Derechos frágiles
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Derechos frágiles

Autobiografía de una generación de mujeres

  1. 160 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Derechos frágiles

Autobiografía de una generación de mujeres

Descripción del libro

¿Sabías que la Constitución española de 1931 declaraba a mujeres y hombres iguales ante la ley? ¿Sabías que en 1932 se proclamó la Ley del Divorcio? Todo ello, sin embargo, cambió de la noche a la mañana con la Dictadura franquista. Franco restableció el Código civil de 1889, en el que, por ejemplo, se determinaba que la mujer necesitaba la protección del marido, a quien tenía que obedecer, y se resolvía que solo él tenía la patria potestad de los hijos. A los pocos años de morir Franco, se constituyó un régimen democrático. Sin embargo, pese a que el dictador murió en 1975, el aborto, por ejemplo, no se despenalizó hasta 1985.Desde la mirada de una niña que nació a principios de los cincuenta del siglo xx, que fue mujer joven en la Transición y primeros años de la democracia, y mayor en la época de ataques organizados contra el feminismo, Derechos frágiles evoca la historia de una generación de mujeres que lucharon para que la igualdad entre mujeres y hombres fuera legal y real. Y pretende ser memoria para las jóvenes, para que no olviden que los derechos conquistados por las mujeres son frágiles y se pueden perder en cualquier momento.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788418348716
Edición
1
Categoría
Social Sciences

