Cuéntame algo, aunque sea una mentira
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Cuéntame algo, aunque sea una mentira

Las historias de la comadre Esperanza

  1. 441 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Cuéntame algo, aunque sea una mentira

Las historias de la comadre Esperanza

Descripción del libro

Cuéntame algo, aunque sea una mentira imprime una discusión crítica sobre los fundamentos teóricos de la antropología y de las prácticas usuales en el campo etnográfico. Esta reflexión se completa con un provocador capítulo en el que la autora, a través de su biografía intelectual, cavila sobre su propia posición de marginalidad como inmigrante cubana al ingresar al establishment universitario estadunidense. De tal suerte, las páginas de este libro se convierten en una doble revelación: en la medida en que la autora descubre la voz de Esperanza, encuentra también la suya.

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Información

Año
2013
ISBN del libro electrónico
9786071613356
Categoría
Social Sciences
Categoría
Human Geography

PRIMERA PARTE

CORAJE

llámame bruja
llámame vieja
llámame hechicera
llámame loca
llámame mujer, no me
llames diosa
que ese oficio no quiero.
ALMA VILLANUEVA,
“Witches’ blood”, Bloodroot

I. MADRES E HIJAS

Los trigales se reflejaban en sus ojos, cuando sus manos, en el trabajo, se apretaban sobre las espigas doradas y formaban ramilletes que se volvían tortillas húmedas de lágrimas.
NELLIE CAMPOBELLO, Las manos de mamá
Es el 1º de julio de 1985. Esperanza y yo ya tenemos rato de estar platicando en la cocina. Hoy pienso grabar nuestras conversaciones por primera vez.
—Pues comadre —le digo—, me gustaría que me contara de su vida. De su primer recuerdo.
Apenas termino la frase cuando suelta Esperanza la carcajada. Sus hijos Norberta y Mario se divierten al ver la alegría que he provocado en su madre y se ríen con ella. David enciende la grabadora. La lucecita roja parpadea como una luciérnaga.
Al fin se sosiega la risa y Esperanza dice:
—Comadre, qué vida, qué vida yo pasé. No, mi vida es una historia muy grande. No, yo mi vida fue muy triste. Triste. Negra, negra. Como la vida de mamá. Mire, ¿quiere que le cuente desde cuando yo nací?
—Sí —contesto, todavía sin darme cuenta de que me está tomando el pelo.
Y se ríen de nuevo.
—Yo soy muy escandalosa para reírme, para platicar. Por eso mi hermana dice: “Ay, mujer, tú. ¿Que tal tú alegas? Ríete con calma. Ríete seria. Cálmate. Tú te alborotas”. “—Yo así soy. Tú, como estás amargada”, dije. “Yo no. Yo, a pesar de que me las he pasado negras, la vida que yo he pasado”, dije, “Yo no estoy mal ya pa’ ello”. Ya dijo mi mamá, “Ya me pueden envolver cuando ya estaré allí tirada”, dice: “pero ahorita que todavía…”
Las golondrinas que hacen sus nidos entre las vigas de nuestro patio emprenden de repente un vuelo estrepitoso. Esperanza me informa que también ha visto que hay murciélagos en nuestra casa. Me aconseja tener cuidado, ya que son sabandijas de mal agüero. Dejamos de hablar para escuchar mejor y yo mientras tanto saco galletas y sodas para todos, lo mismo que haré de ahora en adelante cada vez que viene Esperanza a platicar.
Sentada derecha en la silla y mirándome fijamente en los ojos, ahora me dice Esperanza:
—Mire, comadre, ¿por qué le ha gustado que yo le cuente mi vida desde la niñez?
—Me parece muy interesante —le contesto con toda seriedad.
Esperanza se ríe.
