El yo dividido
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El yo dividido

Un estudio sobre la salud y la enfermedad

Ronald David Laing, Francisco González Aramburo, Francisco González Aramburo

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El yo dividido

Un estudio sobre la salud y la enfermedad

Ronald David Laing, Francisco González Aramburo, Francisco González Aramburo

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Estudio que tiene como base un hecho concreto: la comprensión cabal del proceso de perder la razón. El autor desarrolla su obra en dos direcciones: por un lado, se dirige a los especialistas que, familiarizados con el fenómeno, tal vez no estén del todo habituados a ver a sus pacientes como individuos; por el otro, intenta llegar a las personas no especializadas, familiarizadas con los esquizoides y los esquizofrénicos.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071631527

TERCERA PARTE

IX. DESARROLLOS PSICÓTICOS

Things fall apart, the centre cannot hold / Mere anarchy is loosed upon the world. [Las cosas se desprenden, el centro no puede mantenerse. Sólo la anarquía reina en el mundo.]
W. B. YEATS
ESPECIALMENTE en los casos de David y de Peter, hemos considerado ya manifestaciones esquizoides que se acercaron peligrosamente a una franca psicosis. En este capítulo, vamos a estudiar algunas de las maneras en que se cruza la línea divisoria hacia un estado psicótico. Por supuesto, no siempre es posible aquí hacer distinciones tajantes entre la salud y la enfermedad mental, entre el individuo esquizoide sano y el psicótico. A veces el comienzo de la psicosis es tan dramático y violento, y sus manifestaciones tan inequívocas que no pueden caber dudas acerca del diagnóstico. Sin embargo, en muchos casos, no se da tal cambio repentino, aparentemente cualitativo, sino una transición que se extiende por años y en ningún punto de la cual puede verse con claridad en qué momento se ha rebasado el límite crítico.
Con objeto de comprender la naturaleza de la transición de la salud a la enfermedad mental, cuando el punto de separación es la forma particular de una posición existencial esquizoide, descrita en las páginas anteriores, es necesario considerar las posibilidades psicóticas que surgen de este particular contexto existencial. Declaramos que en esta posición el yo, a fin de desarrollar y mantener su identidad y autonomía y a fin de quedar a salvo de la persistente amenaza y el peligro del mundo, se ha seccionado de la relación directa con otros, y se ha esforzado por llegar a ser su propio objeto: por llegar a estar, de hecho, relacionado directamente sólo consigo mismo. Sus funciones cardinales pasan a ser la fantasía y la observación.
Ahora bien, en la medida en que se tiene éxito en esto, una consecuencia necesaria es que el yo tiene dificultad en mantener cualquier sentimiento de lo real por la mismísima razón de que no se halla en “contacto” con la realidad, porque nunca “encuentra” realmente a la realidad. Como dice Minkowski (1953), hay una pérdida de “contacto vital” con el mundo. En vez de éste, la relación con los otros y con el mundo, como vimos, es delegada a un sistema de falso–yo cuyas percepciones, sentimientos, pensamientos, acciones poseen un “coeficiente” relativamente bajo de realidad.
El individuo que se halla en esta posición puede parecer relativamente normal, pero está manteniendo esta apariencia exterior de normalidad recurriendo a medios cada vez más anormales y desesperados. El yo se compromete, en la fantasía, en el “mundo” privado de las cosas “mentales”, es decir de sus propios objetos, y observa al falso yo, que es el único que se halla comprometido en vivir en el “mundo compartido”. Puesto que la comunicación directa con otros, en este mundo compartido real, ha sido trasladada al sistema del falso-yo, sólo a través de este medio puede el yo comunicarse con el mundo exterior compartido. De tal modo, lo que en primer lugar estaba destinado a ser una defensa o barrera para impedir la destructora intrusión en el yo, puede convertirse en los muros de una prisión de la que el yo no puede escapar.