SEGUNDA PARTE:
LA MUJER DE PELO VERSÁTIL

Bodas, bodorrios y críos

La mujer de pelo versátil comete el mismo error –o no– que muchas otras: casarse demasiado pronto. Lo hacen para escapar de la autoridad despótica del pater familias. Y no, no caerán bajo la autoridad marital, porque ya se han cuidado de dejar las cosas claras a sus futuros cónyuges.
En los años sesenta y ocho, sesenta y nueve, setenta…, todavía las mujeres alcanzaban la mayoría de edad cuatro años más tarde que los hombres. Ellos, a los veintiuno; ellas, a los veinticinco. Todavía ellas vivían bajo el dominio absoluto del pater familias. Él ejercía su mando sin descanso: regreso a casa antes de las nueve; ropa decente: salir a la calle sola, no, y acompañada, según de quién; quítate la pintura de los ojos, que pareces una puta: de este tema no se habla más porque lo digo yo…
La de la libertad de acción era, pues, una razón de primer orden para contraer matrimonio a temprana edad. Sin embargo, había otras razones. Una era el cariño que se tuviera a esa pareja, que, poco tiempo después, se demostraría en absoluto adecuada como compañero de vida durable. Otra era de orden moral –que no ético–: habían mantenido relaciones sexuales con ellos antes de estar casadas y, si bien es verdad que eso ya era una apertura de pensamiento significativa, también lo es que seguía existiendo una presión agobiante hacia las mujeres indecentes, por lo que había que evitar «ser señaladas». Esta razón moral podía agudizarse en caso de que ella se hubiera quedado embarazada. Entonces la madre y el padre podían reaccionar violentamente, encerrándola durante un tiempo en su habitación, empujándola escaleras abajo –quizás con el secreto deseo de verla abortar–...; en cualquier caso, obligándola a casarse con el que le había hecho el bombo.
Y, tal vez, se podría añadir otra razón: la del amor romántico. Porque a las jóvenes de aquellos años se les vendía la misma patraña que se les sigue vendiendo a las de hoy: la de un amor que, contra viento y marea, sobreponiéndose a cualquier dificultad, es perdurable para siempre. Un tipo de amor que se basa en el mito de la media naranja: te enamoras de quien estaba predestinado que lo hicieras, y solo existe un único príncipe azul en la vida. Otro de los mitos es que el amor todo lo puede, así que, si te casas con ese chico malote que ha tenido problemas con todas las novias, tú y solo tú conseguirás hacerlo feliz; por tanto, dejará de ser malote. Y aún más mitos: si estás enamorada de tu chico, no vas a sentir atracción por ningún otro. Las chicas, las mujeres jóvenes y no tan jóvenes, consumían novelas rosa de Corín Tellado o Luisa-María Linares, cuyos argumentos, como los cuentos populares, terminaban con un «y vivieron felices para siempre» antes de que empezaran las dificultades de la vida en común.
No solo las novelas rosa proponían relaciones amorosas basadas en esos ideales románticos, también muchas novelas no consideradas de género planteaban el enamoramiento de la mujer hacia el hombre como el único eje posible de la vida femenina, como una entrega sin límites. Y también lo hacían otras de gran calado literario como La mujer de Gilles.27 A la mujer de pelo versátil esta novela de Madeleine Bourdouxhe le parece una exquisitez literaria. En ella, Elisa, la mujer de Gilles, vive en un amor incondicional hacia su marido. Al inicio de la historia, cuando él está a punto de llegar a casa, dice: «Todos los días pasa lo mismo. Gilles llegará dentro de unos minutos; Elisa no es ya sino un cuerpo sin fuerzas, que anonada la dulzura, que desbarata la languidez. Elisa no es ya sino espera». Pero esa felicidad conyugal tan absoluta para ella, un día se rompe abrupta e irremediablemente: Victorine, la hermana menor de Elisa, besa a Gilles, y ese beso desencadena una pasión incontrolada, que Elisa verá desarrollarse ante sus ojos a lo largo de los días. Elisa vivirá la infidelidad del marido con un desgarro absoluto, sin decir nada, solo esperando poder recuperar a Gilles. Sin embargo, no va a ser tan fácil. Cuando por fin Victorine da por terminado el idilio, Gilles se hunde, y Elisa va a tener que ocuparse de él hasta que se recobre de la pérdida. Entonces, aparentemente, solo queda esperar a que la relación de ambos sea lo que fue en el pasado, pero, justo en ese momento, Elisa se da cuenta de que ya no ama a Gilles: «Se sienta, se queda un rato quieta, con las manos cruzadas sobre el vestido, con la mirada fija… Gilles… ¿El amor de Gilles? ¿El amor de Elisa…? Algo se ha marchitado en el corazón. Se levanta, camina despacio por la habitación. ¿Qué tiene que hacer esta mañana? Aclarar la ropa y tenderla en el desván… Fregar la cocina… […]. Baja, e inician sus manos el trabajo inútil. Amor mío…, ¿dónde estás? En ninguna parte. Estabas en mí, yo no era sino tú. ¿Amor mío? Nada, no soy nada». Y es precisamente entonces cuando se da cuenta de que ya no ama a Gilles, cuando cree que la vida no tiene sentido, cuando se suicida.. Elisa va más allá del mandamiento del amor romántico, que es no poder vivir sin el amor de él; ella no puede vivir sin sentir lo que sentía por él.
La mujer de pelo versátil, ahora con media melena, se casa a los veinte años, naturalmente previo permiso del padre y naturalmente por la Iglesia católica. Se casa cuando está estudiando segundo de carrera y está trabajando. Un año más tarde, en 1972, está cursando tercero de carrera, sigue trabajando y está a punto de tener a su primer hijo. Su padre, que no concibe tanto despropósito, le hace una oferta: si se retira del mundo laboral para ejercer de madre a tiempo completo y se ocupa del crío, él le pagará el mismo salario que recibe en el colegio donde trabaja. La mujer de pelo versátil no tiene que pensar ni un segundo cuál será su respuesta: ¡No! Tiene claro el consejo de su abuela: «Nena, nunca, nunca dependas de nadie económicamente». Desde luego, si no está dispuesta a depender de un marido, tampoco lo está a hacerlo del padre. Con todo, nada resulta fácil. Cuando dé a luz a su hijo solo dispondrá de treinta días de baja laboral, suponiendo que el último mes de embarazo se haya encontrado mal y haya tenido que descansar; o tendrá sesenta si se ha encontrado bien y los ha podido acumular todos para después del parto. Tampoco podrá disfrutar de permiso de lactancia, porque todavía faltan muchos años para que las feministas y los sindicatos se planteen reclamar una disposición como esta.
