
- 88 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Recuadro de Nueva España
Descripción del libro
Este volumen recoge una descripción detallada de México en los albores de su independencia. El ocaso del mundo novohispano es visto con la lente del polifacético y polémico historiador guanajuatense Lucas Alamán (1792-1853), una de las figuras más destacadas del siglo XIX mexicano.
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Historia mexicanaEstado de la Nueva España en 1808.
Sucesos que promovieron
la Revolución de 1810
CAPÍTULO I
Virreinato de la Nueva España.—Primitivos habitantes de ella.—Nueva población originada en la Conquista.—Españoles europeos y americanos.—Rivalidad entre ambos.—Mujeres criollas.—Nobleza.—Ilustración.—Población total.—Proporción de las diversas clases.— Indios.—Castas.—Calidades e ignorancia de estas dos clases.—Distribución de la población sobre la superficie del reino.
EL VIRREINATO de la Nueva España comprendía, en la época en que esta historia comienza, no sólo el territorio a que dio este nombre don Fernando Cortés cuando hizo el descubrimiento y conquista de él, sino también al antiguo reino de Michoacán: la Nueva Galicia, conquistada por Nuño de Guzmán, que formaba la intendencia de Guadalajara; otras provincias centrales que sucesivamente se agregaron: las internas de Oriente y Occidente, las Californias y la Península de Yucatán. Al norte confinaba con los Estados Unidos de América, desde el Golfo de México hasta el Océano Pacífico, siendo inciertos los límites, hasta que se fijaron claramente en el tratado celebrado por el rey de España con el gobierno de aquella república, el 22 de febrero de 1819. Se extendía por el sur hasta tocar con la provincia de Chiapas y su anexa de Soconusco, dependientes de la capitanía general de Guatemala; y las costas de Yucatán, desde el Golfo de Honduras, con el vasto contorno del seno mexicano, señalaban sus términos al oriente; así como por el poniente los formaba el Mar del Sur u océano Pacífico, desde el Istmo de Tehuantepec hasta el norte de la Alta California.
La cordillera de los Andes, que en toda la América meridional corre aproximada al Mar del Sur, se reduce a tan corta altura y espacio en el Istmo de Tehuantepec, que hace practicable en aquel punto la comunicación entre ambos océanos, y vuelve a alzarse luego desde la provincia de Oaxaca, extendiéndose en anchura a medida que camina hacia el norte. Entre las ásperas sierras que van siguiendo la dirección de la cordillera principal, coronadas en algunas partes por la nieve perpetua que cubre los antiguos volcanes elevados a inmensas alturas, se forman llanos espaciosos, levantados algunos más de 2 000 varas sobre el nivel del mar, que se suelen conocer con el nombre de valles y que se denominan por las principales poblaciones que en ellos se encuentran. Al conjunto de estas llanadas, colocadas a tanta elevación, se ha dado impropiamente el nombre de la “mesa central de México”. Su descenso es muy rápido hacia las costas del seno mexicano, pero por el lado del Mar del Sur va graduándose como por escalones que forman los diversos ramos de la cordillera, la cual continúa hasta los Estados Unidos por el medio del continente, formando un plano suavemente inclinado hacia las riberas del Río Grande del Norte y las llanuras de Texas.
Esta estructura particular del terreno, combinada con la latitud, produce no sólo la gran variedad de climas y de frutos que se conocen en México, sino que también influye en la diversidad de castas que forman su población, y en sus usos, costumbres, buenas y malas calidades, tanto físicas como morales. De la misma causa procede la mayor o menor facilidad de las comunicaciones de unos puntos a otros, según que los separa entre sí llanuras secas y áridas en una parte del año, pantanosas o anegadas en la otra; cordilleras inaccesibles por su aspereza o valles y profundidades ardientes y enfermizas, para todos los que no están habituados a aquellos climas mortíferos. Los efectos de esta conformación del país han sido también de la mayor trascendencia en los acontecimientos de que voy a ocuparme, y por esto el conocimiento de esta constitución física es indispensable para comprender su historia política y militar.