Así pues, las defensas contra el mundo fallan inclusive en sus funciones primarias: evitar intrusiones persecutorias (implosión) y mantener vivo al yo, al evitar ser captado y manipulado como una cosa por el otro. La angustia penetra más intensamente que nunca. La irrealidad de la percepción y la falsedad de los propósitos del sistema del falso–yo se extienden a sentimientos de estar muerto el mundo compartido en su conjunto, hasta el cuerpo, de hecho, hasta todo lo que es y se infiltra inclusive en el “verdadero yo”. Todo queda ahogado bajo el sentimiento de la nada. El yo interior mismo se torna totalmente irreal o “fantasmatizado”, dividido y muerto, y ya no es capaz de sustentar el precario sentido de su propia identidad del que partió. Esto es agravado por el uso de aquellas posibilidades que son las más nefastas en cuanto defensas, por ejemplo, evitar ser identificado para preservar la identidad (puesto que, como indicamos anteriormente, la identidad se alcanza y sostiene bi-dimensionalmente, y requiere el reconocimiento de uno mismo por otros, así como el simple reconocimiento que uno se otorga a sí mismo); o el cultivo deliberado de un estado de muerte–en–vida como defensa contra el dolor de vivir.
Esfuerzos dirigidos, a la vez, a una nueva retirada del yo y a la restitución del yo, llegan a combinarse en la misma dirección de psicosis. De cierta manera, el individuo esquizoide quizá esté tratando desesperadamente de ser él mismo, de recuperar y preservar su ser; sin embargo, es muy difícil separar el deseo de ser del deseo de no–ser, puesto que una parte muy grande de lo que la persona esquizoide hace es, por su propia naturaleza, inextricablemente ambiguo. ¿Puede uno decir inequívocamente de Peter si estaba tratando de destruirse a sí mismo o de preservarse a sí mismo? La respuesta no puede darse si pensamos que los dos términos son mutuamente excluyentes. Las defensas de Peter contra la vida eran, en gran medida, la creación de una forma de muerte dentro de la vida, que parecía proporcionar dentro de sí misma una dosis de libertad respecto de la angustia, por lo menos durante algún tiempo. A fin de sobrevivir tenía que fingir, como la zarigüeya, que estaba muerto. Peter podía ser “él mismo”, cuando era anónimo o incógnito, es decir, cuando no era conocido por otros, o podía dejar que otros lo conocieran, cuando no estaba siendo él mismo. Este engaño no podía sostenerse indefinidamente, puesto que el sentimiento de identidad requiere la existencia de otro por el cual uno es conocido; y la conjunción del reconocimiento de uno por la otra persona con el auto-reconocimiento. No es posible vivir indefinidamente en estado de salud mental si uno trata de ser un hombre desconectado de todos los demás y desacoplado inclusive de gran parte del propio ser.
Tal modo de ser–con–los–otros presupondría la capacidad de mantener nuestra realidad mediante una identidad fundamentalmente autista. Presupondría que, finalmente, es posible ser humano sin mantener una relación dialéctica con otros. Parece ser que todo el propósito de esta maniobra es la preservación de la identidad “interior” de la imaginada destrucción proveniente de fuentes exteriores, al eliminar todo acceso directo desde fuera a este yo “interior”. Pero sin que el “yo” llegue a estar nunca calificado o modificado por el otro, entregado al elemento objetivo, y sin que se le viva en una relación dialéctica con otros, el “yo” no es capaz de preservar aquella precaria identidad o vitalidad que pueda poseer.
Los cambios que sufre el yo “interior” han sido descritos ya en parte. Se pueden enumerar de la siguiente manera:
1. Se torna “fantasmatizado” o “volatizado” y por tanto pierde toda identidad firmemente arraigada.
2. Se vuelve irreal.
3. Se torna empobrecido, vacío, muerto y dividido.
4. Se carga cada vez más de odio, miedo, envidia.
Éstos son cuatro aspectos de un solo proceso, visto desde diferentes puntos de vista.
James llevó este proceso hasta los límites de la cordura, y quizá aun más allá de los mismos. Este joven de 28 años había motivado deliberadamente, como suele ocurrir, la división entre lo que consideraba como su “verdadero yo” y su sistema de falso-yo.
