Marxismo y comunicación
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Marxismo y comunicación

Teoría crítica de la mediación social

Francisco Sierra Caballero

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Teoría crítica de la mediación social

Francisco Sierra Caballero

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La sociedad vive tiempos peligrosos donde la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. Frente a la marginalidad de la teoría crítica, Francisco Sierra, en Marxismo y comunicación, señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Marxismo y comunicación es un análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora y práctica transformadora.

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Información

Año
2020
ISBN
9788432319938
V. TEORÍA DEL VALOR E IDEOLOGÍA
En su génesis, Marx –de acuerdo con Karl Korsch– procura codificar comprensivamente la anatomía del capitalismo por medio de dos principios básicos o léxico categorial: la lucha de clases y la ley del valor, elementos sustantivos que definen el proceso de acumulación. Desde entonces, y en coherencia con una visión materialista, es necesario desplegar, siguiendo a Jameson, tres líneas fundamentales de interpretación:
1. La teoría de la reificación sobre el fetichismo de la mercancía, en tanto que apariencia objetiva que coloniza las ecologías de vida, lo que exige develar la misteriosa lógica de inversión que tiene lugar con la retención de la imagen.
2. La contextualización histórica de formaciones sociales o modos de producción del pasado, en las que la forma de la mercancía no domina la racionalidad absoluta del mercado y el capital.
3. La teoría del dinero que remite a la circulación, los procesos e interconexiones del capital como proceso de mediación en la dialéctica general de acumulación capitalista (Jameson, 2013, pp. 61-64).
De acuerdo con Postone, para el caso que nos ocupa, tales elementos deben ser pensados históricamente. En otras palabras, la teoría del valor debe ser analizada en su marco lógico contextual, al tiempo que se considera históricamente específica la propia teoría. Toda teoría del valor está mediada por el conocimiento fundado del ámbito de referencia a partir de la práctica social y las mediaciones constitutivas que la hacen posible (relaciones, analogías, reciprocidad). Así, si bien, como advierte David Harvey, cada disciplina tiende a hacer una lectura particular de Marx, los abordajes de la teoría del valor en nuestro tiempo remiten al proceso de mediación social general. Hablar de los procesos de intercambio, del incesante movimiento, expansión y transformaciones del capitalismo es, fundamentalmente, problematizar la mediación social, situarnos en el núcleo reflexivo de la comunicología, lectura que nos interesa sobremanera considerando la importancia que tiene la figuración y proyección espectral de la imagen para realizar el valor de cambio.
En Notícia da Antiguidade Ideológica: Marx, Eisenstein, O Capital (São Paulo, Versátil Home Video), Alexander Kluge (2011) ilustra, cinematográficamente hablando, la verdadera esencia y significado histórico de El capital –que no es otro sino describir la poesía de la economía política, el campo de exploración de los núcleos de fantasía que apunta, en nuestro tiempo, hacia la necesidad histórica de repensar el lugar de lo común y el papel de las mediaciones como un problema central de la reproducción en el universo cultural de lo espectacular integrado–. Pues, en la modernidad, con el paso del oficio del arte de comunicar como retórica a la división compleja del trabajo de representación, que instituye el mito de la transparencia como ideología de la sociedad positiva, se impone una nueva cultura que establece, como consecuencia, un antes y un después en las formas de dominio del saber-poder que da sentido a la episteme de la comunicología como campo científico. Hablamos, claro está, de la función publicitaria consustancial al campo de la comunicación. En este sentido, diríamos, la centralidad de la mediación social deriva, en el actual régimen escópico de visibilidad de la esfera pública burguesa, de esta problemática de la regulación de lo imaginario. De ahí la pertinencia de un abordaje antropológico de la economía política que considere la dimensión tecno-estética del gusto y consumo de los productos de la industria cultural como un problema neurálgico que atraviesa por completo la lógica de subsunción de la experiencia del sujeto moderno. Dado que, más allá de las críticas de Baran y Sweezy al capitalismo monopolista, persisten en la nueva economía de la atención ciertos patrones formales de las mercancías hipermediatizadas que remiten a prácticas culturales y a procesos de captura y organización de la experiencia espaciotemporal (topoi) de los públicos que hoy validan algunas consideraciones, antaño descartadas, de Dallas Smythe.