Antes de la conquista que los españoles hicieron a principios del siglo XVI, y a que fueron dando mayor extensión en los dos siguientes, el país se hallaba poblado por diversas naciones, que según sus historias, habían emigrado en distintas épocas de las regiones septentrionales, estando trazado con mucha precisión en sus pinturas jeroglíficas el camino que algunas de ellas siguieron desde el norte de California hasta las lagunas mexicanas, y todo inclina a creer que estas emigraciones procedieron de la gran llanura central del Asia, que por un lado lanzó sobre la Europa los enjambres de bárbaros que contribuyeron a destruir el Imperio romano, y por el otro las tribus que poblaron el continente americano: sin negar por esto que hubiese otra emigración por el Atlántico, más antigua y de pueblos más adelantados en cultura, de los que ya no quedaba ni memoria en el siglo de la Conquista, y sólo son conocidos por las gigantescas ruinas de Palenque y las que se ven todavía en varios puntos de Yucatán. De estas varias naciones, la mexicana, gobernada bajo la forma de una monarquía electiva, era la más poderosa y, con sucesivas conquistas, se había ido extendiendo desde la laguna que fue su primer asiento hasta el seno mexicano por el oriente, comprendiendo las provincias de México, Puebla y Veracruz: sus límites por el poniente eran más estrechos, pues sólo llegaban a pocas leguas de la capital, lindando con la serranía de Tula y Río de Moctezuma o de Tampico; mas por el sur se prolongaba hasta el Mar Pacífico, en todo el resto de la provincia de México y parte de la de Michoacán. Dentro de aquel imperio se hallaba enclavada la república aristocrática de Tlaxcala, con su pequeño territorio, excepto por el norte que tenía por vecinos a los bárbaros chichimecas: siempre en guerra con los mexicanos para defender su independencia. El odio nacional que se había creado entre ambos pueblos por estas hostilidades continuas fue el gran resorte que, con admirable sagacidad, supo emplear Cortés para subyugar a unos y otros. Estas naciones ocupaban en su parte principal las llanuras más elevadas de la mesa central, en el clima templado y frío: las monarquías de Oaxaca y Michoacán se hallaban situadas en el descenso de la cordillera hacia el Mar del Sur, y tenían la misma extensión que las intendencias que llevaron después estos nombres: varios caciques independientes dominaban las costas de Jalisco o Nueva Galicia, y quedaban también algunos otros que no habían sido sometidos al yugo mexicano en las del norte, hacia la embocadura del Pánuco. Éstos eran los pueblos que por sus leyes, instituciones políticas y conocimientos en la astronomía y las artes habían llegado a un grado más o menos elevado de civilización, especialmente los mexicanos, y todavía más el reino de Texcoco, que así como el de Tacuba se hallaban unidos a aquéllos por una especie de triple alianza, de que sería difícil encontrar otro ejemplo en la historia. Todo el resto del país hacia el norte estaba ocupado por tribus vagantes, en estado de completa barbarie, que costó mucho tiempo y trabajo a los españoles reducir y civilizar, más por medio de los misioneros que por las armas, y aun este género de población iba disminuyendo a medida que se apartaba del centro de la civilización que era el valle mexicano, hasta terminar en regiones casi del todo despobladas y yermas.
La Conquista introdujo en la población de la Nueva España, y en general de todo el continente de América, otros elementos que es indispensable conocer, tanto en su número como en su importancia y distribución sobre la superficie del país, pues todas estas circunstancias, y aún más, la distinción que las leyes hicieron entre las diversas clases de habitantes fueron de grande influjo en la revolución y en todos los acontecimientos sucesivos. Estos nuevos elementos fueron los españoles y los negros que ellos trajeron de África. Distinguiéronse poco tiempo después los españoles en nacidos en Europa y los naturales de América, a quienes por esta razón se dio el nombre de criollos, que con el transcurso del tiempo vino a considerarse como una voz insultante, pero que en su origen no significaba más que nacido y criado en la tierra. De la mezcla de los españoles con la clase india procedieron los mestizos, así como de la de todos con los negros, los mulatos, zambos, pardos y toda la variada nomenclatura que se comprendía en el nombre genérico de castas. A los españoles nacidos en Europa, y que en adelante llamaré solamente europeos, se les llamaba gachupines, que en lengua mexicana significa “hombres que tienen calzados con puntas o que pican”, en alusión a las espuelas, y este nombre, lo mismo que el de criollo, con el progreso de la rivalidad entre unos y otros, vino también a tenerse por ofensivo.
