Políticas de lo sensible
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Políticas de lo sensible

Líneas románticas y crítica cultural

Alberto Santamaría

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Políticas de lo sensible

Líneas románticas y crítica cultural

Alberto Santamaría

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La cultura no es una fina piel que podamos separar, cuando mejor nos convenga, de nuestras actividades económicas y políticas cotidianas. Muy al contrario, su núcleo es móvil, inaprehensible y siempre permanece teñido por las transformaciones sociales que se dan a su alrededor y de las que depende tanto su fuerza como su existencia. Ahora bien, sería también un grueso error reducir toda cultura a una simple expresión refleja de la vida económica y política, como si la vida cultural fuera un triste muñeco manipulado al estilo de la ventriloquía. El activismo cultural neoliberal y el marxismo más ortopédico se han manejado, en ocasiones astutamente, en estos espacios de desconexión y vaciamiento de lo cultural. Este libro contiene múltiples historias que parten de esta hipótesis de trabajo, de este horizonte. Tomando como eje las herramientas del romanticismo y el empuje de la crítica cultural, se analizan aquí diversos casos: desde el corazón nihilista y romántico del postpunk en Manchester hasta la perspectiva cultural inserta en el corazón del proyecto hayekiano, pasando por el nacimiento del espectador moderno, por el pensamiento de María Zambrano o la poesía de Alejandra Pizarnik. Entre las historias de este libro hallamos un análisis de la relación de Marx con la poesía o la idea de este respecto a la revolución en España. Un libro de análisis crítico de la cultura contemporánea cuya finalidad sería la de tratar, desde estas múltiples historias, de abrir grietas -aunque sean pequeñas- en el apelmazado modelo cultural en el que nos movemos.