—No, y me gusta oírle platicar sus cuentos. Sus historias —explico, buscando la manera de salir de la broma.
—¡Sus historias! —Y de nuevo suelta la carcajada. Y añade: —Bueno, mire. Desde cuando yo nací, pues sabrá Dios.
Esperanza y los hijos no dejan de reír. Consigo sonreír con ellos pero ya me siento un poco ridícula.
Que platica mamá que yo nací:
a las tres de la tarde,
y atrás del metate.
Mi mamá se fue con mi papá, pero a un rancho, allí La Campana. Mamá platica. Platica ella cuando yo nací, todo. La vida que pasamos, la vida que sufrió ella con mi papá. Es que mi papá era… Bueno, es, porque todavía vive. Bueno, nomás el son que tengo papá. Pero él no nos junta, no nada. Ni nosotros tampoco. No nos hablaba de hijos. Nos trataba que éramos perros. Así nos trataba.
Mi papá es muy recio. Quién sabe, a lo mejor también yo saqué algo de… Yo sí. Yo cuando me enojo y me hacen enojar, yo los agarro, y los cueriguo. Si, ¡poco falta para colgarse! No, nomás si me hacen enojar, sí. No, yo sí, yo tengo alma negra. Cómo que no. Tenemos que sacar algo de la vida, verdad, sacar sus padres, ¿no cree?
Claro. Entonces yo recuerdo cuando yo vinía creciendo, tenía cinco o seis años. ¡Ay! mi papá le daba una vida eterna a mi mamá. La golpeaba mucho, la escalabraba. Y no más de cualquier cosa. Ya porque el nene, por allí, que se murieron. Ya porque lo andaba embracilando mi mamá. Ya porque no le servía pronto. Ya porque no le daba tortillas. Si no tenía mi mamá, ¿qué le daba? Si no más tenía puros frijoles de la olla, es lo que le daba. Pues mi papá la golpeaba de cualquier cosa, me acuerdo yo.
Luego nosotros, era mi hermana, que era la mayor, yo, mi hermano, y uno que se murió, entonces chico. Entonces, ya ve que uno de chiquillo. Ya empieza a pelearse uno, a hacer sus travesuras, a hacer lo que los gatos cuando están chiquillos, como se pelean así, los perritos juegan, así. No, mi papá llegaba. Llegaba y decía: “¡Qué ruido tienen, hijos de quién sabe quién!” No, mi papá nos trataba a pura maldición. “¿Qué ruido tienen? Hijos de quién sabe qué. Y tú, jija de la quién sabe quién”, dice: “¿por qué no aplacas el tal ruido de tus tales nenes?”
Todo lo ofendía. De todo se ofendía. “¿Por qué se estaban riendo ustedes? ¿Se burlaban porque yo llegué borracho? ¿O porque aquí a los borrachos se burlan?”
Estábamos chiquillos temblando allí, que ya a uno los golpeaba. Y cuando él nos golpeaba, nos pegaba con la cuchilla. Pero eran asinotas, asinotas las cuchillas, que anterior se llamaban guaparras; se usaban pa’ cortar maguey y para hacer leña, para cortar quiotes, para cortar palos. Antes había unas cuchillotas así. Mi papá de ésas usaba él.
No, cuando nos golpeaba. Que mi mamá estaba seria, no le boqueaba, nada. Mi papá decía, “¡Te estoy hablando, contéstame! Ustedes, qué ruido. Ustedes son alcahuetes de su madre”.
Ya nos quedábamos allí temblando. Mi hermana y yo. Mi hermano el otro, aparte el chico, que tenía en brazos mi mamá. Mi mamá pues seria. Como mamá era bien trenzonota, que la agarraba la trenza así, y la arrastraba. Frente de nosotros allí. Y luego decía, “Nomás vayan. Nomás griten hijos de quién sabe qué”.
Entonces, recuerdo yo cómo sufrió mi mamá la vida negra con él. Sí. Luego una vez, cuando le dio el machetazo, dice mi mamá. No, cuando el machetazo yo no me di cuenta. Me di cuenta cuando reventó una taza. Anterior había unas tazas, así como una bolita pero tenía abajo su sentaderita. Mi mamá todavía tiene de esas tazas. Esas tazas eran antiguas porque ahora ya no hay de ésas. Es así como un foco, bueno, la mitad de un foco, verdad. Ya sabe cómo son los focos. Ésas eran las tazas que había antes. Sabe cómo se llamaba. Bueno. Mi mamá de eso usaba.
