Argumentando se entiende la gente
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Argumentando se entiende la gente

Michael A. Gilbert, Fernando Miguel Leal Carretero

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  1. 160 páginas
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Argumentando se entiende la gente

Michael A. Gilbert, Fernando Miguel Leal Carretero

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Este libro del profesor Michael Gilbert, prestigiado teórico canadiense de la argumentación, fue escrito con un lenguaje sencillo y directo en el original, y yo he tratado de duplicar, no siempre quizá con éxito, estas cualidades en la traducción al español que el lector tiene en sus manos. Con todo, no está de menos advertir sobre algunos puntos que podrían causar algún alzamiento de cejas.

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Información

Año
2020
ISBN
9786077428831
Edición
1
Categoría
Filología
Categoría
Retórica
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Argumentando_Parte1

1.1 Acerca de los argumentos

Un problema interesante en teoría de la argumentación tiene que ver con las palabras mismas que usamos para referirnos a los diversos fenómenos que queremos estudiar. En inglés la palabra más usada es argument, la cual puede a veces traducirse por “argumento”, pero a veces significa más bien “discusión” e incluso “pleito”. Eso ha llevado a que los teóricos de habla inglesa hagan distinciones que no siempre es fácil reproducir en nuestra lengua (o en las demás lenguas europeas). Nótese, para empezar, que cuando hablamos de “argumento” en español nos referimos a una cosa, un objeto, o mejor dicho un producto, justamente el producto de la acción de argumentar, o lo que resulta de esta acción. En cambio, cuando hablamos de “discusión”, ya no se diga “pleito”, nos referimos más bien a una interacción, un intercambio dinámico entre dos o más personas, o mejor dicho un proceso. Nótese también que la palabra “argumentación” en español tiene una ambigüedad parecida a la de la palabra argument en inglés, en el sentido de que puede designar tanto el producto de una acción como también esta acción misma. Pero aún en este caso, la palabra “argumentación” nunca tiene en español el significado de “pleito”, que sí puede tener en inglés.
Ahora bien, si lo que tienes es un producto, lo que normalmente llamamos un argumento, entonces te será posible tratarlo como un objeto que puedes examinar y dividir en partes; es un objeto que típicamente tendrá componentes tales como las razones (o premisas) y el punto de vista (o conclusión). En este sentido, un argumento es un artefacto, algo que puede usarse en diferentes circunstancias y con personas diferentes.
Son muchos los ejemplos de argumentos en el sentido de productos. Algunos de ellos son muy conocidos, como el primero de los siguientes, que es tal vez el argumento más famoso de todos los tiempos:

[1] Los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego, Sócrates es mortal.
[2] —¿Quieres pescado para la cena de esta noche?
—No. Ya comimos pescado anoche y no quiero lo mismo dos noches seguidas.
[3] —No tomes el Periférico. A esta hora del día está realmente repleto y te tomará muchísimo tiempo.

Cada uno de estos ejemplos es un producto fácilmente identificable. Puedes ver que un argumento en este sentido no tiene por qué ser algo tieso y formal, como [1]. Los productos a menudo están incompletos, lo cual constituye una forma de argumentar que solemos llamar un entimema, que es el nombre pedante para un argumento al que le falta una premisa o la conclusión. Así, el ejemplo [2] podría haberse hecho igualmente sin explicitar la conclusión:

[2a] —¿Quieres pescado para la cena de esta noche?
—Ya comimos eso anoche.

En [2a] el punto de vista se deja implícito, algo que ocurre con muchos argumentos. Así pues, uno de los usos del término argument en inglés, y el único que tiene “argumento” en español, es para designar un conjunto formado por las razones y por la conclusión, sean o no explícitas.

Cuando en inglés decimos the argument (“el argumento X”) o that’s a strong argument (“ese es un argumento fuerte”) o that argument won’t stand up to scrutiny (“si examinamos con cuidado este argumento, veremos que no se sostiene”), es probable que estemos hablando de productos; pero a veces decimos cosas como they had a good argument (“tuvieron una buena discusión”) o Carol and Juan had a really bad argument last night (“Carol y Juan tuvieron un pleito horrible anoche”). Nótese que la expresión inglesa en este caso es to have an argument, “tener una discusión” o incluso “tener un pleito”. En este sentido, claramente lo que tenemos es un proceso. Se trata de un proceso que tiene lugar entre personas que están envueltas en un desacuerdo. Esta distinción anglosajona entre argument como producto y argument como proceso fue introducida por el teórico de la comunicación Joseph Wenzel (1979) y más adelante examinaremos sus ideas con cuidado y las usaremos constantemente.
Daniel O’Keefe (1977) introdujo, de nuevo para sus lectores anglosajones, una manera útil de indicar esta diferencia en los dos usos de la palabra inglesa argument utilizando números: un argument1 es un producto, mientras que un argument2 es un proceso. Un argument2 (en español, una discusión) casi seguramente contendrá varios arguments1 (es decir, varios argumentos) como objetos: las personas que se involucran en el proceso de argumentar ofrecen argumentos una a la otra. Así pues, una persona ofrece un argument1 (en español, un argumento) y dos personas tienen un argument2 (en español, una discusión). La notación de O’Keefe es en realidad muy simple: argument1 una persona, argument2 dos personas.
Esta distinción es importante en inglés porque ayuda a evitar la confusión cuando se discute en esa lengua la naturaleza de los arguments. Un argument1, por ejemplo, es decir, un argumento, contiene típicamente una o dos razones que concluyen en un punto de vista particular. Un argument2, por otro lado, es decir, una discusión, puede implicar muchos puntos de vista y muchas razones, y puede estar o no enfocado en un solo punto de vista principal. Por eso, en la edición inglesa de este libro la palabra argument se usa normalmente en el sentido de argument2, ya que el objeto primordial de estudio son las discusiones reales entre personas reales; y sólo se aplica la notación de O’Keefe cuando el contexto lo requiere. En esta versión hispana hablaremos de “discusión” o de “argumentación” para traducir este término argument2 y emplearemos la palabra “argumento” cuando se trate de argument1.