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Información

Año
2020
ISBN
9788446050179
La vida interior de las imágenes
Dos casos
LA RAÍZ OLVIDADA. UNA PROPUESTA DE LECTURA
¿Cómo se construye el espectador moderno? Expuesta así esta pregunta, parece, a primera vista, inaccesible en la medida en que eso llamado espectador no se construye de un modo simple o desde una única perspectiva. De hecho, la idea misma de espectador moderno no es más que una abstracción, útil en ocasiones, meramente simplificadora en otras. Sin embargo, la pregunta retorna de un modo recurrente. ¿Cómo se construye el espectador moderno si es que alguna vez ha sido construido en cuanto tal? Demos un rodeo. Dar un rodeo es, tal vez, la forma idónea de hacer tiempo y, al mismo tiempo, puede ser el medio adecuado para comprender que existen múltiples maneras de acceder al centro, si es que este existe. Dar un rodeo tiene entonces algo de método. Comencemos por ahí, dando un rodeo. Y para iniciar este rodeo –que en realidad puede entenderse también como una arqueología– quisiera tomar como eje protagonista a un personaje ciertamente oscuro y disruptivo; un inquietante lector de imágenes. Un personaje en realidad, tal vez, poco atractivo históricamente, pero de quien se nutren (consciente o inconscientemente) algunas lecturas actuales sobre la imagen. Uno de sus biógrafos –quizá el único que haya tenido– definió a este personaje, desde el cual quiero partir, como un «espléndido autócrata victoriano»[1]. Este militar y coleccionista fue, sin embargo, el creador en el siglo XIX de una fórmula o etiqueta altamente interesante que quizá nos suene: biología de las imágenes o biología del ornamento. Me estoy refiriendo al general Augustus Henry Lane Fox Pitt Rivers, más conocido como el general Pitt Rivers, cuya influencia ha llegado a extenderse, a modo de hilo invisible e inapreciable, es cierto, por algunos de los principales teóricos y antropólogos de la imagen del siglo XX y del XXI. Pero, ¿por qué arrancar partiendo de este oscuro personaje? Pues sencillamente porque, recurriendo a su particular manera de entender las imágenes y las formas, así como a su sistema de clasificación, es posible adentrarse con mayor solvencia, quizá, en esas dos formas afectivas marcadamente bipolares que serán las protagonistas de este texto: la risa y el ensimismamiento. Los actores principales serán otros, pero Pitt Rivers será su raíz.
Planteemos las preguntas. ¿Cuáles son las ideas que vertebran el pensamiento del general Pitt Rivers? Y, sobre todo, ¿cuáles de esas ideas nos interesan ahora especialmente? Quien haya visitado el museo que lleva su nombre en Oxford pronto entenderá a dónde quiero llegar. El Pitt Rivers Museum es un museo que, por un lado, posee una de las mayores colecciones de imágenes y objetos rituales del mundo, pero, por otro, nos sorprende no sólo por la colección en sí (que, por supuesto, es fascinante), sino, más allá de eso, por el sistema de clasificación a través del cual se disponen las formas. Ahí está la clave: en su extraño y aparentemente delirante orden del discurso.
Rivers diseña un museo (Fig. 1), hacia los años setenta del siglo XIX, cuyo discurso no se funda en toscas formas disciplinarias ni se basa en un sistema clasificatorio histórico o cronológico o diseñado en función de tradiciones territoriales. En su lugar se propone algo más sencillo en apariencia: un museo de las formas y los usos (Figs. 2 y 3). Es, por tanto, a primera vista, un museo de la evolución de las formas. Ahora bien, si indagamos un poco, enseguida comprobamos que el objetivo (al menos inicialmente) era mucho más complejo. Se trataba de crear un museo en el que a través de las formas se lograse visibilizar las transformaciones dadas históricamente en las maneras de pensar, de sentir y de ver. Un museo –quizá pueda leerse así– que pretendía no sólo hablar de sus piezas sino hacer hablar a esas piezas. Y estas hablarían precisamente de sus observadores, de sus pensamientos y formas de ver y de sentir a lo largo de la historia. Algo así como si las imágenes y formas retuviesen en su interior algo de las miradas del pasado. Esta era la idea revolucionaria (atractiva y delirante) del general y que dejó escrita en un texto clave y bastante confuso titulado «Principios de clasificación», de 1874. Este texto, como ha investigado Carlo Severi, fue ampliamente conocido por los antropólogos de la época hasta llegar al conocimiento de historiadores del arte como Aby Warburg, por ejemplo. Pero aclaremos su posición. No se propone Pitt Rivers hacer historia en un sentido tradicional, ni mucho menos defender una postura meramente esteticista, sino que su objetivo será indagar en la relación inestable y problemática entre imágenes y pensamientos. O, dicho en otros términos, cómo las imágenes esconden en sus pliegues simbólicos recuerdos que se van transmitiendo a través de las formas. Rivers cedió finalmente toda su colección a la Universidad de Oxford a finales del siglo XIX con la condición de que su sistema de clasificación se mantuviera sin alteraciones después de su fallecimiento.
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Fig. 1. Imágenes del interior del Pitt Rivers Museum.
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Fig. 2. Ejemplo del sistema de clasificación de Pitt Rivers: formas de jugar y llaves.