Y un día que le agarraba mi papá con lo que encontrara y que le aventó la taza aquí en la cabeza. No, le rompió aquí la cabeza. Mi mamá le chorreaba aquí la sangre y nosotros la veíamos, cómo le chorreaba la sangre. Dice: “Ya te llevó la quién sabe qué”. Que mi mamá no lloraba. Y nosotros tampoco, nomás la veíamos. La veíamos cómo lo hacía. Y no nos dejaba llorar.
Y nos encerraba. Cuando iba a golpear a mamá, nos encerraba a todos en un cuarto, porque en una ocasión, recuerdo yo, que la golpeó mi papá, entonces mi hermana que se le occurió, que fue a decirle a mi padrino, que era el juez. No, que mi hermana corrió. Y no tardó mi padrino. Y mi mamá, mi papá por ahí estaba, la traiba a pura maldición y a patadas y todo. Entonces que va parándose mi padrino en la puerta del cuarto. Dice: “¡Compadre!” Dice: “No haga eso. Deje mi comadre. Deje la pobre de mi comadre. Ya no la golpee”.
¡No!, mi papá no oyó razón. Y que lo mira, y dice: “Y usted, ¿quién hijos de tal por cual lo mandó a traer? ¿Usted a qué vino a mi casa? Yo mi familia yo me los trago, yo como sea. A naiden le importa”. No.
Dice: “No, compadre, está bien, compadre. Como usted dice: en su casa está muy bien. Pero no haga eso. No vaya a matar a mi comadre. Mejor, si a mi comadre la halló en malos pasos, mejor dé parte a la autoridad. No se echa a males usted, de repente lo vaya echarse usted”.
“No me hace que me refundan donde sea. Pero yo en mi casa yo mando, y yo sabré. ¿Y usted qué dijo? Lárguese inmediatamente. ¿Usted a qué vino? Aunque sea usted mi compadre. ¿Qué vino a hacer?”
“No”, dice: “Pues no me voy, compadre. No me voy. Ya le digo, déjelo compadre, mejor hágale así, así”.
“Bueno, bueno, compadre, porque usted lo dice. Sí, sí, está bien, le oigo sus razones.” Y salió pa’ fuera.
Ya se lo llevó, y le estuvo hablando. No, pues después. “Bueno compadre, ya no la vaya a golpear a mi comadre. Deje la familia. Ya no la golpee.”
“No, no, ya no.” Y que miraba de coraje a mi hermana. No, mi hermana pues tendría como algunos ocho, nueve años. No, pues después que se fue mi padrino —bueno, platican ellos— dice que las agarró. Otra monda a mi mamá y otra monda a mi hermana, por haber ido a avisar. Después cuando golpeaba a mi mamá, cuando se emborrachaba, entonces nos encerraba en el cuarto. Nos encerraba.
Mi papá, por cuestión de éste —y Esperanza me indica con un señal de la mano que su padre tomaba— no trabajaba. El día que llevaba aguamiel a vender a San Luis, luego luego se lo echaba a mitad de camino de pura bebida. Así es que. O compraba dos o tres kilitos de maíz o cinco kilitos de maíz, dice mi mamá, lo cargaba en un cántaro de ésos. De unos treinta litros que llevaba de miel. Si se traiba unos cinco kilos de maíz, llegaba hasta en la noche, y nosotros de hambre. Mamá dice: “Pues ¿yo qué les daba? Ustedes me ll...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Nota a la primera edición en español
  4. Nota a la edición del décimo aniversario en inglés
  5. Nota a la primera edición en inglés
  6. Prólogo
Víbora que habla
  7. Primera Parte. CORAJE
  8. Segunda Parte. REDENCIÓN
  9. Tercera Parte. MOJADA LITERARIA
  10. Notas
  11. Cronología