Gonzalo Vial: política y crisis social
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Gonzalo Vial: política y crisis social

  1. 346 páginas
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Gonzalo Vial: política y crisis social

Descripción del libro

"En Vial primó siempre una mirada atenta a la realidad, una mirada que pudiera hacerse cargo de los fenómenos observados; y esa libertad le dio una ventaja respecto de otros comentadores. Una de sus grandes virtudes intelectuales fue que nunca, en su larga trayectoria, se dejó llevar por pasajeras modas ideológicas. No se encandiló con el marxismo y el culto al movimiento histórico de los sesenta, supo ver las limitaciones de nuestra posterior modernización liberal, y se mantuvo hasta el final de su vida a buena distancia del progresismo dominante". Daniel Mansuy En la vida y obra de Gonzalo Vial encontramos una admirable articulación entre ambas dimensiones, que se iluminan entre sí. El historiador mira la actualidad dotado de un horizonte muy vasto; y el periodista recurre al pasado para identificar los hilos ocultos de nuestra historia. Si acaso es cierto que la ciencia del pasado es también ciencia del presente, pocos han destacado tanto en ese arte como Gonzalo Vial.

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Información

CAPITULO PRIMERO
FAMILIA Y SOCIEDAD
La mujer explotada
17 de enero de 1995
Leo que ha tenido un extraordinario éxito la reposición de “La Negra Ester”. Incluso (dicen los diarios) ha asistido a ella y la ha disfrutado mucho S.E. el presidente de la república.
“La Negra Ester”, según se sabe, es una comedia musical que idealiza humorísticamente la vida de un burdel y el romance entre una asilada y un habitué del establecimiento.
La noción del burdel “simpático” no es nueva en la literatura chilena.
Joaquín Edwards Bello, entre varios, ya la había anticipado. Conociendo perfectamente la realidad de la institución en Chile, Edwards no pudo defender esa realidad tal como era (y sigue siendo); al revés, la retrataría descarnadamente en la novela El Roto. Pero a la par sostuvo que era el torpe manejo del problema por la autoridad el que impedía tuviésemos una prostitución elegante, “civilizada”, estilo europeo o japonés.
En el primer tercio del siglo que termina, la desoladora miseria urbana hizo que proliferaran los burdeles en nuestras grandes ciudades, con una clientela de clase alta y media. Para ella, la prostitución pasó a ser una costumbre, y el lenocinio, un “lugar de sociabilidad”, de diversión desprejuiciada y hasta inofensiva. Aun hacia los años 20 se contaba, con nombre y apellido, la historia de un joven piadoso y casto que todas las noches recorría los burdeles capitalinos porque solo en ellos podía conversar con sus amigos... Se originó de tal modo la idea romántica del lenocinio y la prostituta, cuya más reciente expresión es “La Negra Ester”.
Curiosamente, por estos mismos días, el historiador Álvaro Góngora ha publicado “La prostitución en Santiago, 1813-1931. Visión de las elites”, edición del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Biblioteca Nacional.
Allí tenemos el reverso de la medalla... el reverso real de la medalla.
Nos enteramos, mediante este libro, de que no hay prostitución “simpática”. Se trata de una explotación despiadada y destructiva de la mujer por el hombre; es el último reducto de la esclavitud, y manifiesta supremamente una sociedad de dominio masculino. Podemos, con esta obra de Álvaro Góngora, conocer el sombrío reclutamiento de las prostitutas, a menudo usando el engaño y la fuerza; cómo los proxenetas las despojan de los míseros dineros de su tráfico; las vejaciones y el peligro de muerte que les son cotidianos; su aniquilamiento físico y psíquico por el alcohol, las drogas, los abortos, los maltratos y las enfermedades venéreas; y la decadencia irreparable que les traen la edad y la vida que arrastran, decadencia que las hace caer más y más bajo, hasta el callejeo y la muerte, pero siempre encadenadas al explotador inmisericorde.
Aquí tenemos a la verdadera Negra Ester, sin décimas, música ni chistes.
Pero el libro de Góngora nos permite, además, apreciar lo que ha sido la “visión de las élites”, de nuestras elites, antes oligárquicas, ahora mesocráticas, sobre el comercio de la mujer. Dicha visión ha oscilado entre perseguir la prostitución para erradicarla y reglamentar su ejercicio. Pero siempre el “mal” derrotable o, al revés, invencible ha estado en la prostituta, la mujer, llevada (se dijo y se dice) por su ignorancia, pobreza, ligereza, codicia de lujos, ansias de diversión, irrefrenables apetitos sexuales, etc. Y el “cliente”, el hombre, ha sido siempre el benefactor y la víctima de “la perdida”. ¡Hasta se censura con violencia y horror que la prostituta contagie a los varones de sífilis o gonorrea, como si ella las hubiese recibido del aire! La “visión de las elites”... un buen tema para las feministas, si no estuviesen ocupadas aplaudiendo a rabiar “La Negra Ester”. Para otros es imposible celebrar un blanqueo artístico de la prostitución cualesquiera sean sus méritos literarios y musicales, tan imposible como sería festejar una obra humorística sobre Buchenwald o Auschwitz.
¿Por qué la juventud se droga?
24 de enero de 1995
El país y sus sectores dirigentes se han conmovido con la súbita revelación de que nuestra juventud está amenazada por la droga: si no cogida, ya en sus redes. Una encuesta santiaguina indica que la edad de iniciación de este vicio es a los 13 años, y que al egresar de la enseñanza media uno de cada cuatro muchachos ha probado, cuando menos, algún tipo de estupefaciente.
