
- 551 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Los Diarios de Andrés Sánchez Robayna se inscriben en la tradición de los "diarios de escritor" que —de Gide a Jünger, de Kafka a Green— son la otra faz de una obra literaria y, a la vez, el testimonio íntimo de un tiempo histórico colectivo. Desde el apunte lírico hasta la denuncia política, desde la exploración de lo cotidiano hasta el análisis del presente de nuestras sociedades, y en tonos que van de la elegía a la sátira, Mundo, año, hombre es el volumen más amplio publicado hasta hoy de la que ha sido considerada —desde la aparición de su primera entrega en 1996— "una monumental compilación diarística".
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Colecciones literarias2007
ENERO
(TEGUESTE.) INTENSO calor, siroco. El año empieza con un viento que parece querer llevarse los restos del año terminado.
Para mí, como siempre, junto a algo que comienza hay algo que acaba. En todo nacimiento hay una muerte, y a la inversa.
SUEÑO. YO visitaba (con J.M.B.) no sé qué pueblo costero en el norte peninsular. Llegábamos en coche. Bellos arcos a lo largo de la carretera, con el mar allá abajo, largas vistas de laderas verdísimas y, al llegar al pueblo, atrayentes terrazas junto al mar. De pronto, caí en la cuenta de que ya había visitado yo una vez aquel lugar hermoso. Recordaba perfectamente los detalles; de hecho, los iba identificando poco a poco.
Al despertar, traté de saber de qué lugar se trataba. No conseguí recordar ningún pueblo que se le pareciera. (¿Muy lejanamente, la Riviera, en el viaje de 1976?)
Es, pues, un lugar de mi invención. Ya he estado dos veces en él.
Memoria del sueño, en el sueño.
CANSANCIO, HASTÍO, desazón. Vagamente convencido de la inutilidad de todo, de la victoria última de una mediocridad que se ha apoderado de toda clase de ambientes y que amenaza con ahogarnos de manera definitiva. Ya lo ha hecho, en muchos sentidos.
Naufragio general. Apenas hay supervivientes.
NECESIDAD DE conseguir Le Grand large du soir. Journal 1997-1998, de Julien Green (f agosto 1998). Es el último tomo de su Diario (en Flammarion). Resulta inexplicable que no exista traducción española de ningún volumen de este Diario. Una vez más, contradicciones o contrasentidos de una situación cultural que se permite el lujo de no traducir algunos textos de importancia y, al mismo tiempo, llenar las librerías de toneladas de papel impreso absolutamente banal. El caso de Green y su Journal (que ya he tenido ocasión de comentar con algún que otro editor) me recuerda el de otros libros y escritores que parecen sufrir no sé qué incomprensible invisibilidad en español.
LOS CINCO grados del amor cortés: «le premier regard, les premiers paroles, les premiers attouchements, le premier baiser» y —dicho sea con la honesteté de la época— «le don de mercy».
LEÍDO EN el Bréviaire d’un traducteur, de Carlos Batista: «Un periodista preguntó: “¿Qué elogio sueña con oír todo traductor?” Respuesta: “El de un lector bilingüe que prefiere la traducción al original”».
(MADRID.) EN el avión, lectura absolutamente estimulante de Jünger —el segundo volumen de Pasados los setenta. Las ideas cruzan como en ráfagas, mezcladas con una inusitada capacidad de observación proveniente sin duda de su vocación de entomólogo. ¿Dónde leí que los germanos aman la Natur, y los latinos los espacios urbanos? En los comentarios sobre los días cretenses (mayo de 1971) voy reconociendo los lugares visitados por mí mismo treinta años más tarde. Ha sido como recorrerlos dos veces.
Frío intensísimo (en el avión habían anunciado la temperatura: cero grados). Al salir de la terminal del aeropuerto, el espectáculo ruinoso, casi postbélico, del edificio en el que se produjo el atentado terrorista de hace apenas unas semanas. No pude evitar un recuerdo de la película de Buñuel en la que esta clase de atentados forma parte de la vida cotidiana. Es evidente ahora que no se trataba de ninguna fantasía.