A su juicio casi no había una manera de llegar a algo, o algún pensamiento o acción que no fuesen falsos e irreales. Ver, pensar, sentir, obrar, eran puramente “mecánicos” e “irreales”, porque eran simplemente la manera en que “ellos” veían cosas, pensaban, sentían o actuaban. Cuando caminaba para alcanzar su tren en la mañana si se encontraba con alguien, tenía que andar al paso de la otra persona, debía hablar, reír de las cosas de las que todo mundo hablaba y se reía. “Si abro la puerta del tren y le permito a alguien que pase delante de mí, no es porque quiera ser considerado, sino porque constituye una manera de obrar, en la medida de lo que puedo, como todos los demás.” Sin embargo, su esfuerzo por parecer que era igual que todos los demás era realizado con tal resentimiento contra los otros y desprecio por el yo que su conducta real era un caprichoso producto del conflicto entre ocultar y revelar sus “verdaderos sentimientos”.
Trataba de afirmar su identidad haciendo gala de ideas excéntricas. Era un pacifista, un teósofo, un astrólogo, un espiritista, un ocultista, un vegetariano. Al parecer, el hecho de que podía compartir por lo menos con otro sus extrañas ideas era, quizá, el factor más importante en la preservación de su cordura. Pues en esos campos limitados era a veces capaz de estar con otros, con los que compartía sus ideas y sus experiencias peculiares. Tales ideas y experiencias tienden a aislar a un hombre de sus semejantes en la actual cultura occidental y, a menos de que sirvan al mismo tiempo para meterlo en un pequeño grupo de “excéntricos” semejantes, se corre un gran riesgo de que su aislamiento se troque en una alienación psicótica. Por ejemplo, su “esquema corporal” se extendía desde antes del nacimiento hasta después de la muerte, y disolvía los límites acostumbrados del tiempo y del espacio. Tenía varias experiencias “míticas” en las que se había sentido unido con el Absoluto, con la Realidad Una. Las leyes por las cuales “conocía” secretamente cómo era gobernado el mundo eran de carácter totalmente mágico. Aunque era químico de profesión, su “verdadera” creencia no eran las leyes de la química y de la ciencia, sino la alquimia, la magia negra y blanca, y la astrología. Su “yo”, como sólo se realizaba parcialmente en y a través de la relación con otros que compartían sus opiniones, quedó cada vez más atrapado en el mundo de lo mágico, y pasó a ser parte del mismo. Los objetos de la fantasía o de la imaginación obedecen a leyes mágicas. Tienen relaciones mágicas, no relaciones reales. Cuando el “yo” pasa a participar cada vez más en relaciones de la fantasía, y a participar cada vez menos directamente en relaciones reales va perdiendo su propia realidad. Al igual que los objetos con los que está relacionado, se convierte en un fantasma mágico. Una de las inferencias que puede sacarse de esto es la de que para tal “yo” todo se vuelve posible, ilimitado, así como todo deseo debe ser, tarde o temprano, por realidad, por necesidad, lo condicionado infinito. Si no es así, el “yo” puede ser cualquiera, estar donde quiera y vivir en cualquier tiempo. Éste iba siendo el caso de James. “En su imaginación” iba creciendo la convicción de que poseía poderes fantásticos (ocultos, místicos) característicamente vagos e indefinidos, no obstante lo cual contribuían a que se formara la idea de que no era simplemente el James de este tiempo y lugar, hijo de tales padres, sino alguien muy especial, con una extraordinaria misión, la de reencarnar, quizá, a Buda o a Cristo.
Es decir, el yo “verdadero”, al no estar ya arraigado en el cuerpo mortal, se torna “fantasmatizado”, volatizado hasta trocarse en un cambiante fantasma de la propia imaginación del individuo. Por lo mismo, aislado como está el yo en cuanto defensa contra los peligros del exterior que se sienten como una amenaza a su identidad, pierde la precaria identidad que ya posee. Además, el apartamiento de la realidad da como resultado el empobrecimiento del “yo”. Su omnipotencia está basada en la impotencia. Su libertad opera en un vacío. Su actividad carece de vida. El yo se vuelve disecado y muerto.
En su mundo de sueños, James se experimentaba a sí mismo como si estuviese todavía más solo, en un mundo desolado, que en su existencia despierta, por ejemplo:
1. “Me encuentro en una aldea. Me doy cuenta de que ha sido abandonada: está en ruinas; no hay vida en ella…”
2. “… Estaba de pie en medio de un paisaje estéril. Era absolutamente plano. No había vida a la vista. Apenas crecía la hierba. Tenía los pies atrapados en el barro…”
3. “… Estaba en un lugar solitario, de piedras y arena. Había huido hasta allí de algo; ahora trataba de volver a alguna parte, pero no sabía por qué camino ir…”
