CAPÍTULO III
CHILE COMO UN DESAFÍO: CRÉDITOS, NACIONALIZACIÓN Y DEUDA
“He’s thrown down– he’s thrown the gauntlet to us. Now, it’s our move”.
John Connally
El remezón y las opciones
El 4 de noviembre, Salvador Allende asumió la presidencia. Quedaron atrás los esfuerzos por evitar este día inaugural. El Track II había fracasado en sus acciones erráticas e improvisadas y ahora los estadounidenses se debían preparar para el impacto. Marxismo y democracia se encontraban, por primera vez, presentando un desafío inédito de Guerra Fría. Se escuchaban ovaciones de admiración en varios rincones del mundo, pero también se oyeron voces escépticas ante el experimento.
La pregunta que rondaba las oficinas de Washington era cuál sería la política a seguir en los próximos seis años. Parecían una eternidad. Con caras largas y espíritus agotados por la intensidad del pasado octubre, comenzaron las largas reuniones para definir cómo se enfrentarían a este gobierno. Preguntas con vagas respuestas y sin ningún ejemplo previo a seguir. Un poco tanteando en la oscuridad, pero con el impulso de una sensación de urgencia provocada por el cambio de escenario.
En agosto de 1970, un mes antes de la elección, el Departamento de Estado había redactado un informe presentando cuatro opciones de política exterior para la contingencia. En noviembre, los funcionarios rescataron este documento de los cajones, en búsqueda de una política exterior que dañara a Allende, sin perjudicar a la potencia. La Unidad Popular, desde la perspectiva que se le analizara, significaba “malas noticias”. Pero la discusión sobre la política a definir consideraba más escenarios que solo la imposición inevitable de un Estado marxista.
El documento anteriormente comentado, preparado por el Bureau of Interamerican Affairs del Departamento de Estado, había alarmado sobre las posibles características de un gobierno de Allende, pero también estableció que Estados Unidos no tenía intereses vitales en Chile. Existirían pérdidas económicas significativas, pero el balance militar mundial no estaba bajo amenaza. Naturalmente, la victoria de Allende presentaba costos políticos y psicológicos, puesto que era un avance para la Unión Soviética y la propuesta marxista. La cohesión hemisférica sí estaba en peligro, principalmente por los ataques que sufriría la Organización de Estados Americanos, pero no significaba una amenaza real a la paz del hemisferio.
La primera opción que ofrecía el documento era hacer un esfuerzo por lograr un modus vivendi, lo que implicaba aceptar el albedrío de la sociedad chilena, constitucionalmente expresado en elecciones libres y honestas. Si aceptaban esta vía tendrían que respetar los tratados comerciales y considerar las solicitudes de asistencia económica. El beneficio que traía esta opción era proyectar la imagen de una potencia que respetaba el proceso democrático interno, construyendo una percepción de que Estados Unidos podía manejar la heterogeneidad ideológica, reforzando así la Doctrina Nixon. De esta forma, Allende no podría reunir apoyo ante la idea de estar luchando contra una presión imperialista que tomaba medidas duras contra un vecino distante, débil y pobre. Otro aspecto positivo era que Chile no tendría razones para correr a refugiarse en la Unión Soviética. Para poder seguir esta línea necesitarían que Chile tuviera disposición y flexibilidad. Pero la gran desventaja era que podía ser interpretado como un apoyo tácito a la “vía chilena al socialismo”, desorientando a las fuerzas anticomunistas de la región, a sus aliados y a la oposición interna a Allende, acentuando la imagen de un “gigante indiferente”.
La segunda opción era adoptar una posición de prudencia. Esta partía sobre la base de que el modus vivendi era inalcanzable y la confrontación inevitable. Consideraba el conflicto y la presión, pero a la vez la importancia de sortear un escándalo internacional, evitando la sobrerreacción y manteniendo flexibilidad ante las futuras contingencias. Esta postura se llamó cool and correct: una política correcta pero fría, que consideraba inaceptable la existencia de Allende, aunque entendía lo importante que era cuidar la imagen internacional. De esta forma, se reconocía el estatus constitucional de Allende, presionando para evitar su consolidación. Era una posición de negociación, que partía de la base de un conflicto que, preferiblemente, debía iniciar Allende.
Una tercera opción buscaba aislar y presionar al Chile de Allende. Esta línea buscaría que la UP fracasara, sin necesariamente derrocarla. La metodología involucraría sanciones económicas y acción encubierta, manifestando out in the open la hostilidad. Se terminarían los programas militares y económicos, reducir la presencia de la embajada y hasta podían considerar terminar con las relaciones. La ventaja que le veían a esta línea era la de debilitar a Allende, facilitando su fracaso. Se brindaría un estímulo psicológico y económico a la oposición, dando una clara señal a los otros países de la región que pensaban seguir su ejemplo. También le proyectarían a los aliados que no los habían abandonado. Sin embargo, y principalmente desde el Departamento de Estado, se consideraba una línea ineficaz, puesto que se le entregaría en bandeja de plata el arma de la imagen del foreign devil. Un demonio extranjero que buscaba amedrentar cualquier tipo de libertad en los países indefensos. Con ese argumento, Chile, aún en democracia, podía ganarse al mundo.
La cuarta opción se entregó en un anexo secreto, entregado personalmente a Henry Kissinger. Esta línea se presentó como la opción extrema. La propuesta era derrocar a Salvador Allende. Esta opción se había desarrollado bajo la premisa de que la Unidad Popular era una amenaza inminente a la seguridad nacional. Buscarían derrocar, pero tenía que ser un golpe de las Fuerzas Armadas chilenas, en estrecha coordinación con la oposición. También esta opción consideraba la agencia argentina y brasilera y sus estímulos a los militares chilenos. Esta vía, de ser exitosa, eliminaba el problema. Sin embargo, era evaluado como uno de los riesgos más altos para Estados Unidos. No existía seguridad en torno a si las Fuerzas Armadas se moverían contra Allende y menos las posibilidades de triunfo. Y una revelación de la participación estadounidense traería consecuencias graves para Estados Unidos, en su política interna y en las relaciones con Chile, el hemisferio y el mundo. No podían permitirse otro “Bahía de Cochinos” ni otro Vietnam.
Teniendo en mano las cuatro opciones, Charles Meyer le escribió a Alexis Johnson que su opción predilecta y la del Bureau of Interamerican Affairs del Departamento de Estado era la cool and correct, puesto que significaba una postura firme, sin fomentar la imagen del imperialismo. Combinarían flexibilidad y dureza, manteniendo tranquilos a los aliados, pero sin ganar más enemigos. Una opción muy afín a la Doctrina Nixon, pero dejaba mucho espacio para la interpretación. En esta política, la idea de evitar un foreign devil era potente, pero asumía una responsabilidad hemisférica. Entre el golpe y la suavidad, no quedaba clara cuál sería la prioridad.
Una pregunta importante eran las posibilidades reales de Allende de instaurar un régimen comunista, independiente de si fuera o no su objetivo. Otro estudio genera...