*
Lectura en el Círculo de Bellas Artes, que se ha grabado y que se editará este mismo año con el disco compacto correspondiente. Intenté hacer un breve recorrido cohesionado.
Público escaso. Se hace visible la soledad, el aislamiento en que viven ciertas actitudes. Non serviam. En ningún sentido.
BUENA PARTE de la mañana en el Prado, visitando esta vez la exposición temporal de dibujos españoles en la Hispanic Society («Del Siglo de Oro a Goya»). Tenía especial interés en ver los dibujos del aragonés, que son, en efecto, de una extraña fuerza, fundada en la extrañeza misma de su concepto. Forman parte de los álbumes íntimos de Goya, colecciones luego desmembradas y vendidas por su hijo Javier y sus herederos. Ante dibujos como Regocijo (del Album B), dos viejas en un alegre baile, Viejo en un columpio (Album H), Ay pulgas?, Tuti li mundi (Album C) o Campesino llevando una mujer (Album F) no hay más remedio que preguntarse por la naturaleza de la imaginación goyesca, en la que lo grotesco va, me parece, más allá de la mordacidad y del espíritu crítico. Lo grotesco podría verse aquí en sí mismo casi como categoría pura, como elemento esencial de la condición humana.
Bajo la impresión de los dibujos, visito una vez más las salas de las pinturas negras. Y aquí no puedo evitar un pensamiento que me asalta con frecuencia ante estas pinturas: ¿forman éstas, de algún modo, un relato? ¿Cuál es, en todo caso, el nexo que las une, si es que hay alguno? Es verdad que el deterioro a causa del traslado, así como los añadidos debidos a manos ajenas (en el Duelo a garrotazos, por ejemplo, los participantes no estaban originariamente hundidos en la arena, sino en un prado), aumentan las dificultades de interpretación. Resulta tentadora la posibilidad de reconstituir un supuesto hilo narrativo, una forma (peculiar) de secuencia.
(TEGUESTE.) MUERTE de Claudio Guillén. Una crónica de periódico dice que falleció de pronto, mientras veía en televisión La reina de África, de John Huston. Horas antes había estado trabajando en la correspondencia de su padre (para la cual me había pedido hacía tiempo las cartas que éste me envió). Lamento ahora no haberlo llamado en Madrid la semana pasada, por falta de tiempo; habría sido, como siempre, un encuentro memorable.
Empecé a leer sus trabajos hace ya más de un cuarto de siglo, cuando preparaba mis primeros estudios sobre poesía del Siglo de Oro. Su ensayo «Sátira y poética en Garcilaso», escrito en 1972, me pareció (sigue pareciéndome) un texto de inusual solidez teórica, uno de los mejores estudios sobre Garcilaso y también una pieza crítica utilísima como pocas para conocer ciertos rumbos de la literatura europea del XVI. Siguieron otros trabajos que considero igualmente importantes, sobre todo por la amplitud de su horizonte, no limitado a la lengua española. Cuando apareció Entre lo uno y lo diverso me apresuré a leerlo. No me decepcionó. Ese libro permitió a muchos saber quién era Claudio Guillén.
Lo conocí aquí, con motivo de unas jornadas universitarias: simpatía, sintonía, reconocimiento inmediato. Empezó así una amistad hecha de encuentros esporádicos pero muy intensos, que se prolongaban siempre varios días. Así ocurrió, por ejemplo, en Sevilla en 1998; en Florencia un año más tarde, con Margarita, y otra vez nuevamente aquí. Encuentros, todos, inolvidables. La amistad se reforzaba con el envío de nuestros respectivos libros. Los suyos recogían propuestas críticas que resultaban insólitas en nuestro medio. Al frente de Múltiples moradas, tal vez el mejor de todos, escribió: «Para A., a quien veo poco, escribo menos y leo mucho, con admiración siempre y cariño». La última publicación suya que me envió fue su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua («Se te echó de menos, A. Recibe un fuerte abrazo de C.»), una bella reflexión sobre el exilio y en especial sobre Vicente Llorens.