Las reacciones son positivas: mayor severidad en la represión, aprovechando la nueva ley que entrará a regir; un actuar conjunto, antidroga, de las municipalidades; campañas preventivas, tanto de publicidad como en escuelas y colegios, etc.
Pero es también necesario preguntarse por qué la juventud se droga. Si no respondemos esta pregunta, o si no procedemos consecuentemente, podemos quedarnos en la superficie del problema y no resolverlo.
Desde luego, dicha interrogante tiene varias contestaciones: son numerosas las causas de la drogadicción juvenil. Algunas se hallarían en principio adecuadamente cubiertas por las medidas anunciadas. Por ejemplo: la ignorancia respecto de los efectos del consumo de estupefacientes; la debilidad de los medios policiales y legales disponibles hasta hoy para enfrentarlo, y otras parecidas.
Pero el vicio tiene también mucho que ver con la existencia de los jóvenes contemporáneos, a partir de su adolescencia. Es una vida vacía de interés y de intereses, entre diversos motivos, por los que siguen:
El muchacho llega a la madurez física e intelectual de adulto sin incorporarse a la realidad del adulto, o sea, al trabajo. Antes, ya desde el término de la educación básica, ingresaba a esa realidad. Después lo hizo al concluir la media. Ahora son cada vez más quienes postergan todavía un tiempo adicional este vivir como adultos, formándose en universidades, institutos y centros técnicos. Las familias, especialmente las populares, fomentan la tendencia que venimos anotando, parte por anhelo de un mejor estatus social, parte por la pobre remuneración del trabajador que no se ha educado.
Por supuesto, la tendencia a prolongar la educación es positiva y no debe irse contra ella. Pero genera la consecuencia ya vista: se vive como niño, en una especie de invernadero, sin cargas ni ingresos, pero ya no se es un niño, sino un adulto. Este desequilibrio conduce al hastío, al excesivo tiempo libre, a la irresponsabilidad... y por allí a la droga.
El peligro anotado, en otros países, tiene paliativos que desgraciadamente aquí no existen:
1. El primero de esos paliativos es una familia bien constituida, que acoja al muchacho durante época tan difícil, lo integre, le dé un sentido de pertenencia y de ser comprendido y apreciado en lo que hace. Pero la familia chilena, sobre todo en los sectores más modestos, se desintegra y desaparece a ojos vista y con una velocidad aterradora, sin que a nadie le importe nada. Por el contrario, se procura acelerar su destrucción, quitándole en nombre de la “modernidad” social y económica los privilegios y protecciones que siempre resguardaron el núcleo familiar. Así el proyecto de divorcio. Así la equiparación legal entre los hijos nacidos dentro de una familia bien constituida y los nacidos fuera de ella. Así la “mujer que trabaja”, éxtasis de ciertos economistas y sociólogos. ¿Qué significa, en Chile y en el medio popular, la “mujer que trabaja”? Un hogar sin padres hasta la noche; hijos sin control, sin nada que hacer, ningún adulto confiable a quien recurrir o con quien conversar... ¡Y nos extrañamos de la droga juvenil!
2. Cuando existe una familia, ella —hablamos de nuestro país— tiene la tendencia a no asignar al hijo escolar o universitario ninguna responsabilidad doméstica, ni tampoco exigirle ningún aporte económico, ni siquiera el de colaborar con el oficio o trabajo del padre. No hay tipo de enseñanza —menos aún la nuestra, hoy, con su absurda “media jornada”— que no deje a los alumnos algún tiempo libre para ayudar, doméstica o económicamente, a la familia o al padre que la sustenta. Pero los padres chilenos consideran esto casi una herejía: el “niño” es un ser aparte, un príncipe... “está estudiando”, y punto; nada más cabe pedirle. Nuevo acicate para el tiempo ocioso y para sus peligros, que incluyen la droga.
3. En otros países, la enseñanza seduce a los niños, los entretiene, los interesa y les abre expectativas y horizontes, vocaciones que dormían y que el establecimiento escolar despierta. Este es un centro de las más variadas actividades. Nuestra enseñanza, en cambio, es aburridísima, una lata volcada al Simce o la PAA, y la escuela o el colegio, o incluso el instituto o la universidad, un lugar del cual conviene estar lo más lejos posible el mayor tiempo que se pueda.
4. Al revés, asimismo, de lo que acontece en otras partes, los jóvenes chilenos que quieren trabajar a tiempo parcial o trabajar para aprender un oficio o actividad cualquiera no encuentran dónde hacerlo, como señalan las estadísticas de desocupación. Ello se debe, parcialmente, a la educación recibida; y parcialmente, a que la sociedad no cree en este tipo de trabajo juvenil y, por ende, no se halla adecuada a él, y, sin decirlo ni proponérselo, lo hace inviable.
De tal manera, nuestros muchachos y niñas enfrentan la tentación de la droga y la maldad de los traficantes, en un ocio, un aburrimiento y una desprotección familiar y social que facilitan la victoria de quienes quieren corromperlos para ganar dinero.
Hay otros factores que intensifican el peligro. Ejemplo: el abierto y publicitado uso de la droga por personajes del m...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Portadilla
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. Nota a la edición
  7. CAPÍTULO PRIMERO: FAMILIA Y SOCIEDAD
  8. CAPÍTULO SEGUNDO: EDUCACIÓN Y POBREZA
  9. CAPÍTULO TERCERO: DERECHOS HUMANOS Y POLÍTICA
  10. CAPÍTULO CUARTO: MEMORIA HISTÓRICA
  11. APÉNDICE