1. Un día en la vida de un ciudadano socialista
Escribo este libro en 2018, de modo que, si en un futuro tomas un ejemplar ya polvoriento, debes saber que en estos tiempos Jon Bon Jovi es el músico más popular y el niño mimado de la crítica. Sin perder eso de vista, intentemos un experimento mental.
Digamos que eres un fanático de Bon Jovi (pero ¿tendrías motivos para no serlo?). Estás buscando trabajo y le escribes una carta, currículum adjunto, y él tiene la amabilidad de darte una referencia para trabajar en la empresa de salsa para pastas de su familia. Ahora bien, como ya sabrán los lectores contemporáneos, la salsa de tomate Bongiovi Brand tiene mucho prestigio entre los amantes de la pasta: está considerada la mejor en su ramo. Empiezas a trabajar en la fábrica, donde con gran orgullo envasas favoritos ítaloestadounidenses como la salsa “Classic Curry”.
Te pagan quince dólares por hora y trabajas de 9 a 17 todos los días. No es mucho, pero las cuentas se acumulan y también tienes que pagar tus pasatiempos más o menos extravagantes. Por supuesto, es mejor que estar desempleado y robar wifi de tu vecino Fred, un pediatra con dos divorcios a cuestas que lloró con el final de Un sueño posible.
Pese a la incomparable calidad de su producto, Bongiovi sigue siendo una empresa pequeña. Pasas por un rápido entrenamiento para llenar y sellar de la manera más eficiente los frascos de salsa. El trabajo te mata de aburrimiento, pero fuera de eso las cosas marchan bien. Te encariñas con tus compañeros y haces amigos.
Tu desempeño mejora mes a mes. Tal vez parezca una tontería, pero tu trabajo te da orgullo. Crees en el “Classic Curry” y su capacidad de dar alegría y satisfacción a personas de todo el mundo. También te llevas muy bien con tus jefes: estamos en una fábrica de salsa de tomate, no en un taller clandestino a lo Dickens. Cuando pareces triste, tu supervisor te pregunta qué te pasa y trata de animarte. Cuando te equivocas, no te echan: te hacen una crítica amistosa. De vez en cuando, el señor Bongiovi incluso invita a sus empleados, después del trabajo, a ver un partido de béisbol de las ligas menores.
Al cumplir un año en la empresa, empiezas a hacer cuentas. Al principio llenabas cien frascos por día; ahora tu promedio ronda los ciento veinticinco. Lleno de orgullo, lo comentas con tus jefes. Ellos te dicen que son conscientes de lo bien que has trabajado y realmente aprecian tu desempeño. Incluso te han propuesto para ser El Empleado Del Mes. Les agradeces, pero sugieres que tal vez sería justo que te pagaran un 25% más para reflejar el incremento de tu productividad.
Tus gerentes lo piensan un rato y te recuerdan que la economía está en recesión y mucha gente busca trabajo. También invocan la declaración de objetivos fundamentales de la empresa, según la cual una salsa para pastas innovadora podría algún día cambiar el mundo. Bongiovi Brand no es un productor de comida: es una cultura, un ethos, un credo, un modo de vida.
Es difícil discutir todo eso, y estás dispuesto a tirar la toalla y arreglártelas sencillamente con tu paga actual. Pero, por suerte, tus jefes ponen fin a su perorata con una solución de compromiso: te pagarán diecisiete dólares la hora y, si tu ritmo de trabajo actual no flaquea, en el horizonte hay un ascenso con tu nombre.
La euforia te puede. Estás tan contento que tu compañera Debra te dice: “Pero ¡estás radiante!”. Le cuentas entonces que es porque acabas de conseguir un aumento a diecisiete dólares la hora. Durante un instante, Debra duda, pero después te felicita; sin embargo, algo raro queda flotando en el aire.
Más tarde, ese mismo día, al pasar por la sección de etiquetado, ves a Debra: llora. En Bongiovi, todos tienen los ojos un poco húmedos, siempre, por la enorme cantidad de curry que engullen las llamas de la fábrica, pero esto parece diferente.
–Eh, ¿por casualidad no habrás visto a Sandra Bullock descollar y desgarrarnos con su protagónico en un drama de fútbol americano, escrito y dirigido por John Lee Hancock?
–Sí, pero en realidad lloro porque llevo tres años trabajando aquí y solo gano trece dólares la hora.
Envasar la salsa no es más difícil que etiquetarla: la disparidad te escandaliza. Prometes que vas a hablar del tema con la gerencia.
Al día siguiente haces exactamente eso, y dices: “Vean, sé que por estos lares soy algo así como un favorito debido a mi personalidad, pero es realmente injusto que a Debra le paguen tanto menos que a mí por hacer en esencia el mismo trabajo”. Tus jefes te dicen que, en realidad, no eres uno de los favoritos: de hecho, todo el mundo cree que eres algo extraño. Y te explican que la diferencia salarial se basa en el hecho de que el puesto anterior de Debra significaba para ella siete dólares y medio la hora, y aquí empezó con once dólares: a todas luces, una gran mejora. Más aún, nunca pidió un aumento como tú.
