¿Qué es el autismo? Infancia y psicoanálisis
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¿Qué es el autismo? Infancia y psicoanálisis

Silvia Elena Tendlarz, Patricio Alvarez Bayon

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¿Qué es el autismo? Infancia y psicoanálisis

Silvia Elena Tendlarz, Patricio Alvarez Bayon

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Nuestra búsqueda en este libro es examinar el cuadro clínico del autismo y el tratamiento posible que se plantea desde la orientación psicoanalítica. Para ello nos apoyaremos en los distintos momentos de la enseñanza de Lacan que nos permiten aprehender al autismo dando cuenta de su falta de comunicación, sus estereotipias y su encapsulamiento. Si bien no hay una teorización sistemática del autismo en Lacan, su propia enseñanza permite deducir una teoría del autismo a partir de sus distintas escansiones, sin que sus formulaciones se contrapongan, antes bien, se complementan entre sí. Este texto es el resultado del trabajo efectuado en el Seminario del Departamento de autismo y psicosis en la infancia (DAP) del Centro de investigaciones del Instituto Clínico de Buenos Aires desde su creación, en el año 2008. enfocándonos en la singular presentación de cada niño.

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Información

Año
2020
ISBN
9789878372426

1. NIÑOS AUTISTAS

El autismo tiene la particularidad de iniciarse en la pequeña infancia y su forma de funcionamiento singular se mantiene a lo largo de la vida aunque se modifique su forma de presentación, sin augurar por ello un destino trágico que debamos aceptar con resignación.