En la primera parte del libro, hemos visto cómo desde los Manuscritos de 1844 a La ideología alemana, y especialmente a partir de la Introducción a la Crítica de la Economía Política y El capital, toda mediación y pensamiento sobre la cultura conforman, como advierte Juan Carlos Rodríguez en su ensayo La norma literaria (1994), un problema de crítica de la explotación, lo que exige, si nos posicionamos in media res, desde el hecho incontrovertible de la subsunción, analizar tanto la escena o representación y el lenguaje como las formas materiales de dominio, si queremos evitar la ilusión de lo real (Rodríguez, 1990). Dada la magnitud de las transformaciones y retos prometeicos en curso, hoy, ciertamente, es el momento, concluíamos, de comenzar a cuestionar los mitos de la cultura del acceso en red, los discursos y panoplias a favor de la hipermediación digital y las narrativas del dominio de la libertad y la democracia que apelan a la sociedad civil o que reproducen las incoherencias de culturalistas por renuncia a pensar la radical historicidad. Como hemos señalado ya, más allá de tratar hacer un simple parangón con el momento de radicales cambios que vivió en Europa el sabio de Tréveris, la cuestión de la imagen o figuración constituye así un campo estratégico de reflexividad para el marxismo en la era mediática o sociedad del espectáculo (Debord dixit). Situarnos en este punto nos ayudará, sin duda, a reconocer la radical materialidad de todo proceso de mediación social y los puntos de fuga posibles para una nueva interpretación de Marx en la era de la cultura difusa o distribuida. Pues, en palabras de Jameson, «ahora las interrogaciones contemporáneas de la verdad, así como las que conciernen a la totalidad o a lo Real, deben girar en torno a la cuestión de la representación. Hoy el problema de la representación corroe como un virus todas las disciplinas establecidas, en particular, desestabilizando la dimensión del lenguaje, la referencia y la expresión […], así como la del pensamiento (que era el dominio de la filosofía). La economía tampoco está exenta, ya que por un lado postula entidades invisibles, como el capital financiero, y por el otro señala singularidades imposibles de teorizar, como los derivados» (Jameson, 2013, p. 15). Precisamos, por tanto, volver a pensar la articulación entre economía, política e ideología para entender las prácticas de comunicación y los modelos de mediación de nuestra contemporaneidad como dimensiones centrales del proceso de producción de valor. Gran parte de la vida política de nuestra sociedad solo puede ser concebida como una contienda por la autoridad simbólica. Cuando los sistemas de control y la autoridad (el poder coercitivo) no despliegan suficientemente las formas de dominio, el ejercicio de la autoridad se despliega en el plano simbólico (medios de comunicación, lenguaje, consumo simbólico, etc.).
La contienda simbólica adquiere su sentido solo dentro de un equilibrio determinado de relaciones sociales. La cultura plebeya no puede ser analizada aisladamente de este equilibrio; sus definiciones son, en algunos aspectos, las antítesis de las definiciones de la cultura educada (Marx, 1978, p. 102).
Y hoy por hoy, siguiendo en ello a Bourdieu, comprender las formas vigentes de captura y apropiación del capital que atraviesan y colonizan los distintos tipos de relación, el lenguaje y los afectos de la cultura-red y el modo de producción posfordista, exige prestar mayor atención al campo de la comunicación, asumiendo el rol constituyente que tiene en la configuración de los actuales sistemas complejos, abiertos y heterotópicos del tardocapitalismo, lo que cuando menos demanda, en congruencia, nuevos abordajes teórico-metodológicos en la materia que nos ocupa.
El rediseño acelerado de las formas de expresión del sujeto con las narrativas transmediales, la extensión identificativa de las marcas en el mercado, el interfaz de la realidad aumentada dibujan, es innegable, un contorno, en la era digital, que debe ser analizado reflexivamente para conocer las formas de dominio del habitus y los códigos culturales, a partir de ciertos patrones estéticos normalizados de los que depende el proceso de valorización. Ello pasa, a nuestro modo de ver, por descartar el compromiso con la objetividad intelectual que impregna la tradición ilustrada y positiva de Marx y sus discípulos, con el fin de develar o definir el sentido de todo constructo ideológico, que es mucho más que una lectura reduccionista del marxismo como análisis histórico-contextual de las condiciones de producción de todo texto, cuando sabemos que, en esencia, la revolución teórica de Marx es la dialéctica del pensamiento relacional. Así, como reiteramos, «la tendencia hacia una economía sin política es ya una forma de economía política, la aparente ausencia de ideologías políticas explícitas es ya una forma de activación del inconsciente ideológico global y subjetivo. Pues recordemos, en este sentido, que todas las relaciones sociales, como hemos visto, son una mezcla del nivel económico (siempre determinante), del nivel político y del nivel ideológico. Y que la política y la ideología están en el