Toda esta información parece exacta, de modo que sigues adelante y preguntas si ella también puede recibir un aumento. Tus gerentes dicen que les encantaría hacerlo, pero los tiempos son duros y, para ser sinceros, Debra no es tan productiva como algunos de sus compañeros. No pueden darle un aumento a todo el mundo. Te enteras de que en este tiempo un gran rival corporativo ganó bloques del mercado recortando costos laborales y bajando el precio de su salsa. “Lo máximo que podemos hacer por Debra es asegurarle que tiene empleo por varios años”.
No te parece que vayan a ceder. Dejas de lado el asunto y le dices a Debra que hiciste todo lo posible.
Pero lo sucedido con Debra se convierte en un catalizador del cambio en Bongiovi. Para empezar, los empleados se reúnen luego del trabajo para hablar de sus salarios y de las condiciones en que está la planta. Les importa la empresa, pero quieren recibir beneficios; por ejemplo, licencias pagas por enfermedad. La reunión se transforma en una bola de nieve y al final los trabajadores forman un sindicato.
El sindicato contribuye a mejorar las cosas por un tiempo, pero los años siguientes son duros para el mercado de salsa para pastas saborizada con curry. Los competidores con sede en la India –tierra de curry, tomates y mano de obra barata– están bien posicionados para cambiar drásticamente la industria. Hay rumores de venta de la empresa o de tercerización de los puestos de trabajo, mientras que la gerencia no abre la boca. Finalmente, el señor Bongiovi hace frente a las especulaciones: estamos comprometidos con el largo plazo, creemos en la salsa con que acompañamos nuestras pastas, pero, sobre todo, creemos en la gente.
Las cosas tendrían que cambiar para que Bongiovi Brand recupere su rentabilidad, pero el convenio colectivo con el sindicato limita las opciones del señor Bongiovi. Este quiere a sus empleados; de todos modos, a veces es necesario amputar una pierna para salvar una vida. Sin la libertad de dejar en la calle a los trabajadores sobrantes, a Bongiovi se le ocurre otro plan: consigue una línea de crédito de su hijo Jon y la usa para renovar la maquinaria de la fábrica.
En un primer momento, te alegra la transformación: envasar salsa es un trabajo duro, y el nuevo sistema será semiautomatizado. Si antes tu producción era de cien frascos por hora, te imaginas que ahora podrías hacer doscientos. Pero en vez de hacerte más fácil la vida, los cambios complican tu tarea. Tus jefes son tan amistosos como siempre; pese a todo, ellos mismos están sometidos a una tremenda presión. Dicen que todo el mundo debe producir doscientos cincuenta frascos por hora para que la salsa pueda tener un precio competitivo, y luego hablan de trescientos. La empresa incluso busca que dediques más tiempo a envasar la salsa: primero reducen el horario del almuerzo y luego extienden una hora la jornada laboral.
El sindicato hace naufragar esta última medida, pero los empleados quieren evitar conflictos y mostrar lo productivos que pueden ser los trabajadores estadounidenses. Más aún, los dirigentes gremiales harían una pésima figura si un taller cerrara apenas años después de organizado el sindicato: ¡imagina cuántos trabajadores de otras empresas perderían el entusiasmo por hacer lo mismo!
A fin de cuentas, te sientes indefenso. Aun antes de que se pusiera en marcha el régimen laboral más exigente, sentías que no tenías voz para aportar al buen manejo de las cosas y te enfermaba que todos los días te dijeran qué hacer. Sabes que la empresa está en una posición precaria, pero también sabes que quienes la dirigen ganan cincuenta veces más que tú. ¿Trabajan realmente cincuenta veces más? ¿No podrías descubrir el modo de hacer tú también su trabajo?
Al final del día estás física y emocionalmente exhausto y no puedes hacer fuera del trabajo las cosas que te encantaban: escribir, nadar, seguir buceando en las redes de tu vecino Fred y tomar préstamos a nombre de su gato. Piensas en renunciar pero, sin respaldo de familia o ahorros, es imposible.
¿Quién te puso en esta situación? ¿Jon Bon Jovi? ¿Esos indios que gustan del curry?
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La respuesta no es quién, sino qué: el capitalismo. El capitalismo no es los productos de consumo que usas todos los días, más allá de que esas mercancías (toallitas húmedas, tabaco, pelucas) se producen en lugares de trabajo capitalistas. Tampoco es capitalismo el intercambio de bienes y servicios, mercado mediante. Hace miles de años que hay mercados, pero, como veremos, este sistema es relativamente nuevo.
Y el capitalismo es diferente porque, sencillamente, no decides si participar o no: tienes que tomar parte en él para sobrevivir. Tus ancestros eran campesinos, pero no eran menos codiciosos que tú. Tenían su pequeña parcela de tierra donde cultivaban lo más posible. Comían algo de lo producido y entregaban buena parte del resto a un señor local para evitar que los matara. Solían llevar al pueblo todo el excedente para venderlo en el mercado.
Pero tú, proletario de la salsa envasada, enfrentas un escenario diferente. En tu perfil de Tinder estás a favor de los alimentos sustentables y procedentes de fuentes locales, aunque no tienes tierra a disposición. Solo dispones de tu aptitud de trabajar y varios objetos personales (que en un primer momento enumeraba con gran detalle aquí mismo y que mi editor suprimió).
Ahora bien, eso no es poco. Eres un estudiante superior al promedio, muy trabajador y capaz de pensar creativamente y resolver problemas. Pero esas destrezas no...