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Fig. 3. Ejemplo del sistema de clasificación de Pitt Rivers: naipes y formas de tratar a tu enemigo.
En cualquier caso, expuestas así sus ideas, nos queda aún pendiente una pregunta: ¿quién fue Pitt Rivers y cuál fue su influencia real?
Carlo Severi ha sido de los pocos teóricos (por no decir el único) que ha dedicado tiempo y espacio a rastrear la presencia de Rivers así como su influencia en otros autores cuya actualidad es notablemente mayor. Carlo Severi, en El sendero y la voz, apuesta por una lectura del general Pitt Rivers en la que este es situado directamente bajo un rótulo acertadamente preciso: «raíces olvidadas». Pitt Rivers es, en efecto, la raíz olvidada de muchos de los estudios sobre la imagen, y de él provienen un sistema de clasificación renovador así como el conocido nombre de biología de la imagen (que realmente ha sido manejado de muchas formas distintas y en diversos contextos). Carlo Severi realiza una descripción breve y afinada de Rivers que no me resisto a citar:
Pitt Rivers fue, a la vez, un brillante militar y un hombre de ciencia valiente y coherente. Entre los primeros defensores de las ideas de Darwin, Pitt Rivers participa activamente en las misiones de guerra de los ejércitos de Su Majestad Británica y se distinguirá en el curso de la guerra de Crimea, en 1850. Su especialidad es la balística, su tarea es instruir a los oficiales sobre la manera más eficaz de usar armas de fuego, participando directamente en los combates. Los primeros textos dedicados a la evolución cultural de los objetos, que explícitamente reivindican la idea de una biología de las imágenes, son suyos. Es suyo, sobre todo, el gran proyecto de museo etnográfico que dará origen al que lleva su nombre aún hoy, en la Universidad de Oxford. Por lo tanto, es a Pitt Rivers, y al nacimiento de su colección extraordinaria, a quien debemos acercarnos ahora para comprender fundamentos y esperanzas de esta nueva «ciencia de las formas» que nace en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX[2].
Como vemos, aunque no sea nuestro tema ahora, Pitt Rivers (o el General, como le gustaba que le llamasen) se debate entre dos terrenos: el puramente militar y el dedicado a la memoria interior de las formas. En realidad, fue su pasión original, la balística, la que le llevó posteriormente a la idea de las formas como transmisoras de pensamiento.
En su concepto de evolución, Rivers considera que las formas, las imágenes, los objetos, son depositarios de una memoria viva que constantemente está actuando. Según su idea, es en las formas y en las imágenes y no meramente en el lenguaje donde podemos hallar las maneras de pensar de una época y cómo esa época nos sigue hablando. He ahí la clave de su idea de evolución biológica de las formas e imágenes. El pasado habla a través de sus formas, no del lenguaje, sería una de las tesis de «el General». A lo que habría que añadir que las transformaciones en las formas de ver no son simplemente refinamientos metafísicos, sino que se conectan necesariamente con las nuevas realidades sociales. Según apunta Pitt Rivers, la tarea del investigador de las imágenes no es otra que la de predecir el pasado, expresión que sin duda hubiera encantado a Walter Benjamin. Y creo, sin demasiado temor a equivocarme, que todos los que en algún momento nos dedicamos al estudio de las imágenes, o a la estética o a la crítica cultural en general, estamos en esas precisamente: en predecir las múltiples formas del pasado a través de las imágenes en su relación con la materia y los hechos. Incansablemente buscamos en sus pliegues formales, sociales, políticos, etc., esa pieza que nos permita acceder al pasado desde otro lugar. El mismo Benjamin en algún momento se refirió a ese tipo de conexiones que se iluminan de un modo decisivo siempre y sólo a partir de centros que eran desconocidos para el pensamiento. Así, las más íntimas estructuras del pasado se iluminan sólo a la luz que emana del color blanco de la actualidad del presente. Frente a una posición clasificadora determinada por la geografía o por la historia territorial, «el General» opta por una clasificación de las formas donde estas parecen tener la intención de seguir actuando. De alguna manera es posible entender este modelo clasificatorio desde un radical cuestionamiento del modelo disciplinar ilustrado (al tiempo que reconoce su deuda con él).
Pero, ¿cuáles son esos principios de clasificación que desarrolla Pitt Rivers? Para que nos hagamos una idea, entre los principios de clasificación esgrimidos por «el General» y sobre los que funda su colección, destacaremos dos especialmente, que causaron, en su momento, bastante desconcierto en la comunidad tanto científica como museística. Uno de esos principios de clasificación agrupa, en un mismo conjunto, objetos prehistóricos verdaderos y falsos («falsos modernos», los llamaba), así como cierto número de «ejemplos de formas naturales que pudieron servir como modelos a imitar por las formas artificiales». Su idea es que las formas y las imágenes (y, por tanto, los utensilios) no surgen de una necesidad humana a partir de la cual el ser humano somete a la naturaleza para conseguir materializar esa idea, sino que, según Rivers, sucede justamente al contrario. Prim...

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