaltando sus aportes para la comprensión, en el contexto de las ciencias sociales, de las juventudes como formas de vida que operan y se legitiman en la cotidianidad. Siendo Feixa un antropólogo, realiza etnografías que validan sus disquisiciones en relación con las tensiones propias de los jóvenes que habitan grandes centros urbanos (como Barcelona y Ciudad de México), y que confrontan la cultura hegemónica (parental y vecinal, así como la cultura dominante institucional), a través de sus pertenencias a grupos juveniles a veces llamados bandas o tribus (siguiendo a Maffesoli, 1990; el primero en advertir acerca del tribalismo moderno). Muñoz (2009), alumno aventajado de Feixa, propone estudios de naturaleza “indisciplinada” (por fuera de las disciplinas), lo que lo lleva a reflexionar sobre los jóvenes en tanto ciudadanos –lo que llama “ciudadanías juveniles”-, o prosumidores adscritos a la cultura On-line, ahora integrados más en ciberculturas, antes que en meras culturas juveniles que refieren a una territorialidad, unas geografías y unas historias comunes.
Hay también textos teóricos que presentan resultados de investigación de autores latinoamericanos como Reguillo (2000), que habla de un “desencanto” juvenil proveniente de una “crisis de sentido” que conduce a los y las jóvenes a elaborar sus mediaciones para la construcción de sus identidades culturales a través del estilo o la estética (elementos casi todos estos materiales, pero con significados simbólicos); o como los de Cerbino (2001 y 2006), quien arguye que los vínculos entre jóvenes permiten inferir la construcción de “comunidades emocionales” que hacen de las culturas juveniles una especie de familia avenida a códigos de comportamiento interno y externo, y que encuentran en la música y el tiempo libre algunos enclaves desde donde construir las nuevas subjetividades juveniles. Algo loable en el autor es su autocrítica del conocimiento alcanzado hasta la actualidad sobre los jóvenes, pues dice que este ha sido más un efecto de las interpretaciones de las comunidades de investigadores, que un reflejo de las realidades juveniles, por lo que propone estudiar a los jóvenes desde la complejidad, antes que desde las categorías empleadas tradicionalmente para su estudio10.
En este afán por comprender, antes que por explicar a los jóvenes de hoy, aparecen otros trabajos de estudiosos que deciden trabajar el sintagma juventudmasculinidad (Alabarces y Garriga-Zucal, 2008); unas veces desde los usos y representaciones corporales de los integrantes de “hinchadas” del fútbol, analizando la articulación que los hinchas realizan entre ideales de cuerpo, modelos masculinos y prácticas de enfrentamiento corporal; otras (Míguez, 2010), desde la incidencia de la droga (microtráfico, principalmente) en la delincuencia juvenil que asola a todo el subcontinente y que tiene distintos matices que funcionan unas veces como variables diferenciadoras del fenómeno (dependiente del contexto), y otras como constantes emparentadoras que permiten identificar valores comunes, estilos de vida, o códigos de honor; y que terminan en propuestas bien intencionadas de políticas o programas de resocialización juvenil, como salidas al creciente problema del protagonismo de los jóvenes en actos delictivos, ya sea en situación de víctima o de victimario.
Los distintos cambios de naturaleza social, educativa, cultural, económica y hasta política que han venido sucediendo en las últimas décadas en el contexto nacional y continental, motivan la –cada vez mayor- aparición en Colombia y en Cali de estudios sobre jóvenes de y en la ciudad. Las problemáticas investigativas abordadas en la última década intentaban desde comprender las prácticas y sentidos de la vida universitaria de los jóvenes integrados (Patiño, 2009), hasta confrontar la generalizada idea –inspirada en los análisis provenientes de la “epidemiología de la violencia” que ha gobernado las políticas públicas de juventud en Cali en las últimas décadas– que los jóvenes son sujetos peligrosos y generadores de desorden social (Sánchez y González, 2006). Dichos estudios -la mayoría- han tenido como pretensión posibilitar comprensiones acerca del joven histórico en la ciudad, y algunos de ellos afirmaban tener en cuenta las implicaciones ontológicas y epistemológicas que están en juego cuando se investiga este tipo de subjetividades contemporáneas, con base en el paradigma social construccionista (Patiño, 2009). Lo cierto es que lo disciplinar ha seguido primando en las interpretaciones sobre los distintos fenómenos estudiados en Cali, en los que la juventud es la protagonista: los sociólogos recurren a las cifras para hacer sus “sociologías espontáneas” (Muñoz, 2009); los antropólogos a las entrevistas y observaciones de grupos juveniles, cayendo comúnmente en “etnografías fáciles” de las edades o de las sociedades complejas (Feixa, sf); los psicólogos hacen sus estudios cuali/cuanti para llegar casi siempre a la misma falacia: el problema es la pérdida de instituciones fuertes de socialización juvenil (Tobar y Ordoñez, 2004), lo que genera la aparición de distintas violencias (desde el matoneo, hasta la violencia social) como forma de tramitación de los conflictos juveniles. Todas esas formas de fast-thinking son el común denominador de las investigaciones que tienen en su título la palabra “juventud”, “joven”, “adolescente”, y otras relacionadas; por lo menos en lo que a Cali se refiere.