La ironía trágica es que finalmente ni siquiera se evita la angustia, sino que cada angustia y todo lo demás se vuelven todavía más atormentadores por la infusión, en todas las experiencias de la vida de vigilia y en los sueños, de un constante sentimiento de anonadación y de muerte.
El yo solamente puede ser “real” en relación con personas y cosas reales. Pero teme ser tragado en cualesquiera relaciones. Si el “yo” solamente se pone en juego frente a objetos de la fantasía, mientras que un falso yo se ocupa de los tratos con el mundo, se producen varios cambios fenomenológicos profundos en todos los elementos de la experiencia.
De tal modo, el punto a que ya hemos llegado es que el yo, al ser trascendente, vacío, omnipotente, libre a su manera, llega a ser todos y cada uno en la fantasía y nadie en la realidad.
Este yo está relacionado primordialmente con objetos de sus propias fantasías. Al ser como es un yo–en–la–fantasía, se torna finalmente volatilizado. En su temor a enfrentarse a la entrega al elemento objetivo, busca preservar su identidad; pero, como ya no está arraigado en los hechos, en lo condicionado y definitivo, llega a estar en peligro de perder lo que, por encima de todo, está tratando de salvaguardar. Al perder lo condicionado, pierde su identidad; al perder realidad, pierde su posibilidad de ejercer una efectiva libertad de elección en el mundo. Al escapar del riesgo de ser matado, se vuelve muerto. El individuo quizá ya no experimente ahora al mundo como otras personas lo experimentan, aunque tal vez aún pueda saber cómo es ese mundo para los demás, pero no para él. Mas el sentimiento inmediato de la realidad del mundo no puede ser alimentado por un sistema del falso–yo. Además, el sistema del falso–yo no puede poner a prueba la realidad, pues el someter la realidad a prueba exige un espíritu dueño de sí mismo que pueda elegir la mejor de las opciones, y así sucesivamente, y es la carencia de tal espíritu dueño de sí mismo lo que hace falso al falso yo.
Cuando la experiencia del mundo exterior se filtra hasta el yo interior, éste yo ya no puede experimentar o dar expresión a sus propios deseos en forma socialmente aceptable.
La aceptabilidad social se ha convertido meramente en un truco, en una técnica. Es probable que su propia opinión acerca de las cosas, el significado que tienen para él, su sentimiento, su expresión sean ahora por lo menos raros y excéntricos, si no es que caprichosos, perturbados. El yo permanece cada vez más encapsulado en su propio sistema, en tanto que la adaptación y el ajuste a las experiencias cambiantes tienen que ser llevadas a cabo por el falso yo. Este sistema del falso–yo es aparentemente plástico, opera con nuevas personas y se adapta al ambiente cambiante. Pero el yo no se mantiene al paso de los cambios en el mundo real. Los objetos de sus relaciones de la fantasía siguen siendo las mismas figuras básicas, aunque sufren modificación, por ejemplo, en el sentido de la idealización, o se tornan más persecutorias. No se piensa en comprobar, probar, corregir estas figuras fantasmas (imagos) en términos de realidad. De hecho, no hay ocasión de hacerlo. Ahora, el yo del individuo no se está esforzando por obrar sobre la realidad, por efectuar cambios reales en ella.
Mientras el yo y sus imagos están sufriendo la modificación arriba mencionada, el sistema del falso–yo sufre cambios paralelos. Recordemos la posición original, que se representaba esquemáticamente de la siguiente manera:
Yo (cuerpo–mundo)
El cuerpo es el nivel del sistema del falso-yo, pero este sistema es concebido por el individuo como si se reificara y solamente se extendiera más allá la actividad corporal. En gran medida, está constituido por todos aquellos aspectos de su “ser” que el “yo” interior repudia por no considerarlos expresión de su yo. Así, como en el caso de James, mientras que el yo se refugia a relaciones cada vez más exclusivamente de fantasía y “desapegadas”, a la observación no–participante de los intercambios entre el falso yo y los otros, se siente que la intrusión del sistema del falso–yo es cada vez mayor, este sistema irrumpe cada vez más profundamente en el ser del individuo hasta que, prácticamente, se considera que todo ...

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