El mundo privado de los emigrantes en indias
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El mundo privado de los emigrantes en indias

  1. 97 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El mundo privado de los emigrantes en indias

Descripción del libro

A través de la lectura de 650 cartas personales, el autor nos invita en este curioso libro a conocer la vida íntima de los emigrantes españoles en América. Estas misivas ("cartas de llamada", como se les conocen), integran expedientes oficiales ya que la ley les obligaba a traer al Nuevo Mundo a sus familias, y la correspondencia se incluía para demostrar la intención de cumplir con el mandato. Siempre presente el deseo de hacer fortuna, los ya avecindados hablaban de que, trabajando, era posible ganar riqueza y nombre. Una parte especial son las emotivas cartas dirigidas a las esposas; los maridos prometen regalos y privilegios que no tendrían ni en sueños en su tierra.

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Información

Año
2013
ISBN del libro electrónico
9786071616777
Categoría
Historia

II

1. EL DESCUBRIMIENTO COLECTIVO DE LAS CARTAS

Desde la Antigüedad y la Edad Media, apóstoles, reyes, gobernantes, conquistadores, letrados y negociantes han escrito cartas públicas y privadas. Desde siempre, también, han ocurrido grandes migraciones de invasores y pobladores que han dejado sus patrias originales para extender su dominio y establecerse en tierras remotas. Entre ellos, los colonizadores españoles de América constituyen, me parece, el primer caso histórico de una migración masiva que siente la necesidad de escribir cartas. Ni romanos ni bárbaros ni godos ni hunos ni árabes escribieron cartas a sus parientes lejanos con la abundancia y la profusión con que lo hicieron, en el siglo XVI, los españoles dispersos a lo largo del Nuevo Mundo.
El despertar renacentista de la individualidad, una educación mucho más extendida y apremios externos determinaron la redacción de estos centenares de cartas, dirigidas a sus parientes de España para contar sus vidas y apurados a que viniesen a acompañarlos.

