Para leer a Georges Bataille
eBook - ePub

Para leer a Georges Bataille

Georges Bataille, Glenn Gallardo

Compartir libro
  1. 678 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Para leer a Georges Bataille

Georges Bataille, Glenn Gallardo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Antología que ofrece textos esenciales (y poco conocidos en español) para la comprensión de la obra de Bataille y de su pensamiento en torno al misticismo, a la vez que permite una aproximación al pensador francés que no sólo muestra la brutal libertad con que transgredía cualquier canon sino que proporciona un entendimiento claro de la transformación filosófica que dio lugar al "neoestructuralismo".

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Para leer a Georges Bataille un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Para leer a Georges Bataille de Georges Bataille, Glenn Gallardo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Filosofía y Historia y teoría filosóficas. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2015
ISBN
9786071625229

ENSAYO

EXPEDIENTE DEL OJO PINEAL

El Jesuvio

He adquirido un poder respecto a todo lo que me sucede, que me impresiona profundamente; poder análogo al del sacerdote que pasa a cuchillo a una vaca, no dudo en escribirlo, aun cuando me ponga en una postura desagradablemente cómica, dado que lo que viene a continuación se relaciona con la práctica tradicional del “sacrificio”. En el instante en que el sacerdote llega armado de un cuchillo (y con el sacerdote la espantosa muerte) y se aproxima a la vaca, un animal cualquiera que rumiaba en el pastizal y al que nada diferenciaba de cualquier otra vaca, ésta se convierte en una divinidad a causa del círculo trazado alrededor de ella. Así, este sacerdote adquiere inmediatamente la exorbitante posibilidad de abrirle la garganta a lo que deseaba degollar.
La práctica del sacrificio ha caído en desuso hoy en día y, no obstante, según la opinión unánime, fue siempre una acción humana más significativa que cualquier otra. Las diferentes tribus inventaron, independientemente unas de otras, diversas formas de sacrificio a fin de responder a una necesidad tan inevitable como el hambre. Así pues, no es sorprendente que el apremio por satisfacer semejante necesidad, en las actuales condiciones de vida, provoque en un hombre aislado una conducta incongruente e incluso estúpida.
Hago alusión de esta manera a una serie de fruslerías, de mezquindades y de errores en los que nadie querría detenerse por temor a caer en refinamientos de sensación o en complejidades intelectuales aparentemente irresolubles. Por eso es que desde ahora debo insistir en el hecho de que, según esta lógica, no es el carácter singular ni la minucia exasperante de estos asuntos lo que me parece presenta un interés que me es del todo ajeno, sino únicamente cierto resultado urdido por medio de desalentadores rodeos. Lo que en la conciencia requiere de engranajes de una extraordinaria complejidad posee un valor estrechamente limitado, y casi resulta odioso que algunas cosas no hayan permanecido en estado inconsciente, pero como no se trata aquí de atenerse honestamente a lo ya conocido, no veo razón alguna para no provocar violentamente a mis amigos con despropósitos tal vez inesperados, incluso entrando en detalles que otros, aparentemente más viriles, juzgarán fastidiosos y decadentes.