Le interesó siempre Syntaxis, para la que me remitió un espléndido ensayo («De la interhistoricidad»). No sé si hice mal en declinar un día su amable invitación a preparar un volumen amplio sobre Wallace Stevens (poesía, prosa, correspondencia) con destino a la Biblioteca de Literatura Universal que él dirigía en Madrid, pero no podía comprometerme con un proyecto semejante en aquellos momentos. Otro día me propuso que intercambiáramos nuestras respectivas residencias durante dos semanas, hablándome de la suya en Nerja. Su autoridad como comparatista es hoy muy reconocida. Era muy crítico con George Steiner (de sus libros sólo le interesaba After Babel, me dijo), y en Sevilla discutimos sobre el particular. En Florencia me contó que estuvo presente en la lectura que José Ángel Valente, Antonio Gamoneda y yo mismo habíamos ofrecido meses atrás en el Palacio Real, pero que no se había acercado a saludarnos al final de la lectura. ¿Por qué? Me atreví a sugerirle si la razón había sido Valente o, mejor dicho, el polémico ensayo de Valente sobre su padre; con elegancia, me aseguró que no. Pasábamos en ese momento por la Piazza della Repubblica. En seguida me contó la historia del café Paszkowski, donde su padre se reunía siempre con los herméticos florentinos.
También yo echaré de menos su inteligencia, su raro señorío. No estamos precisamente sobrados de espíritus como el suyo. Su estilo intelectual y su elegante calidez no parecen ya signos de este tiempo.
EL ASTROFÍSICO George Contopoulos, en declaraciones de prensa: «El caos se necesita tanto como el orden». Parece que se trata de una idea central en la llamada teoría de la complejidad surgida a mediados del siglo XX.
Tentación, por supuesto, no de aplicarla (¿de qué modo habría que hacerlo?) en otros campos que no sean los de la física, sino de pensar en tal idea en relación con hechos de la vida que nos resultan inexplicables, y para los cuales no parece posible encontrar respuesta o solución. ¿Es inútil esperar esa respuesta o esa solución en todo?
¿No sería necesario, en suma, aceptar el caos como realidad en sí misma?
FEBRERO
(LISBOA.) DE nuevo en esta ciudad que podría llamar íntima. En dos sentidos: se tiene la sensación de que nos integramos cálidamente en sus espacios (los interiorizamos); pero también, objetivamente, Lisboa es una gran ciudad que en ningún momento apabulla, de manera que tiene las virtudes de la ciudad pequeña, cercana, confidencial.
En el avión, rodeado de inmigrantes, como en la mayor parte de los últimos viajes; son quienes hoy parecen alimentar ante todo el transporte aéreo. Apenas llegado al aeropuerto de Madrid, percibo la curiosa tendencia peninsular a hablar por el teléfono móvil con un volumen de voz idéntico al que podría usarse en el salón de la propia casa. Peor aún: con ostentación, con exhibicionismo.
El hotel (Dom Carlos Liberty, en la rua Alexandre Herculano, junto a la avenida da Liberdade) está muy cerca del que nos tocó a M. y a mí en el viaje anterior. Salgo en seguida a la calle. Una pintada, en el Largo da Anunciada: «Quando a banca e o Estado se juntam, quem dita sentenga é o diabo».
Hace una temperatura excelente, sin frío de verdad, lo que me permite dejar el abrigo en el hotel. Es una de las «circunstancias amables» de Lisboa, su clima: «claro el cielo, suave el aire, manso el invierno y el verano tolerable», en palabras de Cristóbal del Hoyo en 1734. Sin embargo, las calles han sido tomadas por los vendedores de castañas asadas y sus envolventes humaredas.
Una v...
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