En 1975, pocos meses después de obtener la licenciatura en Filosofía y Letras y un mes antes de ser madre por segunda vez, lee los resultados de una encuesta publicados en un periódico. Ahora ya no sabe ni qué organismo realizó el estudio, ni qué medio lo publicó; sin embargo, recuerda que tres de cada cuatro entrevistados –fueran hombres o mujeres– consideraban negativo para la educación de hijos e hijas que las madres trabajaran fuera de casa. Entonces, la mujer de pelo versátil vuelve a imprimir en su mente, con letras fluorescentes, un mensaje: «Pondré en guardia a mi hija, cuando sea mayor, respecto a posibles estudios que demuestren que los descendientes de madres trabajadoras fuera del hogar son más ineptos, inestables, desgraciados…» –póngase el adjetivo negativo que se prefiera–. Está segura de que esos potenciales estudios futuros obedecerán a la necesidad de reprimir a las mujeres y devolverlas al hogar. Sin embargo, el futuro ha resultado impredecible, como siempre. En el siglo XXI, los estudios sobre madres trabajadoras fuera del hogar cuentan lo contrario: que sus hijos e hijas son más emprendedores, más independientes, más responsables… –póngase el adjetivo positivo que se prefiera–, lo que tampoco se sabe es si es realmente cierto. Pero sí lo es que las madres que trabajan fuera de casa tienen independencia económica y son más dueñas de su vida, y que los hijos e hijas que han vivido este modelo se inclinan a reproducirlo.
En el año 2004 invitarán a la mujer a colaborar en un libro colectivo para hablar de la maternidad. Ella titula su texto: El síndrome del conejo blanco, porque se siente como el conejo de Alicia en el país de las maravillas, que corría apurado mirando su reloj y exclamando: «¡Ay, que llego tarde!» Ella también tiene la impresión de que la vida no le alcanzará para todo lo que quiere hacer; así que, finalmente y por error de cálculo, llega muy pronto a todas partes: a su boda, a su maternidad, al puente aéreo (cuando empieza a trabajar para una editorial catalana comprada por una empresa con sede central en Madrid y en una época en que a menudo es la única mujer en todo el vuelo) e incluso a su divorcio.
La maternidad no es como en los libros: un estado de gracia, la sublimación de la feminidad, un instinto maternal desbordante… Durante siglos, el embarazo y la maternidad han sido contados por los varones tal como ellos entienden esa experiencia, que nunca han vivido en carne propia, más o menos como los ginecólogos que, durante años, tuvieron a las mujeres al corriente de lo que sucedía en sus cuerpos sin tener ni la más mínima noción empírica de ello. El embarazo les provoca a algunas –¿a muchas?– un cierto vértigo (¿seré capaz de ocuparme de este ser que crece en mi útero?), y una cierta incomodidad (desmadre hormonal, el cuerpo que se desborda, movimientos imposibles de realizar…); el parto ocasiona terror a muchas, y la vida maternal resulta mucho menos idílica de lo imaginado. Guadalupe Nettel, en su libro de cuentos El matrimonio de los peces rojos,28 dice en el primero de ellos: «Durante el embarazo, y creo que a lo largo de toda mi vida, había imaginado los primeros años en casa después del nacimiento de un hijo como los más románticos y maravillosos que podía vivir una pareja. No sé exactamente cómo son en general esos días para el resto de la gente, solo puedo decir que en mi caso no lo fueron en absoluto. Adaptarnos a la falta de sueño y a la delicada tarea de ocuparse de un bebé implicó un esfuerzo casi sobrehumano. Nunca antes había comprendido con tanta claridad la importancia del descanso ni por qué a los prisioneros que van a ser interrogados a menudo se les tortura impidiéndoles dormir. Me costaba imaginar que, generación tras generación, las personas pasaran por eso». Así se sienten muchas: desnortadas.
Sin embargo, no todas las mujeres tienen dudas frente a la maternidad. Algunas se declaran embargadas por una seguridad y un deseo irrefrenable de ser madres desde antes de leer el resultado positivo en la prueba del embarazo, y a ese sentimiento le ponen el nombre de «instinto maternal». Otras perciben ese supuesto instinto cuando alumbran o cuando dan el pecho por primera vez. Y muchas no lo sienten y se creen anormales porque los libros y las vecinas dicen que toda mujer debe experimentarlo. La mujer de pelo versátil se pregunta si ese instinto que solo corresponde a las personas del sexo femenino existe de verdad. La definición del diccionario es: «Facultad de los seres vivos que se manifiesta de forma espontánea e impulsa a actuar de una forma determinada, sin que se tenga conciencia de ello». Uno muy evidente es el de conservación: las personas actúan inconscientemente para no poner su vida en peligro. Pero ¿la maternidad corresponde a un instinto? ¿Las mujeres se quedan embarazadas siguiendo un dictado biológico? Resulta sospechoso que, cuando se trata de los hombres, ese dictado biológico se explique como una necesidad imperiosa de mantener relaciones sexuales, mientras que en el caso de las mujeres se justifique por sus ganas de ser madres. Más parece una explicación adaptada a unas ideas culturales que a unas de carácter biológico, máxime si se tiene en cuenta que durante siglos la maternidad no ha sido una opción para las mujeres, sino un mandato cultural: o...

Índice

  1. Cubierta
  2. Potadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. La fina línea que une nuestros «yos» pasados
  7. PRIMERA PARTE: LA NIÑA DE LA CINTA EN EL PELO
  8. SEGUNDA PARTE: LA MUJER DE PELO VERSÁTIL
  9. TERCERA PARTE: LA MUJER DE PELO CORTO
  10. Agradecimientos
  11. Índice