En busca de la causa

La expansión del diagnóstico de autismo lleva a continuas y crecientes cuantificaciones en búsqueda de la cifra que exprese el impacto sobre la población. Por ejemplo, el Centro para el control y prevención de enfermedades (CDC) de EE.UU. ha afirmado en marzo de 2011 que 1 de cada 88 niños padece autismo, por lo que en ese momento se consideraba que ese porcentaje revelaba un cuarto más de niños autistas del año 2009, y que desde el año 2007 hasta el año 2011 se produjo un crecimiento del 78%. En realidad estos porcentajes son inestables y rápidamente son modificados por una medición ulterior.
En general, se los diagnostica como un trastorno que afecta la comunicación, las interacciones sociales, padecen de conductas repetitivas y se manifiesta en edades tempranas. El énfasis está puesto en la falta del lazo y en la comunicación, y muchas veces se deja de lado el aspecto de lo repetitivo y de lo estereotipado que obedece a una lógica. En realidad, estas consideraciones obedecen a las clasificaciones creadas por los Manuales Diagnósticos que, como lo indica Éric Laurent, son “instrumentos de gestión de la población que no puede ignorar las consecuencias de su autoritarismo clasificatorio”. (1)
El inicio temprano es fundamental: algunos niños desde su nacimiento se presentan como autistas, aunque pueda llevar un tiempo para poder diagnosticarlos, en otros su inicio se sitúa alrededor de los dos años. Estos “inicios” se distinguen de los desencadenamientos psicóticos que marcan un momento de ruptura y de discontinuidad, a diferencia de la continuidad en el funcionamiento del autismo. Algunos padres relatan cómo los niños de bebés estaban bien en sus brazos, se conectaban, decían algunas palabras, y luego sitúan un acontecimiento particular con el que asocian el inicio del autismo y el cambio de su hijo, como el nacimiento de otro hijo, algún accidente, o algún evento importante familiar. Otros padres destacan que desde el inicio el bebé lloraba demasiado, cuando lo alzaban en brazos su cuerpo se mantenía rígido sin amoldarse al abrazo, evitaba la mirada, etc. Algunos subrayan una discontinuidad o corte, otros una continuidad en el funcionamiento.
Sin duda la distinción entre autismo y psicosis en la pequeña infancia resulta complicada puesto que su presentación puede resultar similar. Para hablar verdaderamente de autismo se lo debe plantear como un modo de funcionamiento singular que permanece en el tiempo puesto que no hay un pasaje del autismo a la psicosis ni a la neurosis. No se debe confundir entonces las dificultades que algunos niños pequeños pueden presentar en relación al lenguaje con el autismo. El traumatismo del lenguaje sobre el niño autista hace que la presentación en la primera infancia sea más silenciosa, con sonidos específicos, o con palabras estereotipadas, pero eso no significa que el devenir del niño autista lo lleve a guardar necesariamente la misma relación con el lenguaje a lo largo de toda su vida.
El diagnóstico no vaticina un futuro. Dentro de los once casos paradigmáticos de Leo Kanner, (2) solo los niños que no recibieron ningún tipo de tratamiento permanecieron en hospitales psiquiátricos. Se debe romper con el mito de que autismo significa quedar aislado, mudo con movimientos estereotipados por el resto de su vida. Esta es una falsa idea que conduce a un uso precipitado de protocolos estandarizados que reducen su singularidad a simples fenómenos tomados desde una perspectiva deficitaria.
Hay que “escuchar al autista”, de acuerdo a la expresión utilizada por Jean-Claude Maleval, (3) a sabiendas de que no se trata de curarlo del autismo, porque si el modo de funcionamiento del autismo es ése, esa es la normalidad dentro de su posición subjetiva. Se busca abrirle nuevas posibilidades para que encuentre invenciones y salidas personales. En ese sentido no se distingue de cualquier otra posición subjetiva en la que siempre se trata de encontrar, a partir de los detalles de la narración, las invenciones y salidas necesarias para cada uno. Se trata de una orientación del analista hacia un sujeto más allá de la estructura.
En una nota sobre el autismo el diario La Nación en el año 2012 se afirmaba que el autismo no tiene cura, puesto que es un trastorno de por vida. Se planteaba entonces como única alternativa la reeducación para paliar el déficit. Hay muchos incurables en psicoanálisis: el inconsciente es un incurable, y nadie se cura del inconsciente porque eso sería destituirlo. Tampoco existe cura de la división subjetiva que es estructural. Pero lo incurable de la estructura no significa que el sujeto incluido en ella no tenga una salida subjetiva a partir de una invención personal.
Otra preocupación es la búsqueda incesante sobre la causa. Hablar acerca de la etiología del autismo es el boom contemporáneo. Miriam Perrin, en un artículo de la revista de la Cause Freudianne dedicado al tema del autismo, se pregunta: “El autista, ¿no se ha vuelto el fetiche de la causa etiológica?”. (4)
Ante la emergencia de mayor cantidad de niños autistas, un rumor inquietó a la opinión pública. En 1998 The Lancet publicó un estudio del Dr. Wakefield del Royal Free Hospital del norte de Londres en el que planteaba como hipótesis la relación entre la vacuna contra la rubéola y el autismo. Los medios contribuyeron a crear un gran escándalo y el rumor se expandió por Internet.