Wenzel, por su parte, sostiene que debemos distinguir tres perspectivas diferentes. Si lo que hacemos es aplicar la lógica a ciertos objetos producto de una argumentación, entonces hablamos de argumentos (argument1 de O’Keefe). Aquí los argumentos son objetos que pueden ser inspeccionados para ver hasta dónde siguen reglas lógicas y cómo sus partes se conectan entre sí.
Por otro lado, Wenzel señala que hay una segunda perspectiva: la de actos de comunicación que siguen ciertos procedimientos, que se adhieren a un conjunto de reglas diseñadas para asegurar que la discusión discurra suavemente y con equidad. Esto, dice Wenzel, es el dominio de la dialéctica. La dialéctica es el estudio de las argumentaciones (arguments2) cuyo fin es encontrar la verdad o al menos la mejor respuesta posible. Como tal, sigue reglas y procedimientos diseñados para alcanzar resultados que nos acerquen a la verdad lo más que se pueda. Las discusiones y argumentaciones dialécticas son cuidadosas, precisas y controladas. A diferencia de la lógica, que se enfoca en la estructura de los argumentos (arguments1) individuales y los examina con relación a propiedades lógicas específicas, la dialéctica contempla las discusiones y argumentaciones tal como ellas tienen lugar entre las personas. Las partes de una discusión escuchan cada argumento que se les propone, se turnan para hablar y responden a lo que se ha dicho antes. Tenemos aquí el tipo de argumentaciones que nos ofrecen los maestros de cursos de Pensamiento Crítico como los mejores ejemplos y los modelos a imitar. Lamentablemente, el problema es que no ocurren en realidad con tanta frecuencia.
La última perspectiva que Wenzel introduce es la del proceso. Este es el aspecto de la argumentación que cubre cosas tales como escoger las palabras, el modo de presentar los argumentos y el orden, el cuándo y el dónde del uso de argumentos, y en fin, todos los aspectos incluyendo el tono de voz. A la perspectiva del proceso se le ha llamado tradicionalmente retórica. Aunque la retórica ha adquirido a lo largo de los años una muy mala reputación, dentro de la teoría de la argumentación se la está repensando y rehabilitando. Durante los últimos cincuenta años, los investigadores han venido re-examinando el papel de la retórica y muchos han ido encontrando que la mala reputación
es inmerecida.
Mucha de esta labor ha sido estimulada por uno de los abuelos clave de la moderna teoría de la argumentación, Chaïm Perelman. Su obra clásica fue escrita junto con la investigadora Lucie Olbrechts-Tyteca, pero Perelman la continuó luego con muy importantes escritos que elaboró por su cuenta. La obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca —La nueva retórica o Tratado de la argumentación, publicada en francés en 1958, traducida al inglés en 1969, al español en 1989, al italiano en 2001 y al alemán en 2004— contribuyó a crear una nueva actitud hacia la retórica. Sus autores argumentaron que toda argumentación implica retórica, y que no importa cuán cuidadosos seamos, es imposible evitar hacer elecciones retóricas a la hora de argumentar. Argumentaron también que la verdad no es manifiesta, es decir que nunca podemos estar seguros de tener la verdad. A los retóricos les preocupa la verdad, pero no creen que sepamos de cierto nunca que la tenemos. De esa manera, a la hora de tomar decisiones, resolver disputas, zanjar diferencias de valores y llegar a las mejores conjeturas posibles, lo único que tenemos son argumentaciones. Algunos investigadores rechazan esa actitud ante la verdad, pero otros, incluido el autor de este libro, la hacen suya.
Toda argumentación, y de hecho toda comunicación, implica retórica porque siempre tenemos que escoger las palabras, el tono, etcétera. Por ejemplo, Male quiere ir a ver la más reciente comedia romántica y le expresa a Edu su deseo. Edu responde:
—Claro, es una gran idea...

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