EL OJO PINEAL

Dejando de lado la interpretación, toda la concepción —y al mismo tiempo la obsesión— expresada por la imagen del ojo pineal que se expone a continuación, se remonta a principios de 1927, exactamente a la época en la que escribí El ano solar, es decir, un año antes de que el ojo se me presentara definitivamente asociado a imágenes de tauromaquia. Creo necesario proporcionar estos datos cronológicos antes de pasar a consideraciones de índole muy general, debido a que tales consideraciones presentan vínculos indisolubles con hechos tan insignificantes como la producción de una serie de imágenes.
El ojo pineal responde probablemente a la concepción anal (es decir, nocturna) que inicialmente me había hecho del sol y que expresaba entonces con una frase como “el ano intacto… al que nada tan enceguecedor puede ser comparado, con excepción del sol (aun cuando el ano sea la noche)”. Me imaginaba al ojo en la punta del cráneo como un horrible volcán en erupción, exactamente con el mismo carácter turbio y cómico que se atribuye al trasero y a sus excreciones. Ahora bien, el ojo es sin duda alguna el símbolo del sol deslumbrante, y ése que yo imaginaba en la punta de mi cráneo estaba necesariamente abrasado, consagrado a la contemplación del sol en el máximo punto de su brillo. La imaginación antigua atribuye al águila, en tanto que animal solar, la facultad de contemplar al sol cara a cara. Por eso es que el excesivo interés hacia la simple representación del ojo pineal es forzosamente interpretada como un irresistible deseo de convertirse uno mismo en sol (sol enceguecido o sol cegador, no importa). En el caso del águila, como en el caso de mi propia imaginación, el acto de mirar de frente equivale a la identificación. Pero el carácter cruel y demoledor de este absurdo deseo se hace inmediatamente patente debido a que el águila se precipita desde lo alto del cielo y porque, en lo que respecta al ojo que se abre en medio del cráneo, el resultado, incluso imaginario, es mucho más aterrador aun cuando sea espantosamente ridículo.
En ese entonces no dudaba en pensar seriamente en la posibilidad de que este ojo extraordinario terminaría por emerger realmente a través de la pared ósea de la cabeza, pues me parecía forzoso que tras un largo periodo de servilismo los seres humanos dispondrían de un ojo a propósito para el sol (en tanto que los ojos que se encuentran en las órbitas lo evitan con una especie de estúpida obstinación). No estaba demente, pero a no dudar le daba una importancia excesiva a la necesidad de franquear de una u otra manera los límites de nuestra experiencia humana, y me las arreglaba de una forma asaz turbia para que la cosa más improbable del mundo (la más perturbadora también, algo como los espumarajos en la boca) se me apareciera al mismo tiempo como algo necesario. Por un lado me imaginaba a los vegetales uniformemente animados por un movimiento vertical análogo al de la marea que eleva regularmente las aguas; y por el otro a los animales animados por un movimiento horizontal análogo al de la tierra que gira. De ese modo, llegaba a reducciones extremadamente simples y geométricas pero al mismo tiempo monstruosamente cómicas (por ejemplo: veía cómo el movimiento alternativo de los coitos a ras del suelo es semejante al de los pistones de una locomotora, de modo que los coitos ininterrumpidos a ras del suelo estaban tan estrechamente ligados a la rotación de la Tierra como el movimiento de los pistones a la de las ruedas). En ese sistema brutal el hombre aparecía como un animal excepcionalmente animado por el movimiento de erección que proyecta las plantas hacia lo alto, comparable a los mamíferos machos que se erigen sobre las patas traseras en sus montas, aunque mucho más categóricamente erecto, erecto como un pene.
Aun hoy en día no dudo en escribir que, lejos de parecerme únicamente absurdas, esas primeras consideraciones respecto a la posición de los vegetales, de los animales y de los hombres en un sistema planetario, pueden ofrecerse como base de toda consideración sobre la naturaleza humana. Y es efectivamente a partir de ellas que emprendo un cierto planteamiento preliminar cuya meticulosa elaboración es reciente. En mi opinión, resulta extremadamente curioso verificar, durante el transcurso de la erección progresiva que va del cuadrúpedo al Homo erectus, lo ignominioso del creciente aspecto que desde el lindo lémur, todavía casi horizontal, apenas barroco, alcanza en las horripilantes proporciones del gorila. A partir de ahí, muy por el contrario, la evolución de los primates se desenvuelve en el sentido de una belleza de aspecto cada vez más noble a través del Pitecanthropus erectus y el Homo neanderthalensis, tipos primitivos cuya erección no es aún completa, hasta el Homo sapiens, que es el único entre todos los animales en alcanzar una firmeza y una derechura radicales en el ejercicio militar. Si una raza como la raza humana no pudo nacer directamente de una especie animal de aspecto noble y sí únicamente de una especie de origen noble pero convertida en algo como una repugnante grosería en relación con la totalidad de los mamíferos, entonces quizá no sea posible mirar las obscenas y excrementicias nalgas de algunos simios con la naturalidad acostumbrada. No existe niño que, por lo menos una vez, no haya admirado en el parque zoológico esas impúdicas protuberancias, parecidas a cráneos excrementosos de colores deslumbrantes, jaspeadas en ocasiones, que van del rosa encendido a un violeta nacarado extraordinariamente horrible. Es probable que un cierto potencial de lucimiento y de deslumbramiento propio de la naturaleza animal, generalmente derivado hacia la cabeza (el orificio bucal), tanto en el hombre como en otros animales, haya podido derivarse en los simios hacia la extremidad opuesta, es decir, hacia el orificio anal. Esta horripilante anomalía podría incluso ser considerada de manera bastante lógica como el indicio de una naturaleza desequilibrada (pues el estado de equilibrio se deriva de la posición horizontal común). Es cierto que las aves hallaron el equilibrio en una posición intermedia, pero resulta bastante obvio que en este caso se trata de un nuevo equilibrio enteramente distinto al de los demás animales, condicionado además por el vuelo, es decir, por un movimiento de desplazamiento tan continuo como el de los cuadrúpedos: el traslado de rama en rama que condicionó la posición semivertical de los simios implicaba por el contrario un movimiento de desplazamiento discontinuo, lo que impidió definitivamente una nueva armonía y desarrolló paulatinamente una forma de ser y al mismo tiempo un aspecto monstruoso. Viviendo en los bosques, más o menos al abrigo de la luz solar, en ocasiones casi en una oscuridad como de sótano, abalanzándose torpemente de una rama a otra, los simios están condenados debido a cierto tipo de vida a una agitación jamás organizada, a una extraña inestabilidad cuyo simple espectáculo es absolutamente irritante: así, la obscena expansión de su ano pelado, aureolado, visible como un furúnculo, se produjo dentro de un sistema privado de todo centro de gravedad y sin resistencia tal vez porque, aquí como en cualquier otra situación, basta con la más pequeña ruptura de equilibrio para que las inmundicias de la naturaleza se liberen mediante la más vergonzosa obscenidad.
Los antropólogos admiten que los antepasados del hombre empezaron a erguirse a partir del momento en que debieron abandonar el bosque (puede uno imaginar que los horribles animales sintieron pánico durante, por ejemplo, la propagación de un inmenso incendio). Privados del apoyo de los árboles y sin embargo acostumbrados a ir de un lado a otro casi de pie, deben haberse visto reducidos en forma bastante cómica a una estúpida alternancia entre la traslación a cuatro patas y la marcha vertical. Pero sólo podían estar de pi...

Índice