2. ANTECEDENTES Y CIRCUNSTANCIAS: LOS CASADOS Y SUS PROBLEMAS

El 20 de marzo de 1524, en la recién conquistada y reconstruida ciudad de México-Tenochtitlán, el entonces gobernador y capitán general Hernán Cortés, preocupado por arraigar en la tierra a los conquistadores y pobladores, incluyó en las Ordenanzas de buen gobierno la siguiente disposición:
Ítem: porque más se manifieste la voluntad que los pobladores destas partes tienen de resedir e permanecer en ellas, mando que todas las personas que toviesen indios e fuesen casados en Castilla e otras partes, traigan sus mujeres dentro de un año e medio, primero siguiente de como estas ordenanzas fuesen pregonadas, so pena de perder los indios e todo lo con ellos adquirido e granjeado; e porque muchas personas podrían poner por achaque aunque toviesen aparejo, de decir que no tienen dineros para inviar por ellas, por ende, las tales personas que toviesen esta necesidad, parezcan ante el reverendo padre fray Joan de Tecto, e ante Alonso Destrada, tesorero de Su Majestad, a le informar de su necesidad, para que ellos la comuniquen ansí, e su necesidad se remedie. E si algunas personas hay que son casados que no tienen sus mujeres en esta tierra, e quisieren traellas, sepan que trayéndolas serán ayudados ansí mesmo, para las traer dando fianzas.
Aunque no haya tenido cumplimiento general e inmediato, la disposición de Cortés fue antecedente importante de una serie de leyes que expidió la Corona, a partir de 1546, tocantes a esta cuestión de las esposas que quedaban sin maridos en España.
Descubrimientos, conquistas y colonizaciones habían sido empresas arriesgadas y de aventura, propias para hombres, pero cuando comenzaron a formalizarse los asentamientos de población, se advirtió la necesidad de que los españoles casados, avecindados en Indias, tuvieran consigo a sus mujeres. Tratábase de evitar en lo posible los amancebamientos con indígenas, de proteger a las esposas abandonadas y de afianzar el arraigo de los pobladores en las ciudades y pueblos del Nuevo Mundo.
Las leyes españolas que regulaban estas cuestiones tenían los propósitos señalados aunque fueron matizándose con disposiciones adicionales. La preocupación mayor acabó por ser la de evitar que se aprovechasen los permisos de viaje para que viniesen a Indias mujeres que no estaban casadas o bien que eran de las “prohibidas”, “nuevamente convertidas o penitenciadas por el Santo Oficio”. Así pues, quienes decidían viajar debían proveerse de constancias formales tanto de su matrimonio como de su condición de “cristianas viejas”, además de presentar una prueba de la existencia en Indias del marido que las solicitaba. Como el viaje a España de los propios maridos era difícil —aunque se les prometía conservarles sus encomiendas o prebendas—, casi todos optaban por pedir a sus mujeres que viajaran solas, acompañadas de algún pariente o matrimonio amigo, o de algún esclavo, que las protegiera durante el viaje.
Una vez notificados los casados en Indias, debían dar fianza para asegurar el cumplimiento de su obligación, en un plazo de dos años. Llegado este plazo, en caso de incumplimiento eran apresados, a veces engrillados y embarcados de vuelta a España, y perdían todos sus bienes (95 y 193). Unos huían hacia Filipinas, que llamaban China (178) y otros se escondían en las minas (221). Estos extremos explican la desesperación de algunos de los autores de cartas, encareciendo y aun amenazando a sus mujeres para que viajasen cuanto antes.
Además de las llamadas a las esposas, se presentó otro caso muy frecuente. Transcurridos los años, un número considerable de conquistadores y sobre todo de pobladores se habían enriquecido y envejecido y, por diversas circunstancias, se habían quedado solos, sin pariente que compartiera sus trabajos y a quien pudiesen heredar. También existían viudas que se habían quedado al frente de las encomiendas o empresas del marido, cargo excesivo para ellas, cuando no tenían hijos o parientes consigo. Unos y otras escriben a sus parientes de España para encarecerles que vengan a auxiliarlos hermanos o primos y, en muchos casos, sobrinos a los que, a cambio de su compañía y apoyo, ofrecen dejar como herederos de sus bienes.
Por su parte, las esposas o los parientes residentes en España y que decidían viajar, además de las constancias antes mencionadas, debían presentar al Consejo de Indias las “cartas de llamada” de sus parientes, como prueba del propósito de su viaje. Esta exigencia explica el que estas cartas privadas se encuentren en los expedientes de quienes solicitaban permiso para emigrar a las Indias.1 Gracias a ello, y al feliz encuentro de Enrique Otte, de este excepcional cuerpo documental, es posible asomarnos a las intimidades de los pobladores de Indias en la segunda mitad del siglo XVI.2