Regulábase en 70 000 el número de los españoles nacidos en Europa que residían en la Nueva España en el año de 1808. Ellos ocupaban casi todos los principales empleos en la administración, la Iglesia, la magistratura y el ejército: ejercían casi exclusivamente el comercio, y eran dueños de grandes caudales consistentes en numerario, empleado en diversos giros, y en toda clase de fincas y propiedades. Los que no venían con empleos dejaban su patria generalmente muy jóvenes, y pertenecían a familias pobres, pero honestas, en especial los que procedían de las provincias vascongadas y de las montañas de Santander, y por lo común eran de buenas costumbres. Siendo su fin hacer fortuna, estaban dispuestos a buscarla, destinándose a cualquier género de trabajo productivo: ni las distancias, ni los peligros, ni los malos climas los arredraban. Los unos llegaban destinados a servir en casa de algún pariente o amigo de su familia; otros eran acomodados por sus paisanos: todos entraban en clase de dependientes, sujetos a una severa disciplina, y desde sus primeros pasos aprendían a considerar el trabajo y la economía como el único camino para la riqueza. Alguna relajación había en esto en México y Veracruz, pero en todas las ciudades del interior, por ricas y populosas que fuesen, los dependientes en cada casa eran tenidos bajo un sistema muy estrecho de orden y regularidad casi monástica, y este género de educación espartana hacía de los españoles residentes en América una especie de hombres que no había en la misma España, y que no volverá a haber en América. Según adelantaban en su fortuna, o según los méritos que contraían, solían casar con alguna hija de la casa, mucho más si eran parientes, o se establecían por sí, y todos se enlazaban con mujeres criollas, pues eran muy pocas las que venían de España, y éstas generalmente casadas con los empleados. Con la fortuna y el parentesco con las familias respetables de cada lugar, venía la consideración, los empleos municipales y la influencia, que algunas veces degeneraba en preponderancia absoluta. Una vez establecidos así los españoles, nunca pensaban en volver a su patria, y consideraban como el único objeto de que debían ocuparse el aumento de sus intereses, los adelantos del lugar de su residencia y la comodidad y decoro de su familia; de donde resultaba que cada español que se enriquecía era un caudal que se formaba en beneficio del país, una familia acomodada que en él se arraigaba o, a falta de ésta, era origen de fundaciones piadosas y benéficas destinadas al amparo de los huérfanos y al socorro de los menesterosos y desvalidos, de que especialmente la ciudad de México presenta tan grandiosas muestras. Estas fortunas se formaban por las tareas laboriosas del campo, por un largo ejercicio del comercio o por el más aventurado trabajo de las minas; y aunque estas ocupaciones no abriesen por lo común un camino de llegar rápidamente a la riqueza, ayudaba a formarla la economía que había en las familias, en las que se vivía con frugalidad, sin lujo en muebles ni vestidos, y así se había ido creando porción de capitales medianos, que estaban repartidos en todas las poblaciones, aun en las de menos importancia, sin que esta parsimonia impidiese los actos de liberalidad que se manifestaban en ocasiones de públicas calamidades, o cuando el servicio del Estado lo exigía, de lo que veremos muchos y muy señalados ejemplos.
Rara vez los criollos conservaban el orden de economía de sus padres y seguían la profesión que había enriquecido a éstos, los cuales, en medio de las comodidades que les proporcionaba el caudal que habían adquirido, tampoco sujetaban a su hijos a la severa disciplina en que ellos mismos se habían formado. Deseosos de darles una educación más distinguida y correspondiente al lugar que ellos ocupaban en la sociedad, los destinaban a los estudios que los conducían a la Iglesia o a la abogacía, o los dejaban en la ociosidad y en una soltura perjudicial a sus costumbres. Algunos los mandaban al seminario de Vergara, en la provincia de Guipúzcoa en España, cuando éste se estableció bajo un pie brillante de instrucción general, y si esto se hubiera generalizado, habría contribuid...
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- Estado de la Nueva España en 1808. Sucesos que promovieron la Revolución de 1810