Pero si se toma el conflicto juvenil como una manifestación más del conflicto social, se hace fundamental el trabajo de Coser (1969), quien –siguiendo muy de cerca a la Escuela de Chicago, y concretamente a G. Simmel– formula una serie de proposiciones que aplicarían, casi todas, a las motivaciones explícitas e implícitas para la existencia y pervivencia de una conflictividad juvenil histórica en la metrópoli moderna. Ya advertía Coser que las miradas sociológicas sobre el conflicto –como una de las pocas formas básicas de la interacción humana y de la organización social- pueden ser hechas desde puntos de vista reformadores o de ajuste: mientras que los primeros giran en torno a la dinámica social, los segundos –agrega Coser (1969)– basan su atención en la estática social. De esta manera, la mayoría de los programas y políticas estatales dirigidas a enfrentar el conflicto social, han basado su accionar y sus propósitos en los desajustes y tensiones que interfieren con la coincidencia de opiniones (consenso), ocupándose entonces del “ajuste” de los individuos –jóvenes, en este caso– a las estructuras e institucionalidades societales vigentes.
Por tanto, la tendencia dominante de la sociología norteamericana –cuya orientación se impone en el subcontinente latinoamericano– considera que lo psicológico implica lo estructural, por lo que el mal funcionamiento individual acarrea los problemas asociados a los conflictos sociales; desviando así la mirada del análisis del conflicto por los estudios sobre la esquiva cohesión social, frente a la cada vez más amenazadora anomia, que se ha tomado las desiguales y desintegradas ciudades latinoamericanas.
Los discursos sobre el conflicto presentes en la narrativa de Andrés Caicedo y la clave testimonial de su libro Qué viva la música11
En la actualidad resulta común afirmar que el estilo literario de Caicedo se caracteriza por el uso de la intertextualidad musical (Bohórquez, 2016; Echavarría, 2016), lo que refleja el goce y disfrute que expresa el personaje de la Mona por los ritmos musicales como la salsa, el bolero antillano y el rock, principalmente (Restrepo, 1995; Vázquez, 2013); también se ha estudiado el uso recurrente que dicho personaje hace de las hablas comunes y las variedades dialectales propias de la juventud y de la región (Sánchez y Uribe 2015); así como las descripciones de sus recorridos por lugares emblemáticos de una –aún- pequeña Cali (Carvajal, 1998; Quintero, 2012) que comenzaba su proceso de modernización.
Lo que no se ha rastreado tan fácilmente en los estudios sobre la narrativa testimonial caicediana, es que su producción literaria estuvo fuertemente influenciada por acontecimientos históricos claramente rastreables: los VI Juegos Panamericanos que tuvieron a Cali como sede, el Movimiento Estudiantil Colombiano (y su influencia en la educación pública media y profesional), la instauración del modelo económico de sustitución de importaciones que tomó a la ciudad como uno de sus focos de desarrollo, entre otros hitos de gran importancia para la ciudad y el país.
Tampoco se advierte muy frecuentemente cómo Qué Viva la Música, después de varias décadas de haber sido dada a conocer, conserva vigencia en lo que respecta a sus referentes estéticos e ideológicos entre distintos grupos de jóvenes integrados de la ciudad12. Al ser dicha obra un retrato de época autorreferente que recoge con cierto detalle el encuentro -no necesariamente armónico- entre clases establecidas y marginadas en un periodo de modernización y desarrollo de Cali, es necesario pasar de las interpretaciones estético/artísticas a las sociohistóricas13, que son las que pueden ayudar a rearmar las complejidades del conflicto que se avecinaba sobre los jovencitos integrados de la pequeña urbe setentera.
Por eso, se planteó en este trabajo abordar el libro de Caicedo Estela desde las posibilidades que brinda la sociosemiótica (o Teoría de la Discursividad Social, en adelante TDS, de E. Verón), pues, a través de esta perspectiva teórica es posible estudiar el conflicto juvenil en Cali tomando como soportes artísticos/documentales las obras de la literatura: dichas piezas son entendidas por la TDS como discursos portadores de materias significantes, que posibilitan reconstruir el sistema productivo (las condiciones de producción), según Verón (1999) que los engendró, partiendo de las huellas dejadas por el autor en sus textos; siendo también probable –al analizar los ámbitos desde los que son reconocidos dichos discursos con interés comparativo– comprender cómo se asume hoy el conflicto entre jóvenes de clase media en Cali14. Estos asuntos serán explorados en futuros trabajos.
Para comenzar, se debe partir de la proposición de que en la narrativa de Andrés Caicedo se vislumbraba el conflicto juvenil que hoy vive Cali, una de las ciudades más crueles con los jóvenes en el país y el mundo… fenómenos como el consumo de narcóticos entre jovencitos (y las nacientes estructuras del narco y microtráfico), conformación d...