Como respuesta a este rumor, François Ansermet expresó, también por Internet, en el año 2009 que una investigación realizada en 2004 revela que un equipo de abogados le pagó al Dr. Wakefield para que publicara esa nota, e inició inmediatamente después procesos contra los productores de la vacuna. The Lancet publicó en marzo de 2004 una pequeña nota editorial en el que se retractaba, pero el rumor continuó circulando.
La verdad de este rumor es que pensar al autismo como un déficit ligado a lo genético, que es constitucional o, incluso, como el efecto secundario de una vacuna generalmente alivia a los padres puesto que los extrae de los penosos sentimientos que experimentan.
La búsqueda de una genética defectuosa ha llegado a tal punto que ante la dificultad de encontrar un “gen autista”, los científicos han comenzado a hablar de “mutaciones genéticas espontáneas” ligadas al medio ambiente. La decodificación del genoma humano ha introducido la creencia que finalmente se podrá establecer la secuencia genética que permita aislar el autismo. El 10 de junio de 2010 el Consorcio del Proyecto Genoma publicó en la revista Nature un artículo en el que daban cuenta del hallazgo de repeticiones y pérdidas de fragmentos de ADN en el 20% de los casos de autismo examinados. Se trata de “variantes raras”, mutaciones únicas, con un gen diferente en cada niño. El planteo es que se trata de mutaciones congénitas espontáneas que aparecen durante la interacción entre óvulos y espermatozoides que son copiados por el niño que nada tiene que ver con la herencia, pero son todas diferentes. No ha logrado establecerse la causa de estos cambios genéticos por lo que el “medio ambiente” permanece como perspectiva. El planteo genético así planteado deja a la reeducación como única alternativa viable. Está por verse si ese “medio ambiente” incluirá o no la relación del sujeto con el significante.
El propio Ian Hacking, en ¿La construcción social de qué? (5) retoma esta perspectiva y considera que en verdad la ciencia cognitiva es la que rige en la actualidad para explicar el autismo a través de la “teoría de la mente” dado los déficits lingüísticos y de otra índole. Teoría que nombra la capacidad para atribuir estados mentales a uno mismo y al otro, volviéndose así una versión imaginaria del Otro.
La mala información acerca de la efectividad del psicoanálisis corresponde a que los resultados obtenidos no son evaluables de acuerdo a los criterios cuantitativos y estadísticos cognitivo-comportamentales utilizados en las publicaciones científicas.
En la búsqueda de la causa, algunos estudios llegan incluso a afirmar que la obesidad de la madre, como así también la edad de los padres mayor a los 35 años, contribuye al nacimiento de niños autistas. De este modo, la falta recae nuevamente sobre los padres y sobre su estilo de vida.
El descrédito del psicoanálisis es correlativo al creciente recurso a tratamientos cognitivos-comportamentales para abordaje de niños autistas, que ayudan a difundir la creencia de que los psicoanalistas culpabilizan a los padres por la enfermedad de sus hijos.
La idea de que los psicoanalistas culpabilizan a los padres encuentra sus raíces en las descripciones hechas por Leo Kanner (6) respecto de los padres de niños autistas. Él decía que se trata de padres fríos, distantes, y Bruno Bettelheim (7) contribuyó a expandir la idea de que los psicoanalistas acusaban, culpabilizaban, a los padres del autismo de los niños, cuando en realidad no hay nada de cierto en esto.
Sobre este punto, ha habido una confusión histórica. También el psicoanálisis en sus inicios se preguntó por la etiología no biológica sino psíquica del autismo, su psicogénesis, y algunos autores postfreudianos intentaron investigar si había alguna correlación entre la personalidad de los padres y el autismo de los hijos. Ante eso, Lacan dice tajantemente en el Seminario 3: “El gran secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis. Si la psicogénesis es esto, es precisamente aquello de lo que el psicoanálisis está más alejado, por todo su movimiento, por toda su inspiración, por todos sus resortes, por todo lo que introdujo, por todo aquello hacia lo que nos conduce, por todo aquello en lo que debe mantenernos”. (8) Ante semejante orientación ética de Lacan, intentar situar las causas en una supuesta culpabilidad de los padres es un error fundamental.
En articulación con esa indicación, Lacan establece la causalidad de la neurosis, la psicosis, incluso del autismo, a partir de su mecanismo fundante: represión o forclusión. Y establece una “insondable decisión del ser” como aquélla que funda a la estructura mediante un mecanismo determinado. En esta formulación no plantea la más mínima apelación a los padres, a su personalidad, a su psiquismo o a sus errores. Más adelante, en la “Cuestión preliminar…” se ríe de las investigaciones postfreudianas que intentaban ubicar tipos de padres generadores de psicosis, demostrando que sólo se trata de funciones simbólicas que pueden cumplirse o no de acuerdo a esa insondable decisión del ser: la función paterna o materna, que no responde a las personas que la ocupen, sino de cómo esas funciones se articulan con el mecanismo fundante. (9)
La pregunta acerca de la causa del autismo no es psicoanalítica, como así tampoco la orientación de culpabilizar a los padres.
Desde el psicoanálisis, por fuera de las causas que pudo haber motivado el autismo, incluso si fueran genéticas, se busca contribuir a que el niño encuentre su invención singular sin evaluar los resultados de acuerdo a criterios preestablecidos.

