Mamá desobediente
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Mamá desobediente

Esther Vivas

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Mamá desobediente

Esther Vivas

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¿Qué implicaciones tiene ser madre, parir y dar de mamar?Las mujeres nos enfrentamos a una doble presión, ser mamás, como dicta el mantra patriarcal, y triunfar o sobrevivir como podamos en el mercado de trabajo: un ejercicio casi imposible de malabarismos cotidianos.A lo largo de la historia, la maternidad ha sido utilizada como instrumento de control y supeditación de las mujeres.Pero, una vez conquistado el derecho a no ser madres, tenemos pendiente reapropiarnos de la experiencia materna.Ya va siendo hora de que reivindiquemos la maternidad como una tarea imprescindible y común, y rompamos el silencio acerca del embarazo, el parto, la pérdida gestacional, la lactancia y el cuidado.Al nuevo feminismo emergente le corresponde pensar otra maternidad.

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Información

Año
2019
ISBN
9788494987984
Edición
1
Categoría
Literatura
imagen

01

Incertidumbres
¿Qué significa ser madre? Hay tantas definiciones como experiencias. No se puede hablar de una maternidad en sentido único. Cada vivencia depende del contexto social, las capacidades económicas, la mochila personal. No es lo mismo la maternidad biológica que la adoptiva; criar en solitario que contar con un entorno que te apoye; tener una criatura que criar a dos o tres; o volver al trabajo dieciséis semanas después del parto, cuando finaliza la baja, que cogerte una excedencia si lo que quieres es estar con tu bebé. Todo esto influye de un modo u otro en cómo vivimos la maternidad. Incluso una misma mujer puede tener experiencias distintas en función del momento vital por el que pase. No hay modelos universales.
El mito de la perfección
Sin embargo, se ha generalizado a lo largo de la historia un determinado ideal de buena madre, caracterizado por la abnegación y el sacrificio. La mamá al servicio, en primer lugar, de la criatura y, en segundo, del marido. El mito de la madre perfecta y devota, casada, monógama, sacrificada por sus criaturas, feliz de hacerlo, quien siempre ha antepuesto los intereses de hijos e hijas a los suyos, porque se supone no tenía propios. Un mito que se nos ha presentado como atemporal, cuando en realidad sus pilares son específicos de la modernidad occidental.[1]
El sistema patriarcal y capitalista, a partir de esta construcción ideológica, nos ha relegado como madres a la esfera privada e invisible del hogar, ha infravalorado nuestro trabajo y consolidado las desigualdades de género. Como mujeres no teníamos otra opción que parir, así lo dictaban la biología, el deber social y la religión. Un argumento, el del destino biológico, que ha servido para ocultar la ingente cantidad de trabajo reproductivo que llevamos a cabo. El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre.[2]
Al contrario del mito de la perfección, «fracasar es parte de la tarea de ser madre».[3] Sin embargo, esta posibilidad ha sido negada en las visiones idealizadas y estereotipadas de la maternidad. El mito de la madre perfecta, de hecho, solo sirve para culpabilizar y estigmatizar a las mujeres que se alejan de él.[4] Las madres son consideradas fuente de creación, las que dan la vida, pero también chivos expiatorios de los males del mundo cuando no responden a los cánones establecidos. Se las responsabiliza de la felicidad y los fracasos de sus hijas e hijos, cuando ni lo uno ni lo otro está a menudo en sus manos, y depende más de una serie de condicionantes sociales. La maternidad patriarcal ha hecho que muchas madres a lo largo de su vida sintieran, como escribía Adrienne Rich en su clásico Nacida de mujer, «la culpa, la responsabilidad sin poder sobre las vidas humanas, los juicios y las condenas, el temor del propio poder, la culpa, la culpa, la culpa».[5]
El dilema de la maternidad
Los tiempos, se supone, han cambiado, pero a veces no tanto como imaginamos. En el transcurso del siglo XX, la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, con la consiguiente autonomía económica, la generalización de un modelo de sociedad urbana, con menos presión sobre los individuos, y el acceso a métodos anticonceptivos han hecho que tener criaturas se haya convertido en una elección. Pero cuando la maternidad dejó de ser un destino único, emergió el dilema de la maternidad, es decir, una opción y un deseo confrontados a otros, con los que encajaba muy mal.[6] La maternidad no es sino un camino lleno de incertidumbres.
Desde los años ochenta, al mismo tiempo que la mujer se incorporaba al mercado laboral y a la vida pública, se dio un auge de los discursos promaternales y profamiliares. El ideal de buena madre se hizo más complejo. Las mujeres ahora no solo debemos ser madres devotas, sino supermamás o «mamás máquina»,[7] tan sacrificadas como las madres de siempre, pero con una vida laboral y pública activa y, por supuesto, con un cuerpo perfecto. Se trata de un «nuevo mamismo»,[8] una maternidad inalcanzable, que de facto devalúa lo que las madres reales hacemos. El resultado es la frustración y la ansiedad. La maternidad sufre una «intensificación neoliberal»,[9] en la que se mezclan cultura consumista e imaginarios de clase media.
Muchas mujeres siguen expresando a día de hoy las presiones que reciben de su entorno cuando llegan a una determinada edad y no tienen descendencia. «Se te pasará el arroz», «te vas a arrepentir», «si es lo mejor que hay en la vida» son algunas de las frases que tienen que oír a menudo machaconamente muchas de aquellas que deciden o no tienen claro si tener críos. Aún recuerdo años atrás yendo a la fiesta mayor de Sabadell, la ciudad donde crecí —ahora vivo en Barcelona—, y ver cómo todos aquellos con quienes había salido cuando era más joven tenían criaturas. Cada uno iba acompañado por un pequeño o más, con quienes jugaban en la plaza mientras los adultos hablaban de que si la escuela, de que si este no me duerme y el otro no me come… Y yo, que nunca había sentido ni sentía la necesidad de tener críos, veía que allá o los tenías o eras un outsider.
A pesar de que se calcula que una de cada cuatro mujeres nacidas en los años setenta no tendrá descendientes, en la mayoría de los casos porque no podrá, ya sea por motivos económicos, de infertilidad, profesionales, por no encontrar una pareja con quien tenerlos…, la opción de no ser madre no encaja socialmente.[10] Lo señala la periodista María Fernández-Miranda en No madres: «A la mujer que tiene descendencia se la llama madre; a la que no está emparejada, soltera; a la que ha perdido a su pareja, viuda. Las que no tenemos hijos carecemos de un nombre propio, así que en vez de definirnos como lo que somos debemos hacerlo desde lo que no somos: no madres. Nos vemos abocadas a catalogarnos desde la negación porque representamos una anormalidad».[11]
El ángel del hogar o la superwoman
Las mujeres en la actualidad nos enfrentamos a una doble presión. Por un lado, la de ser madres como dicta el mantra patriarcal y serlo de una determinada manera, con un manual completo, muchas veces contrad...

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