corazón del nivel económico (y viceversa)» (Rodríguez, 2013, p. 61). En otras palabras, la esencia de toda crítica es la amplitud de miras, el conocimiento certero y verdadero, en el sentido de Gramsci, de las condiciones sociohistóricas y materiales que median toda posibilidad de conocimiento, la conciencia posible en el sentido de Lukács, de lo real concreto. Las mismas que muestran y explican el sentido de la realidad del neoliberalismo. Por ello podemos afirmar que no hay historia sin teoría ni teoría sin historia. Sabemos, decíamos páginas atrás, que, desde los Manuscritos de 1844 y La ideología alemana, toda teoría crítica debe encarnarse como escritura, estar presente en la realidad de la vida y la experiencia y recuerdo, constituir en fin un pensamiento para la intervención práctica, dada la indisoluble integración de toda idea y materia. Reconocer el núcleo temporal de la verdad es asumir, así, el tiempo aprendido por el pensamiento, los itinerarios y dialéctica de la construcción de saber. «Una teoría crítica debe preguntarse cómo son asimiladas las experiencias sociales de transformación vertiginosa y cómo es posible que al mismo tiempo exista un sentimiento de déjà vu de que todo ha ocurrido ya anteriormente» (Claussen, 2010).
En resumen, y retomando aquí el razonamiento expuesto al principio del libro, el alcance de la teoría del valor de Marx pasa por procurar asumir esta dimensión histórica y sistematizar y desarrollar una lectura, según hemos apuntado siguiendo a Juan Carlos Rodríguez, del materialismo histórico como teoría científica, tanto como práctica vital, como conciencia subjetiva y objetiva y como inconsciente ideológico pulsional. Si se articula, no en el sentido común de Laclau, sino como mediación liberadora de procesos de emergencia de una otra forma de práctica teórica, ello significaría superar:
– La tradición tecnicista del marxismo que ha privilegiado el factor económico y el desarrollo de las fuerzas productivas como ejes para la transformación colectiva heredera del discurso de la ilustración y la confianza en el mito del progreso y el desarrollo lineal de las fuerzas productivas, lo que explicaría la preferencia por la razón abstracta y la voluntad de una teoría general sobre el cambio histórico frente a la concreción de la vida práctica y el valor de uso que necesariamente ha de complementar toda teoría de valor.
– Y la lectura superestructural que relega y olvida los condicionantes económicos y las relaciones de producción, como ha sucedido en Norteamérica e Inglaterra con los estudios culturales a modo de reacción, según hemos analizado, al determinismo mecanicista de cierta tradición marxista propia del evolucionismo histórico implícito en la lectura prevaleciente de El capital.
Una lectura productiva y apropiada de Marx implica, en este sentido, «establecer (en suma) una nueva práctica de la economía, de la política y unas nuevas prácticas ideológicas. Pero toda esa nueva serie de lenguajes y de prácticas es algo que desconocemos por completo y que habría que ir inventándose de acuerdo con la coyuntura histórica en la que se viva» (Rodríguez, 2013, p. 152). La vuelta a la historia para politizarla en su interpelación a la figura del intelectual y el compromiso histórico –más allá de la sociología de la deconstrucción retórica, el giro lingüístico y semiocentrista de la hipersimbolización micro del neopragmatismo que anula toda potencia y voluntad liberadora– implica, en esta línea, tratar de trascender la ausencia de una teoría fundamentada a partir de la crítica del inconsciente capitalista que hoy domina el pensamiento por la falsa dicotomía entre individualismo y colectivismo, comenzando por pensar desde el principio básico la idea motriz en Marx, que no es otra cosa que, de acuerdo al argumento razonado, el hecho social del pensamiento como escritura de y desde la explotación. Ahora bien, la relación de explotación no es simplemente una desigual forma de vinculación o antagonismo del trabajo como relación salarial de dominio del capital. Esta es una relación que se manifiesta en formas concretas diversas y diferenciadas de propiedad, regulación y coerción social en cada Estado, y cuya más evidente proyección se manifiesta en cambios como la distancia entre el dominio del patrón y los trabajadores, la acumulación de riqueza y poder, el empeoramiento cualitativo de las condiciones de vida, la parcialidad de la ley, la descomposición de la economía familiar tradicional, la disciplina o la pérdida de tiempo libre –con la consiguiente cosificación de la vida humana–, entre otras muchas manifestaciones evidentes en nuestro tiempo (Thompson, 2002). Así, si bien la base de la concepción de la economía política descrita en El capital es el antagonismo como proceso intrínseco a las relaciones de producción por la expropiación del máximo valor excedente del trabajo, hoy, con la especulación financiera y el relato de la crisis, asistimos a formas inéditas de explotación y valorización del capital ficticio jamás imaginadas por Marx