Diagnósticos en expansión

El autismo tiene su historia. Como antecedente, el italiano Sante de Sanctis es el primero en 1906 en describir un inicio infantil de la demencia precoz a la que llamó dementia precosissima, con síntomas catatónicos e inaptitud para el aprendizaje.
Leo Kanner introduce en 1943 el concepto de “autismo infantil precoz”. Pocos meses después, en 1944, y en otro contexto, Asperger inicia su desarrollo sobre lo que más adelante se llamó “síndrome de Asperger”. El primero queda como una interfaz entre la psiquiatría y el psicoanálisis. El segundo sigue su derrotero educativo puesto que Asperger propone desde el inicio una “pedagogía curativa”.
La descripción de Kanner de los niños autistas señala dos características esenciales: aloneness y sameness, soledad y fijeza. El adjetivo “precoz” indica que se manifiesta desde el nacimiento o antes de los tres años. Este inicio temprano determina su modalidad de presentación.
Se distingue del síndrome de Asperger en cuanto que falta en éste último el retraso del lenguaje, y por el hecho de que es reconocido o se inicia después. Asperger indica en su diagnóstico rasgos que perduran a lo largo de toda la vida, no tiene nada de evolutivo ni tampoco se producen cambios en el diagnóstico.
El concepto mismo de autismo resulta particular en su historia posterior. Es el gran sobreviviente del derrumbe diagnóstico que propone el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. En 1980, el DSM III incluye el autismo dentro de los “Trastornos profundos de desarrollo” como un subtipo y su forma más severa. Su característica principal es la dificultad de adquirir aptitudes cognitivas, lingüísticas, motrices y sociales. El DSM III abandona la noción de psicosis en la infancia dada la rareza de la evolución de las patologías precoces de la infancia hacia las formas de psicosis adultas.
En 1987 este esquema es revisado (DSM III-R), creando en su lugar el término de “Pervasive Developmental Disorders” (“Trastornos generalizados del desarrollo”) para nombrar las desviaciones del desarrollo de numerosas funciones psicológicas fundamentales implicadas en la adquisición de aptitudes sociales y del lenguaje. Se proponen dos tipos de TGD: el trastorno autista (según la descripción de Leo Kanner) y el TGD no específico que toma como criterio diagnóstico el trastorno comportamental. A partir de entonces predominan el criterio adaptativo y el enfoque terapéutico educacional. Tanto el “Autismo infantil precoz” de Kanner como el “Síndrome de Asperger” forman parte de los “Trastornos generalizados del desarrollo” (TGD), que acentúan la perturbación evolutiva.
El DSM IV agrupa al autismo bajo este diagnóstico de TGD, y ubican dentro de éste a cinco cuadros diferentes: el autismo, el trastorno de Rett, el trastorno desintegrativo infantil, el trastorno de Asperger, y el TGD no especificado. El más desarrollado descriptivamente es el autismo, los restantes cuadros son sus variaciones.
El autismo tiene tres características fundamentales: alteración de la interacción social, alteración en la comunicación, y comportamientos anormales restrictivos o estereotipados.
La alteración de la interacción social concierne a la afectación de la práctica de los comportamientos no verbales, entendiendo por tales el contacto ocular, la expresión facial, las posturas y gestos corporales, etc. Dentro de la alteración de la interacción social se encuentra la incapacidad para desarrollar actitudes sociales, que puede ser por incomprensión de criterios sociales. Por ejemplo, no entienden cuando alguien se ríe o alguien llora, o bien la falta de interés para esa inter...

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