3. EVOLUCIÓN DEL EMIGRANTE

A propósito de los memoriales de méritos y servicios de conquistadores y pobladores de Nueva España, escritos entre 1540 y 1550,3 su editor don Francisco A. de Icaza señala que, al lector de la recopilación
le sorprenderá que en muchos de los memoriales transcritos se declaren como merecimientos no tener oficio ni beneficio, hallarse cargado de hijos, legítimos e ilegítimos, sin tener con qué sustentarlos, y agobiado de deudas, por sostener caballos, armas y servidumbre, correspondientes a posición fuera de sus recursos; y que este relajamiento y despilfarro se presenten y declaren para pedir o exigir, según el temperamento del solicitante, un beneficio estable en la Colonia o un socorro permanente en las Cajas reales.4
Entre los 1 385 solicitantes que figuran en este Diccionario, los hubo también que habían hecho servicios y aun hazañas importantes en la conquista, o bien que sí tenían oficios útiles. Sin embargo, casi todos aspiraban a recibir en compensación encomiendas de indios, o a mejorar las que ya tenían, o bien a recibir cargos públicos u otros auxilios que los favorecieran. De una u otra manera, la impresión dominante en estos memoriales es que la mayoría de los solicitantes aspira a vivir sin esfuerzo personal y a costa del trabajo de los indios, gracias a la encomienda.
Estos solicitantes eran antiguos conquistadores o sus herederos y los primeros pobladores llegados a la Nueva España ya pacificada en lo principal. Unos y otros estaban estableciendo la nueva sociedad criolla mexicana. Tras ellos llegarían a todas las Indias nuevas oleadas de emigrantes, empujados por la crisis económica que sufría España. Algunos todavía logran recibir encomiendas de indios. Sin embargo, un número considerable tiene ya otra mentalidad y ahora confían en su propio esfuerzo, en los oficios y profesiones, en el comercio, la agricultura, la ganadería, la minería y las industrias. Como apunta Enrique Otte, “frente al ideal de una vida preferentemente señorial de los conquistadores se impuso la práctica de la múltiple actividad económica”.5
Cosme Rodríguez, que fue alarife en Tehuantepec en 1556, cuenta a su mujer que en un tiempo anduvo agitado, a la mala ventura y padeció cárcel. Ahora, que ha sentado cabeza y se puso a trabajar, Dios le “ha dado más que todo mi linaje tenía” (212). Y Bartolomé Pérez, que era teniente en Zinapécuaro en 1557, dice a su sobrino: “Muchas cosas tenía que escribir de esta tierra a vuestra merced, solo quiero decir una, y es que los hombres que saben trabajar y se dan a la virtud tienen de comer, que los que no, no” (226).
Han descubierto, pues, que el trabajo, cualquiera que sea, les da honra, porque lo importante es tener fortuna: “nunca preguntan a qué lo ha ganado fulano, sino qué tiene, y en diciendo que tiene algo, tapan todos la boca y callan” (487), dice Celedón Favalis, desde Lima en 1587. Y él mismo añade que en las nuevas tierras los hombres “se ponen a cosas que en España no lo harían los pícaros”. El emigrante ha descubierto también la eficacia de la solidaridad y, siguiendo un uso que se mantiene entre los españoles, era “amo y señor —como observa Brading— de los dos caminos que con mayor seguridad conducían a la riqueza en el México colonial: el comercio y el matrimonio”.6

4. INSENSIBILIDAD PARA LA NUEVA TIERRA

Los temas dominantes en las cartas son la vida y el trabajo duros, la abundancia de la tierra, la riqueza que muchos han alcanzado y su esperanza de volver a sus pueblos para morir en ellos. “Aunque esta tierra es buena para ganar de comer, no lo es para envejecer en ella, porque es tierra donde se tiene poco contento para poder estar en ella” (47), dice de México en 1574 Andrea López de Vargas. Juan Zorrilla de la Concha cuenta en 1589 que ha corrido mucho mundo, estuvo en China y allá y en México se enriqueció. Pero, en los últimos años, los “ingleses y la mar” lo han hecho perder más de cien mil pesos. Está ya muy cansado, le parece temeridad tentar más a la fortuna, y pide a su hermano su opinión sobre su proyecto de volverse “e ir a morir en sus bardales” (198).
Estas nostalgias por el terruño son naturales. Pero también lo sería que vieran con alguna curiosidad a la nueva tierra que enriqueció a tantos emigrantes. A los parientes a quienes escriben debió de interesarles tener alguna noticia de esas nuevas tierras a donde los llamaban. Sin embargo, no les describen cómo son esas tierras. Cómo son las ciudades o pueblos donde viven, cuáles son las costumbres de los nativos, cuáles sus comidas y cuál es su nueva vida. Solo se refieren a lo que importa a su provecho, si tienen o no indios en encomienda, y a la feracidad de las tierras y la abundancia de bienes. Es decir, que la mayoría de estas cartas pudieran haber sido escritas en cualquier otro lugar que ofreciera semejantes posibilida...

Índice

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