empezando, como apuntamos, por reconocer que, como advierte Guattari, el capitalismo mundial integrado es el resultado de la adaptación entre el capitalismo monopolista y formas eficientes de capitalismo de Estado que hoy integran nuevas modalidades de exclusión y explotación social en forma de red, basada en el control de los flujos de información, energías, sujetos y mercancías, además de capitales. Más aún, la intensiva y extensiva semiotización de la reproducción social no se limita a la financiarización de la economía, sino al conjunto de las relaciones productivas y culturales. Sabemos que, a partir de la segunda mitad de la década de los setenta, una nueva forma de organización del trabajo se impone a la estructura jerárquica y centralizada del fordismo, desarrollando una organización relativamente autónoma de la producción que hoy, en la era del capitalismo cultural, agudiza, como señala Žižek, cuatro antagonismos fundamentales: «la amenaza inminente de la catástrofe ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada propiedad intelectual; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances tecnocientíficos (sobre todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid, los nuevos muros y guetos» (Žižek, 2008). El objeto de la crítica de la economía política debiera por ello centrarse en el proceso multidimensional y dinámico de la dialéctica destructiva del capitalismo maduro en nuevos frentes o contradicciones externas al trabajo fabril. En este sentido, la lógica transversal de los procesos informativos contemporáneos, como base de los sistemas de valor del nuevo modelo de regulación social, no solo rompe las fronteras y los sistemas tradicionales de reproducción social, sino que además hace visible las contradicciones que traslucen los discursos científicos y las políticas públicas que articulan el proceso de cambio acelerado de la posmodernidad. En esa relación objetivo-subjetiva debe comprenderse la filosofía de la praxis de Marx, más próxima al idealismo objetivo y dinámico que al materialismo positivo y mecanicista –si es que hemos de entender el sentido del oikos, de toda actividad económica, más allá de una lectura naturalizada del proceso de transformación social. Solo desde la radical materialidad de esta lógica es posible comprender el inconsciente ideológico que domina las formas contemporáneas de valor, pues el capitalismo es sobre todo proceso y mediación, movimiento y representación. De hecho, no hay estructura económica sin principio relacional, ni valor alguno sin las interconexiones propias que se perfilan, como veremos, en nuestro tiempo, más allá de la fábrica, como principal característica del llamado capitalismo cognitivo.
En este sentido, la lectura contemporánea de los Gründrisse abre, con el neomarxismo italiano, líneas de fuga y potenciales interpretaciones liberadoras, más allá del canon de Althusser sobre El capital que, de acuerdo con Jameson, mucho tiene que ver con el proceso de mediación y las formas culturales (Jameson, 2013), con la operación, desde los quiasmos, de deconstrucción de las apariencias. Un trabajo hermenéutico sobre la lógica del capital que opera a partir de los síntomas, las señales e indicios tras las apariencias y el ruidoso mundo del mercado y los intercambios. Marx revela el oscuro dispositivo de sujeción y explotación del trabajo a partir de una compleja operación semiótica que trata de demostrar que «el dinero no es en sí sino un síntoma de las contradicciones estructurales subyacentes (es decir, una mediación, una solución provisional, que no resuelve las contradicciones propiamente dichas, sino que apenas engendra la forma en que puede moverse» (Jameson, 2013b, p. 25).
Si la ciencia, parafraseando a Mattelart, continúa viviendo de su legitimidad como conocimiento formalizado de una vez y para siempre, ¿no corre el riesgo de volverse una superestructura completamente divorciada de la realidad de la lucha de clases? Tal como Marx advirtiera, la realidad es una suma de fuerzas de producción y formas de intercambio y reproducción social con la que cada individuo y cada generación se encuentra como algo dado y que es objeto de una estructuración en la práctica ordinaria, lo que hace imposible separar las ideas de lo real, la sustancia y la esencia del hombre sin pensar reflexivamente las condensaciones de lo real, cuya formalización siempre tiene lugar en movimiento. No olvidemos que la principal aportación del materialismo histórico es la construcción del conocimiento y la teoría social desde la realidad concreta, por lo que el modo de concebir e interpretar el mundo debe adaptarse a su configuración, tal como acontece y cambia en cada momento. Cada realidad necesita su teoría pues, conforme la historia avanza y la realidad social es objeto de transformación, nuestro conocimiento del mundo no puede permanecer inalterable. El método y la sustancia, la forma y el contenido del conocimiento deben guardar una correspondencia. Hoy, p...

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