
- 154 páginas
- Spanish
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Un pueblo de alianza
Descripción del libro
Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica, en 1967, muchos de aquellos que siendo llenos de la unción del Espíritu Santo, y que experimentaron la actualidad de sus manifestaciones, de sus dones y sus carismas - tal como lo fue en las primeras comunidades cristianas - movidos por Dios a dar una respuesta firme y estable al llamado que les fuera realizando, y siempre como fruto de un carisma que surge para servicio de la Iglesia, dieron vida a comunidades que asumían responsabilidades y compromisos fuertemente estables con Dios, la Iglesia y entre sus miembros. A éste compromiso se lo llamó ALIANZA, y pronto se convirtió en el eje principal de las comunidades que iban surgiendo en la Renovación Carismática
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Información
Capítulo primero
“YO HARÉ UNA ALIANZA CONTIGO1”
Bases bíblicas de la Alianza con Dios
Todo cuanto es suscitado por el Espíritu Santo en la Iglesia, brota de las fuentes inagotables de la Palabra de Dios, y se encuentra en perfecta sintonía con la historia de salvación y con el magisterio eclesial.
Por ello, para hablar de la Alianza con Dios que se vive y promete en las comunidades carismáticas, debemos recurrir confiadamente a las bases y al sentido bíblico, y descubrir así que Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con él. Esta idea, fundamental para la doctrina de la salvación, es la que expresa el sentido principal y profundo de la alianza. En el Antiguo Testamento se dirige todo por el pensamiento religioso, pero se ve cómo con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de Jesucristo.
ANTIGUO TESTAMENTO
La alianza (berit), antes de referirse a las relaciones de los hombres con Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Éstos se ligan entre sí con pactos y contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse ayuda: son las alianzas de paz (Gen 14,13; 21,22ss; 26,28; 31,43ss; 1Re 5,26; 15,19) las alianzas de hermanos (Am 1,9) los pactos de amistad (1Sa 23,18) e incluso el matrimonio (Mal 2,14). También las alianzas eran convenios entre desiguales, en donde el poderoso promete su protección al débil, mientras que éste se compromete a servirle: el antiguo Oriente practicaba corrientemente estos pactos de vasallaje, y la historia bíblica ofrece diversos ejemplos de ellos (Jos 9,11-15; 1Sa 11,1; 2Sa 3,12 ss). En estos casos el inferior podía solicitar la alianza; pero el poderoso la otorgaba según su beneplácito y condiciones (Ez 17,13s). El pacto se establecía según un ritual consagrado por el uso. El compromiso entre las partes quedaba sellado cuando se cortaban animales en dos y se pasa por entre los trozos pronunciando imprecaciones contra eventuales transgresiones (Jer 34,18). Finalmente, se establecía un memorial: se plantaba un árbol o se erigía una piedra, que en adelante serían los testigos del pacto (Gen 21,33; 31,48ss). Tal es la experiencia a partir de la cual Israel se representó sus relaciones con Dios.
El sentido y la materia de la alianza no tardó en introducirse en el Antiguo Testamento: forma el punto de partida de todo el pensamiento religioso de Israel.
I. LA ALIANZA DEL SINAÍ
En el Sinaí, el pueblo libertado entró en alianza con Yahveh y así fue como el culto rendido a Él vino a ser la base de su fe. Evidentemente, la alianza en cuestión es análoga a los tratados de vasallaje: Yahveh decide con soberana libertad otorgar su alianza a Israel y él mismo dicta sus condiciones. Sin embargo, no se lleva demasiado lejos la comparación, pues la alianza sinaítica, dado que es cosa de Dios, es de un orden particular: revela un aspecto esencial del designio divino.
1. La alianza en el designio de Dios.
Ya en la visión de la zarza que ardía reveló Yahveh a un mismo tiempo a Moisés su nombre y su designio para con Israel: quiere libertar a Israel de Egipto para asentarlo en la tierra de Canaán (Ex 3,7-10.16s), pues Israel es «su pueblo» (3,10), al que quiere dar la tierra prometida a sus padres (Gen 12,7; 13,15). Esto supone inmediatamente que, por parte de Dios, es Israel objeto de elección y depositario de una promesa. El éxodo viene luego a confirmarla revelación del Horeb: al libertar Dios efectivamente a su pueblo muestra que es el Señor y que es capaz de imponer su voluntad; así, el pueblo libertado responde al acontecimiento con su fe (Ex 14,31). Ahora, una vez adquirido este punto, puede Dios ya revelar su designio de alianza: “Si escucháis mi voz y observáis mi alianza, seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19,5s). Estas palabras subrayan la gratuidad de la elección divina: Dios escogió a Israel sin méritos propios (Dt 9,4ss), porque lo ama y quería mantener el juramento hecho a sus padres (Dt 7,6ss).
Habiéndolo separado de las naciones paganas, se lo reserva exclusivamente: Israel será su pueblo, le servirá con su culto, vendrá a ser su reino; así Yahveh le garantiza ayuda y protección: ¿no lo había ya en tiempos del éxodo “llevado sobre alas de águila y traído a sí” (Ex 19,4)? Y ahora, frente al porvenir, le renueva sus promesas: el ángel de Yahveh caminará delante de él para facilitarle la conquista de la tierra prometida; allí le colmará Dios de sus bendiciones y le garantizará la vida y la paz (Ex 23,20-31). La alianza, momento capital en el designio de Dios, domina toda la evolución futura, cuyos detalles, sin embargo, no se revelan totalmente desde el comienzo.
2. Las cláusulas de la alianza.
Dios, al otorgar su alianza a Israel y hacerle promesas, le impone también condiciones que Israel deberá observar. Los relatos que se entrelazan en el Pentateuco ofrecen varias formulaciones de estas cláusulas que reglamentan el pacto y constituyen la ley. La primera concierne al culto del único Dios y la exclusión de la idolatría (Ex 20,3ss; Dt 5,7ss). De aquí se desprende inmediatamente la desaprobación de toda alianza con las naciones paganas (Ex 23,24; 34,12-16). Pero también se entiende que Israel deberá aceptar todas las voluntades divinas, que envolverán su existencia entera en una red tupida de prescripciones: “Moisés expuso todo lo que le había prescrito Yahveh. Entonces todo el pueblo respondió: ‘Todo lo que ha dicho Yahveh, lo observaremos’” (Ex 19,7). Compromiso solemne, cuyo respeto condicionará para siempre el destino histórico de Israel. Si obedece, tiene aseguradas las bendiciones divinas; si falta a su palabra, él mismo se condena a las maldiciones (Ex 23,20-33; Dt 28; Lev 26).
3. La conclusión de la alianza.
El relato complejo del Éxodo conserva dos rituales diferentes de la conclusión de la alianza. En el primero, Moisés, Aarón y los ancianos de Israel toman una comida sagrada en presencia de Yahveh, al que contemplan (Ex 24,1s.9ss). El segundo parece reproducir una tradición litúrgica antigua. Moisés erige doce piedras, una por cada tribu de Israel, para formar un altar para el sacrificio. Luego del sacrificio, derrama parte de la sangre sobre el altar y rocía también con ella al pueblo, indicando la unión que se establece entre Yahveh e Israel. Entonces el pueblo se compromete solemnemente a observar las cláusulas de la alianza (Ex 24,3-8). La sangre de la alianza desempeña un papel esencial en este ritual.
Una vez concluido el pacto, diversos objetos perpetuarán su recuerdo, atestiguando a través de los siglos el compromiso inicial de Israel. El arca de la alianza es un cofre en el que se depositan las «tablas del testimonio» (es decir, de la ley); ella es el memorial de la alianza y el signo de la presencia de Dios (Ex 25,10-22; Núm. 10,33-36). La tienda en que se coloca el arca, esbozo del templo futuro, es el lugar del encuentro de Yahveh y su pueblo (Ex 33,7-11).
Arca de alianza y tienda de la cita marcan el lugar de culto central, en el que Israel como pueblo escogido rinde a Yahveh su adoración. Con esto se indica el enlace perpetuo del culto israelita con el acto inicial que fundó la nación: la alianza del Sinaí.
4. Sentido y límites de la alianza sinaítica.
La alianza sinaítica reveló en forma definitiva un aspecto esencial del designio de salvación: Dios quiere asociarse a los hombres y hacer de ellos una comunidad entregada a su servicio, regida por su ley, depositaria de sus promesas. El Nuevo Testamento realizará en su plenitud este proyecto divino.
En el Sinaí comienza la realización, pero en diversos aspectos queda todavía ambigua e imperfecta. Aun cuando la alianza es un libre don de Dios a Israel, su forma contractual parece ligar el designio de salud con el destino histórico de Israel y se expone a presentar la salvación como el salario de una fid...
Índice
- PRESENTACIÓN
- INTRODUCCIÓN
- Capítulo primero
- Capítulo segundo
- Capítulo tercero
- Capítulo cuarto
- Capítulo quinto
- Bibliografía Consultada
- ANEXO
- BREVES LETANÍAS A MARÍA MADRE